Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 23 de diciembre de 2011

Navidad para Niños y Adolescentes




         ¿Qué vemos en el pesebre? Vemos a una Madre, a un Niño, a un padre, a algunos animales. ¿Qué significa esta escena? ¿Es un nacimiento más, como tantos otros? ¿Lo que vemos en el pesebre es todo lo que hay, o hay algo más escondido?
         Hay algo más escondido, porque no es el nacimiento de un niño más, es el Nacimiento del Niño Dios, de Dios, hecho Niño sin dejar de ser Dios. Todo lo que vemos en el pesebre tiene un sentido sobrenatural: la Madre, el Niño, el padre adoptivo, la gruta, los animales, los pastores, los ángeles.
         Empecemos por el Niño que vemos acostado en el pesebre de Belén. ¿Quién es este Niño? Es Dios, que viene a nosotros no como vino a Moisés y al Pueblo Elegido, en medio de rayos y truenos y temblores de tierra; Dios no viene a nosotros para amedrentarnos, para hacernos tener miedo; Dios viene a nosotros como un Niño pequeño, recién nacido, para que no dudemos de sus intenciones: ¿acaso alguien puede pensar que un niño recién nacido puede hacer daño? ¿O puede tener malas intenciones? ¿O puede o quiere hacer algún mal? De ninguna manera; un niño recién nacido, ni puede hacer daño, ni tiene malas intenciones, ni puede ni quiere hacer mal; un niño recién nacido es todo inocencia, amor, pureza y ternura; es la obra de las Manos de Dios Padre, y si Dios viene a nosotros como un Niño recién nacido, y extiende sus brazos, es para que lo alcemos, lo abracemos, y lo cubramos de besos.
         Si Dios quisiera, podría venir en medio de fulgores, rayos, truenos, porque cuando Dios se enoja, tiemblan hasta los ángeles del cielo, dice la Virgen a Sor Faustina; pero Dios viene como un niño recién nacido, para que no tengamos dudas de que viene a perdonarnos, a darnos su Amor, a bendecirnos, a darnos su paz, su alegría, su vida divina y, sobre todo, viene a nuestra tierra, a nuestro mundo, a nuestro tiempo, para llevarnos al cielo, a su Reino, a la eternidad.
La Madre que toma en sus brazos al Niño recién nacido y lo mece suavemente, y lo abriga  para después colocarlo suavemente en la cuna, no es una madre más: es la Madre de Dios, la Virgen María, Aquella que fue concebida en gracia y sin pecado original, Llena del Espíritu Santo, para ser precisamente la Madre de Dios Hijo, para poder concebir y alumbrar luego virginalmente a su Niño Dios.
La Virgen también es la otra señal del Amor infinito de Dios, porque Dios viene a este mundo acompañado no de millones de ángeles guerreros, con las espadas de la justicia de Dios listas para descargarlas sobre los pecadores -como por otra parte, tiene todo el derecho Dios de hacerlo, visto la maldad del corazón de los hombres-: Dios viene a este mundo por medio de María Santísima, la Madre más dulce y amorosa de todas las madres dulces y amorosas. Y si Dios viene a este mundo traído por su Mamá, ¿acaso quiere hacernos algún mal? ¿No es su Mamá la garantía de que Dios quiere nuestro amor? ¿No nos está diciendo Dios, al querer ser sostenido por los brazos de una Mujer, la Virgen María, que lo único que quiere es perdonarnos y darnos su Amor? ¿Quién puede resistirse al ver a la Madre de Dios que después de concebir virginalmente a su Hijo, nos lo da amorosamente, para que luego de adorarlo, lo tomemos en nuestros brazos y lo besemos con respeto y amor?
Veamos al padre adoptivo, San José: no es el padre real del Niño, porque el padre real del Niño es Dios Padre, que engendró a su Hijo Dios desde toda la eternidad. San José es el padre virgen, casto y puro, que ama virginal y castamente a la Virgen María y a su hijo adoptivo, Jesús. San José adopta al Hijo de Dios, para que Dios adopte a los hombres como hijos suyos. Como es carpintero, enseñará a su Hijo a trabajar la madera, como un modo de prepararlo para cuando deba subir a la Cruz de madera para ser crucificado y morir allí por todos los hombres.
La gruta en la que nace el Niño, es en realidad un albergue para animales, oscuro, frío, con su suelo lleno de las cosas que los animales hacen, las cuales son limpiadas por la Virgen, mientras San José va a buscar leña para que el Niño tenga luz y calor.
La Virgen y San José deben ir obligadamente a este lugar para hacer nacer al Niño, ya que los otros lugares más cómodos y calientes, los hospedajes y las casas de Belén, están todos ocupados, y en todos les han dicho que no pueden entrar, y les han cerrado las puertas en la cara, sin apiadarse de una mujer embarazada que está a punto de dar a luz.
Los hospedajes y casas de Belén, que no se abren cuando la Virgen golpea a las puertas para poder entrar y hacer nacer al Niño Dios, representan a los corazones de los hombres, endurecidos por el pecado y el mal, que se niegan a la conversión y rechazan a Dios.
La gruta, oscura y fría, representa el corazón humano, que sin Dios, es oscuro y frío, mientras que los animales representan a las pasiones sin control, y así como la gruta, cuando nazca Dios Niño, será iluminada con la luz de la Gracia Increada, que es más fuerte y brillante que mil soles juntos, porque es la luz de Dios, así también el corazón humano, cuando nazca el Niño Dios por la gracia, será iluminado con esta misma luz, la luz que brota del Corazón del Niño Dios, una luz más brillante que mil soles juntos.
Los pastores representan a los hombres de buena voluntad que, aún sin conocer a Dios, obran el bien según el dictado de sus conciencias: están trabajando, porque están pastoreando al momento de recibir el anuncio, y están por lo tanto despiertos y vigilando, atentos a que el lobo no despedace con sus dientes a sus ovejas, es decir, evitan obrar el mal. Esta actitud de los pastores los prepara para recibir la Buena Noticia del Nacimiento de Dios como Niño en Belén.
Por último, los ángeles, los mensajeros de Dios, son los encargados de anunciar, con sus cantos de alegría, que para los hombres ha terminado la oscura noche del pecado, de la triste y penosa rebelión del hombre contra Dios, porque Dios en Persona ha venido a este mundo, como un Niño, para perdonarles sus pecados y, todavía más, para hacerlos ser hijos de Dios y llevarlos al Cielo, a la feliz eternidad en compañía de las Tres Personas de la Trinidad, de la Virgen, y de todos los ángeles buenos. Los ángeles cantan “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”, es decir, paz a aquellos que son como los pastores, que están atentos y vigilantes para obrar el bien y evitar el mal. Y la Iglesia toma el Gloria de los ángeles, para glorificar a Dios que continúa su Nacimiento en el altar, en la Eucaristía, convirtiendo al altar en un Nuevo Pesebre de Belén.
Pero además de los ángeles buenos, también hay un ángel malo, con muchos de sus secuaces, ángeles de sombra y de maldad, no de luz y de amor, como los ángeles de Dios, que no se alegran por el Nacimiento, sino que se llenan de odio y de rabia porque saben que ese Niño los derrotará para siempre cuando abra sus brazos en la Cruz, y también se enojan con su Mamá, porque saben que la Mamá de este Niño, con su delicado piececito, les aplastará la cabeza y los sepultará en el infierno para siempre.
Cuando miremos el Pesebre, entonces, meditemos en todo lo que se ve, y también en lo que no se ve, y pensemos que ese Niño, que es Dios, que abre sus bracitos en su cuna, ha venido a este mundo para abrir después sus brazos en la Cruz, para dar su vida por nosotros, para perdonar nuestros pecados, para hacernos ser hijos de Dios, y para llevarnos al Cielo al final de nuestro paso por la tierra.
Es por esto por lo que nos alegramos en Navidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario