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sábado, 12 de diciembre de 2015

El Evangelio para Niños: Juan bautiza con agua; Jesús, con el Espíritu Santo


(Domingo III – TA – Ciclo C – 2015)

         En este Evangelio, podemos comparar dos clases de bautismos: Juan y Jesús, los dos bautizan, pero de manera distinta: Juan, con agua; Jesús, con el Fuego del Espíritu Santo.
         El bautismo de Juan es con agua solamente: se vierte desde la cabeza y luego corre por la cara y el cuerpo. ¿Qué quiere decir? Quiere decir que el agua, así como limpia algo que está sucio cuando la dejamos correr –por ejemplo, la parte de arriba de una mesa, si está llena de tierra, echamos agua y limpiamos la mesa, porque el agua arrastra la tierra-, así también limpia el corazón de malos deseos y de malos propósitos, dejando a las personas con deseos de portarse bien. Por ejemplo, cuando Juan dice que no hay que ser egoístas, y si alguien tiene dos túnicas, que dé una al que no tiene; o si alguien tiene algo de comida, que lo comparta con el que no tiene nada para comer; o en el caso de los soldados, que sean buenos con la gente y no se lleven nada de lo que no les pertenece. El bautismo de Juan hace que la gente desee ser buena, pero como el agua no llega al corazón, porque se derrama en la cabeza y luego sigue por la cara y el cuerpo, la gente desea hacer el bien, pero hace muy poco o nada, porque se queda sin fuerzas. Y aún más, puede hacer el mal.
         ¿Con qué bautiza Jesús? Dice Juan que Jesús no bautiza con agua, sino con el Fuego del Espíritu Santo. Jesús, como es Dios, sopla el Espíritu Santo junto con su Papá Dios y ese Fuego que es el Espíritu Santo, entra en el corazón del hombre, que está manchado por el pecado, y lo limpia, porque el fuego purifica todo; entonces, le quita el pecado y lo deja puro, pero además, le da la gracia de Dios, que le permite tener la fuerza de Dios y por eso los santos hacían grandes obras de misericordia, como por ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta, que atendió ella sola a miles de enfermos. ¿Y de dónde sacaba tanta fuerza la Madre Teresa, si ella pequeñita y muy flaquita? Además, ¿de dónde sacaba el amor para hacer todo por amor a Jesús y no por amor al dinero? Porque una vez un periodista le dijo que él no haría este trabajo que hacía ella, el de atender a los enfermos más enfermos, ni por un millón de dólares y la Madre Teresa le dijo: “Yo tampoco lo haría por un millón de dólares, ni por cien: lo hago por Jesús”. Ella podía hacer tanta caridad con los pobres que sufrían, porque el Espíritu Santo era el que le daba fuerzas y atendía a los pobres a través de ella.

         Todos nosotros hemos recibido el Espíritu Santo, que ha limpiado nuestros corazones del pecado original, dejándolos puros y brillantes por la gracia, en el bautismo. Todos tenemos a nuestra disposición la gracia de Dios, que nos da la fuerza y el amor de Dios para ayudar a los más necesitados, obrando alguna de las catorce obras de misericordia que nos dice la Iglesia. Si queremos ir al cielo, entonces, tenemos que ser buenos, tenemos que ser santos, tenemos que hacer obras buenas, y lo podemos hacer, con mucha facilidad, sabiendo que es el Espíritu Santo, el Fuego del Amor de Dios, el que actúa a través nuestro.

domingo, 6 de diciembre de 2015

El Evangelio para Niños: Preparemos el corazón para recibir a Jesús


(Domingo II – TA – Ciclo C - 2015-16)

En la primera parte del Adviento la Iglesia nos hace acordar que Jesús, que ya vino por Primera Vez, en el Portal de Belén, va a venir por Segunda Vez, “en una nube del cielo, lleno de poder y gloria”, para dar el premio a los buenos y el castigo a los malos.
Y para que nos preparemos para su Segunda Venida –la cual no sabemos cuándo habrá de suceder, porque eso sólo lo sabe Dios Padre- la Iglesia nos hace acordar lo que dijo el Profeta Isaías y que luego repitió San Juan Bautista: “Preparen el camino del Señor. Enderecen los caminos sinuosos (…) Los valles serán rellenados, las colinas y las montañas aplanadas” (cfr. Lc 3, 1-6).
Es decir, para esperar a Jesús que vendrá al final de los tiempos, parece que tuviéramos que traer una topadora y hacer que los caminos que tienen muchas curvas, queden todos derechitos; después, tendríamos que traer muchos camiones de tierra, para rellenar los valles, y por último, tendríamos que hacer que todas las montañas queden planas. ¿Eso nos pide la Iglesia? No, porque eso es sólo una forma de decir, que se llama “metáfora”: se usan imágenes que conocemos, de la tierra, para que nos demos cuenta de cosas que nos vemos, que pertenecen al alma y al corazón.
Los caminos llenos de curvas que tienen que ser enderezados, son las personas que se acostumbran a decir cosas que no son verdaderas, es decir, cosas falsas y por eso es que no hay que decir ninguna mentira, nunca, ni siquiera la más pequeñita; los valles que tienen que ser aplanados, son los corazones que no tienen amor a Dios y al prójimo y por eso hay que llenar el corazón de Amor verdadero, porque ése es el Primer Mandamiento y es el más importante; las montañas que tienen que ser aplanadas, son el orgullo y la soberbia de los corazones, que se levantan como montañas entre Jesús y el alma y no dejan que llegue Jesús, y por eso es que no hay que ser orgullosos, sino tratar siempre de ser humildes como Jesús y María.
Entonces, en esta parte del Adviento, tenemos que recordar que Jesús va a venir por Segunda Vez, pero no importa cuándo viene, si viene hoy, o mañana, o dentro de cien años: lo que importa es que estemos preparados para cuando venga en la gloria, porque cuando venga, Él va a buscar Amor en nuestros corazones y obras buenas en nuestras manos. Es por eso que tenemos que preguntarnos: si Jesús viniera hoy, ¿encontraría Amor a Dios y al prójimo en mi corazón? ¿Qué obras buenas tendría yo para darle, hechas con mis manos? Entonces, para prepararnos para la Segunda Venida, le tenemos que pedir a la Virgen que nos dé la gracia de amar mucho a Jesús y a nuestros hermanos, siendo buenos con todos, sobre todo, con los más necesitados.


sábado, 28 de noviembre de 2015

El Evangelio para Niños: En Adviento nos preparamos para la Navidad y la Segunda Venida



(Domingo I – TA – Ciclo C - 2015-16)

         ¿Qué es el Adviento? “Adviento” proviene del latín –adventus- y significa “venida” o “llegada” y esto porque en Adviento celebramos la Primera Venida de Jesús, en Belén, y también nos preparamos para la Segunda Venida de Jesús, en una nube del cielo, al fin de los tiempos.
         Por eso Adviento tiene dos partes: en la primera parte, que va hasta el 16 de diciembre, la Iglesia nos ayuda para que estemos listos para cuando Jesús venga por Segunda Vez, “montado en un caballo blanco”, como dice el Apocalipsis, “en una nube, lleno de poder y de gloria”, para premiar a los buenos y castigar a los malos. Por eso, para vivir bien el Adviento, debemos preguntarnos: “Si Jesús viniera hoy, ¿estoy preparado para encontrarme con Él? Cuando venga, Jesús nos juzgará “en el Amor”, como dice San Juan de la Cruz, ¿tengo obras de amor para darle a Jesús? Jesús no me pedirá ni títulos, ni dinero, ni cosas de valor, me pedirá obras de amor y se fijará dentro de mi corazón, para ver si hay amor en él, tanto a Dios, como al prójimo. ¿Qué hay en mi corazón? ¿Hay amor a Jesús y al prójimo? ¿O hay cosas que desagradan a Jesús? ¿Tengo mis manos llenas de obras buenas, para darle a Jesús, o mis manos están vacías de obras buenas?”. Todo esto nos tenemos que preguntar para vivir bien la primera parte del Adviento.

         En la segunda parte del Adviento, que va desde el 16 de diciembre al 24, la Iglesia nos coloca en un clima espiritual similar al que vivían los justos del Antiguo Testamento, que esperaban la Venida del Mesías, según estaba anunciado en las Escrituras. Para prepararnos para la Navidad, la Iglesia nos hace recordar cómo el Nacimiento de Jesús estaba anunciado por los profetas, como el profeta Isaías, por ejemplo, que había dicho que “una virgen iba a concebir un hijo y que le pondría el nombre de Emmanuel” (cfr. Is 7, 14), que significa “Dios con nosotros”. Los justos del Antiguo Testamento esperaban el nacimiento de Dios en la tierra, por medio de una Virgen, y esa Virgen era María. sabemos que Jesús ya vino, pero por el Adviento, “hacemos de cuenta” que todavía no vino, y que lo estamos esperando, y para eso, para recibir al Niño Dios, es que tenemos que disponer el corazón, como si fuera la Gruta de Belén, y también tenemos que tener muchas obras buenas, que van a ser los regalos que, como los Reyes Magos, le vamos a dar al Niño Dios. Para la segunda parte del Adviento, entonces, tenemos que preguntarnos: “El Niño Dios quiere nacer en mi corazón, para Navidad; ¿cómo está mi corazón para recibir al Niño Dios? ¿Tengo amor a Dios, lo suficiente como para recibirlo? Y una vez que nazca, tengo que hacer igual que los Reyes Magos, que le llevaron regalos, y como yo no tengo ni oro, ni incienso, ni mirra, le puedo regalar las obras buenas que pueda hacer. ¿Tengo suficientes obras buenas para regalarle al Niño Dios, que quiere nacer en mi corazón, para Navidad?”.  Todo esto nos tenemos que preguntar para vivir bien la segunda parte del Adviento.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo



         (Ciclo B – 2015)

         Cuando Jesús estaba preso, le dijo a Poncio Pilatos que Él era rey: “Yo Soy Rey, pero mi reino no es de este mundo, porque si fuera de este mundo, mi Padre habría enviado ángeles para que no me apresaran”.
         Aunque no lo parece en el momento en el que se lo dice, porque está atado con sogas, su túnica está toda cubierta de sudor, de barro, y hasta de sangre. Tampoco parece rey porque un rey está en su palacio, con una corona de oro, sentado tranquilamente en su trono real, rodeado de sus amigos de la corte, que lo quieren mucho y lo respetan: aquí, está sin corona, con sus cabellos todos despeinados, sin haberse podido lavar la cara siquiera, y no está en su palacio, sino en el palacio de Poncio Pilatos, que quiere hacerlo castigar con látigos, y está rodeado de sus enemigos, que quieren que muera en la cruz.
         Sin embargo, Jesús es Rey, porque nació siendo Rey, en el cielo y porque con la cruz conquistó a los tres enemigos de los hombres: el demonio, la muerte y el pecado.
         En el letrero de la cruz, Pilatos mandó a escribir: “Iesus Nazarenus, Rex Iudaerum”, Jesús Nazareno, Rey de los judíos, pero dice un santo, San Agustín, que Jesús no es sólo Rey de los judíos, de Israel, sino de las almas, porque así como un rey terreno sale a luchar para conquistar tierras para su reino, así Jesús en la cruz, con su Sangre derramada, conquista no tierras, sino almas para el Reino de los cielos. Y por eso Jesús en la cruz, es Nuestro Rey, el Rey de nuestros corazones, el Único Rey de nuestros corazones, y no hay otro más rey para nosotros que Jesús en la Cruz.

         “Yo Soy Rey”, le dice Jesús a Pilatos. Y nosotros le decimos a Jesús: “Amado Jesús, Tú eres en la cruz Nuestro Rey, Nuestro Único Rey y no hay otro Rey que no seas Tú; ven a nuestros corazones por la Eucaristía, y quédate en ellos como si fuera tu trono real, y nunca te vayas de nuestros corazones; haz que te amemos y te adoremos, oh Jesús, Rey de cielos y tierra, Rey de nuestros corazones y de nuestras familias, en el tiempo y luego en la eternidad, en el Reino de los cielos, por los siglos de los siglos. Amén”.         

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 19 – Ha de venir a juzgar a vivos y muertos

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 19 – Ha de venir a juzgar a vivos y muertos[1] 

         Doctrina

         ¿Volverá Jesucristo a aparecer visiblemente en la tierra? Jesucristo volverá a aparecer visiblemente en la tierra, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos.

         ¿Cuándo ha de venir Jesucristo a juzgar a los vivos y a los muertos? Jesucristo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos con toda su gloria y majestad, al fin del mundo.

         ¿Sabemos cuándo será el fin del mundo? No sabemos cuándo será el fin del mundo, porque Jesucristo no lo reveló.

         ¿Habrá más de un juicio? Sí, habrá dos juicios, uno particular, inmediatamente después de la muerte de cada uno y otro universal, al fin del mundo. En el juicio particular el alma recibe la retribución que se mereció libremente por sus obras: el cielo, si sus obras son buenas; el infierno, si sus obras son malos. Es por eso que Jesús nos advierte que tenemos que obrar la misericordia para con nuestros prójimos más necesitados, si es que queremos alcanzar misericordia: “Lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, Conmigo lo habéis hecho”. En el juicio universal se confirmará el destino eterno ya recibido en el juicio particular.

         ¿Para qué será el juicio universal? Para confundir a los malos y glorificar a los buenos, y mostrar el triunfo de la justicia de Dios. Nuestro destino final –cielo o infierno- depende de nuestras obras –buenas o malas- hechas libremente.

         Explicación


         En esta lámina se representa el juicio universal que tendrá lugar al fin del mundo.
         En la parte superior vemos a Nuestro Señor Jesucristo venir con gloria y majestad rodeado de ángeles, y con la Virgen a su derecha. Los buenos, que están a la derecha de Jesús y la Virgen, miran con alegría a Nuestro Señor, porque saben que entrarán en el cielo. Los buenos se dirigen a Jesús con alegría y gratitud, porque gracias a Él han sido salvados. El Señor los llama hacia sí diciendo: “Venid, benditos de mi Padre, a poseer el Reino que os está preparado” (Mt 25, 41). A la izquierda de Jesús, hacia abajo, están los malos, cuyo destino eterno ya ha sido fijado. Los demonios arrastran a los réprobos hacia abajo, hacia el “lago de fuego y azufre”. Jesús ya ha pronunciado sobre ellos estas terribles palabras: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus seguidores” (Mt 25, 41).

         Práctica: Cristo volverá y vendrá de improviso, cuando menos lo pensemos, por eso quiere que todos estemos preparados: “Velad, pues no sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25, 13). Esto quiere decir que tenemos que estar siempre, en todo momento, en gracia de Dios.

         Palabra de Dios: Los ángeles les dijeron: “Ése Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo, vendrá de la misma manera como le habéis visto partir hacia el cielo” (Hech 1, 10-11).

         “Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo para que reciba cada uno, según lo que hubiera hecho en su vida mortal, bueno o malo” (2 Cor 5, 10). Jesucristo dice: “Llega la hora en que cuantos están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios. Y saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal, para la resurrección del juicio” (Jn 5, 28-29).

         Ejercicios bíblicos: Mt 24, 30; Mt 26, 64; Ap 22, 20; Mt 25, 31-46.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

jueves, 12 de noviembre de 2015

La Primera Comunión es recibir al Niño que tiene la Virgen entre sus brazos


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones de niños de la Catequesis Familiar -          CAFA)

         ¿En qué consiste la Primera Comunión? Para saberlo, contemplemos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía: la Virgen está de pie, avanzando hacia nosotros, con el gesto de entregarnos a su Niño; el Niño, a su vez, tiene un racimo de uvas rojas, que sostiene con su mano izquierda, ayudado por su Madre. La Virgen que nos da a su Niño, representa a la Iglesia, que por medio del sacerdote ministerial nos da al Hijo de María, Jesús, en la Eucaristía; el Niño que está en brazos de la Virgen y que la Virgen nos entrega, representa a ese Niño Jesús, nacido en Belén, Casa de Pan, que se nos entrega voluntariamente en la Eucaristía, Pan de Vida eterna, con su Cuerpo y con su Sangre: así como en la imagen la Madre de Jesús, la Virgen nos entrega a su Niño con su Cuerpo real y también con su Sangre, representada en las uvas –con las uvas se hace el vino de Misa y el vino en la Misa se convierte en la Sangre de Jesús por la “Tran-subs-tan-cia-ción”, así la Santa Madre Iglesia nos entrega, en la Misa, el Cuerpo de Jesús Sacramentado, en la Eucaristía, y su Sangre, vertida en el cáliz.
La imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, en la que la Virgen que nos da a su Niño nacido en Belén, Casa de Pan, representa a la Iglesia y al sacerdote ministerial que por la Misa nos dan a Jesús, Pan de Vida eterna; el Cuerpo real del Niño en brazos de la Virgen representa al Cuerpo de Jesús, lleno de luz y de gloria, resucitado, en la Eucaristía; las uvas que lleva el Niño, representan su Sangre, derramada en la cruz y vertida en el cáliz en la Santa Misa, porque con las uvas se hace el vino y el vino, por la Transubstanciación, se convierte en la Sangre de Jesús.
         Entonces, cuando contemplemos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, recordemos que así es la Comunión: así como la Virgen nos entrega el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, así la Santa Madre Iglesia nos entrega el Cuerpo y la Sangre de su Hijo en la Eucaristía. Y como la Virgen nos entrega a su Hijo por Amor, para que su Hijo nos dé el Amor de su Sagrado Corazón, así nosotros, debemos entregarle, en la Primera Comunión y en toda comunión, nuestros corazones con todo el amor allí contenido, a Jesús. Recibir la Primera Comunión es recibir al Hijo de la Virgen María, Jesús Eucaristía, como si estuviéramos parados delante de la imagen, para recibir al Niño que nos da la Virgen: la diferencia con la imagen, en donde la Virgen nos da a su Niño y por lo tanto tenemos que estirar los brazos para recibirlo, es que en la Primera Comunión recibimos al Hijo de María en el corazón, porque viene a nosotros por la Eucaristía. Si en la imagen la Virgen da un paso hacia adelante para darnos a su Hijo Jesús, en la Primera Comunión recibimos al Hijo de María Virgen, que nos lo da la Iglesia oculto en apariencia de pan.
         Por lo tanto, al recibir la Primera Comunión, pensemos en el Niño que la Virgen tiene entre sus brazos, porque ese Niño Jesús está en la Eucaristía, no representado en un yeso, sino en la realidad, y viene a mi corazón para darme todo el Amor de su Sagrado Corazón y para darme el fruto de las uvas, que es su Sangre derramada por cada uno de nosotros en la cruz. Al recibir a Jesús Eucaristía por primera vez en nuestros corazones, no debemos estar distraídos con cosas que no son Jesús: debemos pensar en Él y sólo en Él, como cuando invitamos a nuestro mejor amigo a nuestra casa, para estar con él y sólo con él. La Primera Comunión es el primer intercambio de amor entre el Corazón Eucarístico de Jesús y el nuestro: Jesús nos da su Corazón –que late, vivo, con toda la fuerza del Amor de Dios, el Espíritu Santo- contenido en la Eucaristía y con Él nos da todo su Amor, por lo que nosotros no podemos hacer otra cosa que entregarle nuestro corazón, con todo el amor a Él allí contenido, por pequeño que sea.

Por último, la Primera Comunión no puede ni debe ser nunca la “última”, como ocurre en muchos casos, lamentablemente: es la Primera de muchas, porque cuanto más amemos a Jesús, más desearemos comulgar en gracia, para que más tiempo esté Jesús con nosotros, en nuestro corazón. La Eucaristía recibida en la Primera Comunión debe quedar entronizada en nuestros corazones, para ser allí amada y adorada, para que la Eucaristía sea el Centro de vida y amor divinos que guíe nuestras vidas. Y puesto que estamos en familia, la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre que nos da la Virgen María, debe ser el alimento celestial no solo para los niños de las familias que hoy reciben la Primera Comunión, sino para toda la familia, para todos los integrantes de la familia; es decir, la Eucaristía –sólo la Eucaristía y nada más que la Eucaristía- debe ser el centro de vida y amor de la familia; si algo reemplaza a la Eucaristía –el televisor, la computadora, el celular, etc.-, nada de eso podrá ser lo que la Eucaristía es para toda la familia: el centro y la fuente inagotable del Amor, de la Paz, de la Alegría de Dios Hijo encarnado, el Hijo de María.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Jesús dio su vida en la cruz para que nosotros pudiéramos recibirlo en la Primera Comunión


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Al recibir la Primera Comunión, tenemos que recordar qué nos enseña la Iglesia, para saber bien qué es lo que estamos recibiendo: recibimos no un poco de pan bendecido, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía.
         Otra cosa que tenemos que saber es que lo que recibimos, la Eucaristía, que nos parece algo tan fácil recibirla –viene el sacerdote, celebra la Misa, paso a comulgar, recibo la Eucaristía-, a Jesús le costó muy pero muy mucho: le costó su Sangre y su Vida. Es decir, para que ustedes puedan recibir hoy la Eucaristía, Jesús tuvo que entregar su vida en la cruz y sufrir muy pero muy mucho.
Jesús sufrió mucho para poder estar en la Eucaristía y para que ustedes lo puedan recibir: le costó nada menos que su vida, entregada en el sacrificio del Calvario el Viernes Santo; Jesús entregó su vida por ustedes en la cruz, para que lo pudieran recibir en la Comunión y esto que hizo Jesús no lo hizo por obligación, sino que Él entregó su vida por Amor a cada uno de ustedes. Cuando Jesús subió a la cruz, subió por Amor a todos nosotros y cuando lo hacía, lo único que tenía en la mente era el nombre de cada uno de ustedes, y a todos los tenía en su Sagrado Corazón, porque los amaba a todos con locura. Cuando le clavaban los clavos, cuando agonizaba por tres horas, cuando estaba por entregar su Espíritu en manos de su Padre, Jesús pensaba en ustedes y los amaba en su Corazón a todos y cada como si fueran los únicos, como si no hubieran otros niños en el mundo. Y desde que Él entregó su vida en la cruz y resucitó y subió al cielo, está esperando, desde entonces, este momento, el momento en el que Él va a entrar en sus corazones por primera vez en sus vidas para darles todo su Amor.
Esto quiere decir que si Jesús entregó su vida por Amor a ustedes y que quiere entrar en sus corazones sólo para darles su Amor, lo que quiere Jesús a cambio es recibir el amor de cada uno y es por eso que, al recibirlo en la Primera Comunión –como en cada Comunión-, no solo no tenemos que estar distraídos, sino que tenemos  que estar muy concentrados, pensando en Jesús, diciéndole que lo adoramos y que queremos darle todo el amor de nuestros corazones. En la comunión, Jesús nos entrega su Sagrado Corazón Eucarístico, lleno del Amor de Dios. Si en una imagen el Sagrado Corazón está sólo representado, porque no está ahí en la realidad, en la Eucaristía, en cambio, está el Sagrado Corazón en Persona. Para que sepamos que esto es real y verdadero, Jesús hizo un milagro en la Edad Media, en un pueblito llamado Orvieto: como el sacerdote que celebraba la Misa tenía dudas de fe con respecto a la Presencia real de Jesús en la Eucaristía, Jesús hizo que parte de la Hostia consagrada se convirtiera en músculo del corazón vivo y sangrante, con tanta sangre, que rebasó el cáliz, manchó el corporal y hasta cayó en el mármol del pavimento, quedando impregnado ese mármol hasta el día de hoy con la Sangre de Jesús. Pero todavía faltaba algo más: la parte de la Hostia que estaba en contacto con los dedos del sacerdote, no se convirtió en músculo del corazón, sino que siguió siendo apariencia de pan, para que nos diéramos cuenta que la Eucaristía que recibimos es el mismo Sagrado Corazón de Jesús. Y Jesús hace todo este milagro sólo para darnos todo el Amor de su Sagrado Corazón, que es como un océano de Amor, sin playas y sin fondo. Es por eso que, si Jesús nos da su Amor, también nosotros debemos darle nuestro amor, el pobre amor de nuestros corazones.
Si hacemos así, si le damos a Jesús Eucaristía todo nuestro amor en la Primera Comunión, vamos a enamorarnos de Jesús Eucaristía y entonces vamos a querer comulgar no sólo en la Primera Comunión –que para muchos, lamentablemente, es la última-, sino que vamos a querer comulgar todas las veces que sea posible, porque el que ama a una persona, quiere estar con esa persona todo el tiempo: si amamos a Jesús, vamos a querer que Jesús esté en nuestros corazones todo el tiempo que sea posible y para eso vamos a venir a comulgar seguido. Si amamos a Jesús en la Eucaristía, no vamos a faltar a Misa por pereza, ni por el fútbol, ni por el paseo, ni por el descanso, y nuestros papás no van a tener que estar insistiéndonos para que vengamos a Misa: nosotros mismos vamos a pedir venir a Misa, para recibir al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que lo único que quiere es darme todo su Amor. Y así, la Primera Comunión no va a ser la última, sino la primera de muchas, de muy muchas.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Por la Primera Comunión recibimos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones)

            Para que podamos entender la inmensidad del don que nos hace Jesús en la Primera Comunión, tenemos que recordar un milagro eucarístico -de entre tantos- muy especial: el milagro de Orvieto-Bolsena, ocurrido hace muchos años, en la Edad Media.
         ¿Qué sucedió en ese milagro? Un sacerdote, que tenía dudas de fe, comenzó a celebrar la Misa. En el momento de la consagración, es decir, cuando el sacerdote pronuncia las palabras “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”, que por el poder del Espíritu Santo convierten al pan y al vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, tuvo dudas de fe. Es decir, dudó de que realmente las palabras de la consagración produjeran la conversión de las substancias muertas del pan y del vino, en la substancia gloriosa de Jesús resucitado.
         Entonces, el mismo Jesús, con su poder divino, hizo uno de los milagros más grandiosos de todos los milagros grandiosos de Dios: ante su propia vista convirtió la Hostia, que acababa de ser consagrada, en músculo cardíaco vivo, que comenzó a sangrar; la sangre, que caía en el cáliz, era tanta, que rebalsó el cáliz, manchó el corporal y cayó al mosaico de mármol, quedando impregnado el mármol hasta el día de hoy. Pero además, sucedió otro milagro dentro del milagro: la parte de la Hostia que era sostenida por los dedos del sacerdote, no se convirtió en músculo del corazón que sangraba, sino que permaneció con apariencia de pan, y esto lo hizo Jesús para que nos diéramos cuenta que, en cada Eucaristía, lo que está contenido ahí adentro –y que por lo tanto, es lo que recibimos-, no es pan, como aparece a nuestros sentidos, sino su Sagrado Corazón que, por estar en la Eucaristía, le decimos “Sagrado Corazón Eucarístico”. Jesús hizo este gran milagro eucarístico para que supiéramos que lo que nos enseña la Iglesia, de que el pan y el vino se convierten en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la consagración, es cierto.

         Entonces, esto es lo que vamos a recibir en la Primera Comunión: al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que late de Amor por nosotros. Pero no solo en la Primera Comunión recibimos al Sagrado Corazón de Jesús, sino en cada comunión que hagamos. Si amamos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, nuestra Primera Comunión será la primera de muchas, muchísimas, porque no vamos a querer perdernos ninguna comunión.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 18 – Cristo a la derecha de Dios Padre

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 18 – Cristo a la derecha de Dios Padre[1] 

         Doctrina

         ¿Qué quiere decir estar sentado a la derecha de Dios Padre? Quiere decir que Jesucristo en cuanto Dios tiene igual poder y gloria que el Padre y mayor poder y gloria que ninguna criatura en cuanto hombre. También quiere decir que Jesucristo como hombre tiene parte en el poder y gloria del Padre celestial; en otras palabras: Jesús es el Hombre-Dios y por eso tiene, como Dios, igual poder y gloria que Dios Padre y como Hombre, es el que más poder y gloria tiene inmediatamente después de Dios.
         ¿Para qué quiso Jesucristo subir al cielo en presencia de sus discípulos? Para que pensemos que el cielo es donde está nuestra verdadera Patria y que estamos en este mundo y en esta vida terrena sólo de paso, como peregrinos que vamos de camino. Recordemos que Santa Teresa de Ávila decía que esta vida era “como una mala posada, en una mala noche”. Así como la mala noche termina para que llegue el día y podemos salir de la mala posada para ir al prado verde y a la luz del sol, así esta vida, llena de peligros y tribulaciones, termina pronto, y comienza la vida eterna, la vida que no tiene fin.
         ¿Qué hace Jesucristo en el cielo por nosotros? Jesucristo en el cielo intercede por nosotros ante el Padre. Esto quiere decir que, mientras estamos en esta tierra y caminamos hacia el cielo, Jesucristo ruega al Padre para que nos conceda su Espíritu Santo, que nos da la Sabiduría y el Amor de Dios y así seamos capaces de discernir cuál es la Voluntad de Dios en nuestras vidas, y podamos cumplir los Diez Mandamientos y vivir en gracia.
         Explicación
        

         En el ángulo superior derecho, vemos el cielo, morada de Dios, y a Jesús sentado ya a la derecha del Padre. Jesús aparece con la cruz en la que murió; el Eterno Padre tiene el globo del mundo, y entre los dos resplandece el Espíritu Santo en forma de paloma.
         “Estar sentado a la derecha del Padre” es una forma de decir, ya que el Padre no tiene derecha o izquierda, ni manos porque es espíritu purísimo. Esto quiere decir que Jesús en el cielo ocupa como hombre el puesto más honorífico. Así como aquí en la tierra el que tiene más poder después del rey es el que se sienta a su derecha, así Jesucristo, por tener más poder que nadie después de Dios, se dice que está sentado a la derecha de Dios Padre, con autoridad, como en trono, y esto en cuanto hombre; en cuanto Dios, como ya dijimos, es igual al Padre y uno con el Padre (Jn 10, 30) y tiene la misma autoridad que el Padre y se sienta en el mismo sitio que el Padre. Por eso dijo Jesucristo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18).
         La parte baja de la lámina representa el martirio de San Esteban. Mientras le estaban apedreando, él tenía los ojos fijos en el cielo; veía la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra del Padre (Hech 7, 55-56). El Espíritu Santo lo asistía para que no sufriera los dolores de su martirio, al mismo tiempo que llenaba su alma del Amor y de la gracia de Dios, para que fuera inmediatamente al cielo luego de morir, lo cual es un privilegio de los mártires.
         El hombre que está de pie, hacia atrás, con unas vestimentas en la mano, es San Pablo, quien observaba y aprobaba la muerte de San Esteban. Pablo -entonces Saulo-, en ese entonces, todavía no estaba convertido, y es por eso que perseguía a los cristianos; pero luego de que Jesucristo se le apareciera en su alma como una brillante luz en el camino a Damasco (Hech 9), se convirtió en gran predicador y apóstol de Jesús.
         Práctica: Jesucristo es Señor y Dueño de nuestra vida. Por eso, cada mañana, le consagraremos, por intermedio del Inmaculado Corazón de María, no sólo nuestras obras del día, sino nuestra mente, nuestro corazón y todo nuestro ser.
         Palabra de Dios: “Tenemos un Pontífice que está sentado a la diestra del trono de la majestad de los cielos” (Hech 8, 11); “Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos” (Hech 7, 25); “Al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese, para gloria de Dios Padre, que Jesucristo es el Señor” (Fil 2, 10-11).
         Ejercicios bíblicos: Mc 16, 19; Heb 1, 3; Mt 25, 31; Col 3, 1.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Solemnidad de Todos los Santos para Niños


(Ciclo B – 2015)

         Hoy la Iglesia se alegra y está de fiesta porque muchos de los que forman parte de la Iglesia, están ya en el cielo: la Iglesia se alegra por Todos los Santos, es decir, por todos aquellos niños, hombres, mujeres, de todos los países de la tierra, que una vez fueron bautizados y ahora viven en el cielo, para siempre, en compañía de Jesús, de la Virgen y de los ángeles de luz.
         Y para demostrar su alegría, la Iglesia que está en la tierra le ofrece, a la Iglesia que está en el cielo, un regalo de valor infinito, la Santa Misa, porque cada Misa, al ser el sacrificio de Jesús en la cruz, tiene un valor infinito.
         Los santos son, entonces, todos nuestros hermanos –en la Iglesia, todos somos hermanos de Jesús y hermanos entre nosotros por el Bautismo- que están ya en el cielo, viviendo en alegría y amor para siempre, junto a Jesús y a la Virgen, y como nosotros también tenemos que ir al cielo, la Iglesia nos los hace recordar, para que también nosotros tengamos deseos de ir al cielo junto con ellos.
¿Cómo llegaron al cielo Todos los Santos? Primero, tenemos que saber que lo que los llevó al cielo, fue la gracia santificante de Jesús: sin la gracia santificante, nadie puede entrar en el cielo, y como ellos querían estar con Jesús para siempre, evitaron siempre cualquier clase de mal, para que estar siempre en gracia. Para eso, se confesaban con mucha frecuencia, comulgaban todos los días y hacían todas las obras de misericordia que nos enseña la Iglesia –dar de comer al hambriento, de beber al sediento, orar por los muertos, dar consejo al que lo necesita, etc.-.
Así es como se ganaron el cielo: evitando el mal, porque el mal hace que Jesús se vaya del corazón; viviendo en gracia, confesándose frecuentemente y comulgando todas las veces posible, siempre en gracia, y siendo misericordiosos con sus hermanos, sobre todo los más necesitados.

Nosotros no somos santos, sino que somos pecadores y lo seguiremos siendo hasta el último día de la vida, porque sólo se puede llamar “santo” al que ya está en el cielo, como Todos los Santos. Pero estamos llamados a ser santos, estamos llamados, como ellos, a ir al cielo, y es para eso que la Iglesia celebra una fiesta como la de hoy y nos los pone de ejemplo: para que los imitemos en sus virtudes, pero sobre todo en su santidad, en su amor a la gracia santificante y en su amor a Jesucristo, y así podamos llegar al cielo como ellos, para estar para siempre junto a Jesús y a la Virgen.

viernes, 30 de octubre de 2015

Por la Primera Comunión, Jesús nuestro mejor Amigo, entra en nuestros corazones por primera vez


(Homilía para la Santa Misa de Primeras Comuniones)

         La Primera Comunión es como cuando hacemos una fiesta e invitamos a nuestro mejor amigo a nuestra casa: preparamos nuestra casa y la limpiamos bien, para que cuando llegué esté todo impecable; antes de que llegue, estamos ansiosos, esperando que se haga la hora del encuentro; cuando llega, nos ponemos contentos porque ya llegó; le dedicamos toda nuestra atención; hablamos con él; le servimos cosas ricas; hablamos de las cosas que más queremos, y todo porque como es nuestro mejor amigo, hacemos de todo para que se sienta lo mejor posible.
Bueno, en la Primera Comunión, el que entra en nuestros corazones, que es nuestra casa, es Jesús, nuestro mejor Amigo. Antes de su llegada, estamos ansiosos, esperando el momento de comulgar; para que se sienta cómodo, preparamos previamente nuestros corazones por la gracia santificante, que llena el corazón de luz, de paz, de amor; además, puesto que la gracia nos da la santidad de Jesús, nuestro corazón está limpio, puro, brillante, perfumado “con el buen olor de Cristo”, y el buen olor de Cristo es como si fuera un campo infinito de flores de aroma exquisito; estamos alegres, porque nada menos que el Hijo de Dios, al que los ángeles adoran en el cielo, viene a nuestros corazones, para quedarse con nosotros; y cuando Jesús Eucaristía está dentro nuestro, hablamos con Él, le decimos cuánto lo queremos y que le agradecemos que nos haya venid a visitar por la Eucaristía y le pedimos también por nuestros papás, nuestros hermanos y nuestros seres queridos. Entonces, la Primera Comunión es como cuando viene nuestro mejor amigo a visitarnos, sólo que Jesús es el mejor amigo de todos nuestros mejores amigos.
         Y una vez que Jesús llega a nuestros corazones, ¿cuánto tiempo se queda con nosotros? Jesús se queda todo el tiempo que nosotros queramos, por eso tenemos que estar siempre pensando en Jesús y diciéndole cuánto lo amamos: “Jesús, te amo; Jesús, en Vos confío; Jesús, ven a mí” y tenemos que evitar todo tipo de cosas malas. Jesús sólo se va cuando dejamos de pensar en Él y sobre todo cuando hacemos algo malo, porque donde está Jesús, no puede estar el pecado, y donde está el pecado, no puede estar Jesús. Cuando cometemos un pecado, Jesús se va, con mucha tristeza, de nuestro corazón, porque Él no puede quedarse ahí. El pecado es algo malo, oscuro, y Jesús es bueno y es luz, por eso no puede estar en un corazón que desea cosas malas. Para que Jesús Eucaristía nunca se vaya de nuestros corazones, tenemos que pensar, hablar, querer y hacer cosas buenas, santas, y nunca nada malo, por pequeño que sea. Para que Jesús no se vaya de nuestros corazones, nunca debemos decir ninguna mentira, por pequeña que sea, ni tampoco debemos pelear, ni desobedecer, ni decir cosas malas, ni desear cosas malas. Tenemos que tratar a todos con amor, con cariño y respeto, como lo haría Jesús. Si hacemos así, entonces Jesús Eucaristía se va a sentir muy a gusto en nuestros corazones y no se va a ir nunca.

         Otra cosa que tenemos que tener en cuenta es que, por la Primera Comunión, Jesús viene por Primera Vez a nuestros corazones: entonces, hagámoslo sentir como en su casa, como si nuestro corazón fuera su casa y su habitación más querida; al comulgar, digámosle que lo amamos y que queremos que nunca se vaya de nuestros corazones, démosle todo nuestro amor y le prometamos también que vamos a recibirlo en la Comunión Eucarística todas las veces que sea posible, porque lo amamos mucho y queremos que esté con nosotros el mayor tiempo que sea posible. Si amamos a Jesús Eucaristía, la Primera Comunión va a ser la primera de muchas, porque si amamos a Jesús, vamos a querer comulgar todas las veces que sea posible, para que Jesús esté siempre en nuestros corazones. El que ama a Jesús, quiere venir a Misa para recibirlo no solo en la Primera Comunión, sino todas las veces que sea posible; el que no lo ama, en cambio, no le importa faltar a Misa, porque no le importa recibirlo en la Comunión. Le pidamos a la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, que desde la Primera Comunión, que ahora tomamos, que aumente cada vez más nuestro amor a su Hijo Jesús en la Eucaristía, y que haga que nuestros corazones sean como la casa de Jesús, para que Jesús nunca quiera irse y se quede para siempre con nosotros.
      Le pidamos a la Virgen que haga que amemos tanto, pero tanto, a Jesús Eucaristía, que deseemos comulgar -en gracia- todas las veces que sea posible.

domingo, 25 de octubre de 2015

El Evangelio para Niños: “Jesús, que yo te pueda ver”


(Domingo XXX – TO – Ciclo B – 2015)

         En este Evangelio, un ciego llamado Bartimeo, al escuchar que es Jesús el que pasa, se pone a llamarlo a los gritos. A pesar de que muchos le dicen que se calle, Bartimeo, grita cada vez más fuerte, para que Jesús lo escuche. Efectivamente, Jesús lo escucha, lo hace llamar y le pregunta si qué quiere que haga por él. Bartimeo, que es ciego, le pide ver: “Maestro, que yo pueda ver”. Jesús le concede lo que le pide y Bartimeo se pone a seguirlo a Jesús.
         Tenemos mucho que aprender de Bartimeo, sobre todo, la fe que tiene en Jesús: sabe que Jesús es Dios, porque ha escuchado hablar de los otros milagros que hizo Jesús –multiplicó panes y peces, resucitó muertos, calmó la tormenta- y como sabe que esos milagros sólo los puede hacer Dios, entonces, si Jesús los hizo, Jesús es Dios; Bartimeo sabe que Jesús es Dios y que tiene el poder de curarle su ceguera y por eso lo llama a los gritos. Esta fe Bartimeo, es la fe que tenemos que tener nosotros: Jesús es Dios.
         No se desanima, ni porque él mismo es ciego –y esto es una gran prueba para él, porque es una de las cosas más difíciles para todo hombre-, ni tampoco porque muchos de los discípulos de Jesús le dicen que se calle. Bartimeo grita todavía más fuerte, hasta que Jesús lo escucha, y así nos da ejemplo de cómo tiene que ser nuestra oración: perseverante y confiada, porque aunque Jesús tarde en responder, siempre responderá. Bartimero nos enseña a no desanimarnos frente a las dificultades y a rezar siempre a Jesús, seguros de que, tarde o temprano, Jesús escuchará nuestras peticiones, si son convenientes para nuestra salvación.
         Cuando Bartimeo está frente a Jesús, aunque Jesús sabe qué es lo que le va a pedir Bartimeo, lo mismo le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”, y así nos enseña que también a nosotros, cuando llamamos a Jesús por la fe, Jesús nos pregunta, en lo más profundo del alma: “¿Qué quieres que haga por ti?”, y esto porque Jesús nos ama y quiere darnos aquello que nos conviene para nuestra salvación. Bartimeo nos enseña a tener confianza en el amor misericordioso de Jesús.
         Por último, Bartimeo era ciego de los ojos del cuerpo, pero no ciego del alma, porque la vista del alma es la fe: por la fe, podemos ver que Jesús es Dios. Nosotros, muchas veces vemos con los ojos del cuerpo, pero somos ciegos con los ojos del alma, porque o no tenemos fe, o tenemos una fe muy débil. Entonces, cuando Jesús nos pregunte: “¿Qué quieres que haga por ti?”, le tenemos que pedir la luz de la fe, para poder verlo en la cruz y en la Eucaristía.

         Cuando Jesús nos pregunte: “¿Qué quieres que haga por ti?”, le digamos así: “Jesús, Maestro, que yo te pueda ver en la cruz, porque allí me das tu Sangre, que es la vida para mi alma; Jesús, Maestro, que yo te pueda ver en la Eucaristía, porque allí eres el Pan del cielo que me da una nueva vida”.

viernes, 23 de octubre de 2015

Jesús quiere entrar en sus corazones por la Eucaristía


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Queridos niños, ustedes van a recibir hoy la Primera Comunión. ¿Cómo qué podemos comparar a la Primera Comunión? Para saberlo, veamos cómo está como está preparado hoy el templo, de manera especial: el templo está limpio, iluminado, con el perfume de las flores que están a los pies del altar, se escuchan cantos y reina un ambiente de mucha alegría; las puertas están abiertas de par en par, para que ustedes entren en la Iglesia para participar de la Santa Misa. Así como es el templo, así es nuestro corazón en este día de la Primera Comunión: por la gracia de la Confesión Sacramental, nuestro corazón está limpio, sin pecado; está iluminado, porque la gracia es luz y disipe las tinieblas del pecado; está perfumado con el “buen aroma de Jesús”, que es el perfume de la santidad; al igual que en el templo, que se escuchan canciones y hay ambiente de alegría, nuestra alma entona cantos y está alegre porque está por llegar Jesús, y al igual que en el templo las puertas se abrieron de par en par, así tenemos que abrir, de par en par, las puertas de nuestros corazones, para que entre en ellos Jesús Eucaristía.
Pero lo más importante es el altar: sobre ese altar, bajará Jesús desde el cielo, en la Santa Misa, en la Consagración del pan y del vino, para quedarse en la Eucaristía, y es por eso que después de la Consagración, ya no hay más pan y vino, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús va a bajar del cielo hasta el altar, para quedarse en la Eucaristía. Entonces, así como en el templo hay un altar, también en nosotros, en nuestro interior, hay un altar y ese altar es nuestro corazón, adonde irá Jesús cuando entre por la Comunión. Ahí, en el altar de nuestro corazón, vamos a recibir a Jesús, cuando Él entre en nosotros por medio de la Primera Comunión.
Tenemos que ver el altar, para saber qué debemos hacer en la Primera Comunión: cuando vemos el altar, vemos que está Jesús Eucaristía. ¿Hay alguien más aparte de Jesús Eucaristía en el altar? No, porque el altar es sólo de Jesús Eucaristía y de nadie más que de Jesús Eucaristía; entonces, así como pasa en el altar de la misa, así tiene que pasar en nuestro corazón, que es nuestro altar interior: allí tiene que estar Jesús y sólo Jesús y nadie más que Jesús. Entonces, esto es lo que tenemos que hacer en la Primera Comunión: amar y adorar a Jesús Eucaristía, porque si en el altar de la misa sólo se adora a Jesús Eucaristía y a nadie más que Él, entonces, en el altar de nuestro corazón lo vamos a amar y adorar, sólo a Jesús Eucaristía y a nadie más que Él.
         ¿Qué hará Jesús cuando entre en nuestros corazones? Cuando entre Jesús Eucaristía, Él nos donará todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, que es como un océano sin playas y sin fondo; su Amor es como un Fuego, pero un fuego que no arde ni quema, sino que llena al alma de amor, alegría y paz, porque ese Fuego que está en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Jesús quiere entrar en nuestros corazones por la Eucaristía, sólo para darnos su Amor y nada más que para darnos su Amor; no tiene ningún otro interés que darnos su Amor, el Espíritu Santo. Entonces, si Jesús nos da su Amor, también nosotros debemos darle nuestro amor y para eso, tenemos que estar muy concentrados al recibir la Comunión y pensar en Jesús y sólo en Jesús, y decirle: “Jesús, te amo; Jesús, te amo; Jesús, te amo; te doy gracias por haber venido a mi corazón”. Así, va a haber un intercambio de amor entre Jesús y nosotros, y como los que se intercambian amor son los que se aman, entonces vamos a amar a Jesús Eucaristía y vamos a querer comulgar no solo en la Primera Comunión, sino todas las veces que sea posible, incluso diariamente, porque el que ama a una persona, desea estar con esa persona todo el tiempo que sea posible. Si nos enamoramos de Jesús Eucaristía, vamos a querer tenerlo en nuestro corazón todo el tiempo y para eso vamos a venir a la Iglesia, a la Santa Misa, sin que nadie nos diga nada, porque vamos a querer tener a Jesús en nosotros. Así, la Primera Comunión no va a ser la última –lamentablemente, para muchos, la Primera Comunión es la última-, sino la Primera de muchas, porque vamos a querer comulgar, con el alma limpia por la Confesión, todos los días que sea posible.

         Entonces, recordemos que tenemos que estar en silencio en el momento de la Comunión y cuando lo recibamos a Jesús, decirle, con todo el amor del que seamos capaces: “Jesús Eucaristía, te amo; Jesús Eucaristía, te amo; Jesús Eucaristía, te amo y te doy gracias por haber venido a mi corazón para darme el Amor de tu Sagrado Corazón Eucarístico; toma a cambio todo el amor que hay en mi pobre corazón, y no permitas que nunca salga de tu Corazón”.

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 17 - Subió a los cielos


Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 17 - Subió a los cielos[1] 
         Doctrina
         ¿Cuándo subió Jesucristo a los cielos? Jesucristo subió a los cielos pro su propio poder a los cuarenta días de resucitado, en presencia de los Apóstoles y numerosos discípulos.
         ¿Dónde está ahora Jesucristo? Jesucristo, en cuanto que es Dios, está en todas partes, y en cuanto hombre está solamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía. Es decir, subió a los cielos, glorioso y resucitado, pero al mismo tiempo se quedó con nosotros, en la tierra, en la Eucaristía, para acompañarnos desde el sagrario todos los días, hasta el fin del mundo, como lo había prometido.
         ¿Con qué palabras consoló Jesús a los apóstoles en su sermón de despedida? Jesús dijo a los Apóstoles: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Voy allá a prepararos también un lugar para vosotros; después volveré para llevaros conmigo, a fin de que también estéis donde estoy Yo” (Jn 14, 2-3). Precisamente, nuestra vida terrena es muy breve y estamos aquí “de paso” –Santa Teresa de Ávila decía que esta vida era “una mala noche en una mala posada”-, porque nuestro destino definitivo y eterno es la Casa del Padre, el Reino de los cielos, en donde Jesús nos tiene preparada una habitación para cada uno de nosotros. Pero para poder entrar a la Casa del Padre, debemos hacer tres cosas: vivir en gracia, evitar el pecado y obrar la misericordia para con los más necesitados.
         Explicación
Esta lámina presenta la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los cielos, la cual tuvo lugar a los 40 días después de su Resurrección. Él subió al cielo desde el monte de los Olivos, en cuerpo y alma, y por su propia virtud; no como la Virgen en manos de los ángeles, sino por sí mismo.
Poco antes de subir Jesucristo al cielo, se habían reunido allí todos los apóstoles y discípulos a los que les dio sus últimas instrucciones, y después bendiciéndolos subió majestuosamente, alejándose de ellos hasta que una nube luminosa le ocultó a sus ojos y les fue dicho por unos ángeles que lo mismo que lo habían visto subir al cielo, vendría así de nuevo al fin de los tiempos.
La Ascensión de Jesús fue un triunfo apoteósico. Se elevó victorioso sobre todos sus enemigos y triunfalmente se llevó tras de sí a las multitudes de redimidos que había sacado del Limbo.
Práctica: Me esforzaré por ser fiel cumplidor de los Mandamientos de la Ley de Dios, para así poder merecer la habitación en la Casa del Padre que Jesús preparó para mí con su Ascensión.
Palabra de Dios: Jesucristo “después de su Pasión se dio a ver en muchas ocasiones (a sus apóstoles), apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios” (Hech 1, 2-3). Después “los llevó hasta cerca de Betania, y levantando sus manos los bendijo y mientras los bendecía se alejaba de ellos, y era llevado al cielo. Ellos se postraron ante Él” (Lc 24, 50-51). “Diciendo esto y viéndolo ellos, se elevó y una nube lo ocultó a sus ojos. Estando mirando atentamente hacia el cielo mientras Él se iba, he aquí que se presentaron dos varones con vestiduras blancas y les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿qué están mirando al cielo? Ése Jesús ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hech 1, 9-11).
Ejercicios bíblicos: Hech 1, 3; Jn 14, 2-3; Col 3, 1-2.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

Catecismo para Niños de Primera Comunión Lección 16 - Resucitó al tercer día



Catecismo para Niños de Primera Comunión  Lección 16 - Resucitó al tercer día[1] 
         Doctrina
         ¿Cuándo resucitó Jesucristo? Jesucristo resucitó como lo había anunciado, al tercer día de su muerte, es decir, el Domingo, antes de la salida del sol. Jesús murió el Viernes Santo a las 3 de la tarde (primer día); fue sepultado ese día y pasó todo el Sábado Santo en el sepulcro (segundo día); finalmente, resucitó el Domingo, en las primeras horas, antes de que salga el sol (tercer día). Por eso es que el Domingo es llamado “Día del Señor”, porque es el día en el que resucitó Nuestro Señor Jesucristo. El Domingo, el sepulcro, que hasta entonces estaba oscuro, frío y en silencio, se llenó de la luz de la gloria divina que brotaba del Ser divino de Jesús; el Fuego de su Amor reemplazó al frío de los corazones y el silencio fue interrumpido por los cantos de los ángeles de Dios, que glorificaban al Hombre-Dios resucitado. La luz eterna que brilló en el Santo Sepulcro el Domingo de Resurrección, ilumina misteriosamente a todos los días domingos que nos toca vivir; por eso es que el Domingo es un día sagrado y dedicado al Señor Jesús, y esa es la razón por la cual la Santa Misa dominical NO PUEDE ser reemplazada por otras actividades –fútbol, descanso, paseos, etc.-, sin caer el alma en pecado mortal.
         ¿Cómo resucitó Jesucristo? Para saberlo, recordemos que el Viernes Santo, al morir Jesús, su Divinidad permaneció unida a su Cuerpo, que era llevado desde la cruz al sepulcro, y también permaneció unida a su Alma, que es con la que descendió a los Infiernos (el seno de Abraham) para rescatar a los justos del Antiguo Testamento. La Resurrección se produjo porque Jesucristo, con su Divinidad, unió de su Alma a su Cuerpo, glorificándolo a este último, llenándolo de la luz y de la gloria divinas.
         ¿Cómo fue la Resurrección de Jesucristo? Para saberlo, imaginemos que estamos en el sepulcro, arrodillados, delante del Cuerpo de Jesús, en las primeras horas de la madrugada del Domingo de Resurrección. Jesús todavía no ha resucitado. Su Cuerpo Santísimo está tendido en el sepulcro, cubierto por la Sábana Santa. El sepulcro está oscuro, frío y en silencio. De pronto, observamos una pequeña luz, muy pequeña, pero más brillante que cientos de miles de soles juntos, que se enciende a la altura del Corazón de Jesús. Esta pequeña luz, en una fracción de segundos, se expande desde el Corazón, hacia arriba, la Cabeza, y hacia abajo, hacia el resto del Cuerpo, y hacia los costados, los brazos, llenando todo el Cuerpo de Jesús. Al mismo tiempo que se expande, la luz llena de vida y de gloria al Cuerpo de Jesús y así el Cuerpo de Jesús se llena de luz y de vida, levantándose y surgiendo triunfante del sepulcro. Al mismo tiempo, deja impresa su imagen milagrosa, con la luz que salió de su Cuerpo, en la Sábana Santa. El sepulcro se llena del Fuego del Amor de Dios y se escuchan cantos de ángeles de luz, que se alegran y celebran por la Resurrección del Hombre-Dios. La luz del Domingo de Resurrección, ilumina a todos nuestros domingos, por eso el Domingo no es un día triste, sino de alegría y de alegría infinita, porque nos llega la Alegría de Jesús, que es Dios y Dios es “Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes.
         ¿Cómo sabemos que Jesucristo resucitó? Sabemos que Jesucristo resucitó al tercer día por el testimonio de los Apóstoles y por los otros discípulos, a quienes Jesucristo se les apareció, después de resucitado: todos ellos dieron testimonio de esta verdad, porque lo vieron con sus propios ojos, hablaron con Él, tocaron sus llagas (como en el caso de Tomás Apóstol). Jesús resucitó verdaderamente con su Cuerpo, y así nos lo dice el Evangelio: “Ved mis manos y mis pies…” (Lc 24, 39-43). También la Iglesia nos lo enseña en el Catecismo y en el Credo: “Al tercer día resucitó de entre los muertos”. Quien no cree en la Resurrección de Jesucristo, no tiene la fe católica. La resurrección de Cristo es el mayor de los milagros, el dogma fundamental del catolicismo. Es muy importante creer firmemente en la Resurrección de Jesús con su Cuerpo glorioso, porque ese mismo Cuerpo glorioso, resucitado, lleno de la luz, de la vida y del Amor de Dios, es con el que Jesús está en la Eucaristía, aunque oculto a los ojos del cuerpo. Jesús dejó el sepulcro vacío, porque ya no está más allí con su Cuerpo muerto; ahora está con su Cuerpo glorioso, vivo y lleno de la luz de Dios, en la Eucaristía, en el sagrario y en la Santa Misa.
Explicación
Descripción: http://cssrbolivia.org/wp-content/uploads/2014/04/JESUSREUCITADO1.jpg
         En esta lámina vemos a Jesús, con su Cuerpo glorioso y resucitado, lleno de la luz y de la gloria divina, salir triunfante del sepulcro. Con su Resurrección, Jesús consuma el triunfo que ya había obtenido en la cruz sobre los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, la muerte y el pecado. El estandarte que lleva en su mano izquierda, es la Santa Cruz, el signo de su victoria. Jesucristo resucitó por su propio poder; esto quiere decir que no “fue” resucitado, sino que Él se resucitó a sí mismo, reuniendo su Alma glorificada con su Cuerpo, glorificándolo a éste último. Esto lo pudo hacer porque Él es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, y como tal, es el dueño de la vida y de la muerte. Cuando en la Escritura se dice: “fue resucitado por Dios” (Hech 2, 24), es una afirmación que entenderse en razón de su naturaleza humana o creada, porque Jesús es Dios.
Con su resurrección se cumplieron las profecías: las dichas antes por Él, de que sufriría muerte de cruz (Mt 26, 2) y de que resucitaría al tercer día (Mc 10, 34). La resurrección de Cristo es un hecho real e histórico y puede ser demostrada por los Evangelios, que son libros que narran historia real.
Los Apóstoles son testigos de que se les apareció a ellos y al elegir a Matías en reemplazo de Judas, lo eligieron a él “por ser testigo con ellos de su resurrección” (Hech 1, 22; 3, 15) y esta verdad de la Resurrección de Jesús la predicaron y la confirmaron con su martirio.
Entre otros discípulos, Jesús resucitado se le apareció a María Magdalena (Jn 20, 11-18) y a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13ss) y también a Pedro (Lc 24, 34) y a más de 500 discípulos a la vez (1 Cor 15, 5-8). Según la Tradición, a la primera a la que se le apareció, fue a su Mamá, la Virgen, como recompensa por haberlo acompañado la Virgen a lo largo del Via Crucis y por haber permanecido al pie de la cruz, durante toda su agonía hasta su muerte el Viernes Santo, y por haber esperado con serenidad y alegría su Resurrección, porque la Virgen creía firmemente en las palabras de su Hijo, que había dicho que iba a resucitar “el tercer día”.
Práctica: en la oración, pidamos como una gracia recibir la alegría de la Resurrección de Jesucristo. Para nosotros, los cristianos, la verdadera alegría no está en las cosas del mundo, sino en la Resurrección de Jesús. Por eso debemos pedir alegrarnos del triunfo de la Resurrección de Cristo, porque ese triunfo es nuestro triunfo: “Él resucitó y nosotros resucitaremos si permanecemos unidos a Él hasta el fin, por la gracia santificante”.
Palabra de Dios: “(Un ángel) les dijo: “¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí” (Mc 16, 6). “Cristo murió por nuestros pecados (…) fue sepultado (…) resucitó al tercer día, según las Escrituras (…) Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe (…): pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que mueren (…) Él ha resucitado y nosotros resucitaremos. Por un hombre vino la muerte, por un hombre vio la resurrección de los muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo seremos todos vivificados” (1 Cor 15, 5-22).
Ejercicios bíblicos: Mt 27, 63; 1 Cor 15, 14; Mt 28, 6 y 13; Jn 20, 29; Hech 10, 41.




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.