(Domingo
XXIII - TO - Ciclo A – 2017)
“Si
tu hermano peca, ve y corrígelo en privado” (Mt 18, 15-20). Jesús nos
enseña algo que se llama “corrección fraterna” y es muy parecido a cuando
nuestros papás, después que hicimos algo que no estaba bien, nos llaman aparte
para hablar con nosotros y hacernos ver qué es lo que hicimos mal. Es muy
parecido a esto, solo que, en vez de padres e hijos, se da entre hermanos,
amigos, o incluso entre desconocidos.
¿En
qué consiste la corrección fraterna? Como dijimos, es muy parecido a como cuando,
luego de haber hecho algo malo, un lío o algo por el estilo, papá o mamá nos
dicen: “Juancito/Pepita, vení un momentito, por favor, que quiero decirte una
cosa”. Cuando nos llaman, nos dicen, por ejemplo: “Juancito/Pepita, sé que has
estado perdiendo el tiempo viendo mucha televisión y mucho internet, en vez de
estudiar”. Y nosotros decimos que no, que es la maestra que no nos quiere, pero
en realidad, sabemos que es así, que fuimos perezosos y por eso no estudiamos y
trajimos malas notas. Entonces, reconocemos nuestro error, agachamos la cabeza
ante mamá o papá, les decimos: “Tenés razón mamá, tenés razón, papá, estuve
viendo mucha televisión y mucho internet, me dejé llevar por la pereza y por
eso no estudié, y en realidad la maestra es muy buena y solo me quiere ayudar. De
ahora en adelante, prometo que voy a estudiar y a hacer los deberes y solo con
el permiso de ustedes, voy a ver algo de televisión o de internet”. Por lo
general, el asunto finaliza ahí, pero si no, los papás aplican el “Plan B”, que
es la chancleta voladora, muy eficaz.
Bueno,
esto que suele pasar con mucha frecuencia, es lo que se llama “corrección
fraterna”, solo que, como dijimos, no se da entre padres e hijos, sino entre
prójimos iguales. El que hace la corrección fraterna, es decir, el que señala a
su prójimo el error que ha cometido, tiene que hacerlo por amor a Dios y al
prójimo, no por simple deseo de hacer resaltar lo que el otro hace mal. Esto lo
tenemos que tener muy en cuenta, porque por lo general, somos especialistas en
ver los defectos ajenos, hasta los más pequeños, pero no somos capaces de ver
nuestros propios defectos, que son mucho más grandes que los de nuestros
prójimos.
Y
el que recibe la corrección fraterna –que podemos ser nosotros mismos-, a su
vez, la debe recibir con humildad, es decir, debe reconocer su error y proponer
la enmienda, la corrección del error. Si alguien reacciona con enojo frente a
una corrección, ese alguien demuestra que es soberbio –recordemos que el primer
soberbio es el Demonio- y que no es humilde, y nosotros tenemos el deber de ser
humildes, o al menos intentarlo, así como son humildes Jesús y María. El que es
humilde, no solo reconoce de buena gana su error, sino que agradece que lo
hayan corregido, diciendo así: “Está bien, ahora que me lo decís, me doy cuenta
que estaba en un error. De ahora en adelante, voy a tratar de corregirlo y de
no cometer más este error”.
En
teoría, la corrección fraterna debe funcionar así: el que la hace, debe hacerlo
con amabilidad, caridad, comprensión; el que la recibe, debe aceptarla con
humildad y agradecimiento.
¿Cómo
hacer la corrección fraterna de la mejor manera posible? Pensando cómo actuaría
Jesús, con este prójimo mío y en esta circunstancia. ¿Cómo lo trataría Jesús?
¿Cómo le diría que está equivocado y que debe corregirse? Con toda seguridad,
no lo haría enfadado, ni de malas maneras, sino con todo el amor y la dulzura
de su Sagrado Corazón.
Por
último, un ejemplo de cómo puede ser la corrección fraterna: veo que un amigo
usa “la cinta roja para la envidia”, y como eso es un pecado de superstición,
tengo el deber de decirle que no debe usarla, porque ofende a Jesús, ya que lo
único que nos protege del mal es la Sangre Preciosísima de Jesús y no un
pedacito de tela roja. Otro ejemplo: alguien viene a Misa, pero en su casa
tiene una imagen del Gauchito Gil, de la Difunta Correa, o de la Santa Muerte,
que son todos ídolos y servidores del Diablo. Tengo el deber de decirle que
está cometiendo un pecado de idolatría, y que debe echar agua bendita a esas
imágenes y romperlas, confesarse y hacer el propósito de no volver a rezarle
nunca más a esos ídolos. Otro ejemplo: alguien viene a Misa, reza, pero hace
yoga, o reiki, o acude a brujos: es lo mismo, porque eso es pecado de idolatría
y de superstición, por lo que debo hacer la corrección fraterna.
La
corrección fraterna es algo muy parecido a como cuando alguien va al médico y
el médico le dice: “Usted debe bajar de peso, debe hacer dieta, debe hacer
ejercicio, y no pasarse tanto tiempo sentado frente a la televisión, si quiere
vivir muchos años”. Sería un muy mal paciente quien se enojara con el médico, porque
el médico le está aconsejando para su bien. Exactamente lo mismo, pero en el
plano espiritual, es la corrección fraterna.
“Si
tu hermano peca, ve y corrígelo en privado (…)”. Con la corrección fraterna
cumplimos el Primer Mandamiento, que dice: “Amarás a Dios y al prójimo como a
ti mismo”, porque “amar es desear el bien del que se ama”, y el bien más grande
para una persona, es salir del error y adherirse a la Verdad. A su vez, si
somos nosotros los que recibimos la corrección fraterna, al aceptarla de buena
gana y al agradecerla, nos da la oportunidad de practicar la mansedumbre de
corazón de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
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