Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 31 de marzo de 2012

Domingo de Ramos para Niños y Adolescentes




El Evangelio nos habla de Jesús que entra en Jerusalén montado en una cría de asno. A su paso, todos los habitantes de Jerusalén, le cantan en su honor y con mucha alegría lo saludan a su paso, agitando palmas y formando con estas una especie de alfombra, porque para ellos Jesús es tan importante, que no solo Él, sino ni siquiera su burrito debe ensuciarse los pies con el polvo del camino.
         Todos, niños, jóvenes, adultos, ancianos, reciben a Jesús con ramos de olivo y palmas, que agitan a su paso, exclamando: “Hosanna al Hijo de David”, “Hosanna al Mesías”. Todos acompañan con gran alegría a Jesús, que entra en la ciudad de Jerusalén, y lo hacen porque se acuerdan de cómo Jesús les había dado de comer, multiplicando panes y peces; los había curado de muchas enfermedades graves, como la lepra; les había dado la vista a los ciegos, y había curado a sordos y mudos; había resucitado a los muertos; había expulsado a los demonios. Todos se acuerdan de todos los milagros que Jesús había hecho, y cantan cantos en su honor, y lo saludan con gran alegría, acompañándolo en su ingreso a Jerusalén.
         Pero resulta que esos mismos que el Domingo de Ramos lo acompañan con cantos y con alegría en su entrada a Jerusalén, porque se acordaban de todo lo que Jesús había hecho por ellos, unos pocos días después, el Viernes Santo, olvidándose de todos los favores de Jesús para con ellos, lo sacan fuera de Jerusalén, y en vez de cantarle cantos de alegría y de fiesta, lo insultan, y en vez de agitar palmas y ramos de olivo, agitan sus puños en alto, armados con palos, para descargarlos en Jesús.
Si el Domingo de Ramos dicen amar a Jesús, el Viernes Santo expresan rabia y furor, que los lleva a crucificar a Jesús en el Monte Calvario.
En esta gente, que cambia tanto, nos tenemos que ver reflejados nosotros, que también puede ser que en un momento decimos que amamos a Jesús, y en otro momento, nos enojamos con Él y lo golpeamos.
¿Cuándo sucede esto?
Por ejemplo, cuando venimos a Misa, y escuchamos la Palabra de Dios, y cantamos los cantos de la Misa, y acudimos a comulgar con amor, somos como los habitantes de Jerusalén el Domingo de Ramos.
¿Y cuándo nos comportamos como los habitantes de Jerusalén en el Viernes Santo?
Cuando nos enojamos con nuestro prójimo, y le decimos cosas malas; cuando desobedecemos a nuestros padres o a los mayores; cuando hacemos pereza y dejamos de hacer lo que tenemos que hacer, en la casa y en la escuela; cuando mentimos; cuando faltamos a Misa por pereza; cuando no rezamos por pereza. Todo esto nos hace parecer a los habitantes de Jerusalén en el Viernes Santo, porque con nuestros pecados, volvemos a crucificar a Jesús.
Le prometamos entonces a Jesús que vamos a tratar de nunca más pecar, para no crucificarlo, y que además vamos a hacer todo el esfuerzo para vivir en el amor y en el bien, dando amor y bondad a los que nos rodean.

viernes, 23 de marzo de 2012

La Santa Misa para Niños (V) Invocaciones: Señor, ten piedad



         Esta parte de la Misa se llama “Invocaciones”. ¿Qué quiere decir “invocar”? “Invocar”, viene de “vocación”, quiere decir “llamar” a alguien, como cuando un joven está llamado a la vida religiosa, se dice que ese joven tiene “vocación”, es decir, es “llamado” por Dios.
También se dice que invocamos o llamamos a alguien cuando, por ejemplo, estamos esperando y ya se está haciendo tarde. Cuando queremos llamar a alguien, lo “invocamos”, diciendo: “Juan, vení, te estamos esperando, necesitamos que nos ayudes”, o “María, apresúrate, porque se hace tarde”.
En esta parte de la Misa “invocamos”, es decir, llamamos a alguien, pero ese alguien al que llamamos en Misa, es alguien muy especial, porque no pertenece a este mundo, a la tierra: llamamos a Jesús, que es Dios, pero como Dios no habita en la tierra, sino en el Reino de los cielos, el llamado es un poco especial.
¿Para qué llamamos a Cristo Dios? Lo llamamos para que perdone nuestros pecados; para que se apiade de nosotros, que somos débiles e inclinados al mal, con una oración que se llama “Kyrie”, que traducido significa: “Señor, ten piedad”. Antes, en el tiempo de los reyes, se usaba el título Kyrios para nombrar al rey de los reyes, que es el emperador. “Señor”, en inglés, se dice “Sir”, y en francés “Sire”, pero en francés, cuando se usa para el rey, se traduce por “Majestad” [1]. La Iglesia lo usa para su Rey y Señor, Jesucristo, que es “Rey de reyes y Señor de señores”, como dice el Apocalipsis.
En el rezo de la Misa cotidiana, los Kyries se cantan así:
Sacerdote: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.
Sacerdote: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Llamamos a Dios para pedirle que perdone nuestros pecados y para lograr su perdón le ofrecemos las llagas, las heridas, los golpes de Jesús en la Cruz, y así estamos seguros de que Dios nos perdonará, viendo cómo ha quedado Jesús, tan herido y golpeado para salvarnos.
Rogamos a Cristo nuestro Señor, que se digne tomar en sus “sangrientas manos paternales”, en sus manos sagradas, que están crucificadas y bañadas en su sangre, nuestras oraciones y las presente ante la faz de nuestro Padre[2].
En  esta parte de la Misa somos como el ciego Bartimeo, que imploraba ser curado de su ceguera, gritando: “Señor, ten piedad de mí” (cfr. Mc 10, 47), o también como el padre de un niño poseído por el demonio: “¡Si algo puedes, ayúdanos, ten piedad de nosotros!” (Mc 9, 22). Somos como el ciego Bartimeo porque “Dios es luz” y cuando obramos el mal, vivimos en la oscuridad, y somos como el padre del niño endemoniado, porque sin la ayuda de Jesús, el demonio, que es el “Príncipe de este mundo”, nos domina y nos tiene bajo su poder. Jesús, que es Dios, tiene poder de perdonarnos nuestros pecados, de iluminarnos y de comunicarnos su bondad, y también de alejar al demonio de nuestras vidas, y para esto es que lo invocamos.
Invocamos y saludamos a Cristo así como antes se invocaba y saludaba a los reyes, que entraban triunfantes después de la batalla, trayendo encadenados a sus enemigos, solo que en la Iglesia, el que vuelve triunfante de la batalla, es nuestro Rey Jesucristo, y la insignia victoriosa que enarbola es la Cruz ensangrentada, y los enemigos vencidos y encadenados, a quienes Jesús los ha derrotado para siempre con su Cruz, son la muerte, el pecado y el demonio con todo el infierno junto.
Otro significado que tenían los Kyries en la antigüedad, era el ser cantos con los que los antiguos saludaban al sol, cuando salía por la mañana. La Iglesia tomó esta costumbre pero para cantarle no al astro sol, al sol estrella de nuestro sistema planetario -hacer eso sería un grave pecado de idolatría-, sino a Jesucristo, uno de cuyos nombres es el de Verdadero Sol de justicia, “Sol que nace de lo alto” (cfr. Lc 1, 78): “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto”. Jesús es como un sol, que viene a este mundo para “iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” y para “guiar nuestros pasos por el camino de la paz”[3].
Jesucristo es la luz de Dios que ilumina a este mundo de tinieblas, que derrota para siempre a las tinieblas del infierno, que da la Vida eterna a quienes la reciben en la comunión; es el Sol de justicia, que irradia la luz divina, y se manifiesta en el tiempo sacramental de la Iglesia bajo apariencia de pan, y por todo esto lo saludamos con el Kyrie..
Por último, en la Edad Media, los Kyries eran nueve en honor a la Santísima Trinidad, y por eso es también para algunos es un himno trinitario: en los tres primeros se honra al Padre, en los tres segundos se honra al Hijo y en los tres últimos se honra al Espíritu Santo[4].





[1] Cfr. Schnitzler, ibidem.
[2] Cfr. Schnitzler, ibidem.
[3] Cfr. Liturgia de las Horas, Cántico de Laudes.
[4] Cfr. Schnitzler, ibidem.

domingo, 18 de marzo de 2012

La Santa Misa para Niños (IV) Acto penitencial



Sacerdote: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre, y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos ustedes. 

 Esta introducción nos habla, desde el comienzo, el gran amor que nos muestra la Santísima Trinidad al invitarnos a la Santa Misa: Jesús nos da su gracia, Dios Padre nos da su Amor, y el Espíritu Santo nos une en el amor con Dios Padre y Dios Hijo. 

En la Misa vemos cómo de Dios Trinidad sólo obtenemos bienes y amor, y por eso nos da pena por todos aquellos que, en vez de la Misa, en donde se recibe el Amor deDios, muchos prefieren las atracciones de la tierra. El otro motivo por el que el sacerdote saluda de esta manera, es que la Misa no es nunca una obra de los hombres, sino de la Santísima Trinidad, y por eso es que el sacerdote pide la gracia de Jesús, el amor de nuestro Padre Dios, y la comunión del Espíritu Santo, para que podamos aprovechar a fondo el misterio del altar. Sin la ayuda de las Tres Divinas Personas, nos vamos a equivocar, y vamos a pensar que la Misa es aburrida y que la Eucaristía es solamente un pedacito de pan, pero con la ayuda de la Trinidad, vamos a darnos cuenta de que es el sacrificio de Jesús en el altar. 

 Acto penitencial. Sacerdote: Hermanos, para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados. 

 Todos: Yo confieso, ante Dios Todopoderoso, y antes ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos, y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios nuestro Señor.

 ¿Por qué rezamos el acto penitencial? Para saberlo, tenemos que pensar primero en qué es lo que vamos a recibir en la Comunión: el Amor de Dios, que late en el Corazón Eucarístico de Jesús, que es como un océano sin playas. Para recibir al Amor, nuestro corazón tiene que tener amor, y como puede suceder que hayamos tenido faltas en el amor, a lo largo de la semana, entonces es necesario que confesemos estas culpas, que se llaman “pecados veniales”. 

¿Cuáles son estas faltas de amor? Tal vez cosas que no son muy grandes, pero que a la larga van apagando el fuego del amor en el corazón, como cuando uno tiene un brasero con muchas brasas, y de a poco le va arrojando agua: al final, en vez de fuego, queda solo humo, carbón negro y cenizas. 

Para que no ocurra eso, reconocemos nuestras faltas, como por ejemplo: un gesto de fastidio, un enojo, una contestación enfadada, antipática, un gesto agrio al saludar, haber hecho pereza en la semana, jugando en exceso en la Play o en Internet, o viendo mucha televisión, también haber desobedecido a los papás, cuando nos mandaban a estudiar, o a hacer algo en la casa, o haber peleado con los hermanos, o con los compañeros de la escuela, o haber contestado a alguna maestra, o haber dicho mentiras, etc. Todas estas son faltas pequeñas pero que, si son muchas, se vuelven muy importantes, además que impiden que podamos recibir al Amor de Dios que late en el Corazón de Jesús. 

Es como cuando alguien está con mucho calor y mucha sed, y quiere tomar agua de un arroyo de la montaña, que es un agua fresquita, transparente, cristalina, y usa un vaso de vidrio limpio pero que, en el fondo, tiene barro. ¿Qué sucede cuando quiere tomar el agua? Que el agua se mezcla con el barro, y ya no está más transparente. Así se pone nuestro corazón con los pecados veniales, y por eso no podemos tomar del agua fresca que es el Amor divino que late en el Corazón Eucarístico de Jesús. Con el acto penitencial, nos acordamos de esas faltas, para no volverlas a repetir nunca más, y así, de esta manera, verdaderamente arrepentidos de haber hecho, dicho, pensado u obrado esas cosas malas, nuestro corazón es purificado por la absolución del sacerdote, y ya podemos recibir en paz a Jesús que vendrá dentro de poco, desde el cielo, hasta la Eucaristía. 

¿Cómo qué más es un corazón con pecado? 

Un corazón con pecado mortal es como una cueva, excavada en la montaña, muy profunda y a oscuras, en donde no entra la luz del sol, porque el hueco por donde se ingresa es pequeño y no deja pasar ni el más pequeño rayo de luz, y no se puede ver nada; en esta cueva se refugian y merodean, en cada rincón y por todos lados, toda especie de alimañas, algo así como si fueran roedores, grandes, de mal olor; es un lugar lleno además de insectos repugnantes, como cucarachas y arañas; es un lugar asfixiante, sin aire, todo maloliente. Un alma con pecados veniales en cambio es como una habitación en penumbras: no está ni toda iluminada, ni toda oscura; se pueden ver algunas cosas, pero es más lo que no se ve que lo que se ve; está limpia, pero no tanto, ya que hay mucha humedad y mucha tierra que cubre todos los objetos; hay varios insectos, muy molestos, como los mosquitos. Y una habitación sin pecado mortal, sin pecado venial, y con mucho deseo de amar a Dios, es como una habitación limpia, perfumada, ordenada, iluminada, sin insectos ni alimañas. 

¿Cómo es nuestra alma antes de recibir a Jesús que quiere entrar en nuestro pobre corazón? Porque Él, desde la Eucaristía, nos dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien me escucha y me abre, entraré y cenaré con él y él Conmigo” (Ap 3, 20). 

Jesús Eucaristía no puede entrar en una cueva; y le es un poco triste entrar en una habitación que esté un poco descuidada. Jesús quiere entrar en una habitación limpia, luminosa, aireada, fragante, humilde, sencilla, sin lujos, sin cosas costosas e innecesarias, en donde hay un lugar central en donde se levante un altar, para que Él sea adorado como Dios. 

Entonces, pedimos perdón, en esta parte de la Misa, para que se nos perdonen los pecados veniales –no los mortales, que sí o sí deben ser confesados en la confesión sacramental- y para que nuestro corazón esté limpio, puro, perfumado con la gracia divina, para poder recibir a Jesús y recibir de Él todo su Amor y toda su gracia.

domingo, 11 de marzo de 2012

La Santa Misa para niños (II): "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"



Terminado el canto de entrada, el sacerdote y los fieles, de pie, SE SANTIGUAN CON LA SEÑAL DE LA CRUZ, mientras el sacerdote, vuelto hacia el pueblo, dice: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. 

¿Por qué nombramos a las Personas de la Santísima Trinidad? Para saberlo, tomemos un ejemplo de lo que pasa en la vida de todos los días. En el mundo hay personas que organizan y preparan eventos de todo tipo, por ejemplo: un partido de fútbol, de rugby, un espectáculo teatral, una excursión al cerro, etc. Los bomberos organizan todas sus cosas para apagar incendios; los médicos, para hacer operaciones y curar a la gente; los kiosqueros, para vender sus cosas; los zapateros, para arreglar zapatos. Para que las cosas salgan bien, las personas se preguntan: “para qué” y “cómo” hacer lo que se va hacer. Así, los bomberos se reúnen y dicen: “A veces se producen incendios muy grandes, en los que se pone en peligro la vida de muchas personas; por eso, tenemos que tener camiones grandes y potentes y tenemos que entrenarnos mucho”. Los médicos también se reúnen y dicen: “La gente se enferma y necesita ser atendida, entonces hagamos hospitales grandes y con muchos medicamentos, para que todos puedan ser curados”. Y si un grupo de niños organiza un partido de fútbol, ¿qué cosas dirían? -“¿Juguemos al fútbol?” -“¡Dale! -¿Dónde jugamos?” “¿Cómo hacemos los equipos?” -“¿A cuántos goles llegamos?”. En este caso, el motivo para organizar este partido de fútbol no es otro que el de la diversión. Es decir, en todo momento, y en todo lugar, hay personas que organizan cosas, unas para ganarse la vida, otras, por diversión, otras, para salvar vidas, etc. 
 En la Misa, también hay personas que organizan la Misa, y que antes de la Misa se reúnen para que todo salga bien, y se preguntan para qué y cómo. ¿Quiénes son estas personas? Para empezar, no son ni el sacerdote, ni los sacristanes, sino unas personas que están el cielo: las Tres Personas Divinas de la Santísima Trinidad, y es por eso es que nos santiguamos al inicio y las nombramos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. 
 La Santa Misa es un evento organizado por las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad. ¿De qué manera organizan la Misa? ¿Qué se dicen entre ellos para que la Misa se lleve a cabo? 

El que comienza a hablar es Dios Padre, quien le dice a su Hijo: “Hijo mío muy amado, mira cómo los hombres se han extraviado a causa del pecado. Mira cómo se han cubierto de una nube oscura de ignorancia y de mal; mira cómo han extraviado el camino que los traía hacia mí; mira cómo les cuesta reconocer la verdad de un solo Dios, y cómo están dominados por la ignorancia y el error; mira cómo la muerte ha entrado en los hombres, y ya no tienen más la vida divina. ¿Quieres salvarlos, querido Hijo, por medio de la Cruz del Calvario, y por medio de la Cruz del altar, en la Santa Misa? Es un pedido de mi corazón de Padre”. 

 Y Jesús, que es Dios Hijo, contesta: “Padre amado, Yo haré lo que Tú me pides; me encarnaré y viviré en medio de ellos, y al final de mis días, dejaré que me pongan una corona de espinas para que el hombre reciba una corona de luz; dejaré que mis manos y mi s pies sean taladrados por gruesos clavos de hierro, para que obren el bien y caminen por la senda de la salvación; Yo les enseñaré que Yo Soy el Camino que deben recorrer, la Verdad que deben conocer, y la Vida que deben recibir y vivir. Y así te los traeré a todos hacia Ti. Todo esto lo haré desde la Cruz, visiblemente, en el Monte Calvario, y lo repetiré, invisiblemente, desde la Cruz del altar, en cada Santa Misa”. 

Y Dios Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que estaba escuchando con mucha atención lo que decían el Padre y el Hijo, dice a su vez: “Yo, que soy el Amor del Padre y del Hijo, me derramaré en los corazones de los hombres, junto con la Sangre del costado abierto de Jesús, para que los hombres puedan cumplir el primer y único mandamiento necesario para la salvación: Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo. Yo, que soy el Amor divino, me daré a Mí mismo, y convertiré sus corazones de piedra en corazones de carne, que sean solamente capaces de amor y no de odio, para que con ese amor vivan el primer mandamiento, el mandamiento del amor, el mandamiento que abre las puertas del cielo. Todo esto lo haré cuando sea traspasado el Corazón de Jesús en el Calvario, y lo repetiré en cada Santa Misa, cuando esa Sangre bendita sea recogida en el cáliz del altar”. 

 La Santa Misa entonces es obra de la Santísima Trinidad, y por eso las nombramos a su inicio. Desde su Cielo eterno, cooperan para que en ese trozo de Cielo en la tierra que es el altar, Jesús done su vida, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, como lo hizo en la cruz: Dios Padre envía a Dios Hijo para que se sacrifique por los hombres, y les done a Dios Espíritu Santo. 

 El pueblo responde: Amén. “Amén” quiere decir “así es” . Con esta sola palabra estamos diciendo que creemos que la Misa es obra de la Trinidad, la obra más maravillosa que pueda haber en la tierra y en los cielos: la renovación sin dolor, escondida debajo de lo que parece pan y vino, del sacrificio doloroso y cruento de Jesús en la cruz.

viernes, 9 de marzo de 2012

Hora Santa para Niños y Adolescentes para Cuaresma




         -Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

         -Silencio. Hacemos silencio exterior e interior, porque Dios habla en el silencio, y el bullicio no nos deja escuchar su suave voz.

         -Meditación:
Querido Jesús Eucaristía, venimos ante Tu Presencia sacramental a rendirte el homenaje de nuestra humilde adoración, y para que la adoración sea perfecta, invitamos a tu Madre, que es también nuestra, la Virgen María, y a todos los ángeles y santos del cielo.
         Somos débiles e inconstantes, pero venimos a postrarnos delante de ti, para renovar nuestro pacto de amor, para que nuestro corazón, amándote, sirva de reposo y descanso para el intenso dolor de tu Sagrado Corazón, dolor que aumenta al ver a tantos de tus hijos, niños y jóvenes, que viven perdidos en el mundo, enceguecidos por sus falsos atractivos, escuchando música perversa, que incita a la impureza y a los desórdenes de todo tipo.
         Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, te ofrecemos nuestros corazones para que sean como otros tantos sagrarios en los que puedas refugiarte, para no escuchar los innumerables insultos, blasfemias, sacrilegios, que se cometen día a día entre los jóvenes. Ven y derrama parte de tu dolor en nuestros pobres corazones, porque no es justo que Tú hayas dado la vida por tantos niños y jóvenes, y ellos te eviten a Ti, y prefieran en cambio a sus amigos, a sus diversiones, a sus pasatiempos, a sus gustos mundanos. Tú diste tu vida en la Cruz por todos y cada uno de los niños y de los jóvenes, y ellos, la gran mayoría, se olvidan de Ti, pero en cambio se acuerdan muy bien de los ídolos de la música, del cine, del fútbol y de Internet.
         No es justo que seas despreciado, olvidado y tratado con tanta indiferencia y desamor por aquellos por quienes derramaste hasta tu última gota de sangre, los mismos que se desviven por los cantantes de música, por las estrellas de cine, o por los astros de fútbol, que nada hicieron por sus vidas, y nada harán, porque nada pueden, porque sólo Tú eres el Salvador de la humanidad.
         No es justo que los niños y jóvenes se dejen influenciar por un mundo construido por Satanás, en donde todo está pensado para hacerte olvidar, y para hacerte despreciar, y para hacerte insultar. No es justo que los jóvenes vivan con sus corazones vacíos de tu amor, y llenos de la soberbia y el orgullo del ángel negro.
         Querido Jesús Eucaristía, llama a estos niños y jóvenes, engañados por los espejitos de colores de un partido de fútbol, de una canción impura, de un concierto de música, de juegos de computadora; llámalos por su nombre, a ellos y también a los adultos, y a nuestros seres queridos, y a todo el mundo; llámalos suavemente, háblales al corazón, y verás cómo te responden, dejando todo lo mundano, para correr a postrarse delante de Tu Presencia sacramental.
         Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, te ofrecemos nuestra adoración, como humilde reparación por tantos y tantos niños y jóvenes, adultos y ancianos, que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman.
        
-Despedida:
Ya nos retiramos, Jesús Eucaristía, pero queremos decirte que Te adoramos y te glorificamos con toda la fuerza de nuestro ser y de nuestro corazón, porque eres nuestro Dios, nuestro Todo, nuestra Vida, nuestra Alegría y nuestro Amor, y sin Ti no hay nada bueno, solo tinieblas y oscuridad.
         Ven, Jesús, ven a nuestras almas y a las almas de nuestros seres queridos, por medio de la poderosa intercesión de la Inmaculada Virgen María, tu Madre y Madre nuestra, para que te adoremos y alabemos y nos alegremos en tu Presencia, en el tiempo y en la eternidad.

         -Oración final:
         “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

martes, 6 de marzo de 2012

La Santa Misa explicada para niños y adolescentes (I)




           Antes de comenzar la Santa Misa, el sacerdote besa el altar, y luego se persigna, diciendo: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
         ¿Por qué el sacerdote besa el altar? Para saberlo, podemos preguntarnos: ¿porqué un hijo besa a su mamá o a su papá? Porque el beso es una muestra de cariño y de afecto, y como el altar representa a Jesucristo, es como si el sacerdote saludara a Jesús con una muestra de cariño y afecto, como cuando un hijo da un beso a su padre.
         Pero no siempre un beso es muestra de cariño y afecto. Por ejemplo, en la Biblia se cuenta que, antes que lo pusieran preso a Jesús, cuando Jesús estaba en el Huerto de los Olivos, después de haber rezado tres horas pidiendo por la salvación de todos nosotros, se acercó Judas Iscariote, y saludó a Jesús con un beso. Pero este saludo no era de cariño y afecto, sino de odio y de desprecio, porque Judas ya había vendido a Jesús por treinta monedas de plata, y les había dicho que aquél al que él diera un beso, a ése lo debían apresar, porque ése era Jesús.
         Cuando Jesús lo vio venir a Judas, le dijo: “Amigo, ¿a qué has venido?”. Y Judas le responde con un beso de traición, como si le dijera: “He venido a entregarte a tus enemigos, porque he preferido la compañía de los hombres malos y traidores, antes que Tu compañía; he preferido oír el tintineo de las monedas de plata, antes que oír los latidos de Tu Sagrado Corazón; he preferido la oscuridad a las tinieblas; he venido a traicionarte”. Y Jesús, sabiendo que Judas lo había traicionado, y que con eso se condenaba en el infierno, no le hace ningún reproche, no le dice nada, y responde devolviéndole el saludo, pero con una tristeza enorme en el Corazón, porque sabía que Judas ya tenía un pie puesto en el infierno. Jesús sabía que Judas estaba en pecado mortal, cuando se acercó a saludarlo, y sin embargo, no le negó el saludo, aunque se quedó muy triste, porque veía a Judas con su alma oscura y negra, que se dirigía al infierno.
         Si alguien veía la escena de afuera, Judas Iscariote parecía amigo de Jesús, porque lo saludo con una muestra de afecto y cariño, como es el beso. Pero Jesús sabía toda la verdad, sabía de la traición de Judas.
         También al sacerdote, cuando se acerca a besar el altar, y a todos los que vienen a Misa, y cuando alguien se acerca a comulgar, Jesús hace la misma pregunta: “Amigo, ¿a qué has venido?”. ¿Has venido a recibirme con el alma en gracia y con el corazón preparado para que Yo entre en él? ¿Has venido con un corazón puro? ¿Has venido a Misa con un corazón manso y humilde como el mío? ¿Te has reconciliado con tu hermano antes de acercarte a Mí? No me saludes con un beso si has venido a traicionarme; salúdame con un beso si has venido dispuesto a amarme a Mí y a tu prójimo como Yo te he amado: hasta la muerte de Cruz”.