(Homilía en ocasión de la Santa Misa de Primeras
Comuniones, Villa Regina, Leales)
Si alguien, que no conoce nuestra religión católica, al
ver que un católico comulga, diría que la Comunión es nada más que recibir un
pedacito de pan sin levadura, de forma circular y de color blanco, que ha sido
bendecido en una ceremonia religiosa. Pero el que dice esto, es porque solo ve
con los ojos del cuerpo, pero no ve con los ojos del alma, iluminados por la
luz de la fe católica. El que tiene los ojos del alma abiertos e iluminados por
la luz de la fe, puede “ver”, por así decir, que la Comunión, la Sagrada
Eucaristía, no es un pedacito de pan bendecido, sino una Persona, la Segunda Persona
de la Trinidad, Jesús, el Hijo de Dios, que bajando del cielo en la
consagración, convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, para
quedarse en Persona en la Eucaristía, para que cuando nosotros comulguemos, lo
recibamos a Él en Persona.
Por eso, si alguien nos preguntara qué es la Comunión,
nosotros, que podemos “ver” con los ojos de la fe católica, fe que hemos
recibido en el Bautismo, tendríamos que contestarle que la Comunión es abrir el
corazón, purificado previamente por el Sacramento de la Confesión, para recibir
a una Persona, a Jesús, que ingresa en nuestros corazones con su Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad y que, al ingresar, derrama sobre nosotros el Amor de su
Sagrado Corazón, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Esto es así porque en la Santa Misa, cuando el sacerdote
extiende las manos sobre el pan y el vino y pronuncia las palabras de la consagración
–“Esto es mi Cuerpo, Ésta es mi Sangre”-, Jesús baja desde el cielo y con su
poder divino, convierte la substancia del pan en su Cuerpo y convierte la substancia
del vino en su Sangre, de manera que antes de la consagración solo hay pan y
vino, mientras que después de la consagración ya no hay más pan y vino, sino el
Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Algo más que debemos tener en cuenta es que la expresión “Primera
Comunión” significa “Primera de muchas”, tantas como pueda recibir a lo largo
de la vida terrena; no significa “última”, como lamentablemente muchos parecen
así creer, porque muchos niños y jóvenes, reciben la Primera Comunión y luego
no regresan nunca más a comulgar, no se vuelven a confesar nunca más, no
preparan sus corazones para la Comunión y no asisten nunca más a la Santa Misa
dominical, con lo cual se privan de recibir al Corazón Eucarístico de Jesús.
El niño o el joven que ame verdaderamente a Jesús, no cometerá
este error, porque se dará cuenta que no hay nada más hermoso y grandioso en
esta vida, que comulgar, es decir, abrir el corazón para recibir a Jesús Eucaristía,
quien a su vez nos dará el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo.
No cometamos el error de cerrar el corazón, impidiendo el
ingreso de Jesús; por el contrario, acudamos cada vez a la Santa Misa, para
abrir nuestros corazones, purificados por el Sacramento de la Penitencia, para
recibir a Jesús Eucaristía, para adorarlo en nuestros corazones, convertidos en
otros tantos altares y para darle, por medio de la Virgen, a cambio de su
Corazón Eucarístico, nuestro pobre corazón.
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