(Domingo
XVIII - TO - Ciclo B – 2018)
Después que Jesús hizo la multiplicación de panes y peces,
la gente lo buscaba a Jesús para hacerlo rey, porque les había satisfecho el
hambre del cuerpo.
Pero Jesús no hizo ese milagro para que lo hicieran rey:
hizo ese milagro como anticipo del milagro de la misa, donde Él multiplica, en
vez de pan material y carne de peces, el Pan de Vida eterna y la Carne del
Cordero, que es la Eucaristía. En cada misa, Jesús hace un milagro
infinitamente mayor que multiplicar el pan de la tierra y la carne de peces,
porque lo que multiplica es el Pan de Vida eterna y la Carne del Cordero, que
es la Eucaristía.
Jesús
les dice que no tienen que preocuparse por el pan de la tierra: tienen que
preocuparse por el Verdadero Maná del cielo, que es Él mismo en la Eucaristía. Los
hebreos creían que el maná que habían comido en el desierto era el verdadero
maná, pero Jesús les dice que no, que el Verdadero Maná es Él en la Eucaristía.
Por
eso les dice que no se preocupen por el pan de la mesa, sino por el Pan de la
Misa, que es la Eucaristía.
Y
eso mismo nos dice a nosotros: nosotros pensamos que es más importante
alimentar el cuerpo y por eso nos preocupamos y estamos pendientes por la
comida que vamos a comer, pero Jesús nos dice que no tiene que ser así: nos
dice que primero tenemos que preocuparnos por el alimento del alma, que es la
Eucaristía y recién después por el alimento de la tierra.
Junto
a la gente del Evangelio, que le decía a Jesús: “Señor, danos siempre de ese
pan, nosotros le decimos a Jesús: “Jesús, infunde en nosotros un gran amor por
la Eucaristía, para que siempre tengamos deseo de alimentarnos del Pan de Vida
eterna”.
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