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viernes, 30 de octubre de 2015

Por la Primera Comunión, Jesús nuestro mejor Amigo, entra en nuestros corazones por primera vez


(Homilía para la Santa Misa de Primeras Comuniones)

         La Primera Comunión es como cuando hacemos una fiesta e invitamos a nuestro mejor amigo a nuestra casa: preparamos nuestra casa y la limpiamos bien, para que cuando llegué esté todo impecable; antes de que llegue, estamos ansiosos, esperando que se haga la hora del encuentro; cuando llega, nos ponemos contentos porque ya llegó; le dedicamos toda nuestra atención; hablamos con él; le servimos cosas ricas; hablamos de las cosas que más queremos, y todo porque como es nuestro mejor amigo, hacemos de todo para que se sienta lo mejor posible.
Bueno, en la Primera Comunión, el que entra en nuestros corazones, que es nuestra casa, es Jesús, nuestro mejor Amigo. Antes de su llegada, estamos ansiosos, esperando el momento de comulgar; para que se sienta cómodo, preparamos previamente nuestros corazones por la gracia santificante, que llena el corazón de luz, de paz, de amor; además, puesto que la gracia nos da la santidad de Jesús, nuestro corazón está limpio, puro, brillante, perfumado “con el buen olor de Cristo”, y el buen olor de Cristo es como si fuera un campo infinito de flores de aroma exquisito; estamos alegres, porque nada menos que el Hijo de Dios, al que los ángeles adoran en el cielo, viene a nuestros corazones, para quedarse con nosotros; y cuando Jesús Eucaristía está dentro nuestro, hablamos con Él, le decimos cuánto lo queremos y que le agradecemos que nos haya venid a visitar por la Eucaristía y le pedimos también por nuestros papás, nuestros hermanos y nuestros seres queridos. Entonces, la Primera Comunión es como cuando viene nuestro mejor amigo a visitarnos, sólo que Jesús es el mejor amigo de todos nuestros mejores amigos.
         Y una vez que Jesús llega a nuestros corazones, ¿cuánto tiempo se queda con nosotros? Jesús se queda todo el tiempo que nosotros queramos, por eso tenemos que estar siempre pensando en Jesús y diciéndole cuánto lo amamos: “Jesús, te amo; Jesús, en Vos confío; Jesús, ven a mí” y tenemos que evitar todo tipo de cosas malas. Jesús sólo se va cuando dejamos de pensar en Él y sobre todo cuando hacemos algo malo, porque donde está Jesús, no puede estar el pecado, y donde está el pecado, no puede estar Jesús. Cuando cometemos un pecado, Jesús se va, con mucha tristeza, de nuestro corazón, porque Él no puede quedarse ahí. El pecado es algo malo, oscuro, y Jesús es bueno y es luz, por eso no puede estar en un corazón que desea cosas malas. Para que Jesús Eucaristía nunca se vaya de nuestros corazones, tenemos que pensar, hablar, querer y hacer cosas buenas, santas, y nunca nada malo, por pequeño que sea. Para que Jesús no se vaya de nuestros corazones, nunca debemos decir ninguna mentira, por pequeña que sea, ni tampoco debemos pelear, ni desobedecer, ni decir cosas malas, ni desear cosas malas. Tenemos que tratar a todos con amor, con cariño y respeto, como lo haría Jesús. Si hacemos así, entonces Jesús Eucaristía se va a sentir muy a gusto en nuestros corazones y no se va a ir nunca.

         Otra cosa que tenemos que tener en cuenta es que, por la Primera Comunión, Jesús viene por Primera Vez a nuestros corazones: entonces, hagámoslo sentir como en su casa, como si nuestro corazón fuera su casa y su habitación más querida; al comulgar, digámosle que lo amamos y que queremos que nunca se vaya de nuestros corazones, démosle todo nuestro amor y le prometamos también que vamos a recibirlo en la Comunión Eucarística todas las veces que sea posible, porque lo amamos mucho y queremos que esté con nosotros el mayor tiempo que sea posible. Si amamos a Jesús Eucaristía, la Primera Comunión va a ser la primera de muchas, porque si amamos a Jesús, vamos a querer comulgar todas las veces que sea posible, para que Jesús esté siempre en nuestros corazones. El que ama a Jesús, quiere venir a Misa para recibirlo no solo en la Primera Comunión, sino todas las veces que sea posible; el que no lo ama, en cambio, no le importa faltar a Misa, porque no le importa recibirlo en la Comunión. Le pidamos a la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, que desde la Primera Comunión, que ahora tomamos, que aumente cada vez más nuestro amor a su Hijo Jesús en la Eucaristía, y que haga que nuestros corazones sean como la casa de Jesús, para que Jesús nunca quiera irse y se quede para siempre con nosotros.
      Le pidamos a la Virgen que haga que amemos tanto, pero tanto, a Jesús Eucaristía, que deseemos comulgar -en gracia- todas las veces que sea posible.

domingo, 25 de octubre de 2015

El Evangelio para Niños: “Jesús, que yo te pueda ver”


(Domingo XXX – TO – Ciclo B – 2015)

         En este Evangelio, un ciego llamado Bartimeo, al escuchar que es Jesús el que pasa, se pone a llamarlo a los gritos. A pesar de que muchos le dicen que se calle, Bartimeo, grita cada vez más fuerte, para que Jesús lo escuche. Efectivamente, Jesús lo escucha, lo hace llamar y le pregunta si qué quiere que haga por él. Bartimeo, que es ciego, le pide ver: “Maestro, que yo pueda ver”. Jesús le concede lo que le pide y Bartimeo se pone a seguirlo a Jesús.
         Tenemos mucho que aprender de Bartimeo, sobre todo, la fe que tiene en Jesús: sabe que Jesús es Dios, porque ha escuchado hablar de los otros milagros que hizo Jesús –multiplicó panes y peces, resucitó muertos, calmó la tormenta- y como sabe que esos milagros sólo los puede hacer Dios, entonces, si Jesús los hizo, Jesús es Dios; Bartimeo sabe que Jesús es Dios y que tiene el poder de curarle su ceguera y por eso lo llama a los gritos. Esta fe Bartimeo, es la fe que tenemos que tener nosotros: Jesús es Dios.
         No se desanima, ni porque él mismo es ciego –y esto es una gran prueba para él, porque es una de las cosas más difíciles para todo hombre-, ni tampoco porque muchos de los discípulos de Jesús le dicen que se calle. Bartimeo grita todavía más fuerte, hasta que Jesús lo escucha, y así nos da ejemplo de cómo tiene que ser nuestra oración: perseverante y confiada, porque aunque Jesús tarde en responder, siempre responderá. Bartimero nos enseña a no desanimarnos frente a las dificultades y a rezar siempre a Jesús, seguros de que, tarde o temprano, Jesús escuchará nuestras peticiones, si son convenientes para nuestra salvación.
         Cuando Bartimeo está frente a Jesús, aunque Jesús sabe qué es lo que le va a pedir Bartimeo, lo mismo le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”, y así nos enseña que también a nosotros, cuando llamamos a Jesús por la fe, Jesús nos pregunta, en lo más profundo del alma: “¿Qué quieres que haga por ti?”, y esto porque Jesús nos ama y quiere darnos aquello que nos conviene para nuestra salvación. Bartimeo nos enseña a tener confianza en el amor misericordioso de Jesús.
         Por último, Bartimeo era ciego de los ojos del cuerpo, pero no ciego del alma, porque la vista del alma es la fe: por la fe, podemos ver que Jesús es Dios. Nosotros, muchas veces vemos con los ojos del cuerpo, pero somos ciegos con los ojos del alma, porque o no tenemos fe, o tenemos una fe muy débil. Entonces, cuando Jesús nos pregunte: “¿Qué quieres que haga por ti?”, le tenemos que pedir la luz de la fe, para poder verlo en la cruz y en la Eucaristía.

         Cuando Jesús nos pregunte: “¿Qué quieres que haga por ti?”, le digamos así: “Jesús, Maestro, que yo te pueda ver en la cruz, porque allí me das tu Sangre, que es la vida para mi alma; Jesús, Maestro, que yo te pueda ver en la Eucaristía, porque allí eres el Pan del cielo que me da una nueva vida”.

viernes, 23 de octubre de 2015

Jesús quiere entrar en sus corazones por la Eucaristía


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Queridos niños, ustedes van a recibir hoy la Primera Comunión. ¿Cómo qué podemos comparar a la Primera Comunión? Para saberlo, veamos cómo está como está preparado hoy el templo, de manera especial: el templo está limpio, iluminado, con el perfume de las flores que están a los pies del altar, se escuchan cantos y reina un ambiente de mucha alegría; las puertas están abiertas de par en par, para que ustedes entren en la Iglesia para participar de la Santa Misa. Así como es el templo, así es nuestro corazón en este día de la Primera Comunión: por la gracia de la Confesión Sacramental, nuestro corazón está limpio, sin pecado; está iluminado, porque la gracia es luz y disipe las tinieblas del pecado; está perfumado con el “buen aroma de Jesús”, que es el perfume de la santidad; al igual que en el templo, que se escuchan canciones y hay ambiente de alegría, nuestra alma entona cantos y está alegre porque está por llegar Jesús, y al igual que en el templo las puertas se abrieron de par en par, así tenemos que abrir, de par en par, las puertas de nuestros corazones, para que entre en ellos Jesús Eucaristía.
Pero lo más importante es el altar: sobre ese altar, bajará Jesús desde el cielo, en la Santa Misa, en la Consagración del pan y del vino, para quedarse en la Eucaristía, y es por eso que después de la Consagración, ya no hay más pan y vino, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús va a bajar del cielo hasta el altar, para quedarse en la Eucaristía. Entonces, así como en el templo hay un altar, también en nosotros, en nuestro interior, hay un altar y ese altar es nuestro corazón, adonde irá Jesús cuando entre por la Comunión. Ahí, en el altar de nuestro corazón, vamos a recibir a Jesús, cuando Él entre en nosotros por medio de la Primera Comunión.
Tenemos que ver el altar, para saber qué debemos hacer en la Primera Comunión: cuando vemos el altar, vemos que está Jesús Eucaristía. ¿Hay alguien más aparte de Jesús Eucaristía en el altar? No, porque el altar es sólo de Jesús Eucaristía y de nadie más que de Jesús Eucaristía; entonces, así como pasa en el altar de la misa, así tiene que pasar en nuestro corazón, que es nuestro altar interior: allí tiene que estar Jesús y sólo Jesús y nadie más que Jesús. Entonces, esto es lo que tenemos que hacer en la Primera Comunión: amar y adorar a Jesús Eucaristía, porque si en el altar de la misa sólo se adora a Jesús Eucaristía y a nadie más que Él, entonces, en el altar de nuestro corazón lo vamos a amar y adorar, sólo a Jesús Eucaristía y a nadie más que Él.
         ¿Qué hará Jesús cuando entre en nuestros corazones? Cuando entre Jesús Eucaristía, Él nos donará todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, que es como un océano sin playas y sin fondo; su Amor es como un Fuego, pero un fuego que no arde ni quema, sino que llena al alma de amor, alegría y paz, porque ese Fuego que está en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Jesús quiere entrar en nuestros corazones por la Eucaristía, sólo para darnos su Amor y nada más que para darnos su Amor; no tiene ningún otro interés que darnos su Amor, el Espíritu Santo. Entonces, si Jesús nos da su Amor, también nosotros debemos darle nuestro amor y para eso, tenemos que estar muy concentrados al recibir la Comunión y pensar en Jesús y sólo en Jesús, y decirle: “Jesús, te amo; Jesús, te amo; Jesús, te amo; te doy gracias por haber venido a mi corazón”. Así, va a haber un intercambio de amor entre Jesús y nosotros, y como los que se intercambian amor son los que se aman, entonces vamos a amar a Jesús Eucaristía y vamos a querer comulgar no solo en la Primera Comunión, sino todas las veces que sea posible, incluso diariamente, porque el que ama a una persona, desea estar con esa persona todo el tiempo que sea posible. Si nos enamoramos de Jesús Eucaristía, vamos a querer tenerlo en nuestro corazón todo el tiempo y para eso vamos a venir a la Iglesia, a la Santa Misa, sin que nadie nos diga nada, porque vamos a querer tener a Jesús en nosotros. Así, la Primera Comunión no va a ser la última –lamentablemente, para muchos, la Primera Comunión es la última-, sino la Primera de muchas, porque vamos a querer comulgar, con el alma limpia por la Confesión, todos los días que sea posible.

         Entonces, recordemos que tenemos que estar en silencio en el momento de la Comunión y cuando lo recibamos a Jesús, decirle, con todo el amor del que seamos capaces: “Jesús Eucaristía, te amo; Jesús Eucaristía, te amo; Jesús Eucaristía, te amo y te doy gracias por haber venido a mi corazón para darme el Amor de tu Sagrado Corazón Eucarístico; toma a cambio todo el amor que hay en mi pobre corazón, y no permitas que nunca salga de tu Corazón”.

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 17 - Subió a los cielos


Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 17 - Subió a los cielos[1] 
         Doctrina
         ¿Cuándo subió Jesucristo a los cielos? Jesucristo subió a los cielos pro su propio poder a los cuarenta días de resucitado, en presencia de los Apóstoles y numerosos discípulos.
         ¿Dónde está ahora Jesucristo? Jesucristo, en cuanto que es Dios, está en todas partes, y en cuanto hombre está solamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía. Es decir, subió a los cielos, glorioso y resucitado, pero al mismo tiempo se quedó con nosotros, en la tierra, en la Eucaristía, para acompañarnos desde el sagrario todos los días, hasta el fin del mundo, como lo había prometido.
         ¿Con qué palabras consoló Jesús a los apóstoles en su sermón de despedida? Jesús dijo a los Apóstoles: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Voy allá a prepararos también un lugar para vosotros; después volveré para llevaros conmigo, a fin de que también estéis donde estoy Yo” (Jn 14, 2-3). Precisamente, nuestra vida terrena es muy breve y estamos aquí “de paso” –Santa Teresa de Ávila decía que esta vida era “una mala noche en una mala posada”-, porque nuestro destino definitivo y eterno es la Casa del Padre, el Reino de los cielos, en donde Jesús nos tiene preparada una habitación para cada uno de nosotros. Pero para poder entrar a la Casa del Padre, debemos hacer tres cosas: vivir en gracia, evitar el pecado y obrar la misericordia para con los más necesitados.
         Explicación
Esta lámina presenta la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los cielos, la cual tuvo lugar a los 40 días después de su Resurrección. Él subió al cielo desde el monte de los Olivos, en cuerpo y alma, y por su propia virtud; no como la Virgen en manos de los ángeles, sino por sí mismo.
Poco antes de subir Jesucristo al cielo, se habían reunido allí todos los apóstoles y discípulos a los que les dio sus últimas instrucciones, y después bendiciéndolos subió majestuosamente, alejándose de ellos hasta que una nube luminosa le ocultó a sus ojos y les fue dicho por unos ángeles que lo mismo que lo habían visto subir al cielo, vendría así de nuevo al fin de los tiempos.
La Ascensión de Jesús fue un triunfo apoteósico. Se elevó victorioso sobre todos sus enemigos y triunfalmente se llevó tras de sí a las multitudes de redimidos que había sacado del Limbo.
Práctica: Me esforzaré por ser fiel cumplidor de los Mandamientos de la Ley de Dios, para así poder merecer la habitación en la Casa del Padre que Jesús preparó para mí con su Ascensión.
Palabra de Dios: Jesucristo “después de su Pasión se dio a ver en muchas ocasiones (a sus apóstoles), apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios” (Hech 1, 2-3). Después “los llevó hasta cerca de Betania, y levantando sus manos los bendijo y mientras los bendecía se alejaba de ellos, y era llevado al cielo. Ellos se postraron ante Él” (Lc 24, 50-51). “Diciendo esto y viéndolo ellos, se elevó y una nube lo ocultó a sus ojos. Estando mirando atentamente hacia el cielo mientras Él se iba, he aquí que se presentaron dos varones con vestiduras blancas y les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿qué están mirando al cielo? Ése Jesús ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hech 1, 9-11).
Ejercicios bíblicos: Hech 1, 3; Jn 14, 2-3; Col 3, 1-2.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

Catecismo para Niños de Primera Comunión Lección 16 - Resucitó al tercer día



Catecismo para Niños de Primera Comunión  Lección 16 - Resucitó al tercer día[1] 
         Doctrina
         ¿Cuándo resucitó Jesucristo? Jesucristo resucitó como lo había anunciado, al tercer día de su muerte, es decir, el Domingo, antes de la salida del sol. Jesús murió el Viernes Santo a las 3 de la tarde (primer día); fue sepultado ese día y pasó todo el Sábado Santo en el sepulcro (segundo día); finalmente, resucitó el Domingo, en las primeras horas, antes de que salga el sol (tercer día). Por eso es que el Domingo es llamado “Día del Señor”, porque es el día en el que resucitó Nuestro Señor Jesucristo. El Domingo, el sepulcro, que hasta entonces estaba oscuro, frío y en silencio, se llenó de la luz de la gloria divina que brotaba del Ser divino de Jesús; el Fuego de su Amor reemplazó al frío de los corazones y el silencio fue interrumpido por los cantos de los ángeles de Dios, que glorificaban al Hombre-Dios resucitado. La luz eterna que brilló en el Santo Sepulcro el Domingo de Resurrección, ilumina misteriosamente a todos los días domingos que nos toca vivir; por eso es que el Domingo es un día sagrado y dedicado al Señor Jesús, y esa es la razón por la cual la Santa Misa dominical NO PUEDE ser reemplazada por otras actividades –fútbol, descanso, paseos, etc.-, sin caer el alma en pecado mortal.
         ¿Cómo resucitó Jesucristo? Para saberlo, recordemos que el Viernes Santo, al morir Jesús, su Divinidad permaneció unida a su Cuerpo, que era llevado desde la cruz al sepulcro, y también permaneció unida a su Alma, que es con la que descendió a los Infiernos (el seno de Abraham) para rescatar a los justos del Antiguo Testamento. La Resurrección se produjo porque Jesucristo, con su Divinidad, unió de su Alma a su Cuerpo, glorificándolo a este último, llenándolo de la luz y de la gloria divinas.
         ¿Cómo fue la Resurrección de Jesucristo? Para saberlo, imaginemos que estamos en el sepulcro, arrodillados, delante del Cuerpo de Jesús, en las primeras horas de la madrugada del Domingo de Resurrección. Jesús todavía no ha resucitado. Su Cuerpo Santísimo está tendido en el sepulcro, cubierto por la Sábana Santa. El sepulcro está oscuro, frío y en silencio. De pronto, observamos una pequeña luz, muy pequeña, pero más brillante que cientos de miles de soles juntos, que se enciende a la altura del Corazón de Jesús. Esta pequeña luz, en una fracción de segundos, se expande desde el Corazón, hacia arriba, la Cabeza, y hacia abajo, hacia el resto del Cuerpo, y hacia los costados, los brazos, llenando todo el Cuerpo de Jesús. Al mismo tiempo que se expande, la luz llena de vida y de gloria al Cuerpo de Jesús y así el Cuerpo de Jesús se llena de luz y de vida, levantándose y surgiendo triunfante del sepulcro. Al mismo tiempo, deja impresa su imagen milagrosa, con la luz que salió de su Cuerpo, en la Sábana Santa. El sepulcro se llena del Fuego del Amor de Dios y se escuchan cantos de ángeles de luz, que se alegran y celebran por la Resurrección del Hombre-Dios. La luz del Domingo de Resurrección, ilumina a todos nuestros domingos, por eso el Domingo no es un día triste, sino de alegría y de alegría infinita, porque nos llega la Alegría de Jesús, que es Dios y Dios es “Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes.
         ¿Cómo sabemos que Jesucristo resucitó? Sabemos que Jesucristo resucitó al tercer día por el testimonio de los Apóstoles y por los otros discípulos, a quienes Jesucristo se les apareció, después de resucitado: todos ellos dieron testimonio de esta verdad, porque lo vieron con sus propios ojos, hablaron con Él, tocaron sus llagas (como en el caso de Tomás Apóstol). Jesús resucitó verdaderamente con su Cuerpo, y así nos lo dice el Evangelio: “Ved mis manos y mis pies…” (Lc 24, 39-43). También la Iglesia nos lo enseña en el Catecismo y en el Credo: “Al tercer día resucitó de entre los muertos”. Quien no cree en la Resurrección de Jesucristo, no tiene la fe católica. La resurrección de Cristo es el mayor de los milagros, el dogma fundamental del catolicismo. Es muy importante creer firmemente en la Resurrección de Jesús con su Cuerpo glorioso, porque ese mismo Cuerpo glorioso, resucitado, lleno de la luz, de la vida y del Amor de Dios, es con el que Jesús está en la Eucaristía, aunque oculto a los ojos del cuerpo. Jesús dejó el sepulcro vacío, porque ya no está más allí con su Cuerpo muerto; ahora está con su Cuerpo glorioso, vivo y lleno de la luz de Dios, en la Eucaristía, en el sagrario y en la Santa Misa.
Explicación
Descripción: http://cssrbolivia.org/wp-content/uploads/2014/04/JESUSREUCITADO1.jpg
         En esta lámina vemos a Jesús, con su Cuerpo glorioso y resucitado, lleno de la luz y de la gloria divina, salir triunfante del sepulcro. Con su Resurrección, Jesús consuma el triunfo que ya había obtenido en la cruz sobre los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, la muerte y el pecado. El estandarte que lleva en su mano izquierda, es la Santa Cruz, el signo de su victoria. Jesucristo resucitó por su propio poder; esto quiere decir que no “fue” resucitado, sino que Él se resucitó a sí mismo, reuniendo su Alma glorificada con su Cuerpo, glorificándolo a éste último. Esto lo pudo hacer porque Él es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, y como tal, es el dueño de la vida y de la muerte. Cuando en la Escritura se dice: “fue resucitado por Dios” (Hech 2, 24), es una afirmación que entenderse en razón de su naturaleza humana o creada, porque Jesús es Dios.
Con su resurrección se cumplieron las profecías: las dichas antes por Él, de que sufriría muerte de cruz (Mt 26, 2) y de que resucitaría al tercer día (Mc 10, 34). La resurrección de Cristo es un hecho real e histórico y puede ser demostrada por los Evangelios, que son libros que narran historia real.
Los Apóstoles son testigos de que se les apareció a ellos y al elegir a Matías en reemplazo de Judas, lo eligieron a él “por ser testigo con ellos de su resurrección” (Hech 1, 22; 3, 15) y esta verdad de la Resurrección de Jesús la predicaron y la confirmaron con su martirio.
Entre otros discípulos, Jesús resucitado se le apareció a María Magdalena (Jn 20, 11-18) y a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13ss) y también a Pedro (Lc 24, 34) y a más de 500 discípulos a la vez (1 Cor 15, 5-8). Según la Tradición, a la primera a la que se le apareció, fue a su Mamá, la Virgen, como recompensa por haberlo acompañado la Virgen a lo largo del Via Crucis y por haber permanecido al pie de la cruz, durante toda su agonía hasta su muerte el Viernes Santo, y por haber esperado con serenidad y alegría su Resurrección, porque la Virgen creía firmemente en las palabras de su Hijo, que había dicho que iba a resucitar “el tercer día”.
Práctica: en la oración, pidamos como una gracia recibir la alegría de la Resurrección de Jesucristo. Para nosotros, los cristianos, la verdadera alegría no está en las cosas del mundo, sino en la Resurrección de Jesús. Por eso debemos pedir alegrarnos del triunfo de la Resurrección de Cristo, porque ese triunfo es nuestro triunfo: “Él resucitó y nosotros resucitaremos si permanecemos unidos a Él hasta el fin, por la gracia santificante”.
Palabra de Dios: “(Un ángel) les dijo: “¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí” (Mc 16, 6). “Cristo murió por nuestros pecados (…) fue sepultado (…) resucitó al tercer día, según las Escrituras (…) Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe (…): pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que mueren (…) Él ha resucitado y nosotros resucitaremos. Por un hombre vino la muerte, por un hombre vio la resurrección de los muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo seremos todos vivificados” (1 Cor 15, 5-22).
Ejercicios bíblicos: Mt 27, 63; 1 Cor 15, 14; Mt 28, 6 y 13; Jn 20, 29; Hech 10, 41.




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

domingo, 18 de octubre de 2015

El Evangelio para Niños: Los amigos de Jesús le piden ir al cielo




(Domingo XXIX - TO - Ciclo B - 2015)

         Dos de los amigos de Jesús, Santiago y Juan, que eran hermanos, le piden a Jesús ir al cielo y sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús (cfr. Mc 10, 35-45). Jesús no les dice que no, pero les pregunta si pueden hacer dos cosas: si pueden beber del cáliz que Él ha de beber, y si pueden recibir el bautismo que Él va a recibir.
¿Qué cáliz tiene que beber? El cáliz de la Última Cena, que es el cáliz de la Pasión, y es un cáliz amargo espiritualmente, porque quiere decir que Jesús va a ser traicionado, encarcelado, juzgado, condenado a muerte, flagelado, coronado de espinas y luego crucificado.
¿Qué bautismo tiene que recibir? No es el bautismo del Jordán, que era de agua; ahora va a ser bautizado con su propia Sangre, porque cuando lo coronen de espinas, como esas espinas son tan grandes, gruesas y filosas, le van a hacer salir mucha sangre y con esa sangre va a ser bautizado. Además, de su Cuerpo va a salir mucha sangre también, a causa de los golpes, los latigazos y todas las heridas que se le produzcan cuando Él, cargando con la cruz, caiga por el camino del Calvario.
Para ir al cielo, dice Jesús, tienen que beber de mi cáliz y recibir mi bautismo; es decir, tienen que estar al lado suyo en el Via Crucis y después, arrodillados, junto a la cruz, para ser bañados por la Sangre de Jesús.
Los amigos de Jesús, Santiago y Juan, que aman mucho a Jesús, dicen: “Podemos”, porque ellos están dispuestos a seguir a Jesús por el camino de la cruz y también están dispuestos a estar arrodillados, al pie de la cruz, besando los pies ensangrentados de Jesús, para ser bañados con su Sangre. Esto que piden los amigos de Jesús, también debemos pedirlo nosotros: seguir a Jesús por el camino de la cruz y ser bañados con su Sangre, para que así podamos llegar al cielo.

Por último, los otros diez, se enojan con Santiago y Juan, pero Jesús les dice que no se tienen que enojar, porque tienen que hacer lo mismo que Santiago y Juan, beber del cáliz y recibir su bautismo de Sangre. Sólo el que hace esto, es agradable a los ojos de Dios; el que hace esto, es perfecto a los ojos de Dios.

viernes, 16 de octubre de 2015

Jesús esperó diez años para entrar en sus corazones


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Vamos a tomar la Primera Comunión, y para eso, ustedes se prepararon durante dos años, asistiendo a clases y estudiando el Catecismo que les enseñaban sus maestros catequistas. Durante dos años, ustedes se han preparado para este momento, y por eso es que el templo está todo iluminado, con flores y limpio, y a medida que se acerca más y más el momento de la Comunión, están más ansiosos y más deseosos de recibir a Jesús Eucaristía.
Pero si ustedes, niños, están ansiosos y deseosos de recibir a Jesús Eucaristía, Jesús lo está mucho más, porque esperó más tiempo que ustedes: ustedes esperaron dos años para recibirlo, pero Él esperó nueve, diez, once años para que llegara este momento; todavía más, como Jesús es Dios, Él sabía, desde toda la eternidad, que ustedes lo iban a recibir en este día, y por eso Él, desde toda la eternidad, estaba esperando que ustedes nacieran, crecieran, comenzaran a venir a Catecismo y dispusieran sus almas y sus corazones para recibirlo.
Desde toda la eternidad, Jesús esperaba este día, el día más hermoso para ustedes, porque es el día en el que Jesús va a entrar, por primera vez, en sus corazones, escondido detrás de lo que parece un poco de pan. En el cielo, Jesús no veía la hora de que ustedes prepararan sus mentes y sus corazones para recibirlo en la Eucaristía, y es por eso que, si ustedes están ansiosos y deseosos de recibirlo, Jesús lo está mucho más por entrar en sus corazones.
¿Qué pasa en el Corazón de Jesús en este momento? ¿Vieron que el corazón late cuando vemos a una persona muy amada, que está por llegar después de un largo viaje? Si nuestra mamá o nuestro papá se ausentan por largo tiempo, cuando vamos a recibirlos a la estación de ómnibus, nuestros corazones laten cada vez más rápido y más fuerte, porque se acerca el momento en el que vamos a verlos después de mucho tiempo, y esto sucede porque los amamos. Bueno, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, late así de rápido y de fuerte, pero más rápido y más fuerte, y a cada minuto que pasa, late cada vez con mayor fuerza y velocidad, porque desea, con todas sus fuerzas, entrar en sus corazones, para darles todo el Amor que Él tiene en su Corazón. Jesús no ve las horas de que ustedes lo reciban en la Primera Comunión, para darles el Fuego que le quema en el Corazón, el Fuego de su Amor.
Entonces, al comulgar, tenemos que estar muy atentos, y tenemos que abrir los oídos del alma, para poder escuchar los latidos de Amor del Sagrado Corazón de Jesús, que está escondido en la Eucaristía; tenemos que abrir nuestros corazones, de par en par, así como se abren las puertas, de par en par, para que Jesús Eucaristía entre en ellos y pueda derramar sobre nosotros todo su Amor, que es como un océano infinito, sin playas y sin fondo. Jesús quiere darnos todo su Amor, que es el Amor de Dios, y ese Amor está encerrado en su Sagrado Corazón Eucarístico, pero no puede derramar su Amor, si nosotros, cuando comulgamos, estamos distraídos, pensando en cualquier cosa que no sea Él. Le pidamos a la Virgen, la Mamá del Sagrado Corazón, que nos ayude a concentrarnos en esta Primera Comunión, para que Jesús se sienta contento con nosotros y pueda darnos todo lo que Él tiene pensado para nosotros, todo el Amor de su Corazón, que late en la Eucaristía. A su vez, nosotros debemos responder con amor, como dice el dicho: “amor con amor se paga”; quiere decir que si Jesús nos todo su Amor, entonces también debemos darle todo nuestro amor.

         Si hacemos esto, es decir, si abrimos nuestros corazones para que Jesús derram e su Amor en ellos y si también le damos nuestro amor, la Primera Comunión no será la última, sino la primera de muchas, porque así nos vamos a enamorar de Jesús y si nos enamoramos de Jesús en la Primera Comunión, vamos a querer que Jesús esté siempre con nosotros, y para eso vamos a querer recibirlo seguido en la Comunión, con el alma limpia por la Confesión. Que la Primera Comunión, entonces, sea la primera de muchas, y que en cada una de ellas, sea como la Primera: que así como en la Primera Comunión, le vamos a dar a Jesús todo nuestro amor, así también, en cada una de las comuniones que sigan, le demos a Jesús todo nuestro amor, en acción de gracias por habernos dado antes Él, como prenda de amor, su Sagrado Corazón Eucarístico.

domingo, 11 de octubre de 2015

El Evangelio para Niños: vender lo que tenemos y darlo a los pobres


(Domingo XXVIII – TO – Ciclo B – 2015)

         Un hombre se acerca a Jesús para decirle qué tiene que hacer para ganar la vida eterna y Jesús le dice que tiene que cumplir los Mandamientos, entre ellos, honrar padre y madre. El hombre, que es bueno, le dice que sí, que eso él lo hace “desde su juventud”, es decir, desde hace mucho tiempo. Entonces Jesús le dice que le falta algo: que venda lo que tiene, que le a los pobres y así entrará en el Reino. El hombre se retira triste porque tenía muchos bienes y estaba muy apegado a  ellos.
         Este hombre podemos ser nosotros: tratamos de cumplir los mandamientos, sabemos que hay una vida eterna para ganar, un cielo para entrar, un infierno para evitar. Pero, como el hombre del Evangelio, tenemos muchos bienes. No quiere decir que tengamos mucho dinero, o muchas cosas. Basta con que tengamos un lápiz y estemos tan apegados a ese lápiz, que no lo queramos ni siquiera prestar por un ratito. Basta con que siempre queramos salirnos con nuestros caprichos, antes que con lo que nos dicen nuestros padres, para que ya tengamos cosas que no nos dejan ir al cielo.
Entonces, como el hombre del Evangelio, tenemos cosas que tenemos que vender si queremos ir al cielo: cosas materiales, como un lápiz, o inmateriales, como mis caprichos.
¿Qué hacer?
Jesús nos lo dice: “Ve y vende a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo”. Tenemos que hacer una compra-venta: vender lo que tenemos, para comprar un tesoro en el cielo.
¿Cómo?

Se los vendemos a Jesús en la cruz y se los damos a Él, que es Pobre en la cruz, porque Jesús dice que hay que dárselos “a los pobres” y el primer pobre es Él, porque Él no tiene nada en la cruz, sólo los clavos, el leño, el cartel, el lienzo, y todo lo tiene prestado. Le vendemos a Jesús todo lo que tenemos y no nos deja ir al cielo, y a cambio Jesús nos da un tesoro, que es la vida eterna.