(Domingo
V – TP – Ciclo B - 2018)
En esta parábola Jesús usa dos imágenes la de una vid, que
es Él, y la de un Viñador, que es Dios Padre. También hay otras dos figuras:
los sarmientos secos que no dan fruto y los sarmientos que sí dan fruto.
Para entender la parábola, tenemos que recordar qué es lo
que hace el viñador de la tierra: cuando poda la vid, corta los sarmientos
secos y los arroja al fuego, porque ya no pueden dar fruto, ya no sirven: son
las almas de los que, al morir, no se arrepienten de sus pecados y, por lo
general, cuando vivían en la tierra, no acudían a Misa ni se confesaban y
tampoco rezaban ni hacían obras de misericordia.
Pero cuando el viñador encuentra un sarmiento que no está
seco, lo poda, para que dé más uvas todavía: son las almas a las que Dios les
envía dificultades y dolores en esta vida, pero las almas no solo no se quejan,
sino que agradecen a Dios lo que Dios les envía y por eso dan frutos de
santidad: de paciencia, de caridad, de paz, dando a los demás el amor de
Cristo.
Y con Dios Padre sucede lo que sucede con el viñador de la
tierra: cuando el viñador de la tierra saca un grano de uva y lo prueba y lo
encuentra dulce se alegra, porque quiere decir que la cosecha va a ser buena;
pero cuando prueba un grano y lo encuentra agrio, no está contento, porque la
cosecha no va a ser buena. En la vida espiritual, Dios es el Viñador y Él
prueba nuestros corazones y si los encuentra con el Amor de Jesús, el sabor que
siente es de dulzura porque el Amor de Jesús es así y Dios Padre se alegra,
porque entonces vamos a dar frutos de santidad.
Pero puede suceder que Dios Padre pruebe nuestros corazones
y los encuentre agrios y amargos y eso sucede cuando nuestros corazones están
llenos de amor propio, de amor egoísta y además llenos de soberbia. Esos corazones
son agrios y amargos y Dios Padre no se siente a gusto porque no dan buenos
frutos esos corazones.
¿De qué depende que nuestros corazones tengan un sabor dulce
o agrio cuando Dios Padre los pruebe? Depende de nosotros y nuestra respuesta a
la gracia: si nos confesamos, si comulgamos, si buscamos vivir los Mandamientos
de la Ley de Dios, nuestros corazones tendrán la dulzura del Amor del Corazón
de Jesús. Pero si no nos confesamos, si no rezamos, si no obramos la
misericordia, nuestros corazones tendrán un sabor agrio, amargo, y no serán del
agrado de Dios Padre.
Le prometamos a la Virgen que vamos a rezar, a confesarnos
con frecuencia, a comulgar, para que tengamos siempre el Amor del Corazón de
Jesús en nuestros corazones y así, cuando Dios Padre los pruebe, se quede
contento con nosotros al probar la dulzura del Corazón de Jesús.
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