(Domingo
III – TC – Ciclo B – 2015)
En este Evangelio, Jesús echa a latigazos del templo, a unos
señores que vendían bueyes, ovejas y palomas y a otros que cambiaban monedas.
¿Por qué Jesús hace esto, si Jesús es bueno? Porque el hecho de que Jesús sea
bueno, no quiere decir que tenga que dejar que la Casa de su Papá, la Iglesia,
sea convertida en una casa de comercio. La Iglesia es una casa de oración y no
puede ser convertida en lugar para vender y comprar animales y cambiar dinero,
y por eso Jesús se enoja y hace un látigo para echar a los mercaderes. Lo que
tenemos que saber es que cuando Jesús se enoja, como en este caso, no comete un
pecado, porque Él es Dios, y Dios no comete pecados, porque es santo; su enojo
se llama “la Ira santa de Dios”, y es siempre justa; en cambio, cuando nosotros
nos enojamos, sí cometemos pecado, porque no somos santos, como Dios.
Otra cosa que tenemos que saber es que nuestra alma y
nuestro cuerpo son también templo de Dios, porque fueron creados por Dios y
santificados por la Sangre de Jesús, para que en nuestros cuerpos fuera a vivir
el Espíritu Santo. Pero el Espíritu Santo no puede ir a vivir si nuestro
cuerpo, templo de Dios, está ocupado por las pasiones, como la ira, la pereza,
el egoísmo, la vanidad, o cualquier otra pasión, o si nuestro corazón, que debe
alojar a Jesús Eucaristía, está interesado por las cosas materiales o por el
dinero. Cuando esto sucede, Jesús se enoja, como en el pasaje del Evangelio de
hoy, y se queda fuera de nuestros corazones. Le pidamos a la Virgen, la Mamá de
Jesús, que nos ayude a sacar de nuestros corazones, todo lo que no sea del
agrado de Jesús, para que Jesús pueda entrar en nuestros corazones y ser adorado
y amado como lo merece, por ser el Cordero de Dios en la Eucaristía.
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