(2015)
Jesús entra en Jerusalén, montado en un borriquito. Toda la
gente sale a saludarlo, cantándole y diciéndole: “¡Viva Jesús, el Mesías!”.
Todos están muy contentos con Jesús: los niños, los adultos, los ancianos. Se acuerdan
de los milagros que Jesús les hizo, y lo nombran Rey de Jerusalén, y por eso le
abren las puertas de la ciudad y lo hacen entrar, en medio de cantos de
alegría, y cuando Jesús pasa, lo saludan con ramos de palmas y extienden
alfombras a su paso. Todos están muy contentos con Jesús el Domingo de Ramos,
porque se acuerdan de los milagros que Jesús hizo por ellos.
Pero solo unos pocos días más tarde, el Viernes Santo, la
misma gente que lo saludaba y le cantaba y estaba contenta con Jesús, y lo
hacía entrar en la ciudad santa, ahora se enoja con Jesús, dice muchas mentiras
sobre Él, se olvida de todo lo que Jesús hizo por ellos, le hace un juicio
injusto en donde lo condenan a muerte, lo azotan, le ponen una corona de
espinas, le cargan una cruz sobre sus hombros, lo echan fuera de Jerusalén, le
dicen muchas malas palabras, lo insultan, lo patean, le pegan trompadas, lo
escupen en la cara, y lo llevan, a empujones, hasta la cima de un monte,
llamado “Monte Calvario”, adonde lo crucifican, y lo dejan durante tres horas,
hasta que Jesús muere, a las tres de la tarde. Ahora también le dicen “Rey de
los judíos”, como el Domingo de Ramos, pero burlándose de Él.
¿Por qué pasó esto?
Porque la Ciudad Santa de Jerusalén representa nuestro
corazón: cuando está en gracia, es como el Domingo de Ramos: lo dejamos entrar
a Jesús y lo reconocemos a Jesús como a nuestro Rey, y nuestra alma está
contenta y alegre y le canta cánticos de alabanza y de alegría.
Pero cuando estamos en pecado, el pecado expulsa a Jesús del
corazón, como sucedió el Viernes Santo en Jerusalén, y así en nuestro corazón
ya no está más Jesús, y Jesús ya no es más nuestro Rey, y en nuestra alma
reinan las tinieblas, como cuando murió Jesús el Viernes Santo, y hubo un
terremoto y se produjo un eclipse en el cielo.
¡Que nuestros corazones sean siempre como Jerusalén el
Domingo de Ramos, en donde Jesús siempre sea nuestro Rey, y que en nuestra alma
siempre resuenen cantos de amor y alabanza a Jesús, nuestro amado Rey y Señor!