(Homilía
en ocasión de una Santa Misa de Primeras Comuniones para CAFA, Catequesis
Familiar)
Cuando vemos la Eucaristía, nuestros sentidos nos engañan,
porque vemos algo que parece pan. Cuando comulgamos la Eucaristía, nuestros
sentidos nos engañan, porque el sabor es el sabor del pan. Es decir, si
nosotros vemos la Eucaristía según nuestros sentidos y según nuestros
pensamientos, pensamos que la Eucaristía es “algo”, como si fuera una “cosa”. Sin
embargo, no nos debemos dejar llevar por nuestros sentidos y debemos acudir a
la fe, para saber la verdad última acerca de la Eucaristía. La fe católica nos
dice que la Eucaristía no es “algo”, sino “Alguien”; es decir, la fe nos dice que
la Eucaristía no es una “cosa” sino una “persona”. ¿Y quién es esa persona? Esa
Persona, que está en la Eucaristía, invisible pero real, es Cristo Jesús, el
Hijo de Dios encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad hecho hombre, sin
dejar de ser Dios. Entonces, si nuestros sentidos y nuestra razón nos dicen que
la Eucaristía es “algo”, una “cosa”, con sabor y apariencia de pan, la fe
católica nos dice algo muy distinto, nos dice que la Eucaristía es Alguien, es
una Persona y esa Persona es Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios. Por esta razón
es que comulgar no es igual a comer, aun cuando visto desde afuera, parezca que
es un acto igual al que hace alguien cuando ingiere un poco de pan: comulgar es
entrar en comunión de vida y amor con Jesús, es abrirle las puertas del corazón
a Jesús, para que Jesús entre en nuestros corazones, en nuestras almas, para
derramar todo el contenido de su Sagrado Corazón Eucarístico, que es el Amor de
Dios, el Espíritu Santo. Cuando comulguemos, por lo tanto, no debemos hacer
caso de nuestra razón y de nuestros sentidos, porque si no, seremos engañados,
ya que pensaremos que estamos recibiendo sólo un poco de pan bendecido: cuando
comulguemos, dejemos que la fe ilumine nuestra inteligencia y nuestro corazón,
para que sepamos en realidad qué es lo que estamos haciendo: no estamos
ingiriendo un trocito de pan bendecido, sino que estamos abriendo las puertas del
corazón a Dios Hijo, Jesús de Nazareth. En el libro del Apocalipsis, Jesús
dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré en él
y cenaré con él y él conmigo”. Este pasaje del Apocalipsis se refiere a la
Comunión Eucarística, porque está hablando de qué es lo que sucede cuando
comulgamos: cuando comulgamos, Jesús está a las puertas de nuestros corazones y
llama, suavemente, como cuando alguien golpea la puerta y llama a quien más ama
–la madre, el padre, los hermanos, los amigos-, esperando que quien está
adentro le responda, abriendo la puerta. Antes de comulgar, Jesús está en la
Eucaristía y golpea a las puertas de nuestros corazones, llamándonos por
nuestro nombre y espera que nosotros lo recibamos, es decir, que comulguemos,
que lo hagamos entrar en nuestros corazones. Comulgar, entonces, no es comer un
pedacito de pan: es responder al llamado de Amor de Cristo Jesús que, oculto en
la Eucaristía, quiere entrar en nuestros corazones, para colmarlos con el Amor
de su Sagrado Corazón.
Es muy importante distinguir y saber, entonces, que la
Eucaristía no es “algo”, sino “Alguien” y ese “Alguien” es Cristo Jesús. A
muchos les pasa que creen que la Eucaristía es una “cosa”, un pedacito de pan y
así, nunca pueden entrar en comunión de vida y amor con Jesús. Nosotros, que
sabemos que la Eucaristía es “Alguien”, una persona que se llama Cristo Jesús,
el Hijo de Dios, al comulgar, no comulguemos como quien come un poco de pan:
movidos por el Amor de Dios, abramos las puertas de nuestros corazones para que
Jesús entre en nuestros corazones y derrame en ellos el Amor infinito y eterno
de su Sagrado Corazón Eucarístico.