(Domingo XVI – TO – Ciclo A - 2014)
En
este evangelio, todo significa algo del cielo: el sembrador es Dios Padre; el
trigo es la Palabra de Dios, es decir, Jesús; el campo, sobre el que cae la
Palabra, es el corazón de cada uno de nosotros; el sembrador malo, que tiene
envidia del sembrador bueno, es el diablo; la cizaña, que es una hierba que
crece junto con el trigo, pero que no sirve para nada, es la mala semilla, es
decir, todo lo que el diablo propone: pereza, soberbia, envidia, gula,
avaricia, ira; el tiempo que va desde que el sembrador siembra la semilla,
hasta la cosecha, es el tiempo que vive cada uno, desde que nace, hasta que
muere, o también, el tiempo desde que Dios creó a Adán y Eva en el Paraíso,
hasta el Último Día, el Día del Juicio Final, cuando vendrá a juzgar a “vivos y
muertos”, como decimos en el Credo; los cosechadores; la siega, que es cuando
se separa el trigo de la cizaña, es el Día del Juicio Final, que es cuando
aparecerá Jesús, en el Día del Juicio Final, y separará a los buenos de los
malos, dando a los buenos, el cielo como recompensa, y a los malos, el Infierno
como castigo; los trabajadores, que separan el trigo de la cizaña, son los
ángeles, al servicio de Dios, encabezados por San Miguel Arcángel, que en el
Día del Juicio Final, estarán encargados de separar a los buenos de los malos,
a las órdenes de Jesús, Justo Juez (esa es la razón por la cual hay pinturas en
las que aparece San Miguel Arcángel con una balanza, pesando las almas y
separando a las buenas de las malas).
Este
Evangelio nos enseña, entonces, que nuestro corazón es como un campo, en donde
pueden germinar dos cosas: o el trigo, que es la Palabra de Dios, y así nos
alimentaremos de su substancia, que es buena y exquisita, porque este trigo que
es la Palabra de Dios, cuando se cuece en ese horno ardiente que es el altar
eucarístico, con el Fuego del Espíritu Santo, da un Pan de sabor exquisito, que
contiene en sí todas las delicias, porque es el Pan de Vida eterna, la
Eucaristía, y si nos alimentamos con este Pan, nuestra alma quedará colmada con
toda clase de dones del Espíritu Santo: caridad, humildad, fortaleza,
inteligencia, sabiduría, …
Pero
este Evangelio nos enseña también que si no dejamos germinar a la Palabra de
Dios en nuestro corazones, vendrá el Enemigo de las almas, que sembrará también
su semilla, porque tiene envidia del Sembrador Bueno, que es Dios Padre, y
sembrará su semilla mala, que es la envidia, la soberbia, la ira, la pereza, la
gula, y si no estamos atentos, esta cizaña crecerá y nuestro corazón estará
lleno de cosas malas que no satisfacen al alma, sino que la dejan vacía y con
un sabor amargo.
Debemos
estar siempre atentos y vigilantes para que en nuestro campo, que es nuestro
corazón, crezca solo trigo y trigo fuerte y sano, que es la Palabra de Dios, y
si en algún momento nos damos cuenta de que está empezando a crecer la cizaña,
debemos inmediatamente arrancarla de raíz, pero como esta es una tarea que
supera nuestras fuerza, debemos acudir al auxilio de nuestra Madre del Cielo,
la Virgen María, la Celestial Jardinera de nuestros corazones. Si le confiamos
a Ella que cuide de nuestros corazones como de un jardín que le pertenece
porque es suyo, ya que se lo hemos regalado, la Virgen no solo no dejará que
crezca ni la más pequeña hierba mala, ni la más mínima cizaña, sino que hará
que en nuestros corazones crezca un trigo grande y fuerte, un trigo que es la
Palabra de Dios y que, al hundirse en lo más profundo de nuestros corazones,
germinará y dará frutos de bondad, de mansedumbre, de caridad, de alegría, de
paz, de santidad, porque nuestros corazones se habrán convertido en corazones
semejantes, iguales, al Sagrado Corazón de Jesús.
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