(Domingo
IV – TC – Ciclo B - 2015)
En el Evangelio de este Domingo (cfr. Jn 3, 14-21), Jesús nos hace acordar de una vez que en el Antiguo
Testamento, el Pueblo Elegido tenía que pasar por el desierto para llegar a
Jerusalén y le aparecieron muchas víboras venenosas que los mordían a los
judíos; entonces Dios le dijo a Moisés que fabricara una serpiente de bronce y
que la pusiera en un palo y la levantara bien alto y que hiciera que la miraran
todos los que habían sido mordidos por las serpientes venenosas, para que se
curaran, y así sucedió.
¿Por qué Jesús nos hace acordar esto que pasó hace mucho en
el desierto?
Porque ahí estábamos representados nosotros: los católicos
somos el Nuevo Pueblo Elegido; el desierto es esta vida; la Jerusalén a la que vamos,
no es la de la tierra, sino la del cielo; las serpientes que atacaban a los
judíos, son los demonios; el veneno de las serpientes, es el pecado; el veneno
les producía la muerte del cuerpo a los judíos, a nosotros el pecado nos
produce la muerte del alma, porque nos quita la vida de la gracia; Moisés,
representaba a Dios Padre, pero también representa al sacerdote ministerial.
Pero falta una cosa: ¿qué representa la serpiente de bronce? Representa a Jesús
en la cruz, porque así lo dice el mismo Jesús: “Así como Moisés levantó la
serpiente, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para
que el cree en él, tenga vida eterna”. Los judíos, cuando miraban la serpiente
de bronce de Moisés, quedaban curados, porque por un milagro, recibían la
curación que venía de Dios; nosotros, cuando nos arrodillamos delante de Jesús
crucificado, recibimos su Vida eterna, porque Él la da a quien lo ama y deja
que su Sangre le quite sus pecados, porque Él es el Cordero de Dios que quita
los pecados del mundo.
Y
como en la Misa, Jesús hace lo mismo que hizo en la cruz, cuando el sacerdote
eleva la Eucaristía, eleva a Jesús, y eso quiere decir que, cuando miramos la
Eucaristía y la adoramos, es decir, la amamos con toda la fuerza del amor de
nuestros corazones, entonces recibimos la Vida eterna que sale del Corazón de
Jesús, así como el agua cristalina sale de la fuente.
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