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jueves, 15 de diciembre de 2016

Santo Rosario meditado para Niños: Misterios Gozosos


         1er Misterio: La Anunciación del Ángel a la Virgen.
         El Ángel le anuncia a la Virgen que será la Madre de Dios y la Virgen lo recibe en su seno virginal. Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que yo pueda abrir mi corazón, para que repose en él tu Hijo, Jesús Eucaristía.
         2do Misterio: La Visitación de la Virgen a Santa Isabel.
         La Virgen visita a Santa Isabel y tanto ella como Juan el Bautista, se alegran por la Presencia de Jesús en el seno virgen de María. Nuestra Señora de la Eucaristía, que en esta Navidad toda mi alegría sea Jesús Eucaristía.
         3er Misterio: El Nacimiento de Jesús en un Portal de Belén.
         La Virgen da a luz milagrosamente a Jesús, en el oscuro y pobre Portal de Belén. Nuestra Señora de la Eucaristía, que en mi corazón, pobre y oscuro, nazca el Niño Dios, para que ilumine mis tinieblas con la luz de su divina gloria.
         4to Misterio: La Presentación del Señor.
         La Virgen lleva al Niño Dios al templo y el anciano Simeón, tomándolo entre sus brazos, se alegra al contemplar, en el Hijo de María, a Dios Niño. Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que siempre tengamos corazón de niño, aunque seamos grandes, para que allí descanse tranquilo el Niño Dios.
         5to Misterio: El Niño perdido y hallado en el templo.

         Mientras José y María regresan a su hogar, Jesús, de doce años, se queda en el templo con los doctores de la Ley. ¡Oh Virgen Santa y Pura, Santa María, Madre de Dios! Que en esta Navidad seamos capaces de encontrar a tu Hijo Jesús en el templo, en el sagrario, en la Eucaristía.

domingo, 27 de noviembre de 2016

El Evangelio para Niños: Adviento es esperar a Jesús que vino, que viene y que vendrá




(Domingo I – TA – Ciclo A – 2016-2017)

         ¿Qué quiere decir “Adviento”? Quiere decir “venida” o “llegada”. Cuando decimos “Adviento” en la Iglesia, estamos hablando de alguien que viene o que llega. ¿Y quién es el que viene o el que llega? Jesús. En Adviento, entonces, el que “viene” o “llega” Jesús. ¿Cuántos Advientos hay? Hay dos Advientos, uno que dura hasta Navidad, y otro que dura toda la vida. ¿Cómo es eso? Veamos.
         Por el Catecismo, sabemos que Jesús ya vino por primera vez, en Belén, y en Adviento nos preparamos para recordar y participar de su Primera Venida, sólo que ahora, en vez de nacer en un pesebre, Jesús va a nacer en nuestros corazones, y es por eso que en Adviento preparamos nuestros corazones, por la oración, la penitencia y las buenas obras, para que pueda nacer allí Jesús. Este Adviento llega hasta Navidad.
         También sabemos, por el Catecismo, que Jesús va a venir por segunda vez, al final del mundo, en el Día del Juicio Final, y va a venir para juzgar a toda la humanidad, para darle a los buenos el cielo y a los malos, el infierno. En Adviento, entonces, nos preparamos para estar listos para cuando venga por Segunda Vez, y la forma de prepararnos es estar como el siervo de la parábola, que en la madrugada, estaba despierto, con una túnica ceñida y la lámpara encendida, esperando la llegada de su Señor. Este otro Adviento dura toda la vida, porque en cualquier momento de la vida, puede llegar Jesús y para cuando llegue, tenemos que tener la túnica de la gracia, la luz de la fe y las manos llenas de obras buenas, para que Jesús nos lleve al cielo, cuando venga al fin del mundo.
         Entonces, en el Adviento que llega hasta Navidad, tenemos que preparar nuestros corazones para que allí pueda nacer el Niño Dios, y por eso tenemos que ser como el Portal de Belén; para el Adviento que dura toda la vida, tenemos que ser como el siervo fiel y vigilante, que espera que llegue su señor en cualquier momento.
         Por último, hay un tercer Adviento, y es la Misa, porque en cada Misa, Jesús “viene”, “llega”, desde el cielo hasta la Eucaristía, y para ese Adviento, para esa llegada de Jesús, tenemos que tener el corazón siempre bien preparado y listo, limpio por la gracia y lleno de buenas obras.
         Adviento, entonces, es esperar a Jesús, que vino por Primera Vez en Belén, que va a venir por Segunda Vez al fin del mundo, y que viene, en cada Misa, por la Eucaristía.
        


domingo, 20 de noviembre de 2016

Solemnidad de Cristo Rey para Niños



(Ciclo C – 2016)

         En este Domingo –el último del año litúrgico- la Iglesia está de fiesta porque festejamos a Jesús, que es nuestro Rey. ¿Dónde está Jesús, que es nuestro Rey? ¿Es igual a los reyes de la tierra, que tienen un castillo, un palacio, y un trono de terciopelo y oro? Jesús es Rey, pero es distinto a los reyes de la tierra: los reyes de la tierra reinan en sus castillos, sentados en tronos de madera preciosa; tienen un cetro de ébano, señal de su poder; llevan coronas de oro, de piedras preciosas, de rubíes y plata;  se visten con túnicas de seda y capas bordadas en oro, y tratan a todos como sirvientes y súbditos.
         Nuestro Rey, Jesús, es distinto a los reyes de la tierra: su trono real es la Santa Cruz; su corona, no es de oro, plata o rubíes, sino que está formada por gruesas, duras y filosas espinas, que le provocan mucho dolor y le hace salir mucha sangre de su Preciosa Cabeza; su cetro no es de ébano, sino que son los clavos de hierro, con los que está clavado en la cruz; en vez de vestidos y capas de seda y bordados en oro, Nuestro Rey, que reina desde la Cruz, está vestido con un manto púrpura, que es la Sangre rojo brillante que sale de sus heridas y le cubre todo el Cuerpo. A los reyes de la tierra, los súbditos lo saludan haciendo una inclinación y reverencia, demostrándoles así su respeto y amor; nosotros, nos postramos ante Jesús, que reina en la Cruz y que reina también en la Eucaristía, y le ofrecemos el homenaje de nuestros corazones, el dolor de nuestros pecados y el escaso amor que tenemos, dejando nuestros corazones a los pies de la Cruz.

         Jesús es Nuestro Rey, pero no es un rey como los de la tierra: reina en el madero de la Cruz y también reina en la Eucaristía. A Él, Nuestro Rey, Cristo Jesús, le decimos: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo”.

domingo, 13 de noviembre de 2016

El Evangelio para Niños: Jesús va venir por Segunda Vez en la gloria



(Domingo XXXIII – TO – Ciclo C - 2016)

         En este Evangelio, Jesús anuncia dos cosas: que el Templo de Jerusalén va a ser destruido, y que Él va a volver al final de los tiempos. Lo primero ya se cumplió, porque en el año 70 d. C., los romanos invadieron Jerusalén y destruyeron el Templo. Lo segundo, que es su Segunda Venida al fin de los tiempos, todavía no pasó, y no sabemos cuándo será.
         Pero aunque no sabemos cuándo será, sí podemos saber si está cerca o no, porque Jesús dice que antes que venga Él, van a haber muchas guerras, hambre, terremotos. Y cuando Jesús venga por Segunda Vez, ya no va a ser el Dios misericordioso, lleno de amor y perdón, sino que va a ser el Justo Juez, porque dará a cada uno lo que cada uno se eligió con sus obras: o el Cielo, para los que fueron buenos, o el Infierno, para los que se portaron mal.
         ¿Cómo nos podemos preparar para la Segunda Venida de Jesús? Lo primero, es abrir nuestros corazones –de par en par- para que entre Jesús allí por la Comunión Eucaristía y pedirle que por su gracia nos convierta, nos haga alejar del pecado y nos ayude a ser buenos con todos.

         Si hacemos esto, es decir, si nos confesamos por frecuencia, si no faltamos a Misa por pereza, son que venimos a Misa por amor a Jesús Eucaristía, si nos confesamos con frecuencia, si somos misericordiosos con los prójimos más necesitados, si nos refugiamos en el Inmaculado Corazón de María, entonces estamos listos para cuando Jesús llegue por Segunda Vez, y cuando Jesús nos vea que así lo estamos esperando, nos llevará a la Casa de su Papá, el Reino de los cielos.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Santo Rosario meditado para Niños: Misterios Luminosos


         Primer Misterio: El Bautismo de Jesús. Juan el Bautista derrama agua sobre la cabeza de Jesús en el Jordán, mientras aparece Dios Espíritu Santo en forma de paloma y se escucha a Dios Padre que dice: “Éste es mi hijo muy amado, escúchenlo”. Virgen María, Madre de Dios, danos tus oídos, para escuchar a Jesús como lo escuchas tú. Amén.
         Segundo Misterio: Las bodas de Caná. A pedido de la Virgen, Jesús realiza un milagro: convierte el agua de las tinajas en vino exquisito. Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nuestros corazones, vacíos como las tinajas, se llenen con el agua de la gracia primero y con la Sangre del Cordero después. Amén.
         Tercer Misterio: La predicación del Reino y el llamado a la conversión. Jesús anuncia que el Reino de Dios está cerca y que para entrar en él, hay que convertir el corazón. Madre de Dios, que nuestros corazones, apegados a la tierra como un girasol en la noche, se vuelvan hacia el Sol de justicia, tu Hijo Jesús, como hace un girasol por la mañana, cuando sale el sol.
         Cuarto Misterio: La Transfiguración en el Monte Tabor. Jesús resplandece con una luz más brillante que miles de soles juntos: es la luz que posee por ser Dios y que ocultar para poder padecer la Pasión por nuestro amor. Madre mía, María Santísima, haz que yo cargue mi cruz de todos los días, para morir al hombre viejo en el Calvario para así resplandecer luego de gloria, para siempre, con la luz de Jesús, en la vida eterna.

         Quinto Misterio: La Institución de la Eucaristía. En la Última Cena, y antes de partir al Padre por el sacrificio de la cruz, Jesús instituye la Eucaristía, para cumplir su promesa de quedarse con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que yo ame cada vez más a Jesús Eucaristía, que para darme el Amor de su Corazón se queda en el sagrario.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Evangelio para Niños: “En el cielo nadie se casa, porque todos son como ángeles”


(Domingo XXXII – TO – Ciclo C – 2016)

         En la época de Jesús había una gente que decía que no era verdad que después de esta vida, había resurrección. Pero Jesús les contesta y les dice: “En el cielo nadie se casa, porque todos son como ángeles, y los que vivan en gracia en esta vida, van a resucitar, porque el que los va a resucitar es Dios, que es el Dios de la Vida”.
         Pero después dice también que Él es ese Dios de la Vida: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida (…) Yo Soy el Pan de Vida y el que come de este Pan, aunque muera, vivirá, porque Yo doy la Vida eterna”. Y como ese Pan de Vida es la Eucaristía, quiere decir que Jesús, que es Dios, está en la Eucaristía, y desde la Eucaristía nos da la vida eterna a los que toman la Comunión Eucarística con fe y con amor.
         Entonces, nosotros, los católicos, tenemos que considerarnos muy afortunados, porque no solo creemos que existe la resurrección, sino que recibimos, por la Comunión Eucarística, al Dios Viviente, que está oculto en la Eucaristía y que desde la Eucaristía nos da su vida divina.

         Esta es la alegre noticia que debemos transmitir los católicos: que Jesús ha resucitado y está vivo y glorioso en la Eucaristía. ¿Y cómo podemos decir esto a los demás? Con obras de misericordia y viviendo en gracia.

martes, 1 de noviembre de 2016

Solemnidad de Todos los Santos para Niños


               ¿Quiénes son los Santos? Son todos los bautizados que están en el cielo.
         ¿Cómo están allí? Están alegres, contentos, felices, con una alegría y una felicidad que nadie se puede imaginar, porque ven cara a cara a las Tres Personas de la Trinidad –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo-, y porque junto con la Virgen y los ángeles, ven y adoran a Jesús, el Cordero de Dios, cara a cara.
         ¿Cómo fue que llegaron al cielo? Llegaron al cielo porque vivieron y murieron en gracia santificante, porque sabían que la gracia los unía a Dios en esta vida y los llevaba con Él en la otra, mientras que el pecado los apartaba de Dios. Y como los santos amaban tanto, pero tanto, a Dios, hacían todo lo posible para vivir en gracia y para aumentarla cada día más, con pensamientos buenos, con buenos deseos, y sobre todo, con obras buenas, evitando siempre el mal, que es el pecado: evitaban la mentira, la discordia, la pelea, la envidia, la soberbia, es decir, todo lo malo que nos aparta de Dios. Esto es lo que quiere decir “cargar la Cruz de cada día para seguir a Jesús”, y es la única manera de ser santos.
         Además, los Santos se confesaban seguido y comulgaban todas las veces que podían, porque sabían que con la Confesión sus almas quedaban limpias de todo pecado y que con la Comunión sus corazones se fundían y se hacían uno solo con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
         Al recordar a los Santos en su día –cada uno le pide al santo de su devoción-, les pidamos que intercedan ante la Virgen, que es la Mamá de Todos los Santos, para que también nosotros, viviendo en la gracia de Dios en esta vida, lleguemos al cielo y seamos santos en la otra vida y, junto con ellos, adoremos a Jesús, el Cordero de Dios, para siempre.
         A los Santos, en su día, les rezamos así (cada uno reza, desde lo más profundo de su corazón, al santo que más ama):
         “Queridos Santos de Dios/intercedan por nosotros/para que viviendo en gracia en esta vida/seamos capaces de llegar al cielo/para adorar y amar a Jesús/junto a vosotros, a la Virgen y a los ángeles de Dios. Amén”.

sábado, 22 de octubre de 2016

Santa Misa de Primeras Comuniones


 (Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones)

Queridos niños, en este día finaliza un largo itinerario de preparación para la Primera Comunión, que comprende los dos años de Catecismo realizados, con sus respectivas asistencias a clases, con sol, con lluvia, con viento; con sus pruebas y lecciones, con sus estudios y lecturas. Hoy concluye esta preparación, que no significa que “finaliza” algo, sino que comienza una vida nueva para ustedes, la vida en el Amor de Jesús Eucaristía. Finalizar el Catecismo de Comunión no significa que no deben venir más a la Iglesia, como muchos parecerían creer; al contrario, significa que comienzan la etapa más hermosa de sus vidas, que es la Comunión de vida y amor con Jesús Eucaristía, y para vivir esta vida, deben acudir a recibir a Jesús en la Eucaristía los Domingos.
Luego de dos años de preparación y con unas edades que oscilan entre los nueve, diez y once años, aproximadamente, al llegar este día, están ansiosos por recibir la Comunión, como también están ansiosos por este momento sus maestros de Catecismo y sus padres y familiares, como también lo estamos los sacerdotes de la Parroquia, responsables de su preparación para la Comunión.
Pero hay Alguien que está más ansioso que ustedes; hay Alguien que los acompañó, no solo en los dos años que duró el Catecismo; hay Alguien que está esperando este momento no desde hace ocho, nueve o diez años, sino desde toda la eternidad, para ser recibido por ustedes, y ese Alguien es Jesús. Desde antes que ustedes nacieran, Jesús estaba esperando este momento, el momento en el que cada uno, luego de abrir las puertas de su corazón, dejará entrar a Jesús; el momento en el que cada uno entablará un diálogo personal, de persona a persona, con Jesús Eucaristía, el Hijo de Dios, que baja del cielo al altar, sólo para luego entrar en sus corazones; el momento que Jesús espera, desde toda la eternidad, para derramar en sus corazones todo el Amor que se contiene en su Corazón, un Amor que es más grande que miles de millones de cielos juntos. Y a medida que se acerca el momento de ser recibido por ustedes, el Corazón de Jesús, lleno del Amor de Dios, late cada vez más fuerte, porque cuando ustedes lo reciban en la Comunión, se cumplirá su deseo, el de poder darles todo el Amor de su Corazón, el de poder amarlos con el mismo Amor con el que Él ama a su Padre, el Espíritu Santo.
         Dispongamos entonces nuestros corazones para recibir a Jesús Eucaristía; alejemos todo pensamiento y todo sentimiento que nos distraiga de Jesús Eucaristía; preparemos nuestros corazones, para que sean como un altar, o como un sagrario, o como una custodia, en donde Jesús Eucaristía sea amado, bendecido, glorificado, adorado, exaltado, honrado.
         Cuando Jesús entre en nuestros corazones, recibámoslo con gozo en el alma y con alegría interior, y así como cuando se abren las puertas de la casa para recibir a un ser querido –un padre, una madre, un amigo, un hermano- a quien se ama pero no se ve hace tiempo, le abramos las puertas del corazón de par en par y hagamos entrar a Jesús Eucaristía, postrándonos ante su Presencia. Y cuando Jesús entre y ya esté en nuestros corazones por la Comunión Eucarística, nos olvidemos de todo lo que nos rodea; nos olvidemos de nuestros papás, de nuestras familias, de la parroquia, de los amigos, de todos; olvidémonos de la plaza, del día, de todo lo que conocemos, incluso olvidémonos de nosotros mismos, para concentrarnos en la Persona de Jesús, que viene a nuestros corazones para estar con nosotros, para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico y para darnos también todas las gracias que necesitamos para ser santos, los más grandes santos que jamás haya conocido la Iglesia. Jesús viene con sus manos cargadas de regalos espirituales para nosotros, pero muchas veces –y esto se lo dijo Jesús a una monjita santa, Sor Faustina Kowalska-, Jesús debe retirarse con tristeza, con sus manos cargadas de regalos, porque muchos lo reciben y se distraen y lo dejan solo, olvidándose por completo de Él. Es como cuando alguien invita a un amigo al que ama con locura, a su casa, para estar con él, y apenas pasa el umbral de la casa, el que lo invitó le dice: “Espérame aquí”, y se va para adentro de la casa, para no salir más, dejando a su amigo esperando en vano, tanto, que al final debe retirarse al darse cuenta que quien lo invitó ya no va a volver para estar con él. Ese Amigo es Jesús, que viene a nuestra casa, nuestro corazón, por la Eucaristía, y viene para darnos gracias y milagros que ni siquiera podemos imaginar, pero sobre todo viene para darnos su Amor, el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, un Amor que es más grande que cientos de miles de millones de cielos juntos, pero como muchos comulgan y es como si no recibieran nada, porque se distraen con las cosas de afuera, se pierden lo mejor de la Comunión, que no es ni los vestidos, ni la fiesta que espera, ni la familia, ni las fotos, sino el Corazón de Jesús que late de amor en la Eucaristía. Entonces, cuando recibamos a Jesús en la Eucaristía, no nos distraigamos con nada, olvidémonos de todo y de todos, olvidémonos de nosotros mismos; arrodillémonos, cerremos los ojos del cuerpo, y abramos los ojos del alma para ver, por la fe, a Jesús que viene a mi corazón por la Eucaristía para darme su Amor, y le demos a cambio nuestro pobre corazón, con todo el amor, poco o mucho, que en él pueda haber. Cuando Jesús entre por la Eucaristía, entronicemos la Eucaristía en nuestros corazones, y le demos todo nuestro amor, para que no compartamos nuestro amor a Jesús con nadie, para que amemos a Jesús y sólo a Jesús y nada más que a Jesús.
Pero como nuestros corazones son muy pequeños para un Amor tan grande como el del Corazón de Jesús, y como nos distraemos con tanta facilidad, le vamos a pedir a nuestra Mamá del cielo, Nuestra Señora de la Eucaristía, que sea Ella la que reciba la Comunión Eucarística por nosotros, para que Ella le dé a su Hijo Jesús todo el amor del que nosotros no somos capaces de darle.
Le digamos así: “Jesús Eucaristía, Tú vienes a mi corazón, para darme tu Amor; yo te doy a cambio mi pobre corazón; tómalo, Jesús, recíbelo de manos de la Virgen; introduce mi corazón en el horno ardiente de tu Sagrado Corazón Eucarístico, llénalo de tu Amor y no permitas que nunca salga de tu Corazón. Encierra mi corazón en tu Sagrado Corazón Eucarístico y quémalo con el Fuego de tu Amor, y haz que te ame tanto, pero tanto, que no pueda vivir sin desear recibirte, todos los días, en la Sagrada Comunión”.

         Vamos a pedir a Nuestra Señora de la Eucaristía esta gracia, que experimenten tan fuerte el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que deseen recibir a Jesús todos los días, para que la Primera Comunión no sea la última –como lamentablemente sucede con muchos niños-, sino la primera de muchas, incontables comuniones, hechas todas con amor, hasta que llegue el día de contemplar a Jesús ya no oculto en lo que parece ser pan, sino cara a cara, en el Reino de los cielos. 

viernes, 21 de octubre de 2016

Que el Niño Dios sea nuestro ejemplo de vida


         Cuando somos niños, sucede con mucha frecuencia que nos pregunten: “¿Como quién querés ser, cuando seas grande?”. Y, en ese momento, se nos vienen a la mente las imágenes de algunos adultos a los que, por algún motivo, admiramos, y es así que decimos: “Quiero ser como Messi”; “Quiero ser como Cristiano Ronaldo”; “Quiero ser como Ginóbili”, y cosas por el estilo. También podemos decir: “Quiero ser maestro, como mi mamá”, o “Quiero ser médico, como mi papá”. Es decir, nos fijamos en un adulto al que le tenemos admiración, y buscamos imitarlo en lo que es, para ser nosotros como él.
         Pero hay Alguien al que todos, niños y grandes, debemos imitar; hay Alguien al que todo niño y todo joven, sin excepción, debe imitar, para ser como Él, y ese Alguien es el Niño Jesús. ¿Por qué? Porque el Niño Jesús es Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios, para que los niños sean como Dios. Es decir, Dios ama tanto a los niños, que sin dejar de ser Dios, se hace como Niño, para que los niños de todo el mundo sean Dios como Él. Y nos podemos preguntar: ¿cómo es posible que un niño humano sea como el Niño Dios? ¿Puede un niño humano ser como Dios, que se hace Niño sin dejar de ser Dios? ¿Puede un niño humano ser como el Niño Dios? Porque parece que, si el Niño Dios es Dios, entonces un niño humano no puede ser como el Niño Dios, porque Él es Dios y nosotros somos humanos.
         Y la respuesta es que sí, un niño humano SÍ puede ser como el Niño Dios, por la gracia santificante. La gracia, que recibimos en la Confesión Sacramental y en la Comunión Eucarística, nos da la vida de Dios hecho Niño, y es por eso que, siendo niños, podemos ser como Dios.
         Y como no hay nada más hermoso que parecernos a Dios, entonces los niños tenemos que tratar de imitar, es decir, tratar de ser, como el Niño Dios, y para esto tenemos que hacer dos cosas: primero, confesarnos con frecuencia –no importa que no hayamos hecho la Comunión, porque basta estar bautizados para poder confesarnos- y comulgar con frecuencia –si ya hicimos la Comunión-; lo segundo, es fijarnos cómo era el Niño Dios y tratar de ser como Él en la vida diaria, de todos los días.
         Veamos, ¿cómo era el Niño Dios? Lo que tenemos que saber es que el Niño Dios no sólo no tenía pecado porque era Dios –esto quiere decir que no pensaba, deseaba, decía ni hacía nada malo-, sino que en su Corazón de Niño había sólo Amor, un Amor inmenso, grande como mil cielos juntos, y con ese Amor amaba a su Papá Dios, que estaba en el cielo –San José era sólo padre adoptivo-, y amaba también, con locura, a su Mamá, la Virgen, y a su padre adoptivo, San José, además de amar a sus primos, a su familia, a sus amigos y a todos los niños y a todos los hombres del mundo. Y como tenía mucho pero mucho amor a Dios, era el Amor de su Corazón el que hacía que rezara siempre, porque rezar quiere decir hablar con Dios y uno habla con alguien cuando lo ama, y cuanto más lo ama, más habla y más quiere estar con quien se ama: como el Niño Dios amaba mucho a su Papá Dios, rezaba mucho, para estar siempre con Él. El Amor de su Corazón hacía que el Niño Dios amara tanto pero tanto a sus papás, que les obedecía en todo y en todo los ayudaba, para que estuvieran siempre contentos. Y como el Niño Dios amaba a todos los hombres, con todos era siempre bueno y amable, incluso cuando alguien, sin justificación, se molestaba con Él. El Niño Dios amaba, con el Amor de su Corazón, más grande que mil cielos juntos, a Dios, a sus Papás, a sus hermanos, los hombres y tanto era su Amor, que desde Niño se ofreció para dar la vida por la salvación de todos los hombres.

         Así tenemos que ser nosotros, así tenemos que tratar de ser los niños: como el Niño Dios. Y para poder ser como Él, le vamos a pedir a la Mamá del Niño Dios, la Virgen, que nos ayude a ser como Jesús, el Niño Dios. Le rezamos así a la Virgen: "Virgen María, Mamá del Niño Dios, ayúdanos a ser santos como tu Hijo Jesús".

domingo, 16 de octubre de 2016

El Evangelio para Niños: Hay que rezar sin desanimarse


(Domingo XXIX – TO – Ciclo C – 2016)
         Jesús nos enseña que debemos rezar a Dios, pero que si nos parece que Dios demora en darnos lo que pedimos –por supuesto que siempre tienen que ser cosas buenas, útiles para la salvación del alma-, no debemos perder el ánimo. Por el contrario, debemos continuar rezando, sabiendo que Dios siempre escucha las oraciones –pero escucha más a las oraciones que le dirigimos a través de la Virgen-, porque Él es un Dios Justo y Misericordioso, que no dejará de darnos lo que en justicia nos sea conveniente para nuestra salvación.
         Hay muchas personas que rezan a Dios pidiéndole algún favor, pero como Dios no les concede en el tiempo que ellas quieren, se cansan y dejan de rezar. Pero no es esto lo que nos dice Jesús, sino lo contrario: que debemos rezar sin desanimarnos. Un ejemplo de oración perseverante y sin desánimo es la mamá de San Agustín (dicho sea de paso, es el ejemplo para toda madre): rezó durante treinta años pidiendo por la conversión de su hijo, porque veía que iba por mal camino: iba de fiesta con malas compañías, formaba parte de sectas, tuvo dos hijos sin estar casado, no asistía a la Iglesia, no se confesaba, no comulgaba. Santa Mónica veía que Agustín, de seguir así, se iba a condenar, y eso le causaba mucho dolor, porque se iba a separar de su hijo para siempre, y por eso le pedía a Dios, día y noche, con llantos y con sacrificios, por su conversión. Pero Santa Mónica no rezó ni un día, ni dos; tampoco un año, o cinco años: rezó por treinta años seguidos. Finalmente, Dios le concedió mucho más de lo que pedía –en un segundo cambió su vida, en un “abrir y cerrar de ojos”, como dice Jesús-, porque su hijo no solo se convirtió, sino que fue uno de los santos más grandes de la Iglesia Católica.

         Santa Mónica es ejemplo para toda madre, primero porque reza por su hijo, y después, porque no pide para su hijo una buena esposa –lo cual no estaría mal que lo hiciera-, ni tampoco un buen trabajo, ni una vida sin problemas económicos: pide para su hijo la conversión del corazón, que es la gracia más grande que puede un alma recibir en esta vida, porque significa que esa persona ya no se alejará de Jesús, su Salvador y que así entrará en el Reino de los cielos. Además, con su oración perseverante durante treinta años, Santa Mónica es el ejemplo perfecto de cómo tenemos que hacer oración sin perder el ánimo, llevados por la confianza y el amor de Dios, porque sabemos que Dios nos ama y que escucha y concede lo que le pedimos para nuestra salvación, siendo así verdad el dicho: “De Dios obtenemos lo que de Dios esperamos”. Santa Mónica nos enseña –y sobre todo a las madres-, no sólo lo que hay que pedir, sino también que la solución a la inseguridad –que se deriva del alejamiento de Dios- no se resuelve, en última instancia, con medios humanos, sino sobrenaturales, porque su hijo abandona el mal camino cuando se convierte, es decir, cuando su corazón, movido por la gracia, comienza a contemplar y a amar a Jesús. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

El Niño Jesús, ejemplo para toda la vida


         Muchas veces, cuando somos niños, los mayores nos preguntan: “¿Qué querés ser, cuando seas grande?”. Y muchos niños dicen: “Quiero ser maestro, como mi mamá”; “Quiero ser médico, como mi papá”; “Quiero ser zapatero, como mi tío”; “Quiero ser futbolista, como Messi”. Es decir, siempre, cuando somos niños, tenemos alguien, generalmente un adulto, que nos sirve de ejemplo. Y tanto es así que, la mayoría de las veces, lo que somos de grandes, es porque, cuando éramos niños, veíamos a un adulto y queríamos ser como él.
         En mi caso, soy maestro de primaria, como mi mamá; soy médico, como mi papá; soy sacerdote, como un tío abuelo mío. Y también quería ser militar, como mis tíos, primos de mi mamá. Como decíamos,  muchas veces, lo que somos de grandes, es porque de niños veíamos a los adultos y queríamos ser como ellos. No está mal hacer esto, pero hay algo que tenemos que saber: primero, que sólo tenemos que imitar las cosas buenas de los adultos, y nunca si hay algo que no es bueno, sino malo, porque sucede que a veces, los adultos pueden equivocarse y hacer cosas malas, y en eso malo, nunca hay que imitar a nadie.
La otra cosa que tenemos que saber -y es muy importante- es que, más allá de que deseemos ser como tal o cual adulto, todos, absolutamente todos los niños, deberían tener como ejemplo y modelo de cómo ser en la vida, a un niño: el Niño Jesús.
         Es decir, todo niño, siendo niño –e incluso ya siendo adulto más tarde-, debe tener como modelo y ejemplo de vida, al Niño Jesús. La razón es que el Niño Jesús es Dios hecho niño, sin dejar de ser Dios, para que los niños sean iguales a Él, que es Dios. Todos los niños deben desear ser como el Niño Jesús: así como era el Niño Jesús, así deben ser los niños: Jesús amaba a sus papás, la Virgen y San José, y como los amaba tanto, por el gran amor que les tenía, siempre les obedecía y la única vez que se separó de ellos fue a los doce años, pero porque debía dedicarse a los asuntos de su Padre Dios; Jesús nunca dijo mentiras, ni tampoco hizo nada malo, ni siquiera tuvo el más pequeño mal pensamiento, porque era imposible que hiciera algo malo, o que Él se portara mal, porque era Dios, y aquí, algún niño podría decir: “Bueno, pero yo no soy Dios, y por eso es que a veces me porto mal, entonces no puedo ser como Jesús”, y eso es verdad, porque somos pecadores, pero también es verdad que la gracia de Dios nos auxilia y nos fortalece y nos hace ser como el Niño Jesús, sólo basta que yo quiera realmente ser como Él. ¿Dónde encuentro la gracia para ser como Jesús? En dos sacramentos: la Confesión y la Comunión. La Confesión limpia mi alma y la deja con la inocencia del alma de Jesús; la Comunión, convierte mi corazón en el Corazón del Niño Jesús. Por la gracia, entonces, sí puedo ser como el Niño Jesús.

         Entonces, cuando alguien me pregunte: “¿Qué querés ser, cuando seas grande?”, los niños tenemos que responder: “Cuando sea grande, quiero ser como el Niño Jesús”. El Niño Jesús es nuestro ejemplo y modelo de vida, para toda nuestra vida, de niños y de adultos. ¿Por qué? Porque Jesús dice que sólo el que sea como niño entrará en el Reino de los cielos: “Si no se hacen como niños, no entraréis en el Reino de los cielos”. Entonces, sea que seamos grandes o pequeños, todos tenemos que tratar de ser como el Niño Jesús, para que así todos lleguemos al Reino de Dios.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Santo Rosario meditado para Niños: Misterios de Luz


         Primer Misterio: El Bautismo de Jesús: Mientras Juan bautiza a Jesús, el Espíritu Santo desciende sobre su cabeza y se escucha la voz de Dios Padre: “Éste es mi Hijo muy querido”. Gracias a Jesús, cuando fuimos bautizados, Dios nos envió el Espíritu Santo y nos adoptó como “hijos suyos muy queridos”. ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, haz que yo me comporte como hijo adoptivo de Dios!
         Segundo Misterio: Las Bodas de Caná: Por intercesión de la Virgen, Jesús hace un milagro: convierte el agua en vino, como anticipo de la conversión del vino en su Sangre, en la Santa Misa. ¡María, Madre de Dios, intercede para que mi corazón sea como las tinajas de Caná, para que se llenen con el Vino de la Nueva Alianza, la Sangre de Jesús!
         Tercer Misterio: La predicación del Reino y el llamado a la conversión: Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios, pero para poder entrar en él, debemos separar nuestro corazón de las cosas de la tierra, y elevarlo al cielo. ¡Oh María, Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nuestros corazones contemplen y amen a tu Hijo, Jesús Sacramentado!
         Cuarto Misterio: La Transfiguración en el Monte Tabor: Jesús deja traslucir su gloria, que resplandece más que mil soles juntos, y así como está en el Tabor, así resplandece en la Eucaristía. ¡Oh Jesús, Sol de mi alma, ilumíname con los rayos de tu gracia, para que ya no viva más en la oscuridad del pecado!

         Quinto Misterio: La institución de la Eucaristía: En la Última Cena, Jesús instituye la Eucaristía, quedándose entre nosotros bajo apariencia de pan, para darnos el Amor de su Sagrado Corazón y acompañarnos “todos los días, hasta el fin del mundo”. ¡Oh Jesús, haz que desee tanto tu compañía, que no pueda vivir ni un solo día sin la Eucaristía!

domingo, 2 de octubre de 2016

El Evangelio para Niños: La fe como un grano de mostaza



(Domingo XXVII – TO – Ciclo C - 2016)

         “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, ustedes le dirían a esa morera que se plante en el mar y ella lo haría” (Lc 17, 3-10). Al decirnos esto, Jesús quiere hacernos ver cuánto poder tiene nuestra fe en Él como Hombre-Dios: si nuestra fe fuera al menos del tamaño de un grano de mostaza –que es muy pequeñito-, seríamos capaces de mover un árbol y plantarlo en el mar, es decir, seríamos capaces de obrar milagros. En realidad, esto es lo que hicieron los grandes santos: hicieron milagros en el Nombre de Jesús, como por ejemplo, San Juan Bosco, que una vez que no había suficiente pan para sus alumnos, hizo que se multiplicaran y alcanzó para todos. También nosotros, si tuviéramos fe, aunque sea muy pequeña, del tamaño de un grano de mostaza, seríamos capaces de obrar milagros.
         Pero es evidente que no podemos mover un árbol, y ni siquiera una hoja. ¿Eso quiere decir que mi fe es muy pequeña? En realidad, no es necesario hacer milagros ni mover árboles, para saber cómo es nuestra fe. Podemos hacer una prueba muy sencilla, sin necesidad de hacer milagros: por ejemplo, si Jesús en el Evangelio me dice: “Honra a tu padre y a tu madre”, pero yo les contesto mal, o desobedezco, o miento, entonces mi fe es muy, pero muy pequeña; si Jesús dice: “Santificarás las fiestas”, pero yo falto a Misa por pereza, sin hacer caso a lo que Jesús me dice, entonces mi fe es muy pequeña; si Jesús dice: “Ama a tus enemigos”, pero yo guardo enojo con un prójimo que me hizo un daño, entonces, mi fe es mucho más pequeña que un grano de mostaza; si Jesús me dice: “Carga la cruz de cada día”, pero yo no quiero cargar la cruz, porque me siento a gusto con el hombre viejo, que se deja llevar por las pasiones, entonces mi fe es más pequeña que un grano de mostaza.

         “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, ustedes le dirían a esa morera que se plante en el mar y ella lo haría”. No hace falta, entonces, trasplantar un árbol en el mar, para saber si mi fe es o no grande. Si cumplo los Mandamientos de Jesús, entonces mi fe es grande, porque tiene más fuerza que la que se necesita para arrancar un árbol y plantarlo en el mar: si cumplo los Mandamientos de Jesús, quiere decir que mi fe tiene la fuerza misma del cielo que se necesita para cambiar mi corazón, para que deje de amar las cosas del mundo, y comience a amar a Dios, con todo el amor del que sea capaz.

domingo, 25 de septiembre de 2016

El Evangelio para Niños: Porqué se salva el pobre Lázaro



(Domingo XXVI – TO – Ciclo C – 2016)

         Jesús nos cuenta la siguiente parábola: un hombre –que se llama Epulón, según otras partes del Evangelio- era muy rico, y comía cosas ricos todos los días y todo el día, y se vestía con ropa muy cara, de seda y de lino finísimos. A la puerta de la casa de Epulón, solía ir un mendigo, llamado Lázaro, que no tenía ni un solo centavo y por eso pasaba mucha hambre; además, estaba solo, porque no tenía parientes ni amigos, y estaba muy enfermo, con su cuerpo cubierto de heridas, y como le costaba mucho moverse, estaba tirado en el suelo casi todo el día, y los únicos que le hacían compañía eran los perros, que podemos decir que eran los únicos que tenían compasión de él, porque le lamían las heridas.
         Pasó un día que los dos murieron, pero fueron a lugares distintos: Epulón fue al infierno, un lugar de mucho dolor a causa de las llamas y además porque el que está ahí sabe que ha perdido a Dios para siempre, y que nunca jamás podrá ser feliz, porque nunca jamás verá a Dios. Lázaro, en cambio, fue al cielo, en donde se volvió joven y sano, y además su corazón saltaba de alegría, porque no solo habían desaparecido todas las cosas malas que le habían sucedido, sino que ahora estaba con Dios para siempre.
         ¿Por qué se condenó Epulón en el Infierno? ¿Acaso se condenó porque era rico? No, Epulón no se condenó por ser rico: se condenó porque, teniendo casa, dinero, alimento, medicamentos, para ayudar a su hermano Lázaro, se los quedó todo para él, porque su corazón era un corazón avaro, en el que no había amor ni a Dios ni al prójimo, y sólo había amor egoísta hacia él mismo. Lo que lo condenó a Epulón fue no tener amor a Dios y al prójimo y además pensar en él y sólo en él, sin importarle que Lázaro, su hermano, estaba sufriendo.
         ¿Y por qué se salvó Lázaro? ¿Lázaro se salvó porque era pobre? No, Lázaro no se salvó porque era pobre, sino porque amaba a Dios y al prójimo. ¿Y cómo demostraba ese amor a Dios? Lo demostraba no sólo no quejándose por todas las cosas malas que le sucedían –estaba enfermo, solo, cubierto de heridas, pasaba hambre, porque deseaba alimentarse aunque sea de las migajas que caían de la mesa de Epulón y no podía, y no tenía ni un centavo en el bolsillo-, y sin embargo, a pesar de todas estas cosas malas, el amor a Dios en el corazón de Lázaro era tan grande, que no había lugar ni siquiera para el más pequeñísimo reproche a Dios; aún más, le daba gracias por permitirle sufrir en su Nombre y le pedía perdón por ser pecador. ¿Y cómo demostraba su amor al prójimo? Demostraba su amor al prójimo, en este caso, Epulón, comprendiendo sus debilidades –una obra de misericordia es soportar con paciencia los defectos del prójimo-, no teniendo para con Epulón ni siquiera el más mínimo enojo, a pesar de que Epulón se portaba de forma tan mala y egoísta con él, porque pudiendo ayudarlo, no lo hacía. Es decir, en el corazón de Lázaro había amor a Dios y al prójimo, que junto con el amor a sí mismo, forman el Primer Mandamiento, el más importante de todos, que abre las puertas del cielo y esa fue la razón por la que se salvó.

         ¿Qué nos enseña la parábola? Que todos somos Epulón, porque todos tenemos riquezas con las cuales auxiliar a nuestros hermanos, sean materiales –como dinero, alimentos, medicamentos-, o sean riquezas espirituales –podemos dar un consejo al que lo necesite, podemos rezar por vivos y muertos, podemos dar afecto y cariño a  los que nos rodean, y así muchas otras cosas más-; por lo tanto, todos podemos y debemos, si queremos salvar el alma, ver de qué manera ayudamos a nuestros hermanos más necesitados. La otra enseñanza de la parábola es que todos debemos ser como Lázaro, es decir, debemos amar a Dios, dándole gracias y alabándolo en todo momento, sea en momentos alegres como en momentos difíciles y tristes, sin quejarnos nunca de sus planes para con nosotros, y para poder hacer esto, debemos enriquecernos con el Tesoro más grande que tiene la Iglesia, y es el Sagrado Corazón de Jesús, que late con el Amor de Dios en la Eucaristía.

sábado, 17 de septiembre de 2016

El Evangelio para Niños: Jesús quiere que seamos astutos en las cosas de Dios


(Domingo XXV - TO - Ciclo C - 2016)

En este Evangelio, Jesús nos cuenta el caso de un mayordomo que hacía trampas a su dueño y, cuando este lo descubre, termina por despedirlo (Lc 16, 1-13). Entonces, lo que decide hacer, es llamar a los que le debían a su amo y rebajarles la deuda, por ejemplo, si debían diez sacos de trigo, los hacía firmar por cinco, entonces, era como que estuviera “regalando” esos cinco sacos de trigo, aunque realidad era un robo, porque él no podía hacer eso, porque no eran suyos. Así, el mayordomo pensaba que, cuando él estuviera en la calle y sin trabajo, aquellos a los que había favorecido, lo recibirían en sus casas como amigo y lo tratarían bien. Su amo se entera de este nuevo engaño y lo alaba, admirándose por la astucia que había demostrado.

¿Y qué dice Jesús? Como Jesús no dice nada, parece que está aprobando esta trampa del mayordomo, porque lo único que dice es: “Los hijos de las tinieblas son más astutos en sus asuntos que los hijos de la luz”. En realidad, Jesús no aprueba lo que está mal, que es el robo, y jamás lo podría hacer, porque Él es Dios tres veces Santo; lo que Jesús nos quiere enseñar en esta parábola, es que nosotros también debemos ser astutos, sagaces, inteligentes, con los dones que Dios nos dio –la inteligencia, la voluntad, el bautismo, la confirmación- para ganar almas para el cielo. Él mismo nos dice que seamos como dos animales –o más bien, como tres, porque dice que seamos “mansos y humildes de corazón” como Él, que es el Cordero de Dios-, cuando dice: “Sed mansos como palomas y astutos como serpientes” (Mt 10, 16). Esto es lo que Jesús quiere de nosotros: que seamos mansos, pero también astutos, para que seamos administradores fieles y sagaces, que hagamos fructificar los dones que Él nos dio, para salvar muchas almas y así, cuando dejemos de ser administradores, al final de la vida, Él nos haga pasar al Reino de Dios “para gozar de Dios”.

sábado, 10 de septiembre de 2016

El Evangelio para Niños: Dios Padre se alegra cuando nos confesamos


(Domingo XXIV – TO – Ciclo C – 2016)
“Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por cien justos que no necesitan conversión” (Lc 15, 1-32). Jesús nos narra tres parábolas, que tienen algo parecido: en las tres, algo se pierde –una moneda, una oveja, un hijo pródigo-; en las tres parábolas, el dueño va en busca de lo que se ha perdido –la mujer que barre la casa, el pastor que sale a buscar la oveja, el padre de la parábola que sale a esperar a su hijo hasta que regrese-; en las tres parábolas, el dueño de lo que se ha perdido, se alegra al encontrarlo –la mujer, el pastor, el padre-; en la última parábola, el padre organiza una fiesta, para celebrar el regreso de su hijo.
¿Qué nos enseña Jesús en estas parábolas?
Para responder, tenemos que saber que aquello que se pierde en la parábola –la dracma o moneda, la oveja, el hijo pródigo-, somos nosotros, pecadores, que por el pecado, nos ocultamos de la vista de Dios, así como Adán y Eva, en el Paraíso, se ocultaron de los ojos de Dios después de cometer el pecado original. Nosotros, o cualquiera que comete un pecado, se aparta de la vista de Dios, pero Dios nos ama tanto, que sale a buscarnos, y así tenemos que ver el amor de Dios que nos busca, por medio de Jesús, en la mujer que barre para buscar la dracma, en el pastor que sale a buscar su oveja, y en el cordero sacrificado por el padre de la parábola, para festejar el regreso de su hijo. La mujer que busca su moneda, el pastor que busca su oveja, y el padre que espera el regreso de su hijo, representan a Dios Padre, que sale a buscarnos por medio de Jesús, y que se alegra cuando nos confesamos, porque el vestido nuevo que le manda a poner a su hijo, las sandalias y el anillo, significan que es hijo suyo y no sirviente, y este vestido de fiesta simboliza la gracia santificante que recibimos cuando nos confesamos.
¿Y la fiesta que organiza el padre de la parábola? ¿Qué significa? Representa la Santa Misa: el padre hace sacrificar un cordero, y ese cordero representa a Jesús, que es el Cordero de Dios, que con su Sangre derramada en la cruz, quita los pecados del corazón del hombre. El banquete que nos sirve Dios Padre, para festejar nuestro regreso, cuando nos confesamos y nos revestimos con la gracia santificante, es la Santa Misa, y está compuesto de: Carne, Pan y Vino: la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, la Eucaristía; el Pan Vivo bajado del cielo, su Cuerpo glorificado en la Hostia; y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Jesús derramada en la cruz y recogida en el cáliz del altar eucarístico.
La Santa Misa es el banquete organizado por Dios Padre, en el que sacrifica su Cordero, Jesús, para festejar nuestro regreso a su Casa, que se produce luego de confesarnos.


sábado, 3 de septiembre de 2016

El Evangelio para Niños: Qué tenemos que hacer para ser discípulos de Jesús


Jesús Niño crucificado.


(Domingo XXIII – TO – Ciclo C – 2016)

         En este Evangelio, Jesús nos dice que tenemos que hacer tres cosas si queremos ser sus discípulos: renunciar a lo que tenemos, cargar la cruz y amarlo a Él más que a nuestros padres, hermanos e incluso hasta nuestra propia vida.
         ¿Qué quiere decir renunciar a lo que tenemos? Quiere decir que el que quiere ser sacerdote, o religiosa, tiene que dejar su familia, elegir no casarse y dejar todo el dinero o casas, o autos, que pudiera tener. Pero para el que no va a ser sacerdote ni religiosa, quiere decir renunciar a lo que nos aparta de Dios, que es el pecado: la mentira, el enojo, las peleas, la pereza.
         ¿Qué quiere decir cargar la cruz? Quiere decir que tenemos que llevarnos a nosotros mismos e ir detrás de Jesús, que va con la cruz a cuestas, hasta la parte más alta del Monte Calvario, para que ahí nuestro “yo” egoísta, malo, perezoso, muera en la cruz y así pueda nacer un nuevo “yo”, que vive la vida de la gracia y evita todo pecado como si fuera la peor de las pestes.
         ¿Qué quiere decir renunciar a la propia vida? Quiere decir estar dispuesto a perder la vida antes que renunciar a Jesús; por ejemplo, es lo que sucede hoy en Medio Oriente, en donde muchos niños cristianos prefieren morir antes que decir que no creen en Jesús. Pero para nosotros, que no nos persigue nadie, quiere decir que tenemos que estar dispuestos a perder la vida antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, y un ejemplo de esto es la gracia que pidió Santo Domingo Savio el día que hizo su Primera Comunión: “Morir antes que pecar”. Es decir, debemos estar dispuestos a perder la vida, antes que decir siquiera una mentira pequeña deliberadamente.
         Para que sepamos si somos verdaderamente amigos de Jesús, tenemos entonces que hacer estas tres cosas: renunciar a lo que tenemos, cargar la cruz, amar a Jesús más que a la propia vida.

            

jueves, 1 de septiembre de 2016

El Santo Rosario meditado para Niños: Misterios Dolorosos


         1er Misterio de dolor: la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. Jesús ve los pecados que cometemos y eso le causa tanta angustia, que suda Sangre. Son nuestros pecados del corazón los que hacen que Jesús sienta que está a punto de morir de pena. ¡María, Madre mía,  dame un corazón nuevo, sin rencores y lleno de amor, para que ya no le cause más dolor a Jesús!
         2º Misterio de dolor: la flagelación de Nuestro Señor. Según Santa Brígida, los soldados romanos dieron a Jesús más de cinco mil latigazos, que desprendieron su piel, haciendo caer su Sangre Preciosísima, como cuando un torrente de aguas cristalinas cae por la ladera de la montaña. Son los pecados contra la pureza. ¡María, Madre de Dios y Madre mía, dame pureza de cuerpo y alma y pídele a Jesús que por Sangre lave los pecados impuros de todos los hombres!
         3er Misterio de dolor: la coronación de espinas de Nuestro Señor. Colocan a Jesús una gran corona de espinas, filosas, gruesas, duras, que traspasan su cuero cabelludo y le hacen salir mucha Sangre. Son por mis pecados de pensamiento. ¡María, Madre mía, dile a Jesús que me dé la gracia de tener siempre pensamientos santos y puros, como Él los tiene en la coronación de espinas!
         4to Misterio de dolor: Nuestro Señor con la Cruz a cuestas, marcha camino del Calvario. La Cruz de madera es muy pesada, porque está cargada con nuestros pecados, los pecados de toda clase, que serán lavados por la Sangre de Jesús. ¡María, Madre mía, haz que yo nunca rechace la cruz de Jesús, el único camino que lleva al cielo!

         5º Misterio de dolor: Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Luego de tres horas de dolorosa agonía, Jesús muere dando un fuerte grito: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu!”. ¡María, Madre mía, haz que la Sangre Preciosísima de Jesús caiga sobre nuestros corazones, para que así queden purificados de todo pecado y santificados por su gracia celestial!

miércoles, 24 de agosto de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 35 - El Santo Rosario



Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 35 - El Santo Rosario


Las apariciones de la Virgen en Fátima a los tres Pastorcitos son una de las más grandiosas manifestaciones marianas de todos los tiempos y dentro de todos sus mensajes espirituales, uno de los más importantes está relacionado con el rezo del Santo Rosario: ese mensaje es que la Virgen quiere que sea rezado por todos, pero especialmente por los niños, porque cuando la Virgen se les apareció, los Pastorcitos tenían edades que oscilaban entre los siete y los diez años.
         Ya desde la primera aparición, acaecida el 13 de mayo de 1917, la Virgen manifestó su interés –que es el interés del mismo Dios Trino- en que se rezara el Rosario. En esa ocasión Lucía le preguntó si ella y Jacinta irían al cielo, y la Virgen le contestó que sí, pero cuando preguntó por Francisco, la Madre de Dios contestó: “También irá, pero tiene que rezar antes muchos rosarios”. Aquí hay una primera indicación que señala al Rosario como camino para llegar al cielo. Luego de decir esto, la Virgen de Fátima abrió sus manos y les comunicó a los tres Pastorcitos una luz divina muy intensa. Ellos cayeron de rodillas y alabaron a la Santísima Trinidad y al Santísimo Sacramento. Luego la Virgen señaló: “Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. La Virgen les hace experimentar la luz de Dios, después de pedirles que recen el Rosario, para que nos demos cuenta que esa misma luz invade el alma, por la gracia, cuando se reza el Rosario. Después les pide que recen el Rosario “todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”, porque en ese entonces, se desarrollaba la Primera Guerra Mundial. Efectivamente, al poco tiempo, esta Guerra terminó y hoy si bien no hay una Guerra Mundial, sí hay muchos motivos para rezar el Rosario, ya que se necesita paz para las personas, para las familias, para la sociedad y también para todo el mundo. Y algo muy importante, la paz que se obtiene por el rezo del Rosario, no es una paz que viene de los hombres, sino que es una paz que, viniendo de Dios, nos la trae la misma Virgen María.
En la segunda aparición la Virgen María se les presentó después que ellos rezaron el Santo Rosario, para que nos demos cuenta de cómo Ella está escuchando nuestro rezo de cada Rosario, y en la tercera ocasión Nuestra Señora les enseñó una oración para pedir ser librados del infierno y la misericordia divina: “Cuando recen el Rosario, decid después de cada misterio: ‘Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia’”. Como podemos ver, el Rosario, además de alcanzarnos la paz de Dios, es una oración que nos ayuda a llegar al cielo y evitar el infierno, y además para implorar misericordia a Dios, pidiéndole por la conversión de los pecadores.
Para la cuarta aparición Jacinta le preguntó a la Madre de Dios lo que quería que se hiciera con el dinero que la gente dejaba en Cova de Iría. La Virgen les indicó que el dinero era para la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario y que lo que quedaba era para una capilla que se debía construir. En esa misma aparición, la Virgen tomó un aspecto muy triste y les dijo: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quién se sacrifique y rece por ellas”. La expresión de tristeza de la Virgen se debe a que, como Madre, Ella ve cómo muchos de sus hijos se dirigen a la condenación eterna, por no tener quién rece por ellos. En las apariciones de Fátima, la Virgen se mostraba con su Inmaculado Corazón rodeado de espinas, que significan nuestros pecados y su dolor porque sus hijos no se convierten a Dios y este dolor se calma, en gran medida, por el rezo del Rosario. Nuevamente, aquí se manifiesta el gran poder que tiene el Rosario para pedir por los pecadores, y además, para calmar el gran dolor de la Virgen, ya que la Virgen experimenta un gran consuelo cuando rezamos el Rosario pidiendo por sus hijos que están más alejados de Dios. ¡Un motivo más para rezar el Santo Rosario!
Al llegar el día de la quinta aparición, los niños llegaron a Cova de Iría con dificultad debido a las miles de personas que les pedían que presentaran sus necesidades a Nuestra Señora. Los pastorcitos se pusieron a rezar el Rosario con la gente y la Virgen, al aparecerles, animó nuevamente a los niños a continuar rezando el Santo Rosario para alcanzar el fin de la guerra. Una vez más, la Virgen se les aparece después que ellos rezan el Rosario, lo cual nos hace ver cómo está María presente, en medio nuestro, cuando rezamos el Rosario.
En la última aparición, antes de producirse el famoso milagro del sol, en el que el astro pareció desprenderse del firmamento y caer sobre la muchedumbre, la Madre de Dios pidió que hicieran en ese lugar una capilla en su honor y se presentó como la “Señora del Rosario”. Posteriormente, tomando un aspecto más triste dijo: “Que no se ofenda más a Dios Nuestro Señor, que ya es muy ofendido”. Esto sucedió el 13 de octubre de 1917. El rezo del Santo Rosario puede causar milagros más grandes que el ver danzar al sol, y es la conversión de un corazón a Jesús, Sol de justicia, y esto se debe a que, en el Rosario, interviene la Madre de Dios concediendo sus gracias, aunque nosotros no nos demos cuenta.
Después de las Apariciones de la Virgen, unos 40 años después, Lucía, convertida en monja carmelita descalza, dio una entrevista al entonces Postulador de la Causa de Beatificación de Francisco y Jacinta Marto y a algunos miembros del alto clero. Allí manifestó que la Santísima Virgen les dijo, tanto a sus primos como a ella, que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo: el Santo Rosario y el Inmaculado Corazón de María. Esto es particularmente importante para nuestros días, por lo que debemos rezar el Santo Rosario con fervor y amor, y consagrarnos al Inmaculado Corazón de María, para aliviar al Corazón de Jesús, que sufre por las almas que no quieren convertirse y viven en el camino del error y del mal.
Pero además, el Rosario es fuente de gracias inimaginables; podemos decir que tenemos en nuestras manos la llave que abre los tesoros del Corazón de Jesús, y ésa llave es el Santo Rosario. Con el Rosario podemos conseguir todas las gracias que pidamos y la solución de todos los problemas, porque es la Virgen, nuestra Madre, la que interviene cuando le pedimos algo a través del Rosario. Dice así Sor Lucía: “No hay problema por más difícil que sea: sea temporal y, sobre todo, espiritual; sea que se refiera a la vida personal de cada uno de nosotros o a la vida de nuestras familias, del mundo o comunidades religiosas, o a la vida de los pueblos y naciones; no hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con el rezo del Santo Rosario”. “No hay problema que no pueda ser resuelto por medio del rezo del Santo Rosario”; entonces, ¿qué esperamos para rezarlo?
Sor Lucía dijo también que con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas. “Por eso, el demonio hará todo lo posible para distraernos de esta devoción; nos pondrá multitud de pretextos: cansancio, ocupaciones, etc., para que no recemos el Santo Rosario”, advirtió.
Por medio del Santo Rosario, el camino de la salvación eterna será fácil y agradable, porque con el Santo Rosario “practicaremos los Santos Mandamientos, aprovecharemos la frecuencia de los Sacramentos, procuraremos cumplir perfectamente nuestros deberes de estado y hacer lo que Dios quiere de cada uno de nosotros”.
Por último, dice Sor Lucía que el Rosario es un arma, un arma espiritual, una de las más grandiosas que podamos tener en nuestras manos; un arma con la que nos venceremos a nosotros mismos, a la tentación y al Demonio y lograremos resonantes triunfos espirituales: “El Rosario es el arma de combate de las batallas espirituales de los últimos tiempos”, afirmó la vidente de la Virgen de Fátima.
Además de todo esto, podemos decir que el Santo Rosario es la forma más hermosa de agradar a Nuestra Madre del cielo, la Virgen, porque cada Ave María es una rosa espiritual que le regalamos a la Virgen, lo que significa que cada Rosario es un hermoso ramo de rosas que le damos a Nuestra Madre celestial. Y es la oración que más le gusta, porque le hacemos recordar el momento en que el Ángel le anunció la noticia más maravillosa para toda la humanidad: que Ella sería la Madre de Dios. También le recordamos que esté con nosotros en la hora en que debamos pasar de este mundo a la otra vida, para luego seguir estando con Ella y con Jesús para siempre. Con el Rosario, entonces, agradamos al Inmaculado Corazón de María y le quitamos un poco la tristeza que le dan muchos de sus hijos, que no se acuerdan de Ella.
Paz de Dios, conversión de los pecadores, alivio del Corazón de María, alivio del Corazón de Jesús, fuente de gracias, cumplimiento de la voluntad de Dios, vida de santidad. ¡Recemos el Rosario!