Jesús amaba mucho a los niños, y los amaba tanto, que quería que los niños estuvieran con Él, y por eso decía que los mayores, aún cuando fueran ya grandes, si querían entrar en el Reino de los cielos, también tenían que ser “como niños”: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos” (Mt 19, 14).
Por eso los adultos tenemos que aprender de los niños, pero de los niños más pequeños, en su abandono confiado en los brazos de sus padres. Un niño de dos años ama a sus padres, y lo único que quiere es estar con ellos.
También tenemos que aprender de niños como Pía, que tomó la comunión a la edad de dos años y medio, su gran amor a la Eucaristía.
Este hecho, real, sucedió en el año 1994, por lo que Pía en la actualidad debe tener unos veinte años aproximadamente.
Una catequista que conoció a Pía cuenta cómo fue el proceso que la llevó a tomar la comunión a esa edad, y cómo fue el día de su Primera Comunión. Dice así: “Pía asistía regularmente los cursos de Oración desde la edad de un año y medio y, a parte de su tierna edad, no había nada de especial en ella. Todavía no hablaba, pero era tranquila y estaba atenta y, sin que nos diéramos cuenta, en el silencio de su corazón crecía en sabiduría y gracia. Una tarde, enseñando una imagen de las manos de un sacerdote en el momento en que elevaba la hostia, le pregunté a los niños que se preparaban para la Primera Comunión qué era aquel disco blanco. Pía había cumplido apenas los dos años, estaba sentada, como siempre tranquila, con los ojos atentos, sus piececitos se asomaban apenas de la silla: “carne”, respondió claramente a pesar de tener todavía el chupón entre los labios. Fue la primera palabra que le había escuchado pronunciar”.
Es decir, cuando le muestran la figura de una Hostia, Pía dice: “Carne”. ¿Por qué? ¡Porque en la Eucaristía late el Sagrado Corazón de Jesús, que es de carne! Pía podía ver más allá de lo que veían sus ojos del cuerpo; podía ver con los ojos del espíritu, y por eso dijo: “carne”, porque sabía que, aunque parezca pan, la Eucaristía es el Cuerpo de Jesús. Pero sobre todo, es la luz de la gracia la que ilumina el alma, para que el alma pueda ver los misterios de la fe, pero la gracia actúa mucho más profundamente en un alma inocente, como el alma de un niño.
Continúa la catequista: “Mientras tanto, en la intimidad del calor familiar, la inteligencia de la pequeña Pía, se iba despertando increíblemente rápido en todo lo relacionado con la oración y la fe, era más rápida que sus hermanitos más grandes. Mostraba interés por las cosas espirituales y entendía los lazos de manera sorprendente, dejando transparentar siempre una gran tranquilidad interior y un abandono confiable. Mostraba amar tiernamente al Niño Jesús y al Corazón Inmaculado de Maria y cuando le preguntaban por que lloraba la Virgen, contestaba triste: “¡Por que los hombres no rezan!”.
¡Y aquí también tenía razón Pía! La Virgen, en Fátima, no estaba alegre, sino con cara triste, como lo dijo una vez Sor Lucía, y estaba triste porque muchos pecadores iban al infierno, porque no había nadie que rezara por ellos. Hoy en día, muchos niños, jóvenes, y adultos, prefieren hacer otras cosas antes que rezar, antes que hacer sacrificios, antes que ir a Misa.
Hoy muchos prefieren el fútbol, los paseos, las diversiones, la política, antes que dedicar un rato a Dios. Parece que no saben quién es Jesús, y que Él dio sus vidas en la cruz para que no fueran al infierno. No les importa de Jesús, y por eso muchos se condenan, y por eso la Virgen está triste en Fátima, y llora en sus imágenes.
Se acercaba la fiesta de Navidad de 1994, y en una peregrinación de niños que iban a hacer la Primera Comunión. Pía se comportó de una manera muy seria, casi como un adulto. Llevaba abrazado una estatuita del Niño Jesús, y a pesar de lo largo del viaje, en ningún momento protestó ni puso mala cara. En ese viaje iban a visitar la tumba del santo Cura de Ars, y de Anna de Guigné, una niña francesa que murió a los once años de edad, y que el día de su primera comunión le había escrito lo siguiente: “Mi pequeño Jesús, te amo y para agradarte prometo obedecer todos los días”[1].
Que un niño reciba la Primera Comunión, es algo que deseaba mucho el Papa San Pío X[2]. Una vez, una señora llevó a su hijo de cuatro años para que se lo bendijera. El Papa le preguntó: ¿Cuántos años tiene su hijo?”. “Cuatro años, Santidad, y a los 7 podrá recibir la Comunión”. El Santo Padre miró al niño y le preguntó: “Hijo, ¿a quién recibes en la Primera Comunión?”. “A Jesucristo”, le contestó el niño. Entonces el Papa dijo: “¡Tráiganlo mañana al niño! Yo mismo le voy a dar la Primera Comunión”.
Para este Papa, bastaba que el niño tuviese uso de razón, supiera las verdades fundamentales de la fe –Dios Creador, el pecado original, Dios Uno y Trino, Dios Hijo encarnado, muerto y resucitado, la Virgen Madre de Dios-, y que pudiera distinguir entre el Pan Eucarístico y el pan común y material, para que pudiera acercarse a la Sagrada Eucaristía.
Durante la preparación para recibir la Comunión, Pía demostraba mucha inteligencia, demostrando que entendía con un sentido sobrenatural. Por ejemplo, cuando le enseñaron la doctrina del pecado original, se quedó muy impresionada, y decía que ella no habría nunca desobedecido como Adán y Eva, por que no habría nunca hecho lo “que el Papá en el Cielo no quiere”. No desobedecía nunca, y todo aquello que su mamá le decía, aunque fuera sólo una vez, se le grababa en su memoria y en su corazón.
En sus tratos cotidianos con sus hermanos y compañeritos de juego, evitaba siempre cualquier ocasión de hacer el mal: una vez dijo que sus hermanas miraban la televisión, pero que ella no, porque eso le habría hecho daño.
Cuando otros niños hacían algo mal, ella decía: “¡Esto no le gusta al Papá celestial!”, pero no quiere decir que regañaba a los demás; por el contrario, estaba llena de amor por todos, e incluso se adjudicaba las culpas de sus hermanas, con tal de que no las castigaran a ellas.
El día 3 de febrero de 1995, primer viernes del mes, día del Sagrado Corazón, se fijó la fecha para la Primera Comunión. Para llegar a la Parroquia, tuvieron que viajar una distancia de 300 kilómetros.
La noche anterior, el tío de Pía sufrió un accidente muy grave y fue llevado en estado de coma a terapia intensiva, y como tenía muchas hemorragias internas y necesitaba respiración artificial, le daban esperanzas de sobrevida. Pía prometió ofrecer su Primera Comunión por él.
Durante el viaje, permaneció por más de tres horas sentada en el coche, serena y tranquila, y dijo que el cielo estaba vacío de ángeles pues todos estaban ahí con ella: ¡la acompañaban porque iba a recibir al Rey de los ángeles en su corazón!
Se confesó, dijo la oración de la penitencia y esperó de rodillas, con las manos juntas, el inicio de la Misa. Al llegar el momento de la Comunión, se arrodilló, cerró sus ojos y juntó sus manitas, y recibió la Comunión arrodillada y con mucha unción. La comunión fue a las 11.30 y en su diálogo con Jesús Eucaristía, le recomendó, como había prometido, por al salud de su tío, que estaba en coma.
Aún a esa pequeña edad, Pía comulgó piadosamente, debido a que sabía que la Eucaristía no era un poco de pan, sino Jesús en Persona, que venía con su Sagrado Corazón latiendo de Amor por ella.
Por eso, al comulgar, no solo no estaba distraída, ni aburrida, ni pensando en quién sabe qué cosa: antes de comulgar, adoraba a Jesús en la Eucaristía, tal como les había enseñado el Ángel a los pastorcitos en Fátima, cuando se les apareció con el cáliz y la Hostia, de la cual salían gotas de sangre. El Ángel les había enseñado a los pastorcitos a arrodillarse antes de comulgar, y a hacer una oración de adoración que expresara el amor y la adoración del corazón a Jesús Presente en la Eucaristía.
Después de la Comunión, y como si la estuviera viendo a la Virgen, se acercó a la estatua de la Virgen de Fátima, para acariciarla “por que ella está muy triste”, y luego hizo que la levantaran hacia arriba y quiso darle un beso para agradecerle y para consolar a su Inmaculado Corazón.
Se detuvo también delante de una imagen de Santa Filomena, patrona de los niños, y se quedó un rato mirándola, con miradas con las que parecía estar hablando con la santa. Hizo lo mismo con una imagen del Padre Pío, a quien Pía quería mucho.
Cuando llegaron a su casa, luego de haber recorrido los 300 kms desde la Parroquia, la mamá de Pía, preocupada por su hermano en estado de coma en terapia intensiva, le preguntó: “¿Cómo estará el tío?”, y Pía respondió con mucha seguridad: “¡El tío está bien, mamá!”. Su mamá se sorprendió por la respuesta tan segura, y le volvió a preguntar: “¿Estás segura?” “¡Sí!”, respondió nuevamente Pía, con igual firmeza. Llamaron inmediatamente al hospital y con gran sorpresa se enteraron de que su tío había despertado del estado de coma y se había levantado a las 11.30, precisamente en el mismo momento en el que Pía ofrecía su Primera Comunión por él.
“Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos”. Jesús quiere que aprendamos de los niños pequeños como Pía a confiar en Él y en su Madre, la Virgen, y a comulgar con amor y devoción, con mucha piedad, como lo hizo Pía en su Primera Comunión, pero no solamente el día de la Primera Comunión, sino en cada comunión que recibamos.
Antes de comulgar, recordemos el amor de Pía a Jesús en la Eucaristía, recordemos lo que ella dijo a la catequista cuando le mostró la imagen de una hostia-“carne”-, y así recibamos al Corazón de Jesús que con su herida abierta viene en la Eucaristía latiendo de amor por nosotros, y hagamos un acto de adoración y de amor antes de recibirlo, diciendo en silencio: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman”.