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sábado, 28 de octubre de 2017

El Evangelio para Niños: Amar a Dios y al prójimo como a sí mismos con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.


(Domingo XXX - TO - Ciclo A – 2017)

         Cuando le preguntan a Jesús “cuál es el mandamiento más grande de la Ley”, Jesús responde: “Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo” (cfr. Mt 22, 34-40).
         Como los judíos conocían ya este mandamiento, puede parecer que no hay diferencias con el mandamiento de Jesús, pero sí hay diferencias y veremos cuáles.
         La primera diferencia es con respecto a Dios: los judíos creían en Dios Uno, pero no Trino, porque es Jesús quien revela que Dios, además de ser Uno, es Trino en Personas. Por eso los católicos, que no somos judíos, ni evangelistas, ni musulmanes, tenemos un Dios católico, y ese Dios católico es Uno y Trino: Uno en naturaleza y Trino en Personas. Los católicos adoramos y amamos a un Dios que es Uno solo, pero en el que hay Tres Divinas Personas.
         Otra cosa que cambia es el prójimo: para los judíos, el prójimo era solo el que era judío y hebreo, y todos los demás no eran considerados judíos. En cambio, a partir de Jesús, para el cristiano, todo ser humano es prójimo al cual amar, sin que importen ni su raza, ni su religión. Incluso, todavía más, para los judíos, al prójimo enemigo, se aplicaba la ley del Talión; pero Jesús suprime esta ley y manda amar a los enemigos: “Amen a sus enemigos”.
         Otra cosa que cambia, es el amor con el cual hay que amar a Dios, al prójimo y a uno mismo, porque los judíos amaban con un amor que salía de sus corazones, un amor humano, pero Jesús nos trae un amor que viene del cielo, que sale del Corazón del Padre y del Hijo, y es el Espíritu Santo. El cristiano tiene que amar a Dios, al prójimo y a sí mismo, con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que permite amar al enemigo, perdonar setenta veces siete y amar a Dios con el mismo amor con el que Él mismo se ama, el Espíritu Santo.
         El mandamiento de Jesús, para los católicos, es distinto al mandamiento de los judíos, y queda así: “Amarás al Dios católico, que es Dios Uno y Trino, amarás al prójimo, que es todo ser humano, incluido en primer lugar, tu enemigo, y te amarás a ti mismo, y el Amor con el que amarás a Dios, al prójimo y a ti mismo, es el Amor de Dios, el Espíritu Santo”.


domingo, 22 de octubre de 2017

El Evangelio para Niños: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2017)

“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). ¿Qué quiere decir Jesús? El César es el mundo, lo que no es Dios; al César le corresponde el dinero, porque el dinero no es Dios. Lo que quiere decir Jesús es que no debemos apegarnos al dinero ni a lo que el dinero da: fama mundana, éxito mundano, bienes materiales, placeres terrenos. En el corazón del hombre hay un solo lugar, en el que puede caber, o el dinero, que es “el estiércol del Demonio”, como dicen los santos, o Dios. Es decir, en el corazón del hombre hay lugar para uno de dos: o el dinero –y detrás del dinero, el demonio-, o Dios. Si nos apegamos al dinero, nos olvidamos de Dios. Por eso Jesús nos dice que no debemos apegarnos al dinero, porque si nos aferramos al dinero y a lo que el dinero da, entonces, nos olvidamos de Dios, y lo peor que le puede pasar a una persona, es que se olvide de Dios, porque así, aunque tenga todo el mundo para él, su alma se va a perder en el Infierno.
A Dios debemos darle lo que es de Dios. ¿Y qué es lo que es de Dios? Lo que es de Dios, es todo nuestro ser, todo lo que somos y tenemos, porque Dios nos creó, nos salvó en la cruz por la Sangre de Jesús y nos santificó al darnos el Espíritu Santo, en Pentecostés y en la Confirmación. ¿Y qué quiere decir darle a Dios lo que somos y tenemos? Darle todo, desde la respiración que hacemos en este momento –por ejemplo, diciendo, “Te doy gracias, Dios mío, porque puedo respirar y estoy vivo”-, hasta el más pequeño pensamiento, rechazando todo pensamiento malo, porque nada malo podemos darle a Dios.

“Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios”. Al César, el dinero y todo lo que el dinero da, para que nos desapeguemos, tanto del dinero, como lo que el dinero puede proporcionarnos; a Dios, nuestro ser, nuestra alma, nuestro corazón y nuestro cuerpo. ¿Dónde le damos a Dios todo lo que somos y tenemos? En la Santa Misa, porque en la Santa Misa Jesús baja del cielo, para quedarse en la patena con su Cuerpo y para dejar su Sangre en el cáliz. Desde lo más profundo del corazón, le decimos a Dios Padre: “Oh Dios mío, me ofrezco a Ti, con todo lo que soy lo que tengo, por medio de tu Hijo Jesús. Tú me creaste, me redimiste y me santificaste. Toma, Señor, mi humilde corazón, y únelo al Corazón de Jesús, para que unido al Sagrado Corazón, mi corazón sea inmolado con Jesús, para la salvación del mundo”.

jueves, 19 de octubre de 2017

Santo Rosario meditado para Niños: Misterios de Luz


         Primer Misterio de Luz: el Bautismo de Jesús en el Jordán. Jesús es Dios y por eso no tiene pecado; Él es el Cordero Inmaculado y la Fuente de la santidad. En el momento del bautismo, el cielo se abre, se oye la voz del Padre que lo proclama Hijo predilecto y el Espíritu desciende sobre Él. Cuando fuimos bautizados, se nos quitó la mancha del pecado original y el Espíritu de Dios nos convirtió en hijos adoptivos de Dios Padre. ¡Madre del cielo, ayúdame a dar gracias, todos los días, por haber sido adoptados como hijos de Dios y por tener como nuestro Hermano a tu Hijo Jesús!

Un Padre Nuestro, Diez Avemarías, Un Gloria.

         Segundo Misterio de Luz: las Bodas de Caná. Los esposos se habían quedado sin vino y aunque Jesús no quería hacer el milagro, finalmente terminó convirtiendo el agua en vino exquisito, gracias a la intervención de la Virgen María. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, pídele a Jesús que nuestros corazones sean como las tinajas de las Bodas de Caná, para que luego de ser repletas con el agua de vida, la gracia santificante, nuestros corazones reciban la Sangre del Cordero!

Un Padre Nuestro, Diez Avemarías, un Gloria.

         Tercer Misterio de Luz: la predicación del Reino y el llamado a la conversión. Jesús anuncia que el Reino de Dios está cerca y que para poder entrar en él, debemos convertir nuestros corazones, es decir, despegarlos de la tierra y elevarlos al Sol de justicia, Jesús Eucaristía. Lo que nuestros corazones necesitan es una conversión eucarística. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nuestros corazones se conviertan a tu Hijo Jesús, vivo y glorioso en la Eucaristía!

Un Padre Nuestro, Diez Avemarías, Un Gloria.

         Cuarto Misterio de Luz: la Transfiguración en el Monte Tabor. En el Monte Tabor, Jesús resplandece con la luz de la gloria eterna que le pertenece desde la eternidad, por ser Hijo de Dios. En el Calvario, se cubrirá, no con luz, sino con su propia Sangre, para lavar nuestros pecados y concedernos la gracia santificante. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, ayúdanos a que deseemos confesarnos con frecuencia, para vivir en gracia de Dios, evitar el pecado y recibir a Jesús glorioso en la Eucaristía!

Un Padre Nuestro, Diez Avemarías, Un Gloria.

         Quinto Misterio de Luz: la Institución de la Eucaristía. En la Última Cena, que es también la Primera Misa, Jesús nos deja su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, para que al recibirlo por la comunión, nuestros corazones se llenen del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Comulgar es recibir, junto con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, al Amor de Dios, el Espíritu Santo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede para que cada día aumenten más nuestra fe y nuestro amor al Dios de la Eucaristía, tu Hijo Jesús!

Un Padre Nuestro, Diez Avemarías, Un Gloria.


miércoles, 18 de octubre de 2017

El Niño Jesús, modelo a imitar para todo niño


"Cristo en casa de sus padres",
(Sir Jhon Ever Millais, 1849)

         Al celebrar la Santa Misa pidiendo por las familias, no podemos dejar de constatar que en el mundo de hoy han aparecido numerosos “modelos” de familias: dos papás, dos mamás, un papá y dos mamás, etc., y a cada uno de estos modelos de familias, se les llama familia y se pretende que sean lo más normal y natural del mundo. Sin embargo, como católicos, no podemos dejar de tener en cuenta que, para Dios, solo hay un modelo de familia para todo el género humano y ese modelo de familia es la Sagrada Familia de Nazareth. Así como está formada la Sagrada Familia –papá-varón, mamá-mujer, hijo natural o adoptado-, así debe ser la familia humana y, sobre todo, la familia católica. Si alguna familia no está constituida de esta manera, de todos modos, no por eso la Sagrada Familia deja de ser un modelo a contemplar e imitar, como para las familias católicas.
En la Sagrada Familia de Nazareth hay una característica, y es la que toda familia debe contemplar e imitar, y es que el Niño de esta familia, que es el Niño Dios, es el centro alrededor del cual gira la familia. El Niño Dios es no solo ejemplo de bondad, sino ante todo, es fuente de santidad, lo cual es distinto y superior a la bondad. Ser buenos es algo bueno, valga la redundancia, pero ser santos, es infinitamente superior a ser buenos, porque es ser buenos con la bondad misma de Dios. En la Sagrada Familia de Nazareth, el Niño Dios ocupa el centro de la familia y todos sus integrantes se santifican por Él, porque el Niño Dios es la Fuente Increada de la santidad. La Madre de esta familia, la Virgen, se santifica en el momento mismo de su Concepción, porque es concebida Inmaculada, es decir, sin la mancha del pecado original, y es concebida Inmaculada y Llena del Espíritu Santo, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, la Madre del Niño Dios. Y a lo largo de su vida, toda su vida gira alrededor de su Hijo Jesús, desde que es concebido por obra del Espíritu Santo, hasta que muere en la cruz. El padre de esta familia, San José, es Padre y es Virgen, es el Padre Virgen, porque era esposo solo legal de la Virgen y su trato con María era como de hermanos, y San José fue elegido por la Trinidad para que fuera el padre adoptivo del Hijo de Dios y el esposo legal de la Virgen y Madre de Dios, y su vida también fue una vida de santidad, como la de la Virgen, porque su mente y su corazón estaban en el Niño Dios, que era su Dios, Creador, Santificador y Redentor, y al mismo tiempo su Hijo adoptivo. La Virgen y San José se santificaron porque en sus mentes y en sus corazones había pensamientos y amor sólo para el Niño Dios y, en el Niño Dios, para todo prójimo. El Niño Dios no tenía necesidad de santificarse, porque como dijimos, Él era la Santidad Increada y por Él fueron santos su Mamá, la Virgen y San José, su Padre Virgen adoptivo.
De esto vemos que, en las familias, siempre el centro de la familia debe ser el Niño Dios: toda madre, todo padre y todo hijo, debe tener al Niño Dios en el pensamiento y en el corazón, en primer lugar, y girar alrededor del Niño Dios, así como los planetas giran alrededor del sol. De modo especial, los niños y los jóvenes, deben aspirar a ser como el Niño Dios, como el Joven Dios, dejando de lado los modelos humanos, tal como sucede en nuestros días, en los que aparecen muchos personajes, en la televisión, en internet, en el cine, que se proponen como modelos para los niños: deportistas, actores, futbolistas, cantantes. Cuando se pregunta a un niño qué quiere ser, lo más común es que diga: “Yo quiero ser como el futbolista tal, o como el actor tal, o como el director técnico tal”.
         Pero los niños católicos sólo tienen un modelo para contemplar e imitar, es decir, los niños católicos sólo tienen que buscar ser como una persona, solo una: el Niño Jesús. Un niño que desee ser no solo bueno, sino santo, es decir, que desee ir al cielo después de esta vida, solo tiene que contemplar e imitar al Hijo de María y José, el Niño de la Sagrada Familia, Jesús de Nazareth. El niño y el joven católico que desee ser santo, debe pensar, amar y obrar como lo haría Jesús, el Niño Dios. Y como Jesús era Dios, todo lo que Jesús pensaba, amaba y obraba, no solo era bueno, sino que era santo, lo cual quiere decir bueno, pero con la bondad de Dios, que es infinita. Para un niño católico, el primero en la lista para contemplar e imitar, debe ser siempre el Niño Jesús.
         ¿Y de qué manera se puede ser como Jesús? Por ejemplo, antes de pensar, de desear o de obrar algo, el niño debería preguntarse: “¿Jesús estaría pensando esto que estoy pensando yo?”; “¿Jesús estaría deseando esto que estoy deseando yo?”; “¿Jesús estaría haciendo esto que estoy haciendo yo?”. Y si la respuesta es “No”, entonces debería el niño católico dejar de pensar, desear o hacer eso que el Niño Jesús no lo pensaría, ni desearía, ni haría. Y si la respuesta es “Sí”, entonces sí. Si algo es bueno del principio al fin, entonces Jesús lo quiere, y el niño católico también debe quererlo. Y así en todo, en cualquier momento del día, en cualquier lugar, con cualquier persona, pero sobre todo, con los papás y los hermanos. Otro ejemplo: “¿Jesús, siendo Dios Niño y Amor infinito, trataría a sus papás así como yo los estoy tratando, enojado?”. No, por supuesto que no. Entonces, no debo tratar así a mis papás. Otro ejemplo: “Si la Virgen le pedía alguna tarea a Jesús en la casa, ¿Jesús haría pereza para obedecer? ¿Se iría a jugar en vez de obedecer a su Mamá?”. Por supuesto que no, entonces, el niño católico tampoco debe desobedecer a su mamá ni a su papá ni mucho menos hacer pereza para lo que le pidan. “¿El Niño Jesús estaría peleando con sus primos y amiguitos, como lo hago yo? ¿Sería egoísta al momento de compartir sus juguetes?”. Por supuesto que no, entonces el niño que quiere ser santo como Jesús, tampoco debe pelear ni ser egoísta. “¿El Niño Dios amaría a sus padres más que a nada en el mundo?”. Por supuesto que sí, entonces el niño que desee ser como el Niño Jesús, debe amar a sus padres, imitando al Niño Dios.

         Entonces, para un niño, no debe haber otro modelo para contemplar e imitar, que no sea el Niño Jesús. Si a un niño católico alguien le preguntara: “¿Como quién querés ser?”, la respuesta de todo niño católico debería ser: “Yo quiero ser santo como el Niño Jesús”.

domingo, 15 de octubre de 2017

El Evangelio para Niños: vistamos siempre el traje de fiesta, la gracia santificante de Jesús


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo A – 2017)

“Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?” (cfr. Mt 22, 1-14). Un rey invita a muchos a la boda de su hijo; a los primeros invitados, debe dejarlos afuera porque ninguno quiere asistir a la boda, por lo que manda a sus sirvientes a que inviten a todos los que encuentren en el camino. Así hacen los invitados y el salón de la fiesta se llena de invitados. Entonces el rey decide salir a recibir a los que han aceptado la invitación, y en un momento determinado, se encuentra con uno de los invitados que no tiene traje de fiesta. Está vestido como pordiosero, y por eso contrasta con el resto de los invitados que, aunque son pobres, están todos limpios y bien perfumados. Por eso le pregunta: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El hombre no sabe qué contestar y el rey, enojado, manda a sus sirvientes a que lo echen del salón de fiestas, a la oscuridad.
¿Qué quiere decir esta parábola? ¿Qué es el traje de fiesta, que hace que el que no lo tenga puesto, no pueda estar en el salón?
En esta parábola, el padre del hijo que se casa, es Dios Padre; el hijo, es Dios Hijo, es decir, Jesús de Nazareth; los primeros invitados, son los judíos, que rechazaron a Jesús y lo crucificaron; los segundos invitados, somos todos nosotros, que hemos recibido el bautismo sacramental; el salón de fiestas, es el Reino de los cielos, en la otra vida; la fiesta y la alegría de la fiesta es la salvación que nos trajo Jesús con su muerte en cruz; el encuentro del dueño de la fiesta con los invitados, es el Día del Juicio Final y el día del juicio particular. ¿Y el traje de fiesta? El traje de fiesta, y el hecho de que el invitado esté limpio y perfumado, es la gracia santificante, que espiritualmente es como un perfume exquisito, que la Escritura llama “el buen olor de Cristo”. Todos los invitados que tienen el traje de fiesta, están limpios y bien perfumados: son los hombres que, al momento de morir, están en gracia de Dios, es decir, con sus almas puras y santas por la gracia, sin la mancha del pecado y sin el olor nauseabundo del pecado, además de exhalar el perfume agradable del buen olor de Cristo.

El hombre que está sin el traje de fiesta, es el alma que, al morir, no está en gracia y, por lo tanto, está en pecado mortal. El pecado mortal es como una mancha que oscurece el alma, pero también la ensucia y, si pudiera ser olido en la realidad, da un olor como a podredumbre. Como la gracia es algo que Dios da gratuitamente y que el alma tiene que recibirla libremente, sin ser obligada, si alguien está en gracia al momento de morir, es porque aceptó la gracia salvadora de Jesús y por eso su alma está limpia y perfumada, con el perfume exquisito del buen olor de Cristo. Pero si alguien, al momento de morir, no tiene la gracia, su alma está manchada con el pecado mortal y huele horriblemente, pero no por culpa de Dios, sino por propia culpa, porque Dios a nadie niega su gracia. Y como en el juicio particular y en el Día del Juicio Final ya no hay tiempo para hacer una buena confesión y así salvar el alma, quien murió sin la gracia, sin el vestido de fiesta, no puede entrar en el Reino de los cielos y es echado fuera del Reino, al Infierno eterno. Eso es lo que representa el traje de fiesta y es la razón por la cual el rey echa del salón de fiestas a este hombre, porque en realidad él no quería estar en la fiesta y por eso no tenía puesto el traje de fiesta, que es la gracia santificante. Si queremos vivir en el cielo, en la alegría y en la fiesta eterna del Reino de Dios, entonces vivamos siempre con el traje de fiestas puesto, es decir, procuremos estar siempre en gracia de Dios, rechazando el olor pestilente del pecado, para así lucir impecables, limpios, con el perfume del buen olor de Cristo, en el día de nuestro juicio particular y en el Día del Juicio Final.

viernes, 13 de octubre de 2017

Quien no se alimente del Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía, no entrará en el Reino de los cielos


(Homilía para Misa de Primeras Comuniones 2017)

         Para saber qué es lo que estamos por recibir, recordemos un episodio de la Biblia, en el que el Pueblo Elegido, habiendo sido sacado de Egipto por Dios a través de Moisés y luego de atravesar el desierto por cuarenta años, se dirigía a la ciudad de Jerusalén.
         En esa travesía, que duró cuarenta años, los hebreos se alimentaron con un maná que bajaba del cielo; bebían agua que salía de una roca y eran guiados por una nube luminosa en la noche, que les indicaba el camino. También tenían que protegerse de víboras venenosas, y para eso Moisés hizo una serpiente de bronce, que curaba con el poder de Dios, de manera que todos los que habían sido mordidos por las serpientes venenosas, al mirar a la serpiente de bronce que había hecho Moisés, se curaban en el acto.
         Bueno, así como el Pueblo Elegido es sacado de Egipto y llevado al desierto, para llegar a la ciudad de Jerusalén, así nosotros hemos sido sacados de la esclavitud del Demonio, por el bautismo y somos llevados por el desierto, que es esta vida, hacia la Jerusalén celestial. Y así como los hebreos bebían del agua pura que salía de la roca, así nosotros bebemos del agua pura que es la gracia santificante, que se nos da por los sacramentos, sobre todo la confesión sacramental, y por eso la necesidad que tenemos de confesarnos con frecuencia, para que nuestra alma no muera de sed. Y la nube de luz que guiaba a los hebreos, es para nosotros la Virgen María, la Mujer revestida de sol, que nos guía en nuestro caminar hacia la Jerusalén del cielo, donde está su Hijo, que es el Cordero y es la Lámpara de la Jerusalén celestial.
         Por último, está el maná: los hebreos se alimentaban de un maná que bajaba del cielo, una especie de pan milagroso que satisfacía el hambre, y comían además perdices, que Dios enviaba desde el cielo. Así, los hebreos, alimentados con pan y carne de perdices y bebiendo del agua de la roca, pudieron llegar a Jerusalén.
         Nosotros tenemos otro maná, otro Pan del cielo, que es el Verdadero Maná, la Eucaristía: es un Pan bajado del cielo, sobre el altar eucarístico, en cada Santa Misa, y nos alimenta el alma, para que seamos capaces de atravesar el desierto de la vida y llegar a la otra vida, a la Jerusalén celestial. La Eucaristía es el Verdadero y único Maná bajado del cielo, y el que se alimenta de la Eucaristía durante su vida, puede llegar al cielo en la otra vida; el que no se alimenta de la Eucaristía, es como el que pretende atravesar un desierto sin comer y sin beber nada, termina muriendo de hambre y de sed. El agua para nosotros es la gracia santificante y la nube es la devoción y el amor a la Virgen María, que nos guía de la mano hasta llegar al cielo. Por último, también en este desierto de la vida, hay serpientes venenosas, pero no las de la tierra, sino los ángeles caídos, los demonios, que muerden e inyectan veneno, pero no muerden el cuerpo, sino el alma, el corazón, e inyectan el veneno del pecado, de la rebelión contra Dios, el veneno de la pereza, de la gula, de la avaricia, de la lujuria, pero así como los israelitas se curaban mirando a la serpiente de bronce, así nosotros nos curamos de dos maneras de este veneno espiritual que nos inyectan los demonios: por la confesión sacramental y por la contemplación de Jesús crucificado. Quien se confiesa con frecuencia y quien reza de rodillas ante Jesús crucificado, tiene siempre el alma sana y limpia, libre de la contaminación venenosa de esas serpientes del infierno que son los demonios.
         Hoy van a recibir por primera vez al Verdadero y Único Maná del cielo, la Eucaristía. Para muchos, será la última vez, porque muchos niños y jóvenes no se dan cuenta que sin la Eucaristía, el alma se muere de hambre, de hambre de Dios, de paz, de alegría. Creen que porque se hacen grandes y se alimentan con alimentos de la tierra, que alimentan sólo el cuerpo, ya no tienen necesidad de alimentarse de la Eucaristía, y por eso abandonan la Iglesia y no vuelven más. Están en un grave error y muy equivocados, quienes piensan que así van a sobrevivir en esta travesía por este desierto que es la vida, hasta llegar a la Jerusalén celestial, porque el que no se alimenta de la Eucaristía, no llega nunca a la Jerusalén celestial. Nadie los va a controlar si ustedes asisten o no a misa, para recibir el Pan bajado del cielo, la Eucaristía, pero sepan que si ustedes faltan a Misa por pereza o por cualquier motivo que no sea grave y no se alimentan de este Pan bajado del cielo, nunca van a entrar en el Reino de los cielos, aun cuando se cansen de comer comidas en la tierra.

         Solo si se alimentan de la Eucaristía, que hoy reciben por primera vez, van a llegar el Reino de los cielos. Si no lo hacen, si a partir de hoy ustedes desaparecen y se despreocupan de la Eucaristía, sepan que nunca van a entrar en el Reino de los cielos. Solo quien se alimenta de la Eucaristía, en estado de gracia, es decir, después de confesarse, todos los días de su vida, hasta el último día, solo ese, entrará en el Reino de los cielos.

martes, 3 de octubre de 2017

La Sagrada Familia, modelo de toda familia católica


         Aunque en nuestros días, en pleno siglo XXI, se pretendan implementar “nuevos modelos de familias”, muchos de ellos amparados en leyes contrarias a la ley natural y a la ley de Dios y favorecida esta implementación por el desarrollo científico y tecnológico –como por ejemplo, la Fecundación in Vitro, las técnicas de procreación asistida, etc.-, a los ojos de Dios, y según su divino pensamiento basado en el amor al hombre, que solo desea el mayor bien para su creatura amada, solo hay un modelo de familia, y es el de la Sagrada Familia de Jesús, José y María. Es por esta razón que la Iglesia siempre ha considerado a esta Sagrada Familia como el modelo único de la familia humana; la sigue considerando así, y la seguirá considerando hasta el fin de los tiempos. Es la familia formada por el papá-varón, la mamá-mujer, y los hijos, sean naturales o adoptados.
         Más allá de cómo estén conformadas las familias en la actualidad, y aunque muchas de ellas, debido al permisivismo moral que se refleja en las leyes y permite su constitución, no se conforman al plan original de Dios, toda familia debe contemplar a la Sagrada Familia y, según sus posibilidades, buscar de imitarla, al menos sino se puede en su ser, sí en su obrar.
         La razón es que la Sagrada Familia expresa el ideal de familia para el género humano, porque así la pensó Dios para el hombre, tal como lo dijimos, además de ser el modelo inigualable de santidad al que toda familia humana debe tender.
         En esta familia sagrada, todos sus miembros se santifican por su relación con Jesús y todo gira alrededor del Hijo de esta familia, Jesús. Cada integrante de esta Sagrada Familia, es modelo de santidad y de todo tipo de virtudes para los integrantes de la familia humana: San José es modelo para todo padre y esposo; la Virgen, para toda esposa y madre; Jesús, para todo hijo y hermano.
         Así, por ejemplo, San José es modelo para todo esposo y padre: para todo esposo, porque si bien San José no era esposo en el sentido terreno y carnal del término, porque jamás tuvo relaciones esponsales, sino que eran como hermanos con la Virgen, es modelo de esposo por su dedicación a la Virgen y a Jesús, porque toda su vida giraba en torno al trabajo, para mantener a la Sagrada Familia. Es modelo por su amor casto y por su amor puro a su esposa, porque es impensable que San José pudiera siquiera ver con ojos concupiscibles a cualquier mujer, ya que la Virgen era, ante todo, la Madre de su Hijo Jesús y no había nadie más en el mundo para San José, que María y Jesús. San José no solo trabajó sin descanso, hasta el último día de su vida para mantener a su familia –de acuerdo a la Tradición, murió en ocasión de un trabajo que debía cumplir en un pueblo vecino, enfermando de neumonía en el trayecto a causa de una gran tormenta de nieve-, sino que cuidó de ella en todo momento. Según las Escrituras, guiado por los santos ángeles, que le avisaron en sueños, llevó a la Sagrada Familia a un lugar seguro, cuando por ellos se enteró que su Hijo estaba en peligro de muerte, y luego los condujo nuevamente a Nazareth cuando ese peligro hubo pasado. San José es también modelo de padre, porque si bien no era el padre biológico de Jesús, sino su padre adoptivo, cuidó de Jesús y lo amó como si fuera su hijo, siendo que Jesús era al mismo tiempo, su Creador y Redentor y esto no dejaba de asombrar y maravillar a San José. Educó a su Hijo y le enseñó el noble oficio de carpintero, dejando su vida en el cuidado tanto de Jesús como de María. San José es también para los padres y esposos, modelo de amor a María y modelo de adorador eucarístico, porque se santificó en la fidelidad esponsal y en el amor fraterno a María y en la contemplación de su Hijo Jesús, que era Dios Hijo encarnado –el mismo Jesús que está en la Eucaristía-, y por eso es modelo para todo padre terreno que, como San José, debe amar a María con amor filial y contemplar a Jesús en la Eucaristía.
         La Virgen es modelo para toda esposa y madre: para toda esposa, porque si bien, como dijimos, fue esposa de San José sólo legalmente, porque nunca hubo relación de esposos terrenos, amó a San José con amor entrañable, por haber sido el Varón Virgen a quien Dios puso para la guarda y custodia de su matrimonio y de su Hijo. La Virgen es modelo para toda madre, porque dedicó cada instante de su vida a su Hijo Jesús, desde su Encarnación en su seno virginal, hasta su muerte en cruz, pasando por su niñez, su juventud, su edad adulta y, por supuesto, la Pasión, porque la Virgen participó de manera mística y espiritual de la Pasión de Jesús, al punto de sufrir en su Corazón Inmaculado y en su espíritu los dolores de la Pasión de su Hijo. Es también modelo de adoradora eucarística, porque en su Hijo Jesús no solo veía a su Hijo, sino también a su Dios, y extasiada en el amor de Dios, lo contemplaba y adoraba a cada instante, siendo así ejemplo para toda madre que, cuidando de su familia, de su esposo y de sus hijos, debe dedicar también un tiempo para la adoración eucarística.
         Con respecto a los hijos, Jesús es modelo para todo niño, para todo joven, para todo hijo, porque cumplió a la perfección todos los mandamientos de la Ley de Dios, pero sobre todo, el primero, que manda amar a Dios por sobre todas las cosas –y Él, siendo Dios Hijo encarnado, amaba a su Padre Dios desde la eternidad, por sobre todas las cosas-, y el cuarto mandamiento, que manda honrar padre y madre, porque Jesús honró a sus padres terrenos, la Virgen y San José, con su amor, con su obediencia filial, con su dedicación a ellos y con su vida toda, pues por ellos dio su vida en la cruz.
          Por último, la Sagrada Familia es modelo de oración, de piedad, de oración y de contemplación, para toda familia, porque el centro de esta familia era Jesús, Dios Hijo encarnado, Fuente Increada de santidad y por Quien toda la familia es llamada "sagrada": la santidad de la Virgen y de San José brotaba del Corazón del Niño Dios, y es por eso que, así como sucedía en la Sagrada Familia, que el centro de la vida y el amor era Jesús, así también, en las familias católicas, el centro de la vida, del amor, de la paz y de la alegría de Dios, debe ser Jesús, el mismo Jesús por Quien María y José se santificaron, que es el mismo Jesús que está vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. Así como la vida de la Sagrada Familia giraba en torno a Jesús, así la vida de toda familia católica debe girar en torno a Jesús Eucaristía.
         Por estos motivos, la Sagrada Familia es el modelo para toda familia humana, y lo seguirá siendo hasta el fin del mundo.