(Domingo
de Resurrección – Ciclo A - 2017)
El Domingo de Resurrección, la Iglesia está de fiesta, una
fiesta que es más grande todavía que Navidad. ¿Por qué? Porque Jesús resucitó.
¿Qué quiere decir “resucitó”?
Para saberlo, recordemos qué pasó el Viernes Santo: después
de estar tres horas crucificado, es decir, clavado en la cruz sus manos y sus
pies con tres clavos de hierro, Jesús murió y su Cuerpo fue llevado a un
sepulcro nuevo, excavado en la roca.
Hagamos
de cuenta que nosotros estamos dentro del sepulcro, junto con Jesús: Jesús está
tendido sobre la roca, y el sepulcro está todo oscuro, en silencio y frío. Así pasó
todo lo que quedaba del día del Viernes Santo y todo el Sábado Santo, hasta que
el Domingo a la mañana, bien tempranito, vemos algo: a la altura del Corazón de
Jesús, comienza a brillar una luz, que es muy pequeñita primero, pero que va
creciendo y va recorriendo todo el Cuerpo de Jesús, y a medida que lo recorre,
le va devolviendo la vida, hasta que todo el Cuerpo de Jesús está lleno de luz
y de vida, y Jesús se levanta del sepulcro, vivo y glorioso, resplandeciente,
con una luz que brilla más que miles de soles juntos. Si antes había silencio
en el sepulcro, ahora se escuchan, primero, los latidos del Corazón de Jesús y,
después, los cantos de los ángeles; si antes estaba oscuro, ahora todo brilla
con la luz de la gloria de Dios, que sale del Cuerpo vivo de Jesús; si antes
estaba frío, ahora lo invade todo el calor del Amor de Dios. Y nosotros, que
estamos ahí en el sepulcro, nos alegramos y nos arrodillamos, para adorar a
Jesús, que ha resucitado. Esto es lo que sucedió el Domingo de Resurrección:
Jesús volvió a la vida, pero una vida distinta a esta que tenemos, porque su
Cuerpo adquiere poderes especiales: es luminoso, puede atravesar puertas y
paredes –cuando resucita, no se saca la Sábana Santa como lo hacemos cuando nos
levantamos de dormir, sino que atraviesa la Sábana Santa y deja su imagen allí
impresa-, no sufre ni siente dolor, no envejece y, lo más importante, ¡no muere
más!
Pero
lo más lindo de todo es que este Jesús resucitado, con su Cuerpo así glorioso y
lleno de la vida, la luz y el Amor de Dios, viene a nosotros en cada comunión
eucarística, para darnos esa misma luz, que es su Vida eterna, como una
semilla, para que ya tengamos, como en germen, la resurrección, para que también
nosotros seamos capaces de resucitar junto con Él. Cuando resucitemos, nuestro
cuerpo tendrá los mismos poderes de Jesús: estará lleno de luz, no sufrirá,
podremos atravesar puertas y paredes, y estaremos llenos de la gloria y del
Amor de Dios. ¿Por qué hace todo esto Jesús? Porque Él quiere que nosotros
estemos con Él en el cielo, y es para eso que, en cada comunión, nos da la vida
eterna como en germen, como en semilla. Esto es entonces lo que festejamos en
la Resurrección: que Jesús ha vencido a la muerte, que está con su Cuerpo
glorioso en la Eucaristía, y que cuando comulgamos, recibimos su vida eterna en
germen, para después poder resucitar. Cada vez que comulguemos, nos acordemos
entonces de cómo resucitó Jesús el Domingo de Resurrección, y le agradezcamos,
con todo el amor del que seamos capaces, que haya resucitado y que nos dé su
vida eterna y su Amor en cada comunión.
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