Textos
para la Procesión de Corpus Christi
“Yo soy el Pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan,
vivirá para siempre” (Jn 6, 51).
Jesús Eucaristía es el Pan vivo bajado del cielo; es vivo, no solo
porque tiene vida, sino porque es el Dios Viviente en sí mismo; Él es la Vida
Increada y el Autor y la Causa Creadora de toda vida creada. Jesús en la
Eucaristía es el Dios de la Vida, que vive con su Vida divina desde toda la
eternidad y que comunica de esa vida eterna a quien se une a Él por la comunión
Eucarística con fe y con amor. “Si alguno come de este pan, vivirá para siempre”,
dice Jesús, porque el que come del Pan Eucarístico, es unido a la Vida divina
del Ser trinitario de Jesús y por lo tanto posee ya, desde esta vida terrena,
la vida eterna en participación. Quien consume la Eucaristía no consume un poco
de pan bendecido: se une al Dios Viviente Presente en la Eucaristía y recibe de
Él su Vida divina, Vida que es eterna, Vida que es para siempre y por eso, aun
cuando muera a esta vida terrena, quien comulga la Eucaristía en gracia, con fe
y con amor, tiene ya en germen la Vida eterna.
“Si
uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi
carne por la vida del mundo” (Jn 6, 51). Quien consume
la Eucaristía no consume un poco de pan bendecido en una ceremonia religiosa;
quien consume la Eucaristía, es unido, por el Espíritu del Padre, el Espíritu
Santo, al Cuerpo de Jesús y al ser unido al Cuerpo de Jesús, recibe de Él su
misma vida, que es la Vida divina. Quien consume la Eucaristía, aun cuando muera
a esta vida terrena y mortal, vivirá para siempre en la eternidad, porque en la
Eucaristía está contenida la Vida divina, que es la Vida misma de Dios, que
brota de su Ser divino trinitario como de una fuente inagotable. El que se
alimenta de la Eucaristía se alimenta de la Vida misma de Dios y ésa es la
razón por la cual “vivirá para siempre”, aun cuando muera a esta vida mortal,
porque en la Eucaristía está contenida la Vida eterna en germen, que se
despliega en su totalidad cuando el alma, separada del cuerpo, ingresa en la
eternidad. La Eucaristía tiene la apariencia de un pan, pero es un pan que no
es pan, sino que es la Carne del Cordero de Dios, Carne asada en el Fuego del
Espíritu Santo y servida por el Padre en el Banquete celestial que es la Santa
Misa. La Eucaristía es un Pan Vivo, pero es también Carne de Cordero, la Carne
Purísima y Santísima del Cordero de Dios, que alimenta nuestras almas con la
Vida misma de Dios Uno y Trino.
“Yo
soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y
murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera” (Jn
6, 48-50). Los israelitas comieron el maná, el pan
bajado del cielo, en el desierto, pero murieron. La razón es que ese maná no
era el verdadero maná, sino solo una figura, un anticipo, una imagen del
Verdadero Maná bajado del cielo, el Pan Vivo que contiene al Dios Viviente y
que concede, a quien lo consume, la Vida misma de Dios Trinidad. Nosotros, que
somos el Nuevo Pueblo Elegido, comemos un maná que no perece, porque posee en
sí mismo la Vida eterna y comunica de esa vida eterna a quien lo comulga con fe
y con amor. Los israelitas comieron un maná bajado del cielo, que no era el
verdadero, para una travesía terrena, para llegar a la Jerusalén terrena. Nosotros,
los católicos, comemos el Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía, para
atravesar el desierto de la vida y así llegar a la Jerusalén celestial en el
Reino de Dios. No despreciemos este Maná celestial, este Pan de ángeles, que es
la Eucaristía, acudamos a la confesión sacramental, para consumir este Pan
celestial en estado de gracia y así, al morir, seamos llevados a la Patria
celestial, a la Jerusalén celestial, cuya Lámpara es el Cordero, en donde nos
postraremos en su adoración y amor por eternidades sin fin.
“Discutían
entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús
les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. (Jn 6, 52-53).
Ante la auto-revelación de Jesús, de que Él es el Pan de Vida y que el Pan Vivo
que Él dará es su Carne para la vida de las almas, los judíos se escandalizan
falsamente. No entienden cómo puede darles a comer de su carne y no lo
entienden, porque rebajan el misterio de Cristo al nivel de la razón humana,
incapaz de llegar a los misterios sobrenaturales absolutos del Hombre-Dios
Jesucristo. No pueden comprender, porque racionalizan la fe, que Jesús es el
Pan Vivo bajado del cielo y que su Carne y su Sangre da la vida de Dios a quien
los consume. Y no lo pueden hacer porque se cierran a la gracia y así piensan
solo con su razón humana, sin la luz de la gracia y creen que Jesús está
hablando de una especie de canibalismo. No entienden que la Carne y la Sangre
de Jesús, que están contenidas en la Eucaristía y conceden la Vida de Dios a
las almas, son la Carne y la Sangre suyas, sí, pero que han pasado ya por su
misterio pascual de muerte y resurrección; son su Carne y su Sangre, sí, pero
glorificados por el Espíritu Santo; son su Carne y su Sangre, sí, pero no en
este estado mortal, sino después de haber sufrido la muerte en Cruz el Viernes
Santo y después de haber resucitado el Domingo de Resurrección; son su Carne y
su Sangre, sí, pero glorificados en la Eucaristía. Muchas veces los católicos
caemos en el mismo error de los judíos y, rechazando la luz de la gracia,
oscurecemos el misterio eucarístico cuando lo analizamos sin fe y decimos: “¿Cómo
puede la Eucaristía ser la Carne y la Sangre de Jesús?”. No cometamos el mismo
error de los judíos, no racionalicemos nuestra fe, abramos nuestra inteligencia
a la luz de la gracia y así comprenderemos que la Eucaristía es el Cuerpo y la
Sangre de Jesús, que conceden la Vida de Dios a nuestras almas.
“El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el
último día” (Jn 6, 54). Si alguien se alimenta con
alimentos y bebidas corporales, tiene vida, pero es para una vida puramente
terrena y perecedera. La Eucaristía, por el contrario, es un alimento
celestial, para una vida celestial, que nos concede en germen la resurrección
para el último día. Y es comida y bebida espiritual porque es la Carne y la
Sangre glorificadas del Cordero de Dios, Verdadera, Real y Substancialmente
Presente en el Santísimo Sacramento del altar. No desaprovechemos la
Eucaristía; cuando abramos los ojos a la eternidad, comprenderemos que la
Eucaristía es la Carne de Jesús”, la “verdadera comida” y que su Sangre es “la
verdadera bebida” (Jn 6, 55) y ¡cuánto lamentaremos no haber comulgado con más
frecuencia, con más amor, con más piedad, con más devoción, con más adoración!
Pero todavía estamos a tiempo, adoremos la Eucaristía y hagamos un acto de fe
en la Presencia real, verdadera y substancial del Señor Jesús en el Santísimo Sacramento
del altar, y cuando nos acerquemos a comulgar, démosle todo el amor, la
adoración, el honor y la gloria que el Cordero de Dios se merece.
“Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis
vida en vosotros”
(Jn 6, 53). Jesús afirma que si no comemos su Carne
y bebemos su Sangre, no tenemos vida en nosotros. Sin embargo, es de
experiencia común y cotidiana el comprobar que, aunque no comulguemos por mucho
tiempo, estamos vivos, o sea, tenemos vida en nosotros. Y muchos hombres,
además, pasan todas sus vidas enteras sin comulgar, es decir, sin comer la
Carne de Cristo y sin beber su Sangre y, sin embargo, viven, hasta el momento
en que mueren. ¿Por qué entonces Jesús dice que no tenemos vida si no comemos
su Carne y no bebemos su Sangre? ¿No parece, el hecho de que muchos vivan sin
comulgar, que contradicen a sus palabras, viviendo la vida sin comulgar? La respuesta
es que Jesús se refiere a otra vida, no a esta vida nuestra humana, con la cual
vivimos todos los días, hasta que morimos. La vida a la que se refiere Jesús y
que el alma recibe cuando comulga, es decir, cuando come la Carne y bebe la
Sangre del Cordero, es la Vida eterna, la vida misma de Dios Uno y Trino, la
Vida de la divinidad, la Vida que es propia de Dios y que es absolutamente
superior y distinta a la vida nuestra y a la vida de los ángeles. Aquí es
entonces cuando comprendemos que, verdaderamente, si no comulgamos –en gracia-,
es decir, si no comemos la Carne del Hijo del hombre y si no bebemos la Sangre
del Cordero, contenidas en la Eucaristía, no recibimos la Vida eterna, la Vida
de Dios Trinidad y por lo tanto, no tenemos Vida divina en nosotros, aunque tengamos
vida humana. No podemos conformarnos con una simple vida humana; comulguemos en
estado de gracia, esto es, recibamos con amor, fe, piedad y devoción el Cuerpo
y la Sangre de Cristo, y tendremos Vida eterna en nosotros, aun viviendo en esta
vida terrena; recibamos en gracia el Cuerpo de Cristo y tendremos, como un
anticipo del gozo eterno que nos espera en los cielos, la Vida de Dios en
nuestras almas.