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viernes, 29 de julio de 2011

La comunión de Pía




Jesús amaba mucho a los niños, y los amaba tanto, que quería que los niños estuvieran con Él, y por eso decía que los mayores, aún cuando fueran ya grandes, si querían entrar en el Reino de los cielos, también tenían que ser “como niños”: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos” (Mt 19, 14).

Por eso los adultos tenemos que aprender de los niños, pero de los niños más pequeños, en su abandono confiado en los brazos de sus padres. Un niño de dos años ama a sus padres, y lo único que quiere es estar con ellos.

También tenemos que aprender de niños como Pía, que tomó la comunión a la edad de dos años y medio, su gran amor a la Eucaristía.

Este hecho, real, sucedió en el año 1994, por lo que Pía en la actualidad debe tener unos veinte años aproximadamente.

Una catequista que conoció a Pía cuenta cómo fue el proceso que la llevó a tomar la comunión a esa edad, y cómo fue el día de su Primera Comunión. Dice así: “Pía asistía regularmente los cursos de Oración desde la edad de un año y medio y, a parte de su tierna edad, no había nada de especial en ella. Todavía no hablaba, pero era tranquila y estaba atenta y, sin que nos diéramos cuenta, en el silencio de su corazón crecía en sabiduría y gracia. Una tarde, enseñando una imagen de las manos de un sacerdote en el momento en que elevaba la hostia, le pregunté a los niños que se preparaban para la Primera Comunión qué era aquel disco blanco. Pía había cumplido apenas los dos años, estaba sentada, como siempre tranquila, con los ojos atentos, sus piececitos se asomaban apenas de la silla: “carne”, respondió claramente a pesar de tener todavía el chupón entre los labios. Fue la primera palabra que le había escuchado pronunciar”.

Es decir, cuando le muestran la figura de una Hostia, Pía dice: “Carne”. ¿Por qué? ¡Porque en la Eucaristía late el Sagrado Corazón de Jesús, que es de carne! Pía podía ver más allá de lo que veían sus ojos del cuerpo; podía ver con los ojos del espíritu, y por eso dijo: “carne”, porque sabía que, aunque parezca pan, la Eucaristía es el Cuerpo de Jesús. Pero sobre todo, es la luz de la gracia la que ilumina el alma, para que el alma pueda ver los misterios de la fe, pero la gracia actúa mucho más profundamente en un alma inocente, como el alma de un niño.

Continúa la catequista: “Mientras tanto, en la intimidad del calor familiar, la inteligencia de la pequeña Pía, se iba despertando increíblemente rápido en todo lo relacionado con la oración y la fe, era más rápida que sus hermanitos más grandes. Mostraba interés por las cosas espirituales y entendía los lazos de manera sorprendente, dejando transparentar siempre una gran tranquilidad interior y un abandono confiable. Mostraba amar tiernamente al Niño Jesús y al Corazón Inmaculado de Maria y cuando le preguntaban por que lloraba la Virgen, contestaba triste: “¡Por que los hombres no rezan!”.

¡Y aquí también tenía razón Pía! La Virgen, en Fátima, no estaba alegre, sino con cara triste, como lo dijo una vez Sor Lucía, y estaba triste porque muchos pecadores iban al infierno, porque no había nadie que rezara por ellos. Hoy en día, muchos niños, jóvenes, y adultos, prefieren hacer otras cosas antes que rezar, antes que hacer sacrificios, antes que ir a Misa.

Hoy muchos prefieren el fútbol, los paseos, las diversiones, la política, antes que dedicar un rato a Dios. Parece que no saben quién es Jesús, y que Él dio sus vidas en la cruz para que no fueran al infierno. No les importa de Jesús, y por eso muchos se condenan, y por eso la Virgen está triste en Fátima, y llora en sus imágenes.

Se acercaba la fiesta de Navidad de 1994, y en una peregrinación de niños que iban a hacer la Primera Comunión. Pía se comportó de una manera muy seria, casi como un adulto. Llevaba abrazado una estatuita del Niño Jesús, y a pesar de lo largo del viaje, en ningún momento protestó ni puso mala cara. En ese viaje iban a visitar la tumba del santo Cura de Ars, y de Anna de Guigné, una niña francesa que murió a los once años de edad, y que el día de su primera comunión le había escrito lo siguiente: “Mi pequeño Jesús, te amo y para agradarte prometo obedecer todos los días”[1].

Que un niño reciba la Primera Comunión, es algo que deseaba mucho el Papa San Pío X[2]. Una vez, una señora llevó a su hijo de cuatro años para que se lo bendijera. El Papa le preguntó: ¿Cuántos años tiene su hijo?”. “Cuatro años, Santidad, y a los 7 podrá recibir la Comunión”. El Santo Padre miró al niño y le preguntó: “Hijo, ¿a quién recibes en la Primera Comunión?”. “A Jesucristo”, le contestó el niño. Entonces el Papa dijo: “¡Tráiganlo mañana al niño! Yo mismo le voy a dar la Primera Comunión”.

Para este Papa, bastaba que el niño tuviese uso de razón, supiera las verdades fundamentales de la fe –Dios Creador, el pecado original, Dios Uno y Trino, Dios Hijo encarnado, muerto y resucitado, la Virgen Madre de Dios-, y que pudiera distinguir entre el Pan Eucarístico y el pan común y material, para que pudiera acercarse a la Sagrada Eucaristía.

Durante la preparación para recibir la Comunión, Pía demostraba mucha inteligencia, demostrando que entendía con un sentido sobrenatural. Por ejemplo, cuando le enseñaron la doctrina del pecado original, se quedó muy impresionada, y decía que ella no habría nunca desobedecido como Adán y Eva, por que no habría nunca hecho lo “que el Papá en el Cielo no quiere”. No desobedecía nunca, y todo aquello que su mamá le decía, aunque fuera sólo una vez, se le grababa en su memoria y en su corazón.

En sus tratos cotidianos con sus hermanos y compañeritos de juego, evitaba siempre cualquier ocasión de hacer el mal: una vez dijo que sus hermanas miraban la televisión, pero que ella no, porque eso le habría hecho daño.

Cuando otros niños hacían algo mal, ella decía: “¡Esto no le gusta al Papá celestial!”, pero no quiere decir que regañaba a los demás; por el contrario, estaba llena de amor por todos, e incluso se adjudicaba las culpas de sus hermanas, con tal de que no las castigaran a ellas.

El día 3 de febrero de 1995, primer viernes del mes, día del Sagrado Corazón, se fijó la fecha para la Primera Comunión. Para llegar a la Parroquia, tuvieron que viajar una distancia de 300 kilómetros.

La noche anterior, el tío de Pía sufrió un accidente muy grave y fue llevado en estado de coma a terapia intensiva, y como tenía muchas hemorragias internas y necesitaba respiración artificial, le daban esperanzas de sobrevida. Pía prometió ofrecer su Primera Comunión por él.

Durante el viaje, permaneció por más de tres horas sentada en el coche, serena y tranquila, y dijo que el cielo estaba vacío de ángeles pues todos estaban ahí con ella: ¡la acompañaban porque iba a recibir al Rey de los ángeles en su corazón!

Se confesó, dijo la oración de la penitencia y esperó de rodillas, con las manos juntas, el inicio de la Misa. Al llegar el momento de la Comunión, se arrodilló, cerró sus ojos y juntó sus manitas, y recibió la Comunión arrodillada y con mucha unción. La comunión fue a las 11.30 y en su diálogo con Jesús Eucaristía, le recomendó, como había prometido, por al salud de su tío, que estaba en coma.

Aún a esa pequeña edad, Pía comulgó piadosamente, debido a que sabía que la Eucaristía no era un poco de pan, sino Jesús en Persona, que venía con su Sagrado Corazón latiendo de Amor por ella.

Por eso, al comulgar, no solo no estaba distraída, ni aburrida, ni pensando en quién sabe qué cosa: antes de comulgar, adoraba a Jesús en la Eucaristía, tal como les había enseñado el Ángel a los pastorcitos en Fátima, cuando se les apareció con el cáliz y la Hostia, de la cual salían gotas de sangre. El Ángel les había enseñado a los pastorcitos a arrodillarse antes de comulgar, y a hacer una oración de adoración que expresara el amor y la adoración del corazón a Jesús Presente en la Eucaristía.

Después de la Comunión, y como si la estuviera viendo a la Virgen, se acercó a la estatua de la Virgen de Fátima, para acariciarla “por que ella está muy triste”, y luego hizo que la levantaran hacia arriba y quiso darle un beso para agradecerle y para consolar a su Inmaculado Corazón.

Se detuvo también delante de una imagen de Santa Filomena, patrona de los niños, y se quedó un rato mirándola, con miradas con las que parecía estar hablando con la santa. Hizo lo mismo con una imagen del Padre Pío, a quien Pía quería mucho.

Cuando llegaron a su casa, luego de haber recorrido los 300 kms desde la Parroquia, la mamá de Pía, preocupada por su hermano en estado de coma en terapia intensiva, le preguntó: “¿Cómo estará el tío?”, y Pía respondió con mucha seguridad: “¡El tío está bien, mamá!”. Su mamá se sorprendió por la respuesta tan segura, y le volvió a preguntar: “¿Estás segura?” “¡Sí!”, respondió nuevamente Pía, con igual firmeza. Llamaron inmediatamente al hospital y con gran sorpresa se enteraron de que su tío había despertado del estado de coma y se había levantado a las 11.30, precisamente en el mismo momento en el que Pía ofrecía su Primera Comunión por él.

“Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos”. Jesús quiere que aprendamos de los niños pequeños como Pía a confiar en Él y en su Madre, la Virgen, y a comulgar con amor y devoción, con mucha piedad, como lo hizo Pía en su Primera Comunión, pero no solamente el día de la Primera Comunión, sino en cada comunión que recibamos.

Antes de comulgar, recordemos el amor de Pía a Jesús en la Eucaristía, recordemos lo que ella dijo a la catequista cuando le mostró la imagen de una hostia-“carne”-, y así recibamos al Corazón de Jesús que con su herida abierta viene en la Eucaristía latiendo de amor por nosotros, y hagamos un acto de adoración y de amor antes de recibirlo, diciendo en silencio: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman”.


[1] Cfr. http://www.annedeguigne.fr/index.php?page=105

[2] Decreto Quam Singulari de san Pío X sobre la edad para la primera comunión,

8 de agosto de 1910.

lunes, 25 de julio de 2011

Consagración a la Virgen para Niños y Adolescentes 5ta semana



La última parte de la Consagración a la Virgen está dedicada a Jesucristo.

Es el fin de la Consagración: nos consagramos a la Virgen sólo para que la Virgen nos presente a su Hijo Jesucristo. Queremos ser de la Virgen para ser de Jesucristo. Como niños pequeños, nos dejamos llevar por la Virgen en sus brazos, para que Ella nos lleve a su Hijo Jesús. Por la Consagración, entramos en el Corazón de la Virgen, porque ahí está todo el Amor que Dios le tiene a Jesús. Nos consagramos para pedirle a la Virgen que nos de todo el Amor de su Corazón Inmaculado, con el cual Ella ama a su Hijo Jesús, para que podamos amar a Jesús con su mismo Amor.

El fin de nuestra vida aquí en la tierra es conocer y amar a Jesucristo, y por eso, nadie mejor que la Virgen, porque Ella lo conoce y lo ama como nadie en el mundo.

Por eso, dejamos que sea la Virgen que nos diga cómo es su Hijo Jesús, a quien queremos conocer y amar.

Le preguntamos a la Virgen: “Madre mía, ¿cómo es Jesús?”.

Y Ella nos contesta:

“Mi Hijo Jesús es paciente. Desde muy pequeñito, demostró siempre una gran paciencia; no había nada que lo hiciera perder la paciencia. Mientras los niños de su edad, pequeñitos, hacían berrinches y se enojaban por cualquier cosa, Mi querido Niño soportaba los contratiempos y los inconvenientes con una hermosa sonrisa. Siempre fue así. Y ya de grande, demostró todavía más ser infinitamente paciente. Cuando era acusado injustamente ante los tribunales, nunca dijo nada que pudiera ofender a alguien, ni levantó la voz, ni mucho menos la mano. Cuando llevaba la cruz, camino del Calvario, y toda la gente, y los soldados, lo golpeaban, lo insultaban, lo escupían, a cada paso que daba, Mi querido Hijo lo sufría todo en silencio, sin decir una palabra, y sin quejarse de nada. La paciencia está muy unida a la mansedumbre, son casi la misma cosa, y por eso Mi querido Hijo era manso como un corderito. De hecho, ya de grande, le llamaban: “Cordero de Dios”. Un cordero no es agresivo, ni está peleando todo el día, ni se enoja a cada rato. Así, y mucho más, era mi Hijo Jesús. Él quiere que ustedes sean como Él, y por eso dijo en el Evangelio: “Aprended de Mí, que soy manso (o paciente) y humilde de corazón” (Mt 11, 29).

Mi Hijo Jesús es humilde. Ser humildes quiere decir tener muchas cualidades, y ser muy bueno, pero no andar haciendo alarde de lo que se es y se tiene. Él es Dios, y como Dios que es, es infinitamente bueno, compasivo, misericordioso, pero esa bondad suya la demuestra con hechos, más que con palabras. Él no anda diciendo: “Yo Soy bueno”. Él es bueno, y todas sus obras son buenas. Él curó enfermos, expulsó demonios, multiplicó panes y peces, resucitó a los muertos, perdonó a sus enemigos, en la cruz. Hizo un bien infinito a la humanidad, y todo en silencio, sin aspavientos.

Como dijimos recién, Él es Dios, y como tal, es “omnipotente”, es decir, tiene muchísimo poder. Tiene tanto poder, que sólo con Él pensarlo y quererlo, el mundo fue creado. ¡Todo el mundo, todo el universo! Tanto el visible, como el invisible. Él es Dios Omnipotente, que quiere decir “Todopoderoso”, todo lo puede, con sólo pensarlo y quererlo. Creó los ángeles, los hombres, los planetas, las estrellas. Yo lo tenía en mis brazos, y pensaba: “¡Qué gran misterio! Tengo en mis brazos al Dios Todopoderoso”. Si Él quería, con sólo llamar a San Miguel Arcángel, tendría a su disposición a un ejército de millones y millones de poderosísimos ángeles y arcángeles, que combatirían por Él, y derrotarían a sus enemigos en un abrir y cerrar de ojos. O si Él quería, con sólo hacer escuchar su voz de trueno, como lo hizo en el Huerto de Getsemaní. Esa noche, cuando sus enemigos fueron a buscarlo, debido a la oscuridad, no podían ver bien, y preguntaban: “¿Quién es Jesús de Nazareth?”. Y Él, con su voz majestuosa de Dios, que suena como mil millones de truenos juntos, dijo: “Yo Soy”. Y todos retrocedieron, asustados, y se cayeron del miedo. Eso podría haber hecho en la Pasión, y no lo hizo, porque la infinita humildad de Mi amado Hijo no le permitía hacer alarde de su Omnipotencia y de su condición de Dios Todopoderoso, y es así como Mi Jesús dejó que lo humillaran, que lo golpearan, que lo flagelaran, que lo crucificaran.

Él quiere que ustedes sean como Él: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.

Finalmente, mi Hijo queridísimo es todo Amor, Amor infinito, Amor ardiente, Amor de Dios, que arde en deseos de donarse a los corazones de los hombres, Cuando Él se apareció a Santa Margarita, como el Sagrado Corazón, le dijo que su Corazón ardía en las llamas del Amor de Dios, y que esas llamas eran tantas y tan grandes y altas, que ya no soportaba más tener ese Amor en el Corazón, y que Él quería darlo a todas las almas, pero muchos no lo quieren recibir, y eso le causa una gran tristeza, porque quien no lo recibe, se condena.

Mi Hijo es todo Amor, y ese Amor se concentra, en forma de llamas, en la Eucaristía, y quien lo recibe con fe y con amor en la Eucaristía, recibe su Sagrado Corazón, que arde en el Fuego del Amor divino. Lamentablemente, muchas veces debe irse de un corazón, tan pronto como ha llegado, porque muchos están distraídos y pensando en otras cosas, en el momento de la comunión.

A ustedes, que se han consagrado a Mi Corazón Inmaculado, les pido: ¡Sean como Él, mansos y humildes de corazón, porque los soberbios no entrarán nunca en el Reino de los cielos! ¡Reciban a Mi Hijo con fe y con amor en la Eucaristía, para tenerlo en sus corazones en esta vida, y después para siempre en la vida eterna!”.

jueves, 21 de julio de 2011

Consagración a la Virgen para Niños y Adolescentes 4a Semana



Los dogmas de la Virgen

¿Qué es un “dogma”?

Es algo que enseñó Jesús, pero no está en la Biblia. Lo tenemos que creer, aún si no entendemos bien, porque ese es nuestro deber como hijos de la Iglesia. Además, si Jesús es Dios, Jesús no podía enseñar nada que esté equivocado, y nada que sea malo, y por todo eso, lo tenemos que creer.

¿Cuáles son los dogmas de la Virgen?

Los dogmas marianos son:

Inmaculada Concepción

Maternidad divina

Virginidad perpetua

Asunción de María

Un dogma de la Virgen es el de la “Inmaculada Concepción”.

¿Qué quiere decir “Concepción”?

Quiere decir “concebida”, que es cuando los bebés empiezan a existir en la panza de la mamá. Todos comenzamos a existir siendo sólo una pequeñita célula, y desde esa pequeñita célula, empezamos a crecer, hasta ser tan grandes como somos ahora.

¿Qué quiere decir “Inmaculada”?

Quiere decir: sin mácula, y como mácula es “mancha”, quiere decir: “sin mancha”.

La Virgen es “Inmaculada Concepción” porque Ella fue concebida sin mancha de pecado original. Nunca tuvo pecado original, ni venial, ni mucho menos mortal, y esto quiere decir que la Virgen nunca pensó, ni deseó ni hizo nada malo. Ni siquiera un poquitito. Nunca pensó mal de nada ni de nadie, nunca deseó nada malo, nunca hizo mal a nada ni a nadie. Su Corazón era como un cristal limpísimo, que no tiene ni la más pequeñita mota de polvo, y esto desde que nació.

Pero además, la Virgen era la “Llena de gracia”, y como la gracia es la vida de Dios, Ella estaba llena de la vida de Dios, porque el Dios de la vida vivía en Ella desde que fue concebida. Dentro de la Virgen vivía Dios, y Dios la llenaba con su Espíritu, el Espíritu Santo, que es el Amor divino.

Por eso, además de no tener ninguna mancha, y de no pensar, querer o hacer nada malo a nadie, nunca, la Virgen estaba llena de Amor de Dios en su Corazón Inmaculado. La Virgen, desde que fue concebida, es decir, desde que era sólo una célula chiquitita, amaba a Dios y sólo a Dios. Y durante toda su vida, amaba a Dios y cumplía su Voluntad.

Y de aquí viene el segundo dogma mariano: “Madre de Dios”.

Como Ella era Concebida sin mancha, era la única, entre todas las mujeres del mundo, que podía ser la Mamá de Dios. Era la única que era tan pura, tan hermosa, tan delicada, y con tanto amor a Dios, que podía recibirlo en su corazón y en su seno.

Para darnos una idea de la Virgen Madre de Dios, pensemos en un diamante: un diamante es una roca de cristal, que tiene la particularidad de que cuando entra la luz, la atrapa en su interior, y por eso el diamante brilla tanto. Después la deja salir, pero primero la atrapa en su interior.

La Virgen es así: concibe en su seno a Jesús, que es luz, porque Jesús dijo de sí mismo: “Yo Soy la luz del mundo”, y después lo deja salir, en Belén. Por eso el nacimiento de Dios Hijo es como “un rayo de sol que atraviesa el cristal”.

Y aquí viene otro dogma de la Virgen: es virgen antes, durante y después del parto. La Virgen es virgen por toda la eternidad, y eso quiere decir que no tuvo un esposo de la tierra, ni lo tendrá jamás, porque su Esposo es Dios.

El otro dogma de la Virgen es la Asunción de María Santísima en Cuerpo y Alma a los cielos.

Según este dogma, la Virgen se durmió, y su Cuerpo Inmaculado se llenó de la luz y de la gloria de Dios. Cuando se despertó, estaba en el cielo, junto a su Hijo Jesús, para siempre.

Este dogma sí está en la Biblia, en el libro del Apocalipsis, en el capítulo Ap 12, 1, y es el cuarto misterio del Rosario. El dogma de la Asunción quiere decir que la Virgen fue llevada al cielo. Después que resucitó, Jesús se apareció a muchos, pero a la Primera en aparecerse, fue a la Virgen. Ahí Jesús le prometió que Él la iba a llevar al cielo un día. Cuando llegó ese día, la Virgen se recostó en su camita, y se durmió, y por eso este misterio se llama también “La Dormición de la Virgen”. Estaba así dormida, cuando de pronto, empezó a aparecer una lucecita muy suave, muy tenue, a la altura de su Corazón. Poco a poco, esa luz se fue haciendo cada vez más y más fuerte, tan fuerte, que parecía que se había vestido con el mismo sol. Cada vez que la luz se hacía más grande, su Cuerpo purísimo se convirtiendo en un cuerpo de luz, porque se llenaba de la gloria de Dios, que es luz. Y así, cuando estuvo todo llena de la gloria y de la luz de Dios, se despertó, y cuando se despertó, se dio cuenta de que ya no estaba en su camita, sino ¡en las puertas del cielo! Y había muchos, pero muchos ángeles de luz, que la venían a recibir; los había mandado su Hijo Jesús, para que acompañaran a su Mamá, que entraba en el cielo para siempre. Y cuando llegó al cielo, ahí la estaba esperando Jesús, con los brazos abiertos, loco de contento porque su Mamá llegaba para quedarse con Él para siempre.

¡Qué lindo que es el cielo, que es estar con Jesús y la Virgen para siempre! Le pidamos a nuestra Mamá del cielo, la Virgen, que así como Ella fue llevada al cielo en cuerpo y alma, interceda ante su Hijo Jesús para que nosotros, que somos sus hijos, algún día también lleguemos al cielo.

Y el último dogma mariano, es el de la Virgen “Corredentora”: quiere decir que Ella es, junto a Jesús, la Salvadora de la humanidad, porque Ella sufrió toda la Pasión, en su alma, junto a su Hijo Jesús. Pero es un dogma que todavía la Iglesia lo tiene que decir al mundo.


Oraciones para rezar cada día

Nos ponemos en presencia de Dios y hacemos silencio por unos momentos

Nos hacemos la señal de la cruz.

Oración al Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo,

Danos tu amor.

Ven a nuestras vidas, ven Santo Espíritu

Ven a nuestros cuerpos, ven Santo Espíritu (tres veces)

Recemos un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria

Oración a Jesús

Jesús, yo creo en Ti, Jesús, Te adoro

Jesús, yo espero en Ti y Te amo

Jesús, perdón por los que no creen en Ti,

y no Te adoran, no esperan, y no Te aman.

Oración a la Virgen María

Te elijo hoy, oh María,

en presencia de toda la corte celestial

por Madre y Reina mía.

Invocación

Oh María, Reina de la Paz y la Reconciliación

Ruega por nosotros y por el mundo entero.

El milagro eucarístico de Fátima


Como sabemos, la Virgen María, la Madre de Dios, se les apareció a tres pastorcitos en Fátima, Portugal, hace muchos años, y les dejó varios mensajes, que se pueden resumir en tres palabras: oración, sacrificios, reparación.

Las apariciones de la Virgen estuvieron precedidas por tres apariciones de un ángel, que se llamó a sí mismo “Ángel de la paz”. Fue precisamente en la tercera aparición del ángel, cuando se produjo el milagro eucarístico.

¿Cómo sucedió?

Cuentan los pastorcitos que ellos estaban rezando el Rosario, cuando sintieron un fuerte viento y vieron un gran resplandor de luz. Alzaron la vista y vieron cómo se acercaba, por los aires, sin tocar el suelo, un ángel, con vestiduras resplandecientes, que tenía en sus manos un cáliz y una hostia. De la hostia brotaban algunas gotas de sangre que iban a caer dentro del cáliz. Cuando llegó delante de ellos, dejó el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, y mientras se arrodillaba tocando el suelo con la frente, dijo esta oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco los preciosísimos Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y de los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”.

Después, levantándose, tomó de nuevo el cáliz y la hostia y los ofreció a los niños. Lucía recibió la hostia, mientras que Jacinta y Francisco tomaron del contenido del cáliz. Y mientras hacía esto, el Ángel decía: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.

La aparición del ángel con la Eucaristía llenó sus corazones del Amor a Dios. Dice Lucía: “Llevados por una fuerza sobrenatural que nos envolvía imitábamos en todo al Ángel, y postrándonos en tierra como él, repetíamos las oraciones que nos había enseñado”.

Luego de las apariciones del ángel, los niños sentían que día a día crecía en ellos niños el amor a Dios, el deseo de reparación por las ofensas que recibía, y el anhelo de sacrificio por la conversión de los pecadores.

¿Qué nos enseña el ángel en este maravilloso prodigio eucarístico?

Por un lado, al arrodillarse y tocar la frente con el suelo, el ángel nos enseña el profundo amor y la adoración que debemos tener a la Eucaristía, puesto que no es un poco de pan bendecido, sino la Presencia real de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se ha encarnado, y está ahí, en la Hostia, con su Cuerpo, su Sangre y su Alma, resucitados, unidos a su Divinidad.

Por otro lado, nos enseña que, a pesar de que Jesús está en el Sagrario por Amor y para darnos su Amor, hay muchísimas personas que ofenden su Presencia de diversas maneras, ya que el ángel les dice que el Cuerpo y la Sangre de Cristo son “horriblemente ultrajados” por los “hombres ingratos”. Es decir, en vez de agradecer el don infinito de su Amor que es la Eucaristía, los hombres ofenden a Jesús Sacramentado de muchas maneras.

La otra enseñanza que nos deja el milagro eucarístico de Fátima es que estamos llamados, como cristianos, a adorar a Cristo en la Eucaristía, a “reparar los crímenes” de quienes no creen en la Presencia Real -o, creyendo, igualmente la profanan- y así, de esta manera, “consolar a Dios”.

¿Cómo cumplir con esta tarea triple tarea –adorar, reparar, consolar- que nos deja el ángel en Fátima?

La clave está en su aparición anterior, la segunda, sucedida en un día de verano del mismo año - 1916 -, cuando los tres niños jugaban en casa de Lucía. El ángel se les apareció y les dijo: “¿Qué hacéis? ¡Orad mucho! Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced al Altísimo continuamente oraciones y sacrificios”.

Debido a que los niños no sabían cómo hacer lo que el ángel les pedía, le preguntaron extrañados: “¿Cómo hemos de sacrificarnos?”.

Y ésta fue la contestación del Ángel: “En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así, sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su guarda; el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión, el sufrimiento que el Señor os envíe”.

A partir de entonces, no dudaron los niños en ofrecer sus sufrimientos a Dios, para reparar por tantas ofensas como recibe de los hombres y como súplica por la salvación de los pecadores. No sólo ofrecían las incomprensiones, las burlas, o las agresiones de muchos que no entendían las apariciones, es decir, no sólo aceptaron y soportaron “con sumisión” todas las tribulaciones y sufrimientos que Dios “les envió”, sino que ellos mismos buscaban hacer mortificaciones, como por ejemplo, pasar sed. Luego, cuando Jacinta enfermó gravemente –al punto que murió a causa de esta enfermedad-, ofrecía toda su enfermedad y todos sus dolores, por la conversión de los pecadores, para que estos no cayeran en el infierno. La Virgen les mostró luego, en una aparición, cómo caían las almas de los pecadores al infierno, porque no había nadie que rezara y se sacrificara por ellos, y fue esta visión la que llevó a los pastorcitos a hacer muchos sacrificios y a ofrecer sus tribulaciones por su conversión.

¿Y qué debe suceder con nosotros? ¿También debemos ir al pueblito donde se apareció el ángel, para adorar y reparar?

No, para hacer lo pedido por el ángel de la paz, no necesitamos ir a Portugal, al lugar donde se apareció el ángel, porque todo lo que le pasó a los pastorcitos, nos sucede a nosotros, aunque de modo invisible, en el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa: aunque no vemos un ángel de Dios, sí recibimos la comunión de manos del sacerdote, y la comunión es algo mucho más grande que ver un ángel, porque es el mismo Jesús en Persona. Y en el momento de recibir la Eucaristía, podemos consolar y adorar a nuestro Dios, que viene a nuestros corazones en la Hostia consagrada, rezando la oración que les enseñó el ángel de la Paz en la primera aparición: “Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran, ni Te aman”.

Así repararemos por quienes “no creen, ni esperan, ni adoran, ni aman” su Presencia Real en la Eucaristía.


viernes, 15 de julio de 2011

El Escapulario de la Virgen del Carmen y la devoción a las almas del Purgatorio



Imaginemos que vamos caminando por la orilla de un río, y que de pronto, vemos la siguiente escena: un cachorrito, muy pequeñito, aunque el agua no es muy profunda, está a punto de ahogarse, porque a pesar de que lucha por nadar con todas sus fuerzas, el agua está demasiado fría, y él no consigue hacer pie, por lo que, a cada minuto que pasa, sus fuerzas se agotan cada vez más. Si vemos esta situación, ¿no acudiríamos en su auxilio, para sacarlo del agua y ponerlo a salvo? Por supuesto que sí.

Imaginemos otra escena: supongamos que estamos de vacaciones en un hotel de la montaña, y que vemos un bebé recién nacido, cuyos papás, confiados en que está todo bien, se han alejado a dar un paseo. Supongamos que, cerca del bebé, que está en una silla alta, como las que se usan para sentar a los niños pequeños, la mascota de la familia, que es un perro muy grande, ha derramado sobre el piso una lámpara de querosene, que empieza a prender fuego a la alfombra y a la madera sobre la que está el bebé, amenazando con prender fuego a la silla del bebé. Supongamos también que, junto a nosotros, providencialmente, se encuentra un balde con agua, así que lo único que tenemos que hacer, es tomar el balde y echar encima del fuego el agua, para apagarlo, porque todavía no es un fuego muy grande. ¿Tomaríamos el balde de agua para apagar el fuego y así salvar al bebé? Por supuesto que sí.

Todo esto, no es más que ejercicio de la imaginación, porque es muy difícil que se de en la vida real; es decir, es muy poco probable que tengamos oportunidad de actuar así en la vida real, ayudando y evitando el sufrimiento. Sin embargo, esto que no podemos hacer porque sucede en la imaginación, sí lo podemos hacer en la vida real, cuando rezamos por las almas del Purgatorio. En el Purgatorio, las almas sufren mucho, porque deben purificarse de su falta de amor a Dios, y nosotros podemos aliviar sus sufrimientos con oraciones y obras buenas.

En el Purgatorio se encuentran almas que sufren mucho a causa del fuego, que es real, y que es igual al del infierno, solo que, a diferencia del fuego del infierno, el del Purgatorio se va a apagar algún día, porque quienes se encuentran allí, van al cielo cuando termina su tiempo de purificación. En el Purgatorio se sufre igual que en el infierno, porque hay fuego, pero se está alegre y esperanzado, porque el alma que está en el Purgatorio sabe que algún día va a salir de él, mientras que el que está en el infierno, sufre con dolor y desesperación, porque sabe que nunca va a poder salir, ya que el infierno es un lugar real y para siempre.

El Purgatorio es un estado real del alma, y hay muchos testimonios de almas que han venido desde allí para pedir oraciones, misas, rosarios, para ayudarlas a salir. Incluso hasta la misma Virgen María, reveló la existencia del Purgatorio en una de sus apariciones en Fátima. Allí, cuando Sor Lucía le preguntó por dos amigas suyas que habían fallecido, la Virgen le dijo que una, la más chica, ya estaba en el cielo, mientras que la otra, que tenía dieciocho años cuando murió, iba a estar en el Purgatorio hasta el fin de los tiempos.

A una señora, que se llama María Simma, se le aparecen muchas almas del purgatorio, pidiéndole también oraciones y misas para ayudarlas a salir. Ella contó el caso de una niña de cuatro años, que estaba en el Purgatorio, porque en Navidad, había recibido una muñeca de regalo, al igual que su hermana melliza, y como se le había roto la suya, se la cambió a su hermana, sin que esta se diera cuenta, sabiendo que eso era injusto y que le iba a provocar dolor a su hermana; se daba cuenta de que eso era un engaño y una injusticia, por esta razón pasó al Purgatorio[1].

Nosotros, con nuestras oraciones, con nuestras buenas obras, podemos ayudarlas, porque cada vez que rezamos por las almas del Purgatorio, o cada vez que hacemos una obra buena por ellas, o cada vez que ofrecemos una mortificación, con paciencia, con amor, sin enojarnos, la Sangre de Jesús cae sobre ellas y apaga las llamas, dándoles alivio. Y muchas de estas almas, se ven liberadas por nuestras oraciones, y cuando ya están en el cielo, se muestran muy agradecidas con aquél que rezó por ella, e intercede por esa persona, por sus asuntos en la tierra.

En el Purgatorio se encuentran las almas que, en el momento de morir, amaban a Dios, pero con un amor pequeño y muy egoísta. Al morir, en sus corazones hay muchas manchas oscuras que alternan con zonas de más claridad: esas manchas oscuras son los pecados, los cuales impiden que el alma entre al cielo. Para poder entrar, deben ser quitados con el fuego purificador del Purgatorio, y sólo cuando ha desaparecido la última, y el corazón está transparente como un cristal, y todo lleno del Amor de Dios, entonces sale del Purgatorio, y va al cielo. El Purgatorio es donde el alma aprende a amar a Dios con todas sus fuerzas. Tal vez aquí en la tierra lo amaba, pero no demasiado, y por eso, para crecer en el Amor de Dios, debe purificarse en el Purgatorio.

Hay muchas almas que, en vez de estar en el Purgatorio, deberían estar en el infierno, pero se salvaron del infierno, por usar el escapulario de la Virgen del Carmen, porque Ella prometió que el que muriera con su escapulario puesto, no se condenaría y, si iba al Purgatorio, Ella lo iba a sacar el próximo sábado después de su muerte.

¿Qué es el escapulario, que tiene tanta fuerza como para evitar que caigamos en el infierno?

El escapulario es un sacramental, es decir, es un objeto religioso aprobado como signo por la Iglesia que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción. Los sacramentales mueven nuestros corazones a renunciar a todo pecado, incluso al venial.

El escapulario, al ser un sacramental, no nos comunica gracias como hacen los sacramentos sino que nos disponen al amor a Dios y a la verdadera contrición del pecado si los recibimos con devoción. Es como si fuera un imán que atrae al Amor de Dios, porque Dios ve que la persona tiene puesto el manto de su Hija predilecta, la Virgen, y entonces piensa que como los hijos son parecidos a los padres, entonces esa alma debe ser tan buena como es su Hija María.

Hay que saber, sin embargo, que no es una cosa “mágica”, ya que se debe ser fiel a la Virgen, observar la castidad y la pureza de cuerpo y alma, según el estado de vida, y se debe rezarle a la Virgen oraciones como el Rosario, todos los días.

Hay alguien que odia el escapulario, y es el demonio. Un día al Venerable Francisco Yepes se le cayó el escapulario. Mientras se lo ponía, el demonio aulló: “¡Quítate el hábito que nos arrebata tantas almas!”.

Una vez se produjo un milagro con el escapulario, porque evitó que una casa se incendiara, y fue así: en mayo de 1957, un sacerdote Carmelita en Alemania publicó una historia extraordinaria de cómo el Escapulario había librado un hogar del fuego. Una hilera completa de casas se había incendiado en Westboden, Alemania. Los piadosos residentes de una casa de dos familias, al ver el fuego, inmediatamente colgaron un Escapulario a la puerta de la entrada principal. Centellas volaron sobre ella y alrededor de ella, pero la casa permaneció intacta. En 5 horas, 22 hogares habían sido reducidos a cenizas. La única construcción que permaneció intacta, en medio de la destrucción, fue aquella que tenía el Escapulario adherido a su puerta. Los cientos de personas que vinieron a ver el lugar que Nuestra Señora había salvado son testigos oculares del poder del Escapulario y de la intercesión de la Santísima Virgen María.

Este milagro nos recuerda que el escapulario salva del fuego eterno del infierno: así como la casa de esas familias en donde fue colgado el escapulario no fue arrasada por el fuego, así el alma que usa el escapulario, no va al fuego eterno del infierno.

Llevemos el escapulario como quien lleva el hábito de la Virgen para que, al momento de nuestra muerte, nos salvemos del infierno y seamos llevados al cielo.

[1] Cfr. Sor Emmanuel y María Sima, El maravilloso secreto de las Almas del Purgatorio, Editorial Shalom, 46.

Consagración a la Virgen para Niños y Adolescentes 3a Semana


II Etapa CONOCIMIENTO DE UNO MISMO

¿Para qué estamos en esta vida? El conocimiento de nuestra existencia

En esta etapa de la Consagración, nuestro objetivo es conocernos a nosotros mismos, y por eso tenemos que saber cuál es el objetivo de nuestra vida aquí en la tierra.

Todo ser humano se pregunta: ¿Para que existimos? ¿De dónde venimos, hacia donde vamos?

No se pueden contestar estas preguntas sin tener en cuenta a Dios, Ser Perfectísimo, de cuyo Amor y Sabiduría ha surgido la Creación entera, incluidos nosotros.

Somos “criaturas” de Dios, y esto quiere decir: “Toda cosa viva creada por Dios. La palabra tiene una raíz que alude a la creación y la terminación que define la obligación o atadura hacia el que produce el acto creador”.

Por el hecho de haber sido creados por Dios, le pertenecemos, somos de su propiedad, puesto que Dios está en el inicio de nuestra existencia, y está también al final.

Y como somos de Dios, debemos darle a Él lo que Él nos ha dado al crearnos: Amor. Dios, por ser quien es, merece ser adorado y glorificado por nosotros, y en esta adoración y glorificación de Dios, está nuestra felicidad.

Pero hay algo que dificulta que llevemos a cabo nuestra deber de amor para con Dios, y es el pecado original, que se interpone entre nosotros y Dios como un alto muro, imposible de franquear por nosotros mismos.

En la adoración y en el amor de Dios está nuestra felicidad, pero por el pecado original, se nos hace muy difícil, porque nos hace apegarnos a cosas que nos alejan de Dios, al tiempo que no nos permiten usar nuestros dones y talentos para un mayor servicio de Dios. Por eso es necesaria la gracia, que nos viene por los sacramentos, y también la oración.

Por medio de la Consagración, y con la ayuda de la Virgen, vamos a tratar de ver cuáles son nuestros defectos, para erradicarlos, y cuáles son nuestros talentos y virtudes, para afianzarlos y para usarlos para Dios.

Haciendo esto, encontraremos rápidamente el sentido de nuestra vida, dejaremos de lado los pesos que nos impiden volar hacia el encuentro con Dios, viviremos serenos y felices en esta vida, aún en las tribulaciones, y seremos felices para siempre en la otra vida, porque transitaremos en esta vida amparados por la Misericordia Divina.

Jesús, a través de Sor Faustina, nos dice: "La Humanidad no tendrá paz, hasta que torne con confianza a Mi Misericordia". Sólo encontraremos la paz de Dios cuando, confiando en su Misericordia, vivamos para Dios y de Dios, cumpliendo en todo su Voluntad en nuestras vidas.

El conocimiento de uno mismo

Somos criaturas y también hijos de Dios, por el bautismo, creados para amar y servir a Dios, y así salvar nuestras almas, como dice San Ignacio de Loyola. No estamos en esta vida por casualidad, sino porque Dios nos creó con Amor y Sabiduría infinitas, para que vivamos felices con Él para siempre en la eternidad.

Ahora que sabemos esto, debemos empezar con el conocimiento de nosotros mismos.

por qué es necesario este conocimiento

Es importante conocernos para saber cuál es el camino para la salvación de nuestras almas. Si no nos conocemos, vamos a equivocarnos cuando hagamos una evaluación de nuestros actos. Por ejemplo, vamos a creer que somos justos, cuando en realidad somos injustos, o vamos a creer que somos buenos, cuando en realidad somos egoístas.

Algunas veces, vamos a pensar que somos mejores de todos, con lo cual estamos pecando de soberbia. Otras, por el contrario, vamos a creer que nuestros errores son imposibles de reparar, y nos vamos a desalentar. Podemos culpar a los demás de lo que es nuestra propia responsabilidad, o también podemos sobrecargarnos con culpas ajenas, y así nos amargamos la vida inútilmente.

Aprender a conocerse es una tarea de la que nadie debe excluirse bajo riesgo de hacerse mucho daño y de causar también mucho daño a otros.

Se obtienen grandes ventajas cuando las personas se conocen a sí mismas. Cuanto más pronto los jóvenes se conozcan a sí mismos, más pronto también sabrán de los defectos de su carácter y más pronto buscarán remedios que podrán hacerles mucho bien. A la vez, temprano en su carrera sabrán cuáles son sus fortalezas y así perderán menos tiempo en divagaciones inútiles, aunque reconociendo siempre que de todo recorrido puede aprenderse mucho.

La persona que se conoce es infinitamente menos violenta que la que no se conoce. La violencia es ignorancia fermentada. Por eso en las discusiones alza más la voz el que menos seguro se siente: suple con gritos lo que le falta en convicción de las propias razones.

La persona que se conoce tiende a ser más misericordiosa. Ha visto sus propios errores y le queda más fácil entender que otros yerren. Ha visto que el mal tiene mil disfraces y que es fácil equivocarse; por eso simpatiza con la frase compasiva de Cristo en la Cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23,34).

Ahora bien, este conocimiento de uno mismo, no podemos lograrlo si alguien no ilumina nuestras mentes y corazones, y ese alguien es Jesús.

Cristo viene a ser aquí como la lámpara que nos conduce a saber la verdad sobre nosotros mismos; él es Aquel que me enseña lo que yo no sé sobre mí.

Encontrarse de veras con Cristo y llegar a conocerse vienen a ser sinónimos. Esto lo vemos en algunos pasajes de la Biblia, como el de la mujer samaritana del capítulo cuarto del Evangelio de Juan o como la conversión de Zaqueo.

Además, es muy distinto llegar al conocimiento de sí mismo con la luz de Cristo o sin ella. Como bien anota Santa Catalina de Siena, el solo conocimiento de nosotros fácilmente conduce a la desesperación, pues destapar los sótanos del alma deja salir toda suerte de miasmas y espectros. Descubrir que en el fondo de mi existencia he sido siempre un egoísta y que todo el mundo es en el fondo egoísta no me libera por sí solo del egoísmo. Más bien, lo probable es que me conduzca a la amargura y la náusea.

Muy distinto es el desenlace cuando bajo a mi sótano armado de la luz de Cristo. No es que mi verdad se atenúe o disfrace, no es que queden maquillados mis errores o escondidas mis incoherencias, sino que todo ello queda iluminado por la luz de Jesús, que me conduce, de esa manera, a la conversión. El fruto de mi conversión, es la conversión: dejar de mirar a las cosas de la tierra, como el girasol durante la noche, y orientar el rostro del alma hacia el Sol de justicia, Jesucristo, como hace el girasol cuando ya es de día.

Conocer lo que me ha dado Dios y para qué

El examen de conciencia tradicional es muy beneficioso, porque nos permite ver directamente las faltas que hemos cometido. Estas faltas una vez escritas en un papel y confesadas, nos permitirán acercarnos más a Dios, llegar como el hijo pródigo hasta el Padre Misericordioso, para recibir el perdón que nos dará la paz del corazón.

Pero en la Consagración haremos, además de este, otro examen de conciencia, mediante el cual vamos a reconocer todos los dones que hemos recibido de Dios, y cómo podemos ponerlos a su servicio.

Si recordamos la parábola de los talentos, allí se pide más a quien se dio más; si a mí me dieron determinados talentos, tengo que hacerlos rendir, para sacar fruto de ellos. En caso contrario, si por pereza, por negligencia, por descuido, no hago rendir mis talentos, entonces soy como el siervo malo y perezoso, que enterró su talento para no tener que trabajar. Y cuando vino el dueño, se quedó sin nada, porque se le quitó hasta lo que creía tener.

Si soy virtuoso para algo, esa virtud debo ponerla al servicio de Dios y del prójimo.

¿Cuáles son los talentos que nos da Dios? El primer talento, el más importante y hermoso de todos, es su vida misma, que se llama “gracia”, la cual puede ser “actual” –en un momento determinado, y nos ayuda a elegir el bien y no el mal-; “habitual o santificante”, que es la que nos hace ser hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo –esta gracia se pierde con el pecado mortal, por eso es muy importante conservar esta gracia, evitando todo lo que me conduzca al pecado mortal-, y “de oficio”, para realizar una tarea específica. Por ejemplo, el sacerdote tiene su gracia propia, y los esposos, la suya. También los niños y los jóvenes tienen una gracia propia de su estado, por ejemplo, los mandamientos principales son: “Amar a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo”, y “honrar padre y madre”.

Para conocernos a nosotros mismos, nos es útil saber cuáles son los dones, las virtudes y los talentos que nos da Dios.

Dones

La palabra “dones” viene de “don”, y significa algo que es entregado gratuitamente, sin tener merecimiento alguno para recibirlo. Los dones son gracias que Dios, por su infinito Amor, nos otorga sin que nosotros hayamos hecho nada para merecerlas.

Capacitan el alma para escuchar las más secretas inspiraciones de Dios, es como el cordón de un teléfono. Esto quiere decir que mientras estamos conectados a Dios a través de ellos, podremos conocer la Voluntad de Dios para nuestra vida, y lo medios que tenemos para llegar a concretar la misma.

De ellos necesita todo hombre para llegar a su último fin de salvación eterna.

Algunos dones pueden ser, oración, meditación, contemplación, don de lenguas, don de profecías, don de videncia.

Virtudes

La virtud es como una fuerza interior que me ayuda siempre a elegir bien. No sólo a elegir entre el mal y el bien, sino entre dos bienes, el mejor. Las virtudes son infundidas por el Espíritu Santo en el alma, y gracias a ellas podemos llegar a la santidad, es decir, a vivir en Dios y de Dios, porque orientan todos nuestros pensamientos y sentimientos hacia Dios.

Las tres virtudes teologales principales, de las que se derivan las otras, son:

Fe – Esperanza - Caridad

Las Virtudes Morales Cardinales son:

Prudencia – Justicia – Fortaleza - Templanza

Tanto los Dones como las Virtudes se pierden con un solo pecado Mortal

Talentos

Son aptitudes intelectuales o capacidades naturales o adquiridas, destinadas a ayudar a mis prójimos para que logren la santificación de sus almas.

Por ejemplo: si tengo aptitudes para tocar la guitarra, o cocinar o cualquier otra actividad, esta será destinada para ayudar a los demás con estos talentos a descubrir el amor de Dios en sus vidas. Así, en un campamento, tocar la guitarra puede ser útil para animar una excursión, o cocinar, puede ser útil para que todos puedan comer bien.

El conocimiento de uno mismo es fundamental en la relación de hijo y Dios Padre, en el reconocer todas las cosas que El nos ha donado en nuestra vida, nuestras virtudes, talentos y capacidades.

Una vez que hemos podido valorar todo lo que hemos recibido de Dios, el paso que sigue es contemplar como hemos retribuido en actos de amor y desamor a este Dios que tanto nos ama. Ver si hemos sido capaces de explotar nuestras capacidades y conocimientos en beneficio de nuestros seres queridos y nuestros hermanos, o si por el contrario, nos hemos comportado como el siervo perezoso –y egoísta- que por no trabajar, y por no compartir los dones, virtudes y talentos que Dios le había dado, se quedó al final sin nada.

Para saber bien cuáles son los dones, virtudes y talentos recibidos, tengo que rezar al Espíritu Santo, para así avanzar en la Consagración al Inmaculado Corazón de María.

Sabremos que vamos a entregar en esta consagración. Las cosas buenas y las malas. Pues nadie es enteramente bueno o malo. En esta entrega pediremos a María Santísima que nos ayude a modificar nuestros grandes o pequeños pecados, y a perseverar e intensificar nuestras buenas acciones, virtudes y talentos.

Así seremos sinceros con nosotros mismos y con Dios. Y la Consagración será plena y conciente, con amor, gratitud y pedido de misericordia.

El Conocimiento de nosotros mismos con la ayuda de La Humildad De Maria

La humildad es una virtud fundamental para la consagración al Inmaculado Corazón de María, porque sin humildad, no se puede entrar en el Reino de los cielos. Y debido a que la Virgen es la criatura más humilde de entre todas, es indispensable recurrir a Ella para vivir la humildad. Ella, a pesar de haber sido dotada de todas la cualidades, y a pesar de haber poseído todo el agrado de Dios, porque era Inmaculada y era Llena de gracia, nunca hizo alarde de esta condición, nunca mencionó o hizo valer estos derechos para su reconocimiento o para conseguir algo que deseara, o para evitar alguna responsabilidad.

Para poder someterse a la Misericordia llegamos de nuevo a la misma conclusión, debemos ser humildes y suplicar a María y al Espíritu Santo que nos envíen la virtud de la humildad.

La sangre de Cristo completa en nosotros lo incompleto, lo fallado, lo imperfecto. Somos miseria, pero en Dios somos enaltecidos, somos pecado pero en Dios somos salvados, somos hijos del demonio cuando nacemos pero en el bautismo nos hacemos hijos de Dios.

Dice la Biblia, el Señor se resiste a los soberbios… esto debería ser suficiente. La humildad es el camino, agradezcamos humildes todo lo que Dios nos ha dado, y pidamos perdón humildemente por nuestros pecados.