(Domingo
XVII – TO – Ciclo A – 2014)
En este Evangelio, Jesús nos enseña que el Reino de los
cielos es como tres cosas: como un tesoro escondido; como una perla preciosa;
como una red llena de peces.
Es como un tesoro escondido, dice Jesús, que un hombre encuentra,
y que cuando lo encuentra, va corriendo a vender todo lo que tiene, para
comprar el campo donde está el tesoro y quedarse con el tesoro. ¿Qué es el
tesoro? El tesoro es la gracia. ¿Y qué son las cosas que vende el hombre? Las cosas
que vende el hombre, son todos nuestros defectos –impaciencias, enojos,
mentiras, perezas, hablar de los demás, no hacer caso, pelear, etc., etc.-, que
no nos dejan vivir la vida de la gracia, vivir como hijos adoptivos de Dios. Cuando
los vendemos, es decir, cuando luchamos contra ellos y cuando nos confesamos,
adquirimos el tesoro de la gracia –somos como el hombre de la parábola del
Evangelio que compra el campo donde está el tesoro- y somos felices, porque por
la gracia, tenemos a Jesús en el corazón.
Algo muy parecido es la perla fina: el negociante que “vende
todo lo que tiene” para comprar una perla muy fina, somos nosotros, cuando
luchamos contra nuestros defectos y nos confesamos y vivimos en gracia: nos
despojamos de todo lo malo y adquirimos la gracia, que es algo de muchísimo
valor, como la perla fina de la parábola de Jesús.
¿Y la red llena de peces? La red llena de peces, y los
pescadores que separan a los peces buenos de los malos, es el Reino de Dios en
el Día del Juicio Final: los ángeles buenos, encabezados por San Miguel
Arcángel, siguiendo las órdenes de Jesús, que vendrá como Juez Justo, separarán
a los buenos de los malos, y llevarán a los buenos al cielo, y arrojarán a los
malos al infierno, según sus obras, buenas o malas. Esto nos hace ver el valor
de las obras y el valor de portarse bien, y nos hace ver también que no da lo
mismo portarse bien que portarse mal; no da lo mismo ser buenos que malos,
porque Dios, que es Jesús, todo lo ve, y todo queda registrado para el Día del
Juicio Final, todas nuestras obras, las buenas y las malas, y por eso es que
tenemos que hacer muchas obras buenas y evitar cualquier obra mala.
“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido, como
una perla fina, como una red llena de peces”. Cuando luchamos contra nuestros
defectos y cuando confesamos nuestros pecados y vivimos en gracia, tenemos ya
el Reino de los cielos en nuestro corazón, porque la gracia es ya tener un pedacito
del Reino de los cielos, aunque todavía vivamos en la tierra.
Y, ¿adivinen qué? Lo más lindo de todo es que, a los que
tienen un pedacito del Reino de los cielos en el corazón, ¡vienen a visitarlos
el Rey de los cielos, Jesús, y la Reina de los cielos, la Virgen!