(Domingo
XVII - TO - Ciclo A – 2017)
“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en
un campo…” (Mt 13, 44-52). Jesús
compara el Reino de los cielos a un tesoro que está escondido en un campo;
también, a una perla de gran valor, y a una red llena de peces valiosos, que
después pueden ser vendidos en el mercado por mucho dinero.
Es como si nosotros fuéramos por el campo y encontráramos un
cofre lleno de monedas de oro, o una caja fuerte con mucho dinero; entonces,
vamos y vendemos todo lo que tenemos y con la plata que nos dan, nos compramos
el campo y así nos ganamos el tesoro.
¿Qué es lo que tenemos que vender? No se trata de cosas
materiales; no es que tenemos que vender casas, autos, o la mochila que usamos
para el colegio. Lo que tenemos que “vender”, es decir, aquello de lo que nos
tenemos que desprender para poder entrar en el Reino de los cielos, son todas
las cosas malas que tenemos, como por ejemplo, envidia, celos, peleas,
mentiras, porque nadie puede entrar en el cielo con todas estas cosas. ¿Dónde
vendemos estas cosas? En el confesionario. ¿Y con qué pagamos el campo? Con la
gracia que recibimos en la confesión sacramental, y con algo que vale más que
todo el mundo y que todos los cielos eternos, y es la Eucaristía.
Entonces, el campo es la Iglesia, lo que vendemos somos
nuestros pecados, y lo que compramos es la vida eterna en el cielo, con la gracia
que recibimos en la Confesión y con la Eucaristía, que es el Cuerpo de Nuestro
Señor Jesucristo.
¿Y
cómo es el Reino de los cielos? Es algo tan, pero tan hermoso, que ni siquiera
podemos imaginarnos cómo es, porque lo que hace hermoso a los cielos, es Dios
Uno y Trino, que es infinitamente hermoso. Dicen los santos que cuando el alma
ve a Dios, en la otra vida, se queda con la vista fija en Dios, porque es tan
hermoso, que no quieren ni desean ninguna otra cosa.
Vendamos
lo que tenemos en la Confesión, y compremos el Reino de los cielos con la
gracia y la Eucaristía, para que luego de esta vida, gocemos de la visión y la
unión con Dios en el Amor, para siempre.