Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 30 de julio de 2016

El Evangelio para Niños: Jesús quiere que tengamos una fortuna, hecha de obras buenas, en el cielo



(Domingo XVIII – TO – Ciclo C – 2016)

         En esta parábola (cfr. Lc 12, 13-21), Jesús nos cuenta de un hombre que tenía muchas tierras y que ganaba mucha plata con las cosechas. Era tanto lo que cosechaba, que hizo construir almacenes para guardar ahí todo lo que tenía. Era un hombre que tenía mucho, pero mucho dinero, y decía así: “Ahora que tengo tanto dinero, voy a descansar y a disfrutar, a comer y a beber, porque con lo tengo almacenado, me alcanza para vivir toda la vida sin trabajar”. Pero Dios, que lo estaba escuchando, le dijo: “Insensato, esta noche misma vas a morir, y ¿para quién será lo que has amontonado?”. Con esta parábola, Jesús nos hace ver que amontonar dinero y esforzarse para tener cada vez más dinero, no sirve de nada, porque cuando una persona muere, no se lleva nada material a la vida eterna. Aunque tengamos una fortuna de mil millones de dólares, por ejemplo, no nos llevaremos ni siquiera un centavo, además de que ni siquiera alcanzan para comprarnos ni un solo segundo de vida.

         Jesús, que nos ama y quiere que todos vayamos al cielo, nos hace ver, entonces, que acumular tesoros terrenos no nos sirve para el cielo, pero al mismo tiempo, Jesús nos dice que sí tenemos que “atesorar tesoros”, aunque en el cielo, no en la tierra: “Atesorad tesoros en el cielo” (Mt 6, 20). Es decir, Jesús no quiere que tengamos montañas y montañas de billetes; quiere que tengamos un tesoro, pero en el cielo, porque los billetes, el oro, la plata, las propiedades, los autos, por mucho que tengamos, no nos abrirán las puertas del cielo. En cambio, sí nos abrirán las puertas del cielo los tesoros celestiales. Es como si San Pedro estuviera a la entrada del Reino de los cielos, y cuando llegamos, nos dice: “Vamos a ver, ¿tienes alguna fortuna en el cielo?”, y revisa una planilla, y si ve nuestro nombre ahí, dice: “Ah, tú tienes una gran fortuna en el cielo, puedes pasar”. En cambio, si revisa su planilla y no encuentra nuestros nombres, nos dirá: “Lo siento, pero si no tienes fortunas en el cielo, no puedes entrar”. Entonces, ¿qué tenemos que hacer, para “depositar” una fortuna en el cielo? ¿Es que tenemos que abrir una cuenta, como en los bancos de la tierra? No, para tener una fortuna en el cielo, tenemos que amar mucho, pero mucho, a Jesús y a la Virgen; tenemos que hacer muchas, pero muchas obras buenas; tenemos que rezar con el corazón y no solo con los labios; tenemos que vivir en gracia y evitar el pecado; tenemos que cargar la cruz de cada día y seguir a Jesús por el Camino del Calvario; tenemos que amar a todos, incluidos nuestros enemigos, como nos pide Jesús: “Ama a tus enemigos”. En pocas palabras, para atesorar tesoros en el cielo, tenemos que amar a Dios y al prójimo cada día, todos los días. Sólo así lograremos tener una verdadera fortuna celestial y entonces sí, con esa fortuna hecha de obras buenas, sí podremos entrar en el cielo, para estar con Jesús y María para siempre. ¡Para siempre! 

viernes, 29 de julio de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 30 – El Sacramento de la Confesión o Penitencia

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 30 – El Sacramento de la Confesión o Penitencia
Doctrina
¿Qué es el Sacramento de la Confesión o Sacramento de la Penitencia? Es el sacramento que nos perdona los pecados cometidos después del Bautismo.
¿Cuándo recibimos el Sacramento de la Penitencia? Cuando nos confesamos bien, y recibimos la absolución.
¿Cuántas cosas son necesarias para confesarnos bien? Son necesarias cinco cosas: Examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de enmienda, confesión de boca o auricular y satisfacción de obra (cumplir con la penitencia impuesta por el confesor).
¿Qué es examen de conciencia? Es recordar los pecados no confesados. Al empezar el examen oremos así: “Señor, dadme luz y gracia para conocer mis pecados y arrepentirme de ellos”, luego pensar si hemos cumplido o no los Mandamientos de Dios, con nuestro deber de estado, si contestamos mal, si hicimos pereza para hacer lo que debíamos hacer, etc.
¿Qué es contrición de corazón? Es un dolor o pesar del alma por el que aborrecemos los pecados cometidos y proponemos no volver a cometerlos jamás.
¿Qué es propósito de enmienda? Es estar firmemente decidido a nunca jamás ofender a Dios gravemente y a huir de las ocasiones de pecar. Conviene recordar el ejemplo de Santo Domingo Savio, el día de su Primera Comunión: “Prefiero morir, antes que pecar”. Santo Domingo Savio prefería morir, antes que perder la gracia por un pecado mortal (o venial deliberado).
¿Qué es confesión de boca o auricular? Es manifestar, sin engaño ni mentira, todos los pecados mortales al confesor, con intención de cumplir la penitencia. Debemos confesar con nuestra boca, con voz audible y clara, y en el oído del confesor (eso significa auricular). Esto quiere decir que, por un lado, no está permitido hablar de manera que el confesor no entienda lo que decimos y, por otro lado, implica que debemos confesar absolutamente todos los pecados, sobre todo los mortales –estos últimos, con especie y número- y que no debemos callarnos ningún pecado por vergüenza. Si callamos un pecado por vergüenza, ese pecado no queda perdonado y, además, toda la confesión es inválida, debiéndola hacer nuevamente. Es distinto si, cuando nos confesamos, nos olvidamos un pecado: si no confesamos un pecado por olvido, no hay ningún problema, y lo que debemos hacer, es confesarlo en la próxima confesión. Aunque no estamos obligados a confesar los pecados veniales, es bueno y provechoso hacerlo, de manera de recibir la gracia para estar más fortalecidos espiritualmente. Recordemos que los pecados veniales se perdonan con la confesión que se hace al inicio de cada misa, y con la comunión eucarística. El que cae en pecado mortal, debería confesarse lo antes posible, y si no es posible, debe hacer un acto de perfecta contrición con propósito de enmendarse y confesarse cuando y como lo manda la Santa Madre Iglesia.
¿Qué es satisfacción de obra? Es cumplir la penitencia impuesta por el confesor. Por ejemplo, rezar un Padrenuestro, hacer alguna obra de caridad, leer un párrafo del Evangelio, etc.
Explicación

El Padre Pío de Pietralcina, confesando.
El origen del Sacramento de la Confesión o Penitencia, se encuentra en Nuestro Señor Jesucristo, puesto que Él dio a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados y lo hizo con estas palabras: “Recibid el Espíritu Santo: A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos” (Jn 20, 21-23).
Un ejemplo de contrición perfecta del corazón, es decir, de dolor intenso y vivo de los pecados cometidos, es Santa María Magdalena, la cual baña con sus lágrimas de arrepentimiento los pies de Jesús (cfr. Lc 7, 38). Otro ejemplo es el del hijo pródigo quien, echándose en los brazos de su padre, recibe de él su perdón y su amor, luego de confesarle su falta: “Padre, pequé contra el cielo y contra Ti” (Lc 15, 21).
Cuando una persona calla, por vergüenza, sus pecados, hace una mala confesión, comete un sacrilegio, no se le perdona ninguno de los pecados que confesó y además sale del confesionario con un pecado más de los que ya tenía.
Por el contrario, cuando una persona se confiesa bien, el demonio huye de esta persona y su ángel de la guarda adorna su alma con la vestidura de la gracia.
Práctica: Si tuviera la desgracia de cometer alguna vez un pecado mortal, lo mejor sería confesarlo en seguida. No vivas intranquilo y con peligro de morir desdichado.
Palabra de Dios: “Si el malvado se retrae de su maldad y guarda todos mis mandamientos y hace lo que es recto y justo, vivirá y no morirá” (Ez 18, 21-22).
Ejercicios bíblicos: Jn 20, 21-23; 2 Cor 5, 18; Lc 5, 21-22; 1 Jn 1, 9.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

Adoración Eucarística guiada para Niños y Adolescentes


         Hacemos silencio exterior y también interior; estamos en Presencia del Dios de la Eucaristía, Jesús, nuestro Rey y Salvador. Necesitamos el silencio, ante todo el interior, porque Dios habla en el silencio, en lo más profundo de nuestros corazones, y si conversamos, o si nos distraemos con pensamientos vanos, no podremos escuchar la suave y dulce voz de Dios. Les pedimos a la Virgen y a nuestros santos ángeles custodios que nos acompañen y que nos enseñen a amar y adorar a Jesús Eucaristía.
         Breve silencio.
         Oración inicial: rezamos a Jesús Eucaristía una de las oraciones que el Ángel de Portugal les enseñara a los Pastorcitos de Fátima: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
         Meditación.
         Jesús, Tú eres, en la Eucaristía, el Dios Viviente, el Dios que es la Vida en sí misma, y el que cree en Ti y te recibe con amor en la Eucaristía, no morirá jamás.
Jesús, Tú nos das tu Vida eterna en la Comunión Eucarística y queremos recibir esta Vida al comulgar, para vivir siempre unidos a Ti.
         Jesús, venimos ante tu Presencia Eucarística para expresarte nuestro amor y al adorarte, sentimos la necesidad de comulgar, para recibirte en nuestros corazones.
         Jesús, te ofrecemos nuestros corazones para que Tú reposes en ellos: así como naciste en un pobre Portal de Belén, toma del mismo modo nuestros pobres corazones para que allí puedas nacer y para que así los ilumines con la luz de tu gracia.
         ¡Oh Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, no permitas que nos apartemos de tu Amor!
         Breve silencio.
         Petición.
Querido Jesús Eucaristía, Tú eres el Amigo Fiel, el Amigo que nunca falla y por eso, confiados en Ti, queremos pedirte por nuestros seres queridos, por nuestros padres, hermanos, amigos y familiares, para que Tú los bendigas, los protejas de todo mal, y les hagas sentir la dulzura del Amor de tu Sagrado Corazón Eucarístico.
         Breve silencio.
         Ofrecimiento y despedida.
Querido Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, pero es tan hermoso y agradable estar junto a Ti, que le pedimos a Nuestra Madre del cielo, la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, que tome nuestros corazones, los estreche contra su Inmaculado Corazón, y los deposite al pie del sagrario, para que en todo momento estemos ante tu Presencia de Amor en la Eucaristía. Y si nos olvidamos de Ti, haz que María Virgen nos lleve de nuevo a tu Sagrado Corazón Eucarístico.
         Nos comprometemos, ¡oh Buen Jesús!, a dar a nuestros padres, hermanos, amigos y a todo prójimo, aunque sea una pequeña parte del Amor Misericordioso que de Ti hemos recibido en esta adoración.
         Oración Final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

        

         

sábado, 23 de julio de 2016

El Evangelio para Niños: Pidamos el Espíritu Santo



(Domingo XVII – TO – Ciclo C – 2016)

Jesús nos enseña a rezar a Dios de una manera que antes no se conocía, porque nos dice que le tenemos que decir a Dios “Padre”, porque somos hijos adoptivos por el bautismo, y para eso nos enseña esa hermosa oración que es el “Padrenuestro”. Y para que sepamos cómo tenemos que rezar, Jesús nos cuenta una parábola: un hombre va a la casa de su amigo a medianoche para pedirle tres panes, para darle a su vez a otro amigo que ha llegado de viaje. El amigo, que está en la casa con sus hijos, no quiere darle los panes porque dice que ya es tarde, pero Jesús nos cuenta el final de la parábola: al final, el amigo le va a dar los tres panes, al menos si no es por la amistad, sí por la insistencia.
El amigo que va a pedir pan somos nosotros; la casa del amigo que está con sus hijos, es la Iglesia; el amigo que da los tres panes, es Dios Padre; los panes, representan la Eucaristía. Así como el amigo acude y pide con insistencia y recibe los tres panes, así nosotros debemos rezar a Dios Padre con insistencia, pidiendo cosas buenas, y lo más bueno que puede darnos nuestro Padre del cielo no son tres panes sin vida, sino el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, y en la Eucaristía tenemos aquello que quiere darnos Dios, y es su Amor de Dios, el Espíritu Santo.
         En este Evangelio, Jesús nos enseña cómo debemos llamar a Dios: debemos decirle “Padre”, porque verdaderamente es nuestro Padre adoptivo, por la gracia recibida en el bautismo; nos enseña cómo tenemos que rezar: con la confianza y el amor de un hijo; nos enseña a pedirle a Dios con insistencia, con la seguridad de que vamos a ser escuchados y de que, por ser Dios infinitamente bueno, nos dará sólo cosas buenas, ya que es imposible que Dios nos dé cosas malas; y por último, nos enseña qué tenemos que pedirle a Dios: el Espíritu Santo.
         “Pidan y se les dará”, nos dice Jesús. Lo que tenemos que pedirle a Dios Padre no son tres panes, sino un solo Pan, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, porque ahí está contenido lo que Dios Padre quiere darnos, y que vale más que todo el oro del mundo: el Sagrado Corazón de Jesús, que late con el ritmo del Amor de Dios, el Espíritu Santo.


Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 29 – El Perdón de los Pecados - Parte 2

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 29 – El Perdón de los Pecados - Parte 2
Doctrina
¿Qué es contrición de corazón? Es un dolor o pesar del alma por el que aborrecemos los pecados cometidos y proponemos no volver a cometerlos jamás.
¿De cuántas maneras es la contrición de corazón? De dos maneras: una perfecta y otra menos perfecta, que se llama atrición.
¿Qué es contrición perfecta? Contrición perfecta es un dolor o pesar sobrenatural –quiere decir que es una gracia de Dios- de haber ofendido a Dios, por ser quien es, esto es, por ser infinitamente bueno y digno por sí mismo de ser amado sobre todas las cosas, con propósito de confesarse, enmendarse y cumplir la penitencia. Es como cuando un hijo, luego de haber faltado el respeto a su madre o a su padre, se arrepiente profundamente, al darse cuenta de la malicia de su acto –el pecado-, por un lado, y de la bondad de su madre o su padre –el arrepentimiento perfecto-. Es un arrepentimiento perfecto, nacido del amor que tiene a sus padres.
¿Qué es atrición? Atrición es un dolor o pesar sobrenatural de haber ofendido a Dios, pero no tanto porque Dios es infinitamente bueno, sino que el dolor es por la fealdad del pecado, o por temor al infierno, o por haber perdido la Gloria, e implica el propósito de confesarse y cumplir la penitencia. Es como cuando un hijo, luego de haber faltado el respeto a su madre o a su padre, se arrepiente, pero no tan profundamente, y no porque se da cuenta que sus padres lo aman, sino porque le desagrada la falta cometida, o porque tiene temor al castigo, o porque se da cuenta que recibirá un castigo, como por ejemplo, quedarse sin la mesada mensual, o sin poder ir a visitar a sus amigos. Es un arrepentimiento imperfecto, porque nace del propio orgullo, herido por la fealdad de la falta cometida, o porque en su egoísmo, se da cuenta de que se quedará sin algo bueno que le agradaba, como una salida con sus amigos.
De estos dos dolores, el más perfecto, es el dolor de contrición, porque nace del amor filial, es decir, del amor que el alma tiene a Dios, y porque por él, antes de que uno se confiese, se le perdonan todos los pecados mortales y se pone en gracia de Dios. Es por esto que el dolor de contrición es salvífico, mientras que el dolor de atrición no lo es.
Explicación

En la imagen vemos la realidad del Sacramento de la Confesión: cuando nos confesamos ante el sacerdote ministerial, es Jesús quien perdona los pecados, a través del sacerdote. Es decir, el sacerdote perdona, pero en nombre de Jesucristo, y lo que quita el pecado del alma, es la Sangre de Jesús. El alma, luego de la absolución, queda pura e inmaculada, porque ya no tiene en ella la mancha oscura del pecado, sino que brilla con el esplendor de la gracia santificante de Jesús.
Para poder seguir perdonando a todos los hombres, Jesucristo dio a su Iglesia, es decir, a sus apóstoles y a todos sus sucesores: Papa, obispos, sacerdotes, la facultad divina de perdonar los pecados, por muchos y graves que puedan ser.
La penitencia como “virtud” consiste en el arrepentimiento y detestación de nuestros pecados, y como “sacramento” es un rito instituido pro Jesucristo para perdonarlos.
El pecado mortal se perdona, única y exclusivamente, por el Sacramento de la Penitencia o Confesión Sacramental, en tanto que los pecados veniales se perdonan por los sacramentales, como por ejemplo: agua bendita, el rezo del Santo Rosario y otras oraciones, la Sagrada Comunión (que tiene la virtud de sacramento) y la mortificación voluntaria. Sin embargo, aunque el pecado venial se perdona de esta manera, es conveniente, igualmente, confesarlos, para así ser fortalecidos por la gracia.
El pecado mortal se perdona también con la contrición perfecta y con el propósito de confesarse.
Práctica: Si nos arrepentimos de nuestras faltas, debemos esperar, llenos de confianza, el perdón. Dios es infinitamente misericordioso y perdona absolutamente todos nuestros pecados; el único pecado que no perdona, es el que no se confiesa, por eso es necesario confesarlos a todos, sin callar ninguno. Una buena práctica es confesarnos con el sacerdote cada diez días, aproximadamente.
Palabra de Dios: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18, 23); “Volveos a mí, dice el Señor, y Yo me volveré a vosotros” (Zac 1, 3); “En el cielo habrá más alegría por un pecador que haga penitencia, que por noventa y nueve justos que no la necesitan” (Lc 15, 7).
Ejercicios bíblicos: Jn 20, 22-23; Cor 5, 18; Lc 5, 20; Mc 1, 15.




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

sábado, 16 de julio de 2016

Evangelio para Niños: Marta y María sirven a Jesús


(Domingo XVI – TO – Ciclo C - 2016)

         El Evangelio narra un día que Jesús fue a visitar a sus amigos, los hermanos Lázaro, Marta y María (Lc 10, 38-42). Cuando Jesús entró en la casa, se sentó, como de costumbre, en el lugar que le preparaban sus amigos, y comenzó a hablar del Reino de los cielos. Mientras Jesús hablaba, una de las hermanas, María, lo escuchaba, arrodillada a sus pies, mientras la otra hermana, Marta, estaba ocupada preparando el almuerzo y disponiendo todo para Jesús y los invitados, y como eran varios, Marta tenía mucho trabajo. Entonces Marta se quejó a Jesús por su hermana María, diciéndole que ella debería ayudarla, porque tenía mucho trabajo, en vez de estar escuchándolo a Él. Pero Jesús, en vez de darle la razón a Marta, le dijo que María “había elegido la mejor parte”, que era escuchar la Palabra de Dios y contemplar el Santo Rostro de Dios, el rostro de Jesús.
         ¿Qué nos enseña Jesús con esta respuesta suya?
         Lo sabremos si tenemos en cuenta que Marta y María representan a dos momentos de una misma persona: Marta, cuando está ocupada con las tareas de todos los días, y al mismo tiempo piensa en Jesús, porque Marta trabaja para Jesús; María, cuando esa misma persona está leyendo la Biblia, rezando el Rosario, o  haciendo Adoración Eucarística.

         De las dos cosas, Jesús dice que es “mejor la parte de María”, pero no dice que lo de Marta no sea bueno, porque Marta trabaja, y lo hace para Jesús. Es decir, Jesús nos enseña que tenemos que hacer lo que hacen las dos hermanas: trabajar para Jesús en las ocupaciones de todos los días, como hace Marta, y leer la Palabra de Dios, rezar el Rosario y hacer adoración eucarística, como hace María, que arrodillada a los pies de Jesús, escucha la Palabra de Dios y contempla, extasiada, su Santa Faz.

sábado, 9 de julio de 2016

El 9 de Julio explicado a niños


         En el día en el que nuestra Patria cumple 200 años, y siendo la Patria un regalo de Dios, es muy importante recordar sus orígenes y saber cómo nació, para que así seamos capaces de amarla cada vez, del mismo modo a como un niño ama cada vez más a su madre, al recordar el amor con el que su madre lo trajo al mundo.
         Lo que tenemos que saber es la Independencia del 9 de Julio de 1816 no se hizo de un día para otro: es más, comenzó a gestarse el 25 de Mayo de 1810; es decir, el 9 de Julio es la finalización de la Independencia declarada por la Primera Junta.
         Nuestra Patria proclamó su Independencia, pero no a través de una “revolución”, porque cuando se dice “revolución”, se quiere significar que hubo toda clase de cosas malas, como traiciones y mentiras. Nada de eso hubo en los patriotas de Mayo de 1810 y de Julio de 1816, porque la independencia no fue un acto de rebelión, como cuando un hijo malo se enoja injustamente con sus padres. La Independencia fue, por un lado, una proclamación de fidelidad al Rey de España, Fernando VII, que estaba preso por los franceses; por otro, fue un acto de madurez, porque decidimos los argentinos que, conforme a la ley vigente en ese entonces, debíamos asumir nuestro auto-control, nuestro auto-dominio y nuestra independencia, al no estar nuestra Madre Patria, España, en condiciones de gobernarnos y defendernos de las potencias extranjeras, como Francia e Inglaterra. Es como cuando un hijo bueno, respetando y amando a sus padres, decide irse a vivir solo para formar su familia, porque sus padres ya no pueden sostenerlo: ama a sus padres, pero desde ahora, forma una nueva familia con su esposa e hijos, y así es como podemos comparar nuestra independencia, porque los patriotas de Mayo y de Julio, se independizaron sólo políticamente de España, pero no renegaron, en ningún momento, de los dos legados más preciosos que nos dejó nuestra Madre Patria España: la religión católica y su cultura e idioma. Si los patriotas no se hubiesen independizado, las potencias extranjeras –Francia e Inglaterra- habrían invadido nuestra Patria, partiéndola en pedacitos cada vez más chicos, y nos habrían hecho desaparecer.
         Que nos hayamos independizado, no quiere decir que hayamos renegado de nuestra Madre Patria España; por el contrario, fue un acto de fidelidad al Rey de España, al tiempo que un acto de madurez, por el que ya asumíamos nuestro propio destino como Nación independiente. Y dice un patriota de 1810, Fray Francisco de Paula Castañeda, que la independencia “no fue obra nuestra, sino de Dios”, por lo que también debemos estar agradecidos eternamente, porque entonces fue Dios mismo quien nos hizo nacer como Nación. Por otra parte, los Congresistas de Tucumán firmaron la Declaración de la Independencia al pie de la Santa Cruz de Jesús, un crucifijo de los franciscanos llamado “Cristo de los Congresales”, con lo cual podemos decir que la Declaración de la Independencia fue firmada por los Congresales, pero fue sellada por el sello del Rey del cielo, la Sangre de Nuestro Señor Jesús.
          Y del mismo modo a como un niño, al nacer, es arropado por su mamá, para protegerlo de las inclemencias del tiempo, así también nuestra Patria, al nacer bajo la Santa Cruz de Jesús, estuvo arropada y envuelta en el Manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, porque su Bandera Nacional fue creada por el General Manuel Belgrano con los colores del manto de la Virgen de Luján, de quien era ferviente devoto, para así rendir su homenaje a la Madre de Dios.
         Entonces, nuestra Patria nació así: bajo la Santa Cruz de Jesús y arropada en el Manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción de Luján. Si queremos ser fieles hijos de nuestra Patria amada, debemos siempre recordar sus orígenes sagrados y agradecer a quienes nos dieron la Patria: Jesús crucificado y la Virgen de Luján, y el mejor modo de agradecer postrados ante los altares, besando los pies de Jesús en la cruz y besando el Manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción, de donde fueron tomados los colores de nuestra Enseña Nacional.



miércoles, 6 de julio de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 28 – El Pecado

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 28 – El Pecado 
Doctrina
¿Qué es pecado? Pecado es toda desobediencia voluntaria a la Ley de Dios.
¿De qué manera se comete el pecado? El pecado se comete por pensamiento, deseo, palabra y omisión. Hay que tener en cuenta que “tentación” no es lo mismo que “pecado”: si alguien tiene una tentación, pero la rechaza y lucha contra la misma y no la consiente, NO ES pecado. El pecado es tal cuando se consiente –se afirma y se desea el pecado-, sin oponer lucha ni resistencia contra la tentación. El principio es: si hay lucha, no hay pecado.
¿Cómo puede ser el pecado? El pecado puede ser mortal y venial.
¿Qué es pecado mortal? Pecado mortal es una desobediencia voluntaria a la Ley de Dios en materia grave, con plena advertencia y perfecto conocimiento.
Ejemplos de pecados mortales son: Matar, robar, blasfemar, cometer actos impuros, no ir a Misa los Domingos y días festivos (la ausencia a Misa los Domingos se justifica cuando hay motivos serios y graves para faltar, o por edad, es decir, no es pecado pasados los 65 años), etc.
Ejemplos de pecados veniales: mentira leve, murmuración, etc.
¿Por qué se llama pecado mortal? Se llama mortal porque priva al alma de la vida de la gracia y la hace merecedora de las penas del infierno. El pecado mortal “mata” al alma, en el sentido de que ya no está en ella la vida de la gracia, que la hace participar de la vida de Dios. Una persona en pecado mortal habla, camina, conversa, etc., pero su alma no tiene la vida de la gracia y por eso se dice que está “muerta” por el pecado mortal.
¿Qué debemos hacer cuando hemos tenido la desgracia de caer en pecado mortal? Debemos pedir perdón a Dios con un acto de contrición perfecta –quiere decir que nos duele el haber ofendido a Dios, infinitamente bueno, con la malicia del pecado- y hacer cuanto antes una buena confesión.
Explicación

La única creatura humana que fue concebida en gracia, sin la mancha del pecado original, es la Santísima Virgen María, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios.
Nuestros primeros padres, Adán y Eva, cometieron el pecado original, el cual se transmitió a toda la raza humana. Es por eso que todo ser humano que nace en este mundo, nace con el pecado original. Adán y Eva cometieron el pecado original por preferir escuchar la voz de la Serpiente y hacerle caso, antes que escuchar la voz de Dios y obedecerle a Él, infinitamente bueno, por amor. El pecado de Adán y Eva, por el cual perdieron el Paraíso para ellos y para toda la humanidad, se llama “original” porque fue el primer pecado cometido por los hombres. Este pecado original fue la causa de todos los males que vinieron a los hombres –dolor, enfermedad, muerte-, porque Adán y Eva perdieron, a causa del pecado original, los dones preternaturales –inmortalidad, impasibilidad, integridad.
Por el don de la inmortalidad el hombre no sufriría la muerte -que es la separación del alma y el cuerpo- y viviría algún tiempo en el Paraíso Terrestre, siendo trasladado luego al cielo (visión beatífica), sin pasar por el terrible y doloroso transe de la muerte[2].
Por el don de la impasibilidad, el hombre estaba exento de todo dolor o sufrimiento del alma y del cuerpo. Esto quiere decir que ninguna perturbación espiritual o corporal podía alterar la perfecta felicidad natural de nuestros primeros padres en el Paraíso para que su unión con Dios pudiese desarrollarse en paz y tranquilidad[3].
Por el don de la integridad, el hombre era inmune a la concupiscencia desordenada. Esto quiere decir que el primer hombre sabía que Dios era su Creador y lo amaba y que sus sentidos no tenían ningún movimiento desordenado (por ejemplo, no tenía el desorden de los sentidos que consiste en comer por el solo hecho de comer, sin necesidad). Se alimentaba para conservar su propia vida y se unía a su mujer para propagar la especie, según el mandamiento del Señor: “Procread y multiplicaos” (Gn 1, 28). Por este don, el hombre podía vivir la vida sobrenatural de la gracia, sin inconvenientes[4].
La Sagrada Escritura dice: “Pecado es quebrantar la Ley de Dios” (1 Jn 3, 4), y el que lo hace, se vuelve sumamente infeliz. Lo que hay que tener en cuenta es que, cuando Dios nos da sus Mandamientos, es para que, al cumplirlos, seamos felices. El pecado, que es quebrantar la Ley de Dios, hace sumamente infeliz al hombre, porque lo aparta de la amistad con Dios, fuente de toda felicidad y alegría. Por ejemplo: si Dios dice en su Ley: “No robarás”, es porque al no apropiarme de nada de lo que no me pertenece, mi conciencia está tranquila y nada me reprocha. Por el contrario, si alguien quebranta ese Mandamiento y roba, es infeliz, porque su conciencia se lo reprochará a cada momento. Esto nos hace ver que los Mandamientos de la Ley de Dios están para hacernos felices; es decir, cuanto más cumplamos sus Mandamientos, más felices seremos, y por el contrario, cuanto menos cumplamos sus Mandamientos, más desdichados seremos.
Consecuencias del pecado: enfermedad, muerte, pobreza, homicidio, ira, discordia, guerras, peleas, avaricia, envidia, etc.
El pecado hace esclavos del Demonio, sobre todo, el pecado mortal.
Las consecuencias de un pecado mortal son, además de los males de la tierra, la pérdida de la gracia y del cielo y merecer el infierno. Por eso es que los santos dicen que la mayor desgracia que puede sucederle a una persona en la tierra no es ni un terremoto, ni un tsunami, ni un incendio, ni la pérdida de todos sus bienes, ni siquiera la pérdida de sus seres queridos, sino que la mayor desgracia para un hombre en esta tierra, es el pecado mortal. Como también, la mayor dicha, no son los bienes materiales, ni el dinero, ni la fama, ni el éxito terreno, sino el estado de gracia santificante del alma.
El pecado venial no mata al alma, como el mortal, pero sí debilita la vida de la gracia santificante (aunque no la quita), al tiempo que dispone al alma para cometer pecados mortales. Un ejemplo gráfico nos puede ayudar: si a un brasero le tiramos un balde de agua de una sola vez, se apaga totalmente: el brasero es el Amor de Dios en el alma y el agua que lo apaga, es el pecado: el alma se queda sin el Amor de Dios, muerta a su gracia; si al brasero en cambio le vamos tirando pequeñas cantidades de agua, no se apaga totalmente, pero la intensidad del fuego disminuye: es el pecado venial, deliberadamente consentido, que va enfriando, de a poco, al alma en el Amor de Dios.
Práctica: Recordaré siempre lo que pidió Santo Domingo Savio, a los nueve años, el día que hizo su Primera Comunión: “Antes morir, que cometer un pecado mortal”. También haré la misma petición para el pecado venial deliberado. Meditaré en lo que digo en la fórmula de la Confesión Sacramental, para decirlo con el corazón y no solo con los labios: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”. Es decir, preferiré morir, antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, porque es preferible la muerte corporal, antes que perder la vida eterna por un pecado mortal.
Palabra de Dios: “El pecado es la transgresión de la ley de Dios. El que comete pecado traspasa la ley” (1 Jn 3, 4); “Convertíos a Mí y seréis salvos” (Is 45, 22); “Si el impío se aparta de su iniquidad y guarda todos mis mandamientos, todos los pecados que cometió no le serán recordados” (Ez 18, 21-22); “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26, 41) (Recordemos que la tentación o incitación al mal, no es pecado, sino su consentimiento).
Ejercicios bíblicos: 1 Jn 3, 4; 1 Jn 1, 8; Rm 8, 1; Ped 2, 4. El pecado da muerte al alma y la esclaviza: Ap 3, 1; Jn 8, 34.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.
[2] Cfr. es.gaudiumpress.org, en el enlace http://es.gaudiumpress.org/content/35677-Elpecado-original-y-los-dones-preternaturales#ixzz4DdUWKTtb
[3] Cfr. ibidem-
[4] Cfr. ibidem.

sábado, 2 de julio de 2016

El Evangelio para Niños: "El Reino de Dios está cerca"



(Domingo XIV – TO – Ciclo C – 2016)

         Jesús envía a sus amigos a que le digan a la gente que “el Reino de Dios está cerca” (Lc 10, 1-12. 17-20). ¿Qué quiere decir esto? ¿Quiere decir que, para ir al Reino de Dios, podemos tomarnos un tren, un avión, un auto, para llegar? ¿O tal vez podemos ir caminando? Porque cuando alguien, en la tierra, dice que un lugar “está cerca”, eso quiere decir que se puede llegar, ya sea caminando, o en algún vehículo.
         Pero no sucede así con el Reino de Dios, porque el Reino de Dios, por un lado, es invisible, y por otro lado, como es de Dios y Dios está en el cielo, el Reino de Dios no está aquí en la tierra, sino en el cielo. Entonces, si el Reino de Dios está en el cielo, ¿por qué Jesús dice que “está cerca”?
         Lo que tenemos que saber es que el Reino de Dios, aquí en la tierra, consiste en la gracia que nos dan los sacramentos, sobre todo, la Confesión y la Comunión. Esto quiere decir que, cuando nos confesamos y cuando comulgamos en gracia, tenemos al Reino de Dios en nuestros corazones. Y puesto que podemos confesar y comulgar siempre que haya una iglesia y un sacerdote cerca, es por eso que dice Jesús que “el Reino de Dios está cerca”.

         Y todavía hay algo más que debemos saber: dijimos que cuando nos confesamos y comulgamos, tenemos al Reino de Dios en nuestros corazones, y esto quiere decir que, si el Reino de Dios está en nuestros corazones, entonces también está el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús. Al confesarnos y comulgar, tenemos que decir esta oración –en silencio, para que sólo la escuche Dios-: “Que venga a nosotros tu Reino, Dios mío, y que venga a nuestros corazones el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía. Amén”.