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sábado, 31 de marzo de 2018

El Evangelio para Niños: Jesús resucitó



(Ciclo B – 2018)

         El Viernes y el Sábado Santo todo era luto y silencio en la Iglesia, porque Jesús había muerto en la cruz, dando su vida por nuestra salvación.
         Pero ahora, el Domingo de Resurrección, todo es alegría y gozo, porque Jesús, dando cumplimiento a su promesa de que habría de resucitar al tercer día, resucita el Domingo por la mañana.
         Antes de la resurrección, el sepulcro estaba oscuro, frío, en silencio, con el Cuerpo de Jesús tendido sobre la piedra. Pero el Domingo de Resurrección, una pequeña luz comienza a brillar a la altura del Corazón de Jesús, y mientras ilumina su Corazón, se empiezan a escuchar sus latidos; la luz se propaga por todo el Cuerpo de Jesús y a medida que se propaga, lo vuelve a la vida. En un instante, Jesús ha resucitado: el sepulcro se llena de la luz de Dios, se escuchan los latidos del Corazón de Jesús y el frío da lugar al calor del Amor de Dios.
         Las santas mujeres esperaban encontrar un Jesús muerto, un sepulcro oscuro, en silencio, pero al llegar, ven la piedra de la entrada corrida, ven el sepulcro iluminado, escuchan los cantos de los ángeles y, sobre todo, ven el sepulcro vacío, porque Jesús ha resucitado. Jesús no está con su Cuerpo muerto en el sepulcro, porque con su Cuerpo vivo y glorioso está en la Eucaristía.
         Allí, en el sagrario, en la Eucaristía, nos espera Jesús, para darnos la vida, la luz, la alegría de Dios Trinidad. Como cristianos, éste es el mensaje que debemos transmitir a nuestros hermanos: Jesús ha resucitado, el sepulcro está vacío, porque ya no está más Jesús con su Cuerpo muerto; ahora está Jesús, con su Cuerpo vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. A las mujeres de Jerusalén las esperaba en Galilea, a nosotros nos espera en el sagrario y en la Eucaristía. ¡Vamos al encuentro de Jesús resucitado en la Eucaristía!

sábado, 17 de marzo de 2018

El Evangelio para Niños: “Queremos ver a Jesús”



(Domingo V - TC - Ciclo B – 2018)

“Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 20-33). El Evangelio nos cuenta que “unos griegos” se acercaron a Felipe, uno de los amigos de Jesús y le dijeron que lo querían ver: “Queremos ver a Jesús”. Felipe va a Andrés y juntos llevan a los griegos hasta donde está Jesús. Entre otras cosas, Jesús les anuncia cómo va a ser su Pascua, su “paso” a la Casa del Padre: “Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Les anuncia que va a morir en cruz y cuando eso suceda, atraerá a todos hacia Él, con la fuerza del Amor de su Sagrado Corazón. Pero ya algunos han comenzado a ser atraídos por Él y son los griegos, que le habían pedido a Felipe ver a Jesús: “Queremos ver a Jesús”. Felipe sabe que encontrar a Jesús, conocerlo y amarlo, es lo mejor que puede sucederle a una persona en esta vida y por eso los lleva, junto a Andrés, hasta donde está Jesús. Encontrar a Jesús es lo mejor que le puede pasar a alguien en esta vida porque Jesús es lo más hermoso que hay en esta vida. Si alguien vive en esta vida y no encontró y no conoció a Jesús, ese tal se perdió lo más hermoso que tiene esta vida. Por eso es tan importante conocer y amar a Jesús y por eso no da lo mismo conocer o no conocer a Jesús. Si conozco a Jesús, conozco lo más grandioso y hermoso que hay aquí en la tierra. Si no lo conozco, me pierdo lo más grandioso y hermoso que hay aquí en la tierra.
¿Cuál es el Jesús al que hay que conocer y amar? Porque hoy hay muchos que dicen que son Jesús o que saben dónde está Jesús, pero esos son Jesús que no son verdaderos, son Jesús falsos. Por ejemplo, es falso el Jesús de la Nueva Era, que dicen que está en la nave nodriza de una flotilla de ovnis, esperando para bajar a la tierra; es falso el Jesús de las sectas; es falso el Jesús que dice que no importan los Mandamientos de la Ley de Dios o que los Mandamientos de la Ley de Dios se pueden cambiar.
Hay un solo Jesús verdadero y es el Jesús de la Iglesia Católica, el Jesús que está en la Eucaristía con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad y que viene a nuestros corazones para darnos el Amor de su Sagrado Corazón cada vez que lo recibimos en la Comunión Eucarística. Ése es el único Jesús y a ese Jesús es al que nosotros debemos conocer y amar por medio de la adoración eucarística y es al que debemos recibir y adorar por la Sagrada Comunión. Y si alguien, como le pasó a Felipe, nos dice: “Queremos ver a Jesús”, nosotros tenemos que decirle: “Vamos a ver a Jesús, que está vivo, glorioso y resucitado en la Eucaristía”.

miércoles, 14 de marzo de 2018

El Santo Rosario meditado para Niños: Misterios Luminosos




         Primer Misterio Luminoso: El Bautismo de Jesús en el Jordán. Jesús se deja bautizar por Juan en el río Jordán. En ese momento aparece el Amor de Dios, el Espíritu Santo y se escucha la voz de Dios Padre que dice: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien me complazco” (Mt 3, 16-17). Cuando comulgamos con fe y con amor y en estado de gracia, Jesús Eucaristía sopla sobre nuestras almas el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que sobrevuela nuestros corazones como una paloma, mientras se escucha la voz de Dios Padre que dice: “Éste es mi hijo adoptivo muy amado, en quien me complazco”.

1 Padre Nuestro,  10 Avemarías,  1 Gloria al Padre.

Segundo Misterio Luminoso: Las bodas de Caná. Los esposos se quedan sin vino y a pesar de que Jesús no quiere hacer el milagro de convertir el agua en vino porque todavía no ha llegado su hora, lo hace a pedido de su Mamá, la Virgen, que le dice a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 3-5). En la Santa Misa, Jesús convierte el vino y el agua del cáliz en su Sangre Preciosísima para luego derramarla en nuestras almas. Que nuestros corazones estén siempre llenos del agua de la gracia, para que Jesús, por intermedio de María, los llene con la Sangre de su Sagrado Corazón Eucarístico.

1 Padre Nuestro,  10 Avemarías,  1 Gloria al Padre.

Tercer Misterio Luminoso: Jesús anuncia que ha llegado el Reino de Dios y nos invita a la conversión: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos  y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15). El Reino de Dios en la tierra es el corazón en estado de gracia. Debemos estar siempre en gracia y luchar para convertirnos, es decir, para vivir siempre en gracia, cumpliendo los Mandamientos de la Ley de Dios y los preceptos de la Iglesia. Solo de esa manera podremos recibir en nuestros corazones algo mucho más grande que el Reino de Dios: al Rey del Reino de Dios, Jesús Eucaristía.

1 Padre Nuestro,  10 Avemarías,  1 Gloria al Padre.

Cuarto Misterio Luminoso: La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor. En el Monte Tabor, Jesús resplandece con una luz más intensa que miles de millones de soles juntos (cfr. Lc 9, 35). Es la luz de su divinidad, que se transparenta a través de su Cuerpo, para que cuando esté todo cubierto de Sangre en el Monte Calvario, nos acordemos que Jesús es Dios y que Él vence en la cruz al Demonio, al Pecado y a la Muerte. Si queremos vivir en la gloria del cielo, debemos primero seguir a Jesús por el Camino Real de la Cruz y para tener fuerzas para seguir a Jesús, debemos siempre alimentarnos con el Pan de los Ángeles, la Sagrada Eucaristía.

1 Padre Nuestro,  10 Avemarías,  1 Gloria al Padre.

Quinto Misterio Luminoso: Jesús instituye la Eucaristía en la Última Cena. Antes de subir a la cruz para partir a la Casa del Padre a prepararnos un lugar, Jesús, inventa un modo de quedarse aquí, en la tierra, mientras está al mismo tiempo con Dios Padre en el cielo: la Sagrada Eucaristía (cfr. Jn 13, 1). Jesús se queda en la Eucaristía porque nos ama con locura, para darnos el Amor de su Sagrado Corazón y para estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del tiempo”, en el sagrario. En la Eucaristía, Jesús está con su Cuerpo glorioso y resucitado, el mismo Cuerpo glorioso y resucitado con el que está en el trono de Dios en los cielos. Comulgar la Eucaristía es recibir en nuestros corazones al Cordero de Dios, ante el cual se postran los ángeles y santos. Antes de acercarnos a comulgar, debemos hacer siempre un acto de profundo amor y de adoración interior, para recibir a Jesús Eucaristía con todo el amor que se merece.

1 Padre Nuestro,  10 Avemarías,  1 Gloria al Padre.



domingo, 11 de marzo de 2018

El Evangelio para Niños: Jesús levantado en alto en la cruz cura el alma



(Domingo IV - TC - Ciclo B – 2018)

         “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3, 14-21). Jesús anuncia su muerte en la cruz y para eso trae a la memoria algo que había pasado en el desierto con Moisés y el Pueblo Elegido.
         En el desierto, el Pueblo Elegido sufrió el ataque de muchas serpientes venenosas que provocaban la muerte de aquellos a los que mordían. Entonces Dios le dijo a Moisés que construyera una serpiente de bronce y la levantara en alto para que todo el que la viera quedara curado, lo cual efectivamente sucedió.
         Lo que tenemos que saber es que a nosotros nos pasa algo parecido que a los judíos: caminamos por un desierto, que es esta vida, hacia la Jerusalén del cielo y somos atacados por serpientes espirituales, invisibles, pero mucho más peligrosas que las serpientes terrenas, porque son los ángeles caídos, los demonios, que muerden no el cuerpo sino el corazón del hombre y les inyectan un veneno que no mata el cuerpo pero sí el alma porque es un veneno espiritual, que es el pecado: la soberbia, la lujuria, la pereza, la avaricia y toda otra clase de pecados. Pero, a diferencia de los judíos, nosotros tenemos algo mejor que una serpiente de bronce y es Jesús crucificado y Jesús en la Eucaristía: así como los judíos se curaban cuando veían a la serpiente de bronce levantada en alto por Moisés, así nosotros, los cristianos, somos curados de las heridas del alma cuando nos arrodillamos ante Jesús en la Cruz y en la Eucaristía. Quien se arrodilla ante Jesús crucificado y ante Jesús Eucaristía con un corazón contrito y humillado, recibe de Jesús un milagro más grande que el ser curado de un veneno mortal y es la curación del alma de toda clase de dolencias, además de recibir la vida eterna, que es la vida de Jesús, el Hombre-Dios.
        

sábado, 3 de marzo de 2018

El Evangelio para Niños: Jesús expulsa a los mercaderes del Templo



(Domingo III - TC - Ciclo B – 2018)

“No hagan de la Casa de mi Padre una casa de comercio” (Jn 2, 13-25). Jesús entra en el Templo de Jerusalén y encuentra a los vendedores de bueyes, palomas, ovejas y a los que tenían mesas de dinero donde intercambiaban monedas. Jesús se enoja, porque es la Casa de su Padre Dios, hace un látigo y los hecha a todos afuera, diciendo: “No hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”.
Jesús tiene razón en enojarse y en el caso de Él, el enojo no es un pecado, porque es una justa ira: el Templo de Dios es un lugar sagrado, dedicado para Dios y por eso Jesús lo llama “Casa de mi Padre”. El Templo es la Casa de Dios, y allí se va a orar, no a conversar de temas sin importancia y mucho menos a comerciar. Jesús se enoja porque en el Templo había animales –ovejas, bueyes, vacas, palomas-, que ensucian el Templo porque hacen sus necesidades fisiológicas, como es normal que hagan todos los animales, y se enoja también porque hay algunos que están cambiando dinero, en vez de estar rezando. El Templo, la Casa de Dios, es un lugar sagrado; es un lugar en el que hay que hacer silencio, porque Dios habla en el silencio, en la brisa suave, y si nosotros hablamos, conversamos, hacemos bullicio, no podremos escuchar la voz de Dios y tampoco vamos a dejar escuchar a los demás la voz de Dios. Es una grave ofensa a Dios el estar hablando, sea en voz alta o baja, de temas intrascendentes o de importancia, porque el Templo es para hablar con Dios y para escuchar su voz, que se la escucha en el silencio.
“No hagan de la Casa de mi Padre una casa de comercio”. Nuestro cuerpo es “templo del Espíritu Santo”, dice la Escritura (cfr. 1 Cor 6, 19), por lo que tenemos que tener mucho cuidado en no profanar nuestro cuerpo con cosas malas, como música indecente, o imágenes indecentes, o habladurías o deseos malos, porque el Único Dueño de nuestro cuerpo y de nuestra alma es Jesús Eucaristía. En el Evangelio, Jesús se cansa de la necedad de los judíos, que habían convertido la Casa de su Padre en un mercado. También con nosotros, Jesús se puede cansar, si no tenemos en cuenta que nuestro cuerpo y nuestra alma no nos pertenecen, sino que le pertenecen al Espíritu Santo.

Sobre la tarea del Catequista



Dedicado a San Pío X, Patrono de los Catequistas.

         La Catequesis de una Parroquia forma parte de una de sus estructuras más importantes, constituyendo parte de la columna vertebral de la misma, desde el momento en que la función que desempeña es esencialmente apostólica: como los Apóstoles, que recibieron la fe de Jesús y la transmitieron a la Iglesia, la Catequesis es la que recibe la fe y la transmite a las nuevas generaciones. Esta transmisión de la Fe es realizada por la Catequesis no según las interpretaciones subjetivas de cada persona particular, sino según la única fe católica que es custodiada y explicitada por el Magisterio de la Iglesia –principalmente el Catecismo-, que se nutre a su vez de la Tradición y las Sagradas Escrituras. Esto quiere decir que así como sea la Catequesis, así será la fe de las futuras generaciones.
De manera particular, puesto que la Eucaristía es el culmen de la Iglesia y que la Iglesia nace de la Eucaristía y a la Eucaristía tiende, la Catequesis debe ser predominantemente eucarística. Sin la Eucaristía, la Iglesia Católica pierde su razón de ser, quedándose sin su soporte vital, sin la fuente, literalmente, de su vida, porque la Eucaristía es el Corazón de la Iglesia, del cual recibe la gracia y la Sangre de Jesucristo por medio de esas arterias que son los sacramentos. Del mismo modo a como un cuerpo humano recibe la vida de su corazón, a través del bombeo de la sangre que circula por sus arterias, así la Iglesia recibe la vida divina por medio de su Corazón, la Eucaristía, de la cual brota la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, que se distribuye por el Cuerpo de la Iglesia a través de los sacramentos.
         Para cumplir su tarea de la mejor manera posible –que trabaje sin paga alguna monetaria no significa que su trabajo puede ser hecho de cualquier manera, por el contario, debe ser hecho con la mayor perfección posible, según las palabras de Jesús: “Sed perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto”-, el Catequista debe mejorar dos aspectos de su vida interior: profundizar e intensificar su vida de oración –principalmente, Rosario, Adoración Eucarística, Santa Misa-, ya que no se concibe un Catequista que no rece y, por otro lado, debe esforzarse por su formación específicamente católica porque el Catequista es un maestro de la fe y un maestro que no estudie, no es un maestro. En la tarea formativa del Catequista debe incluirse, de modo privilegiado, todo aquello que favorezca tanto el conocimiento del misterio de la Eucaristía –por ejemplo, leer las vidas de santos eucarísticos[1]-, como también la piedad y la devoción personal del Catequista, basados ambos en el amor y la adoración eucarística.
         Entonces, el Catequista debe formarse y rezar: formarse ante todo en el Catecismo y en aquello que es el Corazón de la Iglesia, la Eucaristía y la Santa Misa y debe rezar y alimentar su alma de aquello que es el Pan de los ángeles y que se nos ofrece gratuitamente, la Eucaristía y la Adoración Eucarística. ¿Cuántos catequistas han leído algún documento del Magisterio[2] sobre la Eucaristía? ¿Cuántos catequistas han leído algún libro sobre milagros eucarísticos, sobre santos, sobre vida espiritual, de autores católicos y no heréticos, como por ejemplo, el Padre Anselm Grün? Puede ser que alguno diga que es muy rudo y que no puede leer mucho; de acuerdo, pero a ese tal, le debería bastar con saber que la Santa Misa es el Sacrificio de Jesús, para no perderse ni una Misa y le debería bastar con saber que la Eucaristía es el Sagrado Corazón de Jesús vivo, glorioso, resucitado, lleno del Amor de Dios, para que su corazón arda en el deseo de comulgar y no perderse ni una Comunión. A ese tal no se le exigirá que estudie lo que no puede estudiar, pero sí se le exigirá qué hizo con el conocimiento básico y esencial que tenía a su alcance. Pero al que puede leer para formarse y no lo hace por pereza, se le pedirá cuentas de las lecciones de Catecismo que no preparó ni estudió por pereza, de las Misas faltadas por pereza, de las adoraciones eucarísticas no realizadas por pereza y de la falta de lectura que profundice su fe eucarística, por pereza. A cada uno se le pedirá según lo que se le dio; a nadie se le exigirá más de lo que puede, pero Dios es exigente y pide que le demos todo el amor del que seamos capaces y este amor se demuestra en el esfuerzo puesto en la preparación de las lecciones, en la oración y en la formación personal.
         Es imposible medir el “éxito” de una Catequesis, pero sin duda alguna, si en una Parroquia cualquiera, reciben anualmente la Catequesis de Comunión y Confirmación unos setecientos entre niños y jóvenes y al año siguiente, se verifica la asistencia dominical a Misa de solamente un 1% (uno por ciento), entonces, algo está fallando en la Catequesis. Si los niños, al término de su período de formación -dos años de Comunión y uno de Confirmación- no entendieron que deben vivir una vida espiritual cristiana y no meramente humana y que esa vida espiritual cristiana se alimenta de dos sacramentos, la Confesión y la Eucaristía, no entendieron nada de lo recibido en el Catecismo. La solución a esta crisis no consiste en salir a la caza de culpables, sino en comenzar a poner en orden la propia casa, es decir, el estudio, la formación y la vida de piedad del catequista y en reflexionar acerca de cómo estamos impartiendo la Catequesis. La solución tampoco está en multiplicar movimientos, porque los movimientos y grupos de la Iglesia -Acción Católica, Legión de María, etc.- no son fines en sí mismos y no son indispensables para la fe, aunque sí ayudan a la perseverancia. Pero el niño que se enamora de la Eucaristía, por así decirlo, no necesitará o lo necesitará muy secundariamente, a este apoyo dado por los movimientos.
         Si asumimos que la Catequesis es –o debe ser- “Eucarística” por antonomasia, entonces el trato dado a la Eucaristía tiene muchísima importancia, porque el trato que demos a la Eucaristía, revela nuestra Fe, la cual será como sea nuestro trato: reverente o irreverente.
         El Catequista debe fomentar la participación de sus alumnos en lo que constituye el supremo culto que la Iglesia Católica ofrenda a Dios Uno y Trino, el Sacrificio Eucarístico, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del Calvario y esta tarea la llevará a cabo si él mismo asiste a la Santa Misa y se confiesa con regularidad. No se concibe un Catequista sin amor a la Eucaristía y sin confesión frecuente.
         Con respecto al trato dado a la Eucaristía, sobre todo en su recepción, hay que tener en cuenta que durante muchos siglos la Santa Iglesia Católica prohibió la comunión en la mano por diversos motivos: entre muchos otros, por el peligro de profanaciones eucarísticas por parte de herejes –los evangelistas o los integrantes de sectas, por ejemplo, no tienen la fe eucarística que tenemos los católicos, ya que para ellos la Eucaristía es solo un pedacito de pan bendecido, pero no la Presencia del Cuerpo y la Sangre de Jesús-; por el robo de Hostias consagradas para prácticas supersticiosas como por ejemplo, las misas negras; para acentuar la fe en la Presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, hecho que se facilitaba con la recepción de la Eucaristía en la boca.
         Ahora bien, los motivos por los cuales la Santa Iglesia prohibió la comunión en la mano durante siglos persisten hoy en día y, todavía más, se han agravado. Es decir, aquellas causas por las cuales la Iglesia prohibió que se comulgue en la mano, continúan vigentes en nuestro siglo XXI e incluso se han agravado substancialmente. En efecto, abundan los herejes –no solo fuera sino incluso dentro de la misma Iglesia- que niegan o ponen en duda la transubstanciación; en nuestros días, se practica la brujería como nunca antes en la historia de la humanidad, con lo que abundan los brujos y magos negros que pagan fortunas por Hostias consagradas robadas para practicar el satanismo en las misas negras -es conocido el milagro de la Hostia que sangró al ser apuñalada-, hecho con el cual se pone en evidencia que los brujos, los magos negros y los demonios, tienen más fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía que los mismos católicos, porque si tuvieran la débil fe de la mayoría de los católicos, ni se molestarían en robar y profanar la Eucaristía. Otro motivo por el cual se prohibió la comunión en la mano es que la recepción en la boca –y todavía más, de rodillas- fortalece la fe católica en la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús, el Hombre-Dios, en la Eucaristía, porque se trata de un gesto externo –la comunión de rodillas y en la boca- de adoración y de humillación del hombre frente a Dios oculto en la Eucaristía, y este gesto no depende de la época, de la historia o de la moda, sino que está inscripto en la naturaleza humana: el arrodillarse es un gesto de adoración externo que acompaña al acto de amor y adoración interior que deben preceder a la Comunión Eucarística. En definitiva, lo que queremos decir es que los hechos negativos y positivos que dieron origen a la prohibición, en la Iglesia, de la comunión en la mano, siguen aún más vigentes que nunca en nuestros días.
         ¿Cómo comulgar? Es cierto que la Santa Madre Iglesia ha recomendado, de los veinte siglos de existencia, durante catorce, la comunión de rodillas y que los grandes santos de la historia han comulgado de rodillas. Es cierto también que se autoriza a comulgar de pie y en la mano. Pero también el Cielo nos da una indicación de cómo comulgar: el Ángel Custodio de Portugal se postró con la rodilla en tierra ante la Eucaristía y el Cáliz que él había traído, antes de darles la comunión a los Pastorcitos, los cuales la recibieron de rodillas. El Cielo nos indica cómo comulgar: de rodillas y en la boca.
         Por otra parte, el Catequista debe tener en cuenta aquellos errores que se han popularizado y que atentan contra nuestra fe: Papá Noel, Halloween, el conejo de Pascuas, Carnaval. Corregir estos errores y denunciarlos, es tarea del Catequista, porque el Catequista tiene el sagrado deber ante Dios Trino, como ya lo dijimos, de transmitir la Santa Fe católica en su pureza e integridad total. Papá Noel ha desplazado al Niño Dios en Navidad; Halloween, fiesta satánica por excelencia, se hace pasar como fiesta inocente para niños y es el día en el que más profanaciones eucarísticas y misas negras satánicas se realizan, además de ser el día en el que más niños desaparecen, al ser secuestrados por los satanistas para realizar las misas negras (la devoción a la Virgen de la Eucaristía, cuyo día es el 30 de Octubre, un día antes de Halloween, el 31, tiene como fin, además de aumentar el amor y la devoción a Jesús Eucaristía, la reparación por los innumerables sacrilegios cometidos en Halloween contra la Eucaristía); la alegría de la fiesta de Pascuas no se reduce a degustar conejos de chocolate: se origina en la Resurrección de Jesucristo, el Hombre-Dios, que con su Muerte en Cruz y Resurrección, derrotó para siempre al Demonio, a la Muerte y al Pecado, los tres enemigos mortales de la humanidad, nos abrió las puertas del cielo y nos concedió su gracia santificante que nos hace hijos adoptivos de Dios. La alegría de la Resurrección es una alegría eucarística porque Jesús Resucitado, el mismo que resucitó glorioso el Domingo de Resurrección en el Santo Sepulcro, es el que está, en Persona, vivo, glorioso, resucitado, en la Eucaristía; por último, el Carnaval atenta directamente contra nuestra fe y contra la vida de la gracia, porque exalta todo lo que Jesús ha derrotado en la Cruz: el Carnaval exalta al Demonio, porque el Rey del Carnaval es el Demonio; el Carnaval exalta el pecado, porque la inmoralidad sexual, la lujuria, la lascivia, no son “efectos colaterales” del Carnaval, sino que son explícita y públicamente buscados y deseados; el Carnaval exalta la muerte, porque el desenfreno de las pasiones conduce a la muerte espiritual, es decir, al pecado mortal, y así enfría el alma, que queda vacía del Amor de Dios, en el inicio de la Santa Cuaresma.
        

        


[1] En Internet hay muchísimos sitios católicos acerca de santos: Aciprensa, EWTN, deangelesysantos.blogspot.com.ar, etc.
[2] Algunos documentos magisteriales sobre la Eucaristía: Ecclesia de Eucaristía de Juan Pablo II, 17 de Abril de 2003.
Mysterium Fidei, Carta Encíclica sobre la doctrina y el culto de la Sagrada Eucaristía, Paulo VI, 3 de Septiembre de 1965
Exhortaciones Apostólicas.
Sacramentum Caritatis, Exhortación Apostólica sobre la Eucaristía de S.S. Benedicto XVI, 19 de Mayo de 2007
Cartas Apostólicas.
Dominicae Cenae, sobre el misterio y culto de la Eucaristía, Juan Pablo II, 24 de Febrero de 1980
Dies Domini, Sobre la Santificación del Domingo, Juan Pablo II, 31 de Mayo de 1998.
Mane Nobiscum Domine, para el Año de la Eucaristía Octubre 2004-Octubre 2005, Juan Pablo II, 7 de Octubre de 2004.
Otros documentos:
Redemptionis Sacramentum, Instrucción sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía, Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 25 de Marzo de 2004.
Concilio Vaticano II, Constitución de la Sagrada Liturgia Sacrosantum Concilium.
Institutio Generalis Missalis Romani 2000 (Instrucción General del Misal Romano 2000), Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.