II Etapa CONOCIMIENTO DE UNO MISMO
¿Para qué estamos en esta vida? El conocimiento de nuestra existencia
En esta etapa de la Consagración, nuestro objetivo es conocernos a nosotros mismos, y por eso tenemos que saber cuál es el objetivo de nuestra vida aquí en la tierra.
Todo ser humano se pregunta: ¿Para que existimos? ¿De dónde venimos, hacia donde vamos?
No se pueden contestar estas preguntas sin tener en cuenta a Dios, Ser Perfectísimo, de cuyo Amor y Sabiduría ha surgido la Creación entera, incluidos nosotros.
Somos “criaturas” de Dios, y esto quiere decir: “Toda cosa viva creada por Dios. La palabra tiene una raíz que alude a la creación y la terminación que define la obligación o atadura hacia el que produce el acto creador”.
Por el hecho de haber sido creados por Dios, le pertenecemos, somos de su propiedad, puesto que Dios está en el inicio de nuestra existencia, y está también al final.
Y como somos de Dios, debemos darle a Él lo que Él nos ha dado al crearnos: Amor. Dios, por ser quien es, merece ser adorado y glorificado por nosotros, y en esta adoración y glorificación de Dios, está nuestra felicidad.
Pero hay algo que dificulta que llevemos a cabo nuestra deber de amor para con Dios, y es el pecado original, que se interpone entre nosotros y Dios como un alto muro, imposible de franquear por nosotros mismos.
En la adoración y en el amor de Dios está nuestra felicidad, pero por el pecado original, se nos hace muy difícil, porque nos hace apegarnos a cosas que nos alejan de Dios, al tiempo que no nos permiten usar nuestros dones y talentos para un mayor servicio de Dios. Por eso es necesaria la gracia, que nos viene por los sacramentos, y también la oración.
Por medio de la Consagración, y con la ayuda de la Virgen, vamos a tratar de ver cuáles son nuestros defectos, para erradicarlos, y cuáles son nuestros talentos y virtudes, para afianzarlos y para usarlos para Dios.
Haciendo esto, encontraremos rápidamente el sentido de nuestra vida, dejaremos de lado los pesos que nos impiden volar hacia el encuentro con Dios, viviremos serenos y felices en esta vida, aún en las tribulaciones, y seremos felices para siempre en la otra vida, porque transitaremos en esta vida amparados por la Misericordia Divina.
Jesús, a través de Sor Faustina, nos dice: "La Humanidad no tendrá paz, hasta que torne con confianza a Mi Misericordia". Sólo encontraremos la paz de Dios cuando, confiando en su Misericordia, vivamos para Dios y de Dios, cumpliendo en todo su Voluntad en nuestras vidas.
El conocimiento de uno mismo
Somos criaturas y también hijos de Dios, por el bautismo, creados para amar y servir a Dios, y así salvar nuestras almas, como dice San Ignacio de Loyola. No estamos en esta vida por casualidad, sino porque Dios nos creó con Amor y Sabiduría infinitas, para que vivamos felices con Él para siempre en la eternidad.
Ahora que sabemos esto, debemos empezar con el conocimiento de nosotros mismos.
por qué es necesario este conocimiento
Es importante conocernos para saber cuál es el camino para la salvación de nuestras almas. Si no nos conocemos, vamos a equivocarnos cuando hagamos una evaluación de nuestros actos. Por ejemplo, vamos a creer que somos justos, cuando en realidad somos injustos, o vamos a creer que somos buenos, cuando en realidad somos egoístas.
Algunas veces, vamos a pensar que somos mejores de todos, con lo cual estamos pecando de soberbia. Otras, por el contrario, vamos a creer que nuestros errores son imposibles de reparar, y nos vamos a desalentar. Podemos culpar a los demás de lo que es nuestra propia responsabilidad, o también podemos sobrecargarnos con culpas ajenas, y así nos amargamos la vida inútilmente.
Aprender a conocerse es una tarea de la que nadie debe excluirse bajo riesgo de hacerse mucho daño y de causar también mucho daño a otros.
Se obtienen grandes ventajas cuando las personas se conocen a sí mismas. Cuanto más pronto los jóvenes se conozcan a sí mismos, más pronto también sabrán de los defectos de su carácter y más pronto buscarán remedios que podrán hacerles mucho bien. A la vez, temprano en su carrera sabrán cuáles son sus fortalezas y así perderán menos tiempo en divagaciones inútiles, aunque reconociendo siempre que de todo recorrido puede aprenderse mucho.
La persona que se conoce es infinitamente menos violenta que la que no se conoce. La violencia es ignorancia fermentada. Por eso en las discusiones alza más la voz el que menos seguro se siente: suple con gritos lo que le falta en convicción de las propias razones.
La persona que se conoce tiende a ser más misericordiosa. Ha visto sus propios errores y le queda más fácil entender que otros yerren. Ha visto que el mal tiene mil disfraces y que es fácil equivocarse; por eso simpatiza con la frase compasiva de Cristo en la Cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23,34).
Ahora bien, este conocimiento de uno mismo, no podemos lograrlo si alguien no ilumina nuestras mentes y corazones, y ese alguien es Jesús.
Cristo viene a ser aquí como la lámpara que nos conduce a saber la verdad sobre nosotros mismos; él es Aquel que me enseña lo que yo no sé sobre mí.
Encontrarse de veras con Cristo y llegar a conocerse vienen a ser sinónimos. Esto lo vemos en algunos pasajes de la Biblia, como el de la mujer samaritana del capítulo cuarto del Evangelio de Juan o como la conversión de Zaqueo.
Además, es muy distinto llegar al conocimiento de sí mismo con la luz de Cristo o sin ella. Como bien anota Santa Catalina de Siena, el solo conocimiento de nosotros fácilmente conduce a la desesperación, pues destapar los sótanos del alma deja salir toda suerte de miasmas y espectros. Descubrir que en el fondo de mi existencia he sido siempre un egoísta y que todo el mundo es en el fondo egoísta no me libera por sí solo del egoísmo. Más bien, lo probable es que me conduzca a la amargura y la náusea.
Muy distinto es el desenlace cuando bajo a mi sótano armado de la luz de Cristo. No es que mi verdad se atenúe o disfrace, no es que queden maquillados mis errores o escondidas mis incoherencias, sino que todo ello queda iluminado por la luz de Jesús, que me conduce, de esa manera, a la conversión. El fruto de mi conversión, es la conversión: dejar de mirar a las cosas de la tierra, como el girasol durante la noche, y orientar el rostro del alma hacia el Sol de justicia, Jesucristo, como hace el girasol cuando ya es de día.
Conocer lo que me ha dado Dios y para qué
El examen de conciencia tradicional es muy beneficioso, porque nos permite ver directamente las faltas que hemos cometido. Estas faltas una vez escritas en un papel y confesadas, nos permitirán acercarnos más a Dios, llegar como el hijo pródigo hasta el Padre Misericordioso, para recibir el perdón que nos dará la paz del corazón.
Pero en la Consagración haremos, además de este, otro examen de conciencia, mediante el cual vamos a reconocer todos los dones que hemos recibido de Dios, y cómo podemos ponerlos a su servicio.
Si recordamos la parábola de los talentos, allí se pide más a quien se dio más; si a mí me dieron determinados talentos, tengo que hacerlos rendir, para sacar fruto de ellos. En caso contrario, si por pereza, por negligencia, por descuido, no hago rendir mis talentos, entonces soy como el siervo malo y perezoso, que enterró su talento para no tener que trabajar. Y cuando vino el dueño, se quedó sin nada, porque se le quitó hasta lo que creía tener.
Si soy virtuoso para algo, esa virtud debo ponerla al servicio de Dios y del prójimo.
¿Cuáles son los talentos que nos da Dios? El primer talento, el más importante y hermoso de todos, es su vida misma, que se llama “gracia”, la cual puede ser “actual” –en un momento determinado, y nos ayuda a elegir el bien y no el mal-; “habitual o santificante”, que es la que nos hace ser hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo –esta gracia se pierde con el pecado mortal, por eso es muy importante conservar esta gracia, evitando todo lo que me conduzca al pecado mortal-, y “de oficio”, para realizar una tarea específica. Por ejemplo, el sacerdote tiene su gracia propia, y los esposos, la suya. También los niños y los jóvenes tienen una gracia propia de su estado, por ejemplo, los mandamientos principales son: “Amar a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo”, y “honrar padre y madre”.
Para conocernos a nosotros mismos, nos es útil saber cuáles son los dones, las virtudes y los talentos que nos da Dios.
Dones
La palabra “dones” viene de “don”, y significa algo que es entregado gratuitamente, sin tener merecimiento alguno para recibirlo. Los dones son gracias que Dios, por su infinito Amor, nos otorga sin que nosotros hayamos hecho nada para merecerlas.
Capacitan el alma para escuchar las más secretas inspiraciones de Dios, es como el cordón de un teléfono. Esto quiere decir que mientras estamos conectados a Dios a través de ellos, podremos conocer la Voluntad de Dios para nuestra vida, y lo medios que tenemos para llegar a concretar la misma.
De ellos necesita todo hombre para llegar a su último fin de salvación eterna.
Algunos dones pueden ser, oración, meditación, contemplación, don de lenguas, don de profecías, don de videncia.
Virtudes
La virtud es como una fuerza interior que me ayuda siempre a elegir bien. No sólo a elegir entre el mal y el bien, sino entre dos bienes, el mejor. Las virtudes son infundidas por el Espíritu Santo en el alma, y gracias a ellas podemos llegar a la santidad, es decir, a vivir en Dios y de Dios, porque orientan todos nuestros pensamientos y sentimientos hacia Dios.
Las tres virtudes teologales principales, de las que se derivan las otras, son:
Fe – Esperanza - Caridad
Las Virtudes Morales Cardinales son:
Prudencia – Justicia – Fortaleza - Templanza
Tanto los Dones como las Virtudes se pierden con un solo pecado Mortal
Talentos
Son aptitudes intelectuales o capacidades naturales o adquiridas, destinadas a ayudar a mis prójimos para que logren la santificación de sus almas.
Por ejemplo: si tengo aptitudes para tocar la guitarra, o cocinar o cualquier otra actividad, esta será destinada para ayudar a los demás con estos talentos a descubrir el amor de Dios en sus vidas. Así, en un campamento, tocar la guitarra puede ser útil para animar una excursión, o cocinar, puede ser útil para que todos puedan comer bien.
El conocimiento de uno mismo es fundamental en la relación de hijo y Dios Padre, en el reconocer todas las cosas que El nos ha donado en nuestra vida, nuestras virtudes, talentos y capacidades.
Una vez que hemos podido valorar todo lo que hemos recibido de Dios, el paso que sigue es contemplar como hemos retribuido en actos de amor y desamor a este Dios que tanto nos ama. Ver si hemos sido capaces de explotar nuestras capacidades y conocimientos en beneficio de nuestros seres queridos y nuestros hermanos, o si por el contrario, nos hemos comportado como el siervo perezoso –y egoísta- que por no trabajar, y por no compartir los dones, virtudes y talentos que Dios le había dado, se quedó al final sin nada.
Para saber bien cuáles son los dones, virtudes y talentos recibidos, tengo que rezar al Espíritu Santo, para así avanzar en la Consagración al Inmaculado Corazón de María.
Sabremos que vamos a entregar en esta consagración. Las cosas buenas y las malas. Pues nadie es enteramente bueno o malo. En esta entrega pediremos a María Santísima que nos ayude a modificar nuestros grandes o pequeños pecados, y a perseverar e intensificar nuestras buenas acciones, virtudes y talentos.
Así seremos sinceros con nosotros mismos y con Dios. Y la Consagración será plena y conciente, con amor, gratitud y pedido de misericordia.
El Conocimiento de nosotros mismos con la ayuda de La Humildad De Maria
La humildad es una virtud fundamental para la consagración al Inmaculado Corazón de María, porque sin humildad, no se puede entrar en el Reino de los cielos. Y debido a que la Virgen es la criatura más humilde de entre todas, es indispensable recurrir a Ella para vivir la humildad. Ella, a pesar de haber sido dotada de todas la cualidades, y a pesar de haber poseído todo el agrado de Dios, porque era Inmaculada y era Llena de gracia, nunca hizo alarde de esta condición, nunca mencionó o hizo valer estos derechos para su reconocimiento o para conseguir algo que deseara, o para evitar alguna responsabilidad.
Para poder someterse a la Misericordia llegamos de nuevo a la misma conclusión, debemos ser humildes y suplicar a María y al Espíritu Santo que nos envíen la virtud de la humildad.
La sangre de Cristo completa en nosotros lo incompleto, lo fallado, lo imperfecto. Somos miseria, pero en Dios somos enaltecidos, somos pecado pero en Dios somos salvados, somos hijos del demonio cuando nacemos pero en el bautismo nos hacemos hijos de Dios.
Dice la Biblia, el Señor se resiste a los soberbios… esto debería ser suficiente. La humildad es el camino, agradezcamos humildes todo lo que Dios nos ha dado, y pidamos perdón humildemente por nuestros pecados.
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