En Adviento nos preparamos espiritualmente para
recibir a Dios Hijo que viene a nuestro mundo como un Niño, sin dejar de ser
Dios. En Adviento tenemos que prepararnos para que nuestro corazón sea como un
Nuevo Belén, como un Belén de carne en donde el Niño, traído por la Virgen María, pueda nacer por
la gracia.
Y cuando el Niño nazca,
abrirá sus bracitos en el Pesebre, para darnos su Amor, porque vino solamente
para eso: para darnos su Amor. El Niño que abre sus bracitos en el Pesebre de
Belén para abrazarnos, es el mismo que, años después, cuando sea grande, abrirá
también sus brazos para abrazarnos, pero no ya en un pesebre, sino en la Cruz, para llevarnos a todos
al Cielo.
El Niño de Belén viene para
darnos su Amor, y por eso abre sus brazos en el Pesebre, y abre sus brazos en la Cruz, para abrazar a toda la
humanidad y llevarla al Cielo, hasta la
Casa de Dios Padre, por medio del Espíritu de Amor.
Es decir, el Niño Dios viene
a darnos su Amor, muriendo en la
Cruz para perdonarnos nuestros pecados y así poder llevarnos
al Cielo. Si Él no hubiera hecho esto, las puertas del Cielo habrían quedado
cerradas para siempre para nosotros.
Él viene a darnos Amor.
¿Y qué es lo que le dan los
hombres, sobre todo los niños?
Hubieron muchos santos que
vieron al Niño recién nacido y cómo era tratado por los niños principalmente. Uno
de estos santos es, por ejemplo, la Beata
Ana Catalina Emmerich[1].
Dice así esta santa: “Lo vi
recién nacido (al Niño Dios) y vi a otros niños venir al pesebre a maltratarlo.
La Madre de
Dios no estaba presente y no podía defenderlo. Llegaban con todo género de
varas y látigos y le herían en el rostro, del cual brotaba sangre y todavía
presentaba el Niño las manos como para defenderse benignamente; pero los niños
más tiernos le daban golpes en ellas con malicia. A algunos sus padres les
enderezaban las varas para que siguieran hiriendo con ellas al Niño Jesús.
Venían con espinas, ortigas, azotes y varas de distinto género, y cada cosa
tenía su significación (…)Vi crecer al Niño y que se consumaban en Él todos los
tormentos de la crucifixión. ¡Qué triste y horrible espectáculo! Lo vi golpeado
y azotado, coronado de espinas, puesto y clavado en una cruz, herido su
costado; vi toda la Pasión
de Cristo en el Niño. Causaba horror el verlo. Cuando el Niño estaba clavado en
la cruz, me dijo: "Esto he padecido desde que fui concebido hasta el
tiempo en que se han consumado exteriormente todos estos padecimientos”.
La Beata Ana Catalina nos muestra entonces al Niño recién nacido
que es golpeado por muchos otros niños, con toda clase de varas y látigos, y
nos dice también que eso tiene un “significado”. ¿Qué significa esta escena de
los niños con varas y látigos que golpean al Niño Dios? Los niños que golpean a
Jesús somos todos los hombres, los que ahora son niños, y los que alguna vez
fueron niños y ahora son adultos.
¿Y los golpes, qué
significan? Los golpes que el Niño recibe por parte de otros niños, significan
todos nuestros pensamientos, deseos y obras malas: nuestros berrinches, enojos,
peleas con hermanos y amigos, malas contestaciones a los padres, a los maestros
y a los mayores, egoísmos, mezquindades, deseos de devolver mal con mal,
venganzas, mentiras, rencores, pereza, vagancia, prejuicios, malos juicios al
prójimo, etc.
Los golpes que recibe el
Niño Dios, recién nacido, son entonces todas las cosas malas que todos los
hombres, varones y mujeres, de todos los tiempos, hicieron en su niñez,
incluidos los que ahora son niños.
Esto es así porque el
corazón humano, sin Dios, se vuelve malo y egoísta, y de él salen muchas cosas
malas, como dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de
cosas malas” (cfr. Mc 7, 14-23).
Por eso
es que Jesús nos dice que aprendamos de su Corazón: “Aprended de Mí, que soy
manso y humilde de corazón” (Mt 11,
29). Si nuestro corazón no es como el de Jesús, manso y humilde, entonces es
malo, agresivo y soberbio, y un corazón así nunca podrá entrar en el Cielo.
A medida que se acerca
Navidad, los comercios ofrecen más y más regalos, y por eso los niños empiezan
a pedir cosas al Niño Dios. Pero nosotros no tenemos que ser así. Más que pedir
regalos, tenemos que ofrecerle algo al Niño Dios. ¿Y qué regalo le podemos dar
al Niño Dios?
Los niños de la visión de
Ana Catalina le daban al Niño golpes y más golpes, pero no es eso lo que
queremos darle: queremos darle Amor en vez de golpes. ¿Cómo seríamos capaces de
golpear a un niño recién nacido?
Hagamos la promesa a la Virgen María, que nos trae a su
Hijo, y a Jesús, que va a nacer en Navidad, que vamos a tratar de ser buenos
con todos: con nuestros padres, respondiéndoles bien y obedeciendo en todo, y
aún más, ofreciendo alguna ayuda antes de que nos pidan algo; con nuestros
hermanos, siendo buenos y generosos, compartiendo nuestras cosas y nuestro
tiempo, respetándolos y amándolos, y perdonándolos si nos ofenden, y
pidiéndoles perdón si los ofendemos; con cualquier prójimo, tratar de amarlo
como lo haría el mismo Jesús, ayudando a quien lo necesite, en la medida de
nuestras posibilidades.
Que en este tiempo de
Adviento que nos queda nos sirva para obra el bien, para preparar nuestro
corazón, para que cuando venga el Niño Dios, le ofrezcamos nuestro corazón y
junto con él nuestro amor, en vez de palos y golpes, como los niños de la
visión de Ana Catalina.
[1] Cfr.
Beata Ana Catalina Emmerich, Nacimiento e infancia de Jesús. Visiones y
revelaciones, Editorial Guadalupe, Buenos Aires 2004, 165-166.
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