(Domingo
II - TA - Ciclo B - 2017 – 2018)
“Preparen
el camino del Señor, allanen sus senderos” (Mc1,
1-8). Juan el Bautista, que es primo de Jesús y sabe que Él es “el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo”, nos anuncia que Jesús ya viene a nosotros,
a buscarnos, para morir en la cruz y salvarnos y para llevarnos al Cielo. Pero
él dice que, para que seamos capaces de recibirlo, debemos “allanar los
senderos”, es decir, enderezar los caminos llenos de curvas y aplanar los
caminos que tienen subidas y bajadas. Los caminos llenos de curvas son los
corazones que no son rectos, porque están llenos de mentiras y de engaños, y
los caminos con subidas y bajadas son los corazones soberbios y perezosos. Para
poder recibir a Jesús, dice Juan el Bautista, debemos “allanar los senderos”,
es decir, hacer que nuestros corazones sean transparentes y abandonen para
siempre la mentira y el engaño, además de tratar de imitar a Jesús en su
humildad y en su mansedumbre, porque Jesús es Dios Tres veces Santo, y Él no
puede habitar en un corazón oscuro, un corazón que dice mentiras, que es
altanero y perezoso.
El
tiempo de Adviento es el tiempo que nos da la Iglesia para que hagamos este
trabajo espiritual, de luchar contra nuestra tendencia ya sea a decir mentiras
o a hablar de cosas vanas, sin nunca elevar la vista por encima del horizonte
de esta vida y mirar al Cielo, hacia donde debemos ir, para ganar el Cielo con
buenas obras.
El
tiempo de Adviento es el tiempo que nos da la Iglesia para que meditemos en las
palabras de Jesús: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”, es
decir, para que aprendamos de Jesús a tener un corazón de cordero, manso y
humilde, y no un corazón de lobo, soberbio y malo.
¿De
qué manera vamos a “allanar los senderos” para que llegue el Niño Dios a
nuestros corazones?
Primero,
dejando de lado todo lo que no pertenece a la Navidad, como Papá Noel, o los
regalos, o las comidas ricas, o el festejar hasta tarde, sin darnos cuenta que
la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena; mirar el Pesebre
y pensar que el Niño del Pesebre es Dios, que se hace Niño para que yo no tenga
miedo de acercarme a Dios, así como nadie tiene miedo de acercarse a un niño
recién nacido, y que si Dios viene como un Niño para Navidad, es para que yo lo
reciba abriendo las puertas de mi corazón de par en par; pedirle a la Virgen
que convierta mi corazón en un Pesebre, en un Portal de Belén, para que su Hijo
nazca en mi corazón por la gracia; hacer alguna de las obras de misericordia
que me pide la Iglesia, según las medidas de mis posibilidades –por ejemplo, si
hay alguien enfermo en casa, cuidr de él no solo sin quejarme, sino con amor,
así como cuidaría al mismo Jesús-; hacer oración, confesarme con frecuencia y
comulgar en gracia. Ésa es la forma de “preparar el camino del Señor”, que
viene a nuestros corazones para Navidad.
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