La sociedad civil acostumbra a celebrar lo que se ha
denominado “Día del Niño”. Ahora bien, aunque no se trata en absoluto de una
festividad religiosa, es una buena ocasión para recordar a un Niño absolutamente
especial, el Niño Dios, Jesús.
Jesús, siendo Dios Hijo del Padre Eterno, quiso encarnarse y
nacer, por medio del Espíritu Santo, como niño y fue eso lo que sucedió, de
manera que Jesús, desde su Nacimiento, creció bajo la custodia de su Padre
adoptivo, San José y de su Madre, la Virgen.
Si queremos ser niños no solo buenos, sino santos, es decir,
que se ganen el ingreso en el Reino de los cielos, entonces debemos mirar
siempre al Niño Dios, porque Él es El ejemplo insuperable para todo niño que
aspire a la santidad.
Algo que se caracteriza en el Niño Dios es que Él jamás,
pero jamás de jamás, dijo ni siquiera una pequeña mentira –no podía mentir al
ser Dios-, jamás levantó la voz a sus padres, jamás hizo ningún mal a nadie. Al
contrario, era un niño santo, bueno, paciente, servicial, amable, que amaba
muchísimo a sus padres, a sus primos y a toda la gente.
Es por esta razón que cualquier niño que desee ser santo, lo
único que debe hacer es contemplar e imitar al Divino Niño Jesús.