¿Qué
vemos en el pesebre? Vemos a una Madre, a un Niño, a un padre, a algunos
animales. ¿Qué significa esta escena? ¿Es un nacimiento más, como tantos otros?
¿Lo que vemos en el pesebre es todo lo que hay, o hay algo más escondido?
Hay algo
más escondido, porque no es el nacimiento de un niño más, es el Nacimiento del
Niño Dios, de Dios, hecho Niño sin dejar de ser Dios. Todo lo que vemos en el
pesebre tiene un sentido sobrenatural: la Madre , el Niño, el padre adoptivo, la gruta, los
animales, los pastores, los ángeles.
Empecemos
por el Niño que vemos acostado en el pesebre de Belén. ¿Quién es este Niño? Es
Dios, que viene a nosotros no como vino a Moisés y al Pueblo Elegido, en medio
de rayos y truenos y temblores de tierra; Dios no viene a nosotros para
amedrentarnos, para hacernos tener miedo; Dios viene a nosotros como un Niño
pequeño, recién nacido, para que no dudemos de sus intenciones: ¿acaso alguien
puede pensar que un niño recién nacido puede hacer daño? ¿O puede tener malas
intenciones? ¿O puede o quiere hacer algún mal? De ninguna manera; un niño
recién nacido, ni puede hacer daño, ni tiene malas intenciones, ni puede ni
quiere hacer mal; un niño recién nacido es todo inocencia, amor, pureza y ternura;
es la obra de las Manos de Dios Padre, y si Dios viene a nosotros como un Niño
recién nacido, y extiende sus brazos, es para que lo alcemos, lo abracemos, y
lo cubramos de besos.
Si Dios
quisiera, podría venir en medio de fulgores, rayos, truenos, porque cuando Dios
se enoja, tiemblan hasta los ángeles del cielo, dice la Virgen a Sor Faustina; pero
Dios viene como un niño recién nacido, para que no tengamos dudas de que viene
a perdonarnos, a darnos su Amor, a bendecirnos, a darnos su paz, su alegría, su
vida divina y, sobre todo, viene a nuestra tierra, a nuestro mundo, a nuestro
tiempo, para llevarnos al cielo, a su Reino, a la eternidad.
Veamos al padre adoptivo,
San José: no es el padre real del Niño, porque el padre real del Niño es Dios
Padre, que engendró a su Hijo Dios desde toda la eternidad. San José es el
padre virgen, casto y puro, que ama virginal y castamente a la Virgen María y a su hijo
adoptivo, Jesús. San José adopta al Hijo de Dios, para que Dios adopte a los
hombres como hijos suyos. Como es carpintero, enseñará a su Hijo a trabajar la
madera, como un modo de prepararlo para cuando deba subir a la Cruz de madera para ser
crucificado y morir allí por todos los hombres.
La gruta en la que nace el
Niño, es en realidad un albergue para animales, oscuro, frío, con su suelo
lleno de las cosas que los animales hacen, las cuales son limpiadas por la Virgen , mientras San José
va a buscar leña para que el Niño tenga luz y calor.
Los hospedajes y casas de
Belén, que no se abren cuando la
Virgen golpea a las puertas para poder entrar y hacer nacer
al Niño Dios, representan a los corazones de los hombres, endurecidos por el
pecado y el mal, que se niegan a la conversión y rechazan a Dios.
La gruta, oscura y fría,
representa el corazón humano, que sin Dios, es oscuro y frío, mientras que los
animales representan a las pasiones sin control, y así como la gruta, cuando
nazca Dios Niño, será iluminada con la luz de la Gracia Increada , que es más
fuerte y brillante que mil soles juntos, porque es la luz de Dios, así también
el corazón humano, cuando nazca el Niño Dios por la gracia, será iluminado con
esta misma luz, la luz que brota del Corazón del Niño Dios, una luz más
brillante que mil soles juntos.
Los pastores representan a
los hombres de buena voluntad que, aún sin conocer a Dios, obran el bien según
el dictado de sus conciencias: están trabajando, porque están pastoreando al
momento de recibir el anuncio, y están por lo tanto despiertos y vigilando,
atentos a que el lobo no despedace con sus dientes a sus ovejas, es decir,
evitan obrar el mal. Esta actitud de los pastores los prepara para recibir la Buena Noticia del
Nacimiento de Dios como Niño en Belén.
Por último, los ángeles, los
mensajeros de Dios, son los encargados de anunciar, con sus cantos de alegría,
que para los hombres ha terminado la oscura noche del pecado, de la triste y
penosa rebelión del hombre contra Dios, porque Dios en Persona ha venido a este
mundo, como un Niño, para perdonarles sus pecados y, todavía más, para hacerlos
ser hijos de Dios y llevarlos al Cielo, a la feliz eternidad en compañía de las
Tres Personas de la Trinidad ,
de la Virgen ,
y de todos los ángeles buenos. Los ángeles cantan “Gloria a Dios en el cielo y
en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”, es decir, paz a aquellos que
son como los pastores, que están atentos y vigilantes para obrar el bien y
evitar el mal. Y la Iglesia
toma el Gloria de los ángeles, para glorificar a Dios que continúa su
Nacimiento en el altar, en la
Eucaristía , convirtiendo al altar en un Nuevo Pesebre de
Belén.
Pero además de los ángeles
buenos, también hay un ángel malo, con muchos de sus secuaces, ángeles de
sombra y de maldad, no de luz y de amor, como los ángeles de Dios, que no se
alegran por el Nacimiento, sino que se llenan de odio y de rabia porque saben
que ese Niño los derrotará para siempre cuando abra sus brazos en la Cruz , y también se enojan con
su Mamá, porque saben que la Mamá
de este Niño, con su delicado piececito, les aplastará la cabeza y los
sepultará en el infierno para siempre.
Cuando miremos el Pesebre,
entonces, meditemos en todo lo que se ve, y también en lo que no se ve, y
pensemos que ese Niño, que es Dios, que abre sus bracitos en su cuna, ha venido
a este mundo para abrir después sus brazos en la Cruz , para dar su vida por
nosotros, para perdonar nuestros pecados, para hacernos ser hijos de Dios, y
para llevarnos al Cielo al final de nuestro paso por la tierra.
Es por esto por lo que nos
alegramos en Navidad.