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viernes, 13 de octubre de 2017

Quien no se alimente del Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía, no entrará en el Reino de los cielos


(Homilía para Misa de Primeras Comuniones 2017)

         Para saber qué es lo que estamos por recibir, recordemos un episodio de la Biblia, en el que el Pueblo Elegido, habiendo sido sacado de Egipto por Dios a través de Moisés y luego de atravesar el desierto por cuarenta años, se dirigía a la ciudad de Jerusalén.
         En esa travesía, que duró cuarenta años, los hebreos se alimentaron con un maná que bajaba del cielo; bebían agua que salía de una roca y eran guiados por una nube luminosa en la noche, que les indicaba el camino. También tenían que protegerse de víboras venenosas, y para eso Moisés hizo una serpiente de bronce, que curaba con el poder de Dios, de manera que todos los que habían sido mordidos por las serpientes venenosas, al mirar a la serpiente de bronce que había hecho Moisés, se curaban en el acto.
         Bueno, así como el Pueblo Elegido es sacado de Egipto y llevado al desierto, para llegar a la ciudad de Jerusalén, así nosotros hemos sido sacados de la esclavitud del Demonio, por el bautismo y somos llevados por el desierto, que es esta vida, hacia la Jerusalén celestial. Y así como los hebreos bebían del agua pura que salía de la roca, así nosotros bebemos del agua pura que es la gracia santificante, que se nos da por los sacramentos, sobre todo la confesión sacramental, y por eso la necesidad que tenemos de confesarnos con frecuencia, para que nuestra alma no muera de sed. Y la nube de luz que guiaba a los hebreos, es para nosotros la Virgen María, la Mujer revestida de sol, que nos guía en nuestro caminar hacia la Jerusalén del cielo, donde está su Hijo, que es el Cordero y es la Lámpara de la Jerusalén celestial.
         Por último, está el maná: los hebreos se alimentaban de un maná que bajaba del cielo, una especie de pan milagroso que satisfacía el hambre, y comían además perdices, que Dios enviaba desde el cielo. Así, los hebreos, alimentados con pan y carne de perdices y bebiendo del agua de la roca, pudieron llegar a Jerusalén.
         Nosotros tenemos otro maná, otro Pan del cielo, que es el Verdadero Maná, la Eucaristía: es un Pan bajado del cielo, sobre el altar eucarístico, en cada Santa Misa, y nos alimenta el alma, para que seamos capaces de atravesar el desierto de la vida y llegar a la otra vida, a la Jerusalén celestial. La Eucaristía es el Verdadero y único Maná bajado del cielo, y el que se alimenta de la Eucaristía durante su vida, puede llegar al cielo en la otra vida; el que no se alimenta de la Eucaristía, es como el que pretende atravesar un desierto sin comer y sin beber nada, termina muriendo de hambre y de sed. El agua para nosotros es la gracia santificante y la nube es la devoción y el amor a la Virgen María, que nos guía de la mano hasta llegar al cielo. Por último, también en este desierto de la vida, hay serpientes venenosas, pero no las de la tierra, sino los ángeles caídos, los demonios, que muerden e inyectan veneno, pero no muerden el cuerpo, sino el alma, el corazón, e inyectan el veneno del pecado, de la rebelión contra Dios, el veneno de la pereza, de la gula, de la avaricia, de la lujuria, pero así como los israelitas se curaban mirando a la serpiente de bronce, así nosotros nos curamos de dos maneras de este veneno espiritual que nos inyectan los demonios: por la confesión sacramental y por la contemplación de Jesús crucificado. Quien se confiesa con frecuencia y quien reza de rodillas ante Jesús crucificado, tiene siempre el alma sana y limpia, libre de la contaminación venenosa de esas serpientes del infierno que son los demonios.
         Hoy van a recibir por primera vez al Verdadero y Único Maná del cielo, la Eucaristía. Para muchos, será la última vez, porque muchos niños y jóvenes no se dan cuenta que sin la Eucaristía, el alma se muere de hambre, de hambre de Dios, de paz, de alegría. Creen que porque se hacen grandes y se alimentan con alimentos de la tierra, que alimentan sólo el cuerpo, ya no tienen necesidad de alimentarse de la Eucaristía, y por eso abandonan la Iglesia y no vuelven más. Están en un grave error y muy equivocados, quienes piensan que así van a sobrevivir en esta travesía por este desierto que es la vida, hasta llegar a la Jerusalén celestial, porque el que no se alimenta de la Eucaristía, no llega nunca a la Jerusalén celestial. Nadie los va a controlar si ustedes asisten o no a misa, para recibir el Pan bajado del cielo, la Eucaristía, pero sepan que si ustedes faltan a Misa por pereza o por cualquier motivo que no sea grave y no se alimentan de este Pan bajado del cielo, nunca van a entrar en el Reino de los cielos, aun cuando se cansen de comer comidas en la tierra.

         Solo si se alimentan de la Eucaristía, que hoy reciben por primera vez, van a llegar el Reino de los cielos. Si no lo hacen, si a partir de hoy ustedes desaparecen y se despreocupan de la Eucaristía, sepan que nunca van a entrar en el Reino de los cielos. Solo quien se alimenta de la Eucaristía, en estado de gracia, es decir, después de confesarse, todos los días de su vida, hasta el último día, solo ese, entrará en el Reino de los cielos.

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