En este Evangelio, Jesús nos pide que hagamos dos cosas: que
llevemos “el yugo de Él” y que “aprendamos de Él”, que es “paciente y humilde
de corazón”. Si hacemos estas dos cosas, Él nos promete que vamos a encontrar “alivio” (cfr. Mt 11, 25-30).
¿Qué es un “yugo”? El yugo es el ese instrumento de madera
que llevan los bueyes cuando el campesino se los pone en el cuello para que puedan
trabajar mejor la tierra, pero en este caso, el “yugo” de Jesús, no es ese
instrumento de los bueyes, sino la cruz de madera. Jesús quiere que carguemos
su cruz, que es también nuestra cruz, una cruz hecha a medida de cada uno, la
cruz de todos los días, porque es la única forma de ir al cielo.
La cruz de Jesús es de madera, es pesada y como el camino
del Calvario es largo y en subida, se hace muy difícil de llevarlo, pero Jesús
dice que si nosotros “cargamos sobre nosotros su yugo”, es decir, la cruz, “encontraremos
alivio”, y esto, porque Él lleva la cruz por nosotros. Entonces, a pesar de que
la cruz es pesada y el camino del Calvario es difícil, todo se hace fácil, porque
Él lleva la cruz por nosotros.
Por último, la otra
cosa que nos pide Jesús, es que “aprendamos de Él”, que es “paciente y humilde
de corazón”. Santa Teresa de Ávila decía: “La paciencia todo lo alcanza, quien
a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta”. Quien es paciente, como Jesús,
alcanza la cima del Calvario, que es la Puerta del cielo. ¿Cómo llegamos a ser
pacientes? Imitando a Jesús: así como era Jesús en la Pasión cuando lo
insultaban, le pegaban, le escupían en la cara, le ponían la corona de espinas,
le hacían burlas, y Jesús no decía nada, sino que rezaba en su Corazón pidiendo
a Dios Padre que los perdonara, así tenemos nosotros que ser pacientes con los
que nos hacen mal. Lo mismo con la humildad: a pesar de ser Jesús Dios en
Persona y Dueño de todo el Universo, nació en un pobre pesebre, y se dejó
coronar de espinas, sufriendo enormes humillaciones, porque era humilde y la
humildad es una virtud opuesta a la soberbia; la humildad abre las Puertas del cielo,
en cambio, la soberbia, las cierra por completa, ya que ningún soberbio puede
entrar en el cielo; así también nosotros, cuando tengamos la tentación de ser
soberbios, debemos recordar a Jesús, humillado por nosotros en la Pasión, y
pedirle la gracia de ser humildes como Él, porque solo los humildes, como Jesús
y María, pueden entrar en el Reino de los cielos. Si hacemos todo esto,
encontraremos alivio en el corazón, en la tierra, y alegría en el cielo, para
siempre, para toda la eternidad, en la compañía de Jesús y de María.
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