(Ciclo
B - 2018)
Jesús cumple lo que promete y Él había prometido enviar el
Espíritu Santo.
El Espíritu Santo se representa como fuego y como paloma. Podemos
recibir al Espíritu Santo de las dos formas. Para recibirlo como fuego,
imaginemos un carbón: sin el fuego, el carbón es frío, oscuro, sin luz. Pero cuando
el fuego lo penetra, el carbón se convierte en brasa incandescente, que es
caliente, luminosa y transmite mucho calor. Es como cuando papá, o nuestro tío,
o nuestro abuelo, preparan el fuego para el asado: primero tienen los carbones,
y luego tienen las brasas. Bueno, nuestro corazón, sin la gracia de Dios, es
como el carbón sin el fuego; con la gracia del Espíritu Santo, es como una
brasa incandescente: está lleno del fuego, del calor y del Amor de Dios.
¿Cómo podemos recibir al Espíritu Santo cuando viene en
forma de paloma?
El
Espíritu Santo se representa con una paloma, entonces la paloma tiene que ser
recibida en un nido, pero como el Espíritu Santo es Espíritu, el nido también
tiene que ser espiritual. ¿Cómo hacemos un nido espiritual para recibir al
Espíritu Santo? ¿Dónde? ¿Con qué? Primero, lo hacemos en el corazón, el corazón
es el nido espiritual natural que Dios creó para que nosotros pudiéramos alojar
ahí al Espíritu Santo. Pero como nuestro corazón, sin la gracia, se vuelve
oscuro, egoísta, superficial, es necesario acondicionar ese nido, ese corazón,
donde vendrá el Espíritu Santo. Y la forma de hacerlo es por medio de la
gracia, que nos viene por la Confesión Sacramental y por la Eucaristía. Por la
gracia, nuestro corazón se convierte en un nido espiritual agradable al
Espíritu Santo, porque se llena de la luz, de la paz, de la alegría, de la
justicia, de la sabiduría de Dios. Por la gracia, la Dulce Paloma del Espíritu
Santo encuentra un hermoso nido de luz y de amor en el que la gracia convierte
nuestro corazón. Entonces, para poder recibir al Don del Espíritu Santo, la
Dulce Paloma del Espíritu Santo, debemos orar mucho, confesarnos y comulgar en
gracia, para que el corazón sea un lugar digno para el Espíritu Santo, un nido
de amor, de luz, de paz divinas.
¿Y qué pasa si no lo hacemos? Pasa que nuestro corazón, en
vez de un nido de luz y de paz, se convierte en una cueva oscura, fría, en
donde no va el Espíritu Santo, sino una serpiente, pero no una serpiente de la
tierra, sino la Serpiente Antigua, llamada el Diablo o Satanás y hace su
refugio. Así como una serpiente pone sus huevos en una cueva oscura y fría, así
la hace la Serpiente que es el Diablo cuando no nos confesamos por mucho
tiempo, cuando dejamos de venir a Misa, cuando no rezamos, cuando somos malos. El
corazón se convierte en una cueva espiritual en donde encuentra su lugar la
Serpiente Antigua, que es el Demonio. No hay lugar para otra cosa: o nuestro
corazón se convierte, por la gracia, en un lugar de luz, de amor y de paz, por
acción de la gracia, y ahí encuentra su nido y va a reposar el Espíritu Santo,
o nuestro corazón se convierte en una cueva oscura y fría, en donde va a morar,
con todo gusto, el Ángel caído.
¿Cómo queremos que sea nuestro corazón? Por supuesto
que no queremos que sea como un carbón, sino que queremos que sea como una brasa incandescente y también queremos que sea como
un nido de luz y de amor. Para eso, debemos confesarnos con frecuencia,
comulgar con amor y luego dar de ese amor recibido por Jesús en la Eucaristía,
a todos los que nos rodean, empezando con nuestros padres y nuestros hermanos.
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