(Domingo III – TA – Ciclo B – 2017 – 2018)
Hay una forma de vivir la Navidad que agrada
a Dios y hay otra forma que no agrada a Dios. ¿Cómo vivir la Navidad de manera que
agrade a Dios?
Lo primero que hay que hacer, es recordar qué
es lo que festejamos en Navidad: recordamos cuando vino Jesús por Primera Vez.
¿Cómo vino por Primera Vez? Él era Dios, pero no vino mostrándose como Dios, es
decir, lleno de esplendor y de majestad; vino como un Niño, naciendo
milagrosamente del seno virgen de María, en un Portal de Belén, que era oscuro
y frío y servía como refugio de animales. En la Santa Misa de Nochebuena, la
Iglesia recuerda ese Nacimiento milagroso, pero como en la Misa actúa el
Espíritu Santo, el Espíritu Santo obra un milagro maravillosísimo, porque hace
que el recuerdo se haga realidad. Esto quiere decir que no solo nos acordamos
que Jesús nació en Belén, sino que, misteriosa pero realmente, es como si
nosotros, por la Misa de Nochebuena, viajáramos en el tiempo, hasta Palestina,
hace veintiún siglos, y estuviéramos frente al Niño Dios, recién nacido para
nuestra salvación. O también, si queremos, es como si el Belén viajara hasta
nosotros y estuviera, sobre el altar, delante de nuestros ojos. Invisible, pero
delante de nuestros ojos. Por la Santa Misa de Nochebuena, experimentamos un
milagro maravillosísimo, que es estar delante del Niño Dios, recién nacido en
el Portal de Belén.
Otra forma de vivir la Navidad que agrada a
Dios, es pedirle a la Virgen la gracia de que nuestros corazones sean como el
Portal de Belén: era refugio de animales, que representan a nuestras pasiones –ira,
pereza, etc.-; también estaba oscuro –es el corazón que no tiene la luz de la
fe- y frío –es el corazón que no tiene el amor de Dios-, pero cuando nació el
Niño Dios, el Portal de Belén se llenó de la luz de la gloria del Niño Jesús,
se escucharon los cantos de los ángeles y todo el Portal quedó lleno del Amor
de Dios. Así también nuestro corazón, que es oscuro y frío como el Portal de
Belén antes que naciera el Niño Dios, quedará lleno de la luz y del Amor de
Dios, si el Niño Dios nace en él. Ésta es la Navidad que le agrada a Dios:
aquella en la que nuestro corazón es como un Pesebre en donde nace el Niño
Dios, para allí ser amado, bendecido y adorado, y en donde la verdadera fiesta
de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena. Después de esto, sí, podemos
compartir con la familia y los amigos una rica cena, pero si faltan la Misa de
Nochebuena y si nuestros corazones no son como el Portal de Belén, entonces esa
Navidad no agrada a Dios.
Tampoco agrada a Dios una navidad sin el Niño
Dios, una navidad pagana, en donde en vez del Niño Dios está Papá Noel, que es
un invento de la Coca-Cola; una navidad en lo que lo que importan son los
regalos y festejar por festejar, pero sin la Alegría de Dios, que desde el
Pesebre nos regala su Amor y su Alegría; una navidad en donde lo que importa es
comer cosas ricas, pero sin acordarnos del Niño de Belén. Que nuestros
corazones sean entonces como otros Pesebres en donde nazca el Niño Dios y que
la verdadera fiesta de Navidad sea la Santa Misa de Nochebuena.
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