Dedicado
a San Pío X, Patrono de los Catequistas.
La Catequesis de una Parroquia forma parte de una de sus
estructuras más importantes, constituyendo parte de la columna vertebral de la
misma, desde el momento en que la función que desempeña es esencialmente apostólica:
como los Apóstoles, que recibieron la fe de Jesús y la transmitieron a la
Iglesia, la Catequesis es la que recibe la fe y la transmite a las nuevas
generaciones. Esta transmisión de la Fe es realizada por la Catequesis no según
las interpretaciones subjetivas de cada persona particular, sino según la única
fe católica que es custodiada y explicitada por el Magisterio de la Iglesia –principalmente
el Catecismo-, que se nutre a su vez de la Tradición y las Sagradas Escrituras.
Esto quiere decir que así como sea la Catequesis, así será la fe de las futuras
generaciones.
De
manera particular, puesto que la Eucaristía es el culmen de la Iglesia y que la
Iglesia nace de la Eucaristía y a la Eucaristía tiende, la Catequesis debe ser
predominantemente eucarística. Sin la Eucaristía, la Iglesia Católica pierde su
razón de ser, quedándose sin su soporte vital, sin la fuente, literalmente, de
su vida, porque la Eucaristía es el Corazón de la Iglesia, del cual recibe la
gracia y la Sangre de Jesucristo por medio de esas arterias que son los
sacramentos. Del mismo modo a como un cuerpo humano recibe la vida de su
corazón, a través del bombeo de la sangre que circula por sus arterias, así la
Iglesia recibe la vida divina por medio de su Corazón, la Eucaristía, de la
cual brota la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, que se distribuye por el
Cuerpo de la Iglesia a través de los sacramentos.
Para cumplir su tarea de la mejor manera posible –que trabaje
sin paga alguna monetaria no significa que su trabajo puede ser hecho de
cualquier manera, por el contario, debe ser hecho con la mayor perfección
posible, según las palabras de Jesús: “Sed perfectos, como mi Padre del cielo
es perfecto”-, el Catequista debe mejorar dos aspectos de su vida interior:
profundizar e intensificar su vida de oración –principalmente, Rosario,
Adoración Eucarística, Santa Misa-, ya que no se concibe un Catequista que no
rece y, por otro lado, debe esforzarse por su formación específicamente
católica porque el Catequista es un maestro de la fe y un maestro que no
estudie, no es un maestro. En la tarea formativa del Catequista debe incluirse,
de modo privilegiado, todo aquello que favorezca tanto el conocimiento del misterio
de la Eucaristía –por ejemplo, leer las vidas de santos eucarísticos-,
como también la piedad y la devoción personal del Catequista, basados ambos en
el amor y la adoración eucarística.
Entonces, el Catequista debe formarse y rezar: formarse ante
todo en el Catecismo y en aquello que es el Corazón de la Iglesia, la
Eucaristía y la Santa Misa y debe rezar y alimentar su alma de aquello que es
el Pan de los ángeles y que se nos ofrece gratuitamente, la Eucaristía y la
Adoración Eucarística. ¿Cuántos catequistas han leído algún documento del
Magisterio
sobre la Eucaristía? ¿Cuántos catequistas han leído algún libro sobre milagros
eucarísticos, sobre santos, sobre vida espiritual, de autores católicos y no
heréticos, como por ejemplo, el Padre Anselm Grün? Puede ser que alguno diga
que es muy rudo y que no puede leer mucho; de acuerdo, pero a ese tal, le
debería bastar con saber que la Santa Misa es el Sacrificio de Jesús, para no
perderse ni una Misa y le debería bastar con saber que la Eucaristía es el
Sagrado Corazón de Jesús vivo, glorioso, resucitado, lleno del Amor de Dios,
para que su corazón arda en el deseo de comulgar y no perderse ni una Comunión.
A ese tal no se le exigirá que estudie lo que no puede estudiar, pero sí se le
exigirá qué hizo con el conocimiento básico y esencial que tenía a su alcance. Pero
al que puede leer para formarse y no lo hace por pereza, se le pedirá cuentas
de las lecciones de Catecismo que no preparó ni estudió por pereza, de las
Misas faltadas por pereza, de las adoraciones eucarísticas no realizadas por
pereza y de la falta de lectura que profundice su fe eucarística, por pereza. A
cada uno se le pedirá según lo que se le dio; a nadie se le exigirá más de lo
que puede, pero Dios es exigente y pide que le demos todo el amor del que
seamos capaces y este amor se demuestra en el esfuerzo puesto en la preparación
de las lecciones, en la oración y en la formación personal.
Es imposible medir el “éxito” de una Catequesis, pero sin
duda alguna, si en una Parroquia cualquiera, reciben anualmente la Catequesis
de Comunión y Confirmación unos setecientos entre niños y jóvenes y al año
siguiente, se verifica la asistencia dominical a Misa de solamente un 1% (uno
por ciento), entonces, algo está fallando en la Catequesis. Si los niños, al término de su período de formación -dos años de Comunión y uno de Confirmación- no entendieron que deben vivir una vida espiritual cristiana y no meramente humana y que esa vida espiritual cristiana se alimenta de dos sacramentos, la Confesión y la Eucaristía, no entendieron nada de lo recibido en el Catecismo. La solución a esta
crisis no consiste en salir a la caza de culpables, sino en comenzar a poner en
orden la propia casa, es decir, el estudio, la formación y la vida de piedad
del catequista y en reflexionar acerca de cómo estamos impartiendo la Catequesis. La solución tampoco está en multiplicar movimientos, porque los movimientos y grupos de la Iglesia -Acción Católica, Legión de María, etc.- no son fines en sí mismos y no son indispensables para la fe, aunque sí ayudan a la perseverancia. Pero el niño que se enamora de la Eucaristía, por así decirlo, no necesitará o lo necesitará muy secundariamente, a este apoyo dado por los movimientos.
Si asumimos que la Catequesis es –o debe ser- “Eucarística”
por antonomasia, entonces el trato dado a la Eucaristía tiene muchísima
importancia, porque el trato que demos a la Eucaristía, revela nuestra Fe, la
cual será como sea nuestro trato: reverente o irreverente.
El Catequista debe fomentar la participación de sus alumnos
en lo que constituye el supremo culto que la Iglesia Católica ofrenda a Dios
Uno y Trino, el Sacrificio Eucarístico, renovación incruenta y sacramental del
Santo Sacrificio del Calvario y esta tarea la llevará a cabo si él mismo asiste
a la Santa Misa y se confiesa con regularidad. No se concibe un Catequista sin
amor a la Eucaristía y sin confesión frecuente.
Con respecto al trato dado a la Eucaristía, sobre todo en su
recepción, hay que tener en cuenta que durante muchos siglos la Santa Iglesia
Católica prohibió la comunión en la
mano por diversos motivos: entre muchos otros, por el peligro de profanaciones
eucarísticas por parte de herejes –los evangelistas o los integrantes de
sectas, por ejemplo, no tienen la fe eucarística que tenemos los católicos, ya
que para ellos la Eucaristía es solo un pedacito de pan bendecido, pero no la
Presencia del Cuerpo y la Sangre de Jesús-; por el robo de Hostias consagradas
para prácticas supersticiosas como por ejemplo, las misas negras; para acentuar
la fe en la Presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, hecho
que se facilitaba con la recepción de la Eucaristía en la boca.
Ahora bien, los motivos por los cuales la Santa Iglesia prohibió
la comunión en la mano durante siglos persisten hoy en día y, todavía más, se
han agravado. Es decir, aquellas causas por las cuales la Iglesia prohibió que
se comulgue en la mano, continúan vigentes en nuestro siglo XXI e incluso se
han agravado substancialmente. En efecto, abundan los herejes –no solo fuera
sino incluso dentro de la misma Iglesia- que niegan o ponen en duda la
transubstanciación; en nuestros días, se practica la brujería como nunca antes
en la historia de la humanidad, con lo que abundan los brujos y magos negros
que pagan fortunas por Hostias consagradas robadas para practicar el satanismo
en las misas negras -es conocido el milagro de la Hostia que sangró al ser
apuñalada-, hecho con el cual se pone en evidencia que los brujos, los magos
negros y los demonios, tienen más fe en la Presencia real de Jesús en la
Eucaristía que los mismos católicos, porque si tuvieran la débil fe de la
mayoría de los católicos, ni se molestarían en robar y profanar la Eucaristía. Otro
motivo por el cual se prohibió la comunión en la mano es que la recepción en la
boca –y todavía más, de rodillas- fortalece la fe católica en la Presencia
real, verdadera y substancial de Jesús, el Hombre-Dios, en la Eucaristía,
porque se trata de un gesto externo –la comunión de rodillas y en la boca- de
adoración y de humillación del hombre frente a Dios oculto en la Eucaristía, y
este gesto no depende de la época, de la historia o de la moda, sino que está
inscripto en la naturaleza humana: el arrodillarse es un gesto de adoración
externo que acompaña al acto de amor y adoración interior que deben preceder a
la Comunión Eucarística. En definitiva, lo que queremos decir es que los hechos
negativos y positivos que dieron origen a la prohibición, en la Iglesia, de la
comunión en la mano, siguen aún más vigentes que nunca en nuestros días.
¿Cómo comulgar? Es cierto que la Santa Madre Iglesia ha
recomendado, de los veinte siglos de existencia, durante catorce, la comunión
de rodillas y que los grandes santos de la historia han comulgado de rodillas. Es
cierto también que se autoriza a comulgar de pie y en la mano. Pero también el
Cielo nos da una indicación de cómo comulgar: el Ángel Custodio de Portugal se
postró con la rodilla en tierra ante la Eucaristía y el Cáliz que él había
traído, antes de darles la comunión a los Pastorcitos, los cuales la recibieron
de rodillas. El Cielo nos indica cómo comulgar: de rodillas y en la boca.
Por otra parte, el Catequista debe tener en cuenta aquellos
errores que se han popularizado y que atentan contra nuestra fe: Papá Noel,
Halloween, el conejo de Pascuas, Carnaval. Corregir estos errores y
denunciarlos, es tarea del Catequista, porque el Catequista tiene el sagrado
deber ante Dios Trino, como ya lo dijimos, de transmitir la Santa Fe católica
en su pureza e integridad total. Papá Noel ha desplazado al Niño Dios en
Navidad; Halloween, fiesta satánica por excelencia, se hace pasar como fiesta
inocente para niños y es el día en el que más profanaciones eucarísticas y
misas negras satánicas se realizan, además de ser el día en el que más niños
desaparecen, al ser secuestrados por los satanistas para realizar las misas
negras (la devoción a la Virgen de la Eucaristía, cuyo día es el 30 de Octubre,
un día antes de Halloween, el 31, tiene como fin, además de aumentar el amor y
la devoción a Jesús Eucaristía, la reparación por los innumerables sacrilegios
cometidos en Halloween contra la Eucaristía); la alegría de la fiesta de
Pascuas no se reduce a degustar conejos de chocolate: se origina en la
Resurrección de Jesucristo, el Hombre-Dios, que con su Muerte en Cruz y Resurrección,
derrotó para siempre al Demonio, a la Muerte y al Pecado, los tres enemigos
mortales de la humanidad, nos abrió las puertas del cielo y nos concedió su
gracia santificante que nos hace hijos adoptivos de Dios. La alegría de la
Resurrección es una alegría eucarística porque Jesús Resucitado, el mismo que
resucitó glorioso el Domingo de Resurrección en el Santo Sepulcro, es el que
está, en Persona, vivo, glorioso, resucitado, en la Eucaristía; por último, el
Carnaval atenta directamente contra nuestra fe y contra la vida de la gracia,
porque exalta todo lo que Jesús ha derrotado en la Cruz: el Carnaval exalta al Demonio,
porque el Rey del Carnaval es el Demonio; el Carnaval exalta el pecado, porque
la inmoralidad sexual, la lujuria, la lascivia, no son “efectos colaterales”
del Carnaval, sino que son explícita y públicamente buscados y deseados; el
Carnaval exalta la muerte, porque el desenfreno de las pasiones conduce a la
muerte espiritual, es decir, al pecado mortal, y así enfría el alma, que queda
vacía del Amor de Dios, en el inicio de la Santa Cuaresma.