Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 24 de noviembre de 2018

La Eucaristía no es algo, sino Alguien: Cristo Jesús



(Homilía en ocasión de una Santa Misa de Primeras Comuniones para CAFA, Catequesis Familiar)
         Cuando vemos la Eucaristía, nuestros sentidos nos engañan, porque vemos algo que parece pan. Cuando comulgamos la Eucaristía, nuestros sentidos nos engañan, porque el sabor es el sabor del pan. Es decir, si nosotros vemos la Eucaristía según nuestros sentidos y según nuestros pensamientos, pensamos que la Eucaristía es “algo”, como si fuera una “cosa”. Sin embargo, no nos debemos dejar llevar por nuestros sentidos y debemos acudir a la fe, para saber la verdad última acerca de la Eucaristía. La fe católica nos dice que la Eucaristía no es “algo”, sino “Alguien”; es decir, la fe nos dice que la Eucaristía no es una “cosa” sino una “persona”. ¿Y quién es esa persona? Esa Persona, que está en la Eucaristía, invisible pero real, es Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad hecho hombre, sin dejar de ser Dios. Entonces, si nuestros sentidos y nuestra razón nos dicen que la Eucaristía es “algo”, una “cosa”, con sabor y apariencia de pan, la fe católica nos dice algo muy distinto, nos dice que la Eucaristía es Alguien, es una Persona y esa Persona es Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios. Por esta razón es que comulgar no es igual a comer, aun cuando visto desde afuera, parezca que es un acto igual al que hace alguien cuando ingiere un poco de pan: comulgar es entrar en comunión de vida y amor con Jesús, es abrirle las puertas del corazón a Jesús, para que Jesús entre en nuestros corazones, en nuestras almas, para derramar todo el contenido de su Sagrado Corazón Eucarístico, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Cuando comulguemos, por lo tanto, no debemos hacer caso de nuestra razón y de nuestros sentidos, porque si no, seremos engañados, ya que pensaremos que estamos recibiendo sólo un poco de pan bendecido: cuando comulguemos, dejemos que la fe ilumine nuestra inteligencia y nuestro corazón, para que sepamos en realidad qué es lo que estamos haciendo: no estamos ingiriendo un trocito de pan bendecido, sino que estamos abriendo las puertas del corazón a Dios Hijo, Jesús de Nazareth. En el libro del Apocalipsis, Jesús dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré en él y cenaré con él y él conmigo”. Este pasaje del Apocalipsis se refiere a la Comunión Eucarística, porque está hablando de qué es lo que sucede cuando comulgamos: cuando comulgamos, Jesús está a las puertas de nuestros corazones y llama, suavemente, como cuando alguien golpea la puerta y llama a quien más ama –la madre, el padre, los hermanos, los amigos-, esperando que quien está adentro le responda, abriendo la puerta. Antes de comulgar, Jesús está en la Eucaristía y golpea a las puertas de nuestros corazones, llamándonos por nuestro nombre y espera que nosotros lo recibamos, es decir, que comulguemos, que lo hagamos entrar en nuestros corazones. Comulgar, entonces, no es comer un pedacito de pan: es responder al llamado de Amor de Cristo Jesús que, oculto en la Eucaristía, quiere entrar en nuestros corazones, para colmarlos con el Amor de su Sagrado Corazón.
         Es muy importante distinguir y saber, entonces, que la Eucaristía no es “algo”, sino “Alguien” y ese “Alguien” es Cristo Jesús. A muchos les pasa que creen que la Eucaristía es una “cosa”, un pedacito de pan y así, nunca pueden entrar en comunión de vida y amor con Jesús. Nosotros, que sabemos que la Eucaristía es “Alguien”, una persona que se llama Cristo Jesús, el Hijo de Dios, al comulgar, no comulguemos como quien come un poco de pan: movidos por el Amor de Dios, abramos las puertas de nuestros corazones para que Jesús entre en nuestros corazones y derrame en ellos el Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico.

domingo, 18 de noviembre de 2018

El Evangelio para Niños: Antes que venga Jesús, vendrá uno que se hará pasar por Jesús



(Domingo XXXIII – TO – Ciclo B – 2018)

         El Evangelio nos enseña que Jesús vino por Primera Vez en Belén, como un Niño, en forma humilde, conocido por muy pocos: solo los ángeles y los pastores, además de su Mamá la Virgen y San José y los animalitos del pesebre, el buey y el asno, se enteraron de que había llegado a la tierra el Salvador de los hombres.
         El Evangelio nos enseña también que Jesús va a venir por Segunda Vez, del Día del Juicio Final, para juzgar a vivos y muertos y para dar, a los buenos, el Cielo y a los malos, el Infierno.
         ¿Cuándo vendrá por Segunda Vez? Eso no lo sabemos, porque Jesús dice que “nadie sabe la Hora, solo el Padre”. Cuando Jesús venga por Segunda Vez, el sol se apagará y dejará de dar luz, la luna se volverá oscura, las estrellas se caerán y los astros del cielo se conmoverán.
         No sabemos cuándo vendrá Jesús por Segunda Vez, por eso es que tenemos que estar “atentos y vigilantes”, con “las túnicas ceñidas”, es decir, con el alma en gracia y con las “velas encendidas”, es decir, con la luz de la fe en el alma, para esperar la Segunda Venida de Jesús. Tenemos que ser como el servidor bueno y fiel que espera a su amo, cumpliendo sus deberes, y está atento a su regreso.
         Es verdad entonces que no sabemos cuándo vendrá Jesús por Segunda Vez, pero el Catecismo de la Iglesia Católica nos da, en el número 675, una pista acerca de cuándo será ese día: cuando se presente en el mundo uno que se hará pasar por Jesús pero que no será Jesús y es el Anticristo, ésa será la señal de que Jesús ya está pronto para venir. ¿Y cómo vamos a reconocer al Anticristo? Porque hará dos cosas: suprimirá los Mandamientos de la Ley de Dios, diciendo que no hace falta que los cumplamos y también suprimirá la Misa, cambiándola por una ceremonia litúrgica vacía, que ofende a Dios, en donde no habrá transubstanciación, es decir, en donde no se producirá el milagro de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Los que comulguen en esas ceremonias, las falsas misas, comulgarán sólo pan y no el Cuerpo y la Sangre de Jesús, como hacemos nosotros. Entonces, cuando veamos que hay uno que dice, dentro de la Iglesia, que no hay que cumplir con los Mandamientos de la Ley de Dios y que la Misa va a ser cambiada, entonces sepamos que la Segunda Venida de Jesús está cerca, muy cerca. Y para eso tenemos que prepararnos, para encontrarnos cara a cara con Jesús, que vendrá como Justo Juez. ¿Y cómo nos vamos a preparar para el Día del Juicio Final? Haciendo tres cosas: evitando el pecado, viviendo en gracia y obrando la misericordia. Así, estaremos seguros de que el Justo Juez, Cristo Jesús, nos dirá: “Siervo bueno y fiel, pasa a gozar de tu Señor en el Reino de Dios”.

martes, 13 de noviembre de 2018

La Eucaristía es más valiosa que el cielo porque es Dios Hijo en Persona



(Homilía en ocasión de una Santa Misa de Primeras Comuniones)

         En el mundo existe mucha gente de buen corazón, pero que a pesar de esto, no tuvo la dicha de recibir la gracia del Bautismo y por lo tanto de ser hijos adoptivos de Dios. Y al no tener la gracia del Bautismo, tampoco tuvo el don de recibir en sus corazones al mismísimo Hijo de Dios en Persona, tal como ustedes lo van a hacer ahora. Mucha gente de buen corazón, querría estar en el lugar de ustedes el día de hoy, pero no lo está, porque no recibieron la dicha y el regalo enorme de Dios de ser adoptados como hijos suyos por el Bautismo y tampoco recibieron el regalo de hacer el Catecismo para tomar la Primera Comunión. Si se enteraran de lo que es la Eucaristía, Dios Hijo en Persona, muchos darían la vida por estar sentados donde ustedes están sentados. Muchos buscan a Dios con un corazón lleno de amor, pero no saben lo que ustedes saben, no saben que Jesús es Dios y está en la Eucaristía y por eso se quedan frustrados, al no poderlo recibir en sus corazones.
         No hay nada más valioso en el mundo que la Eucaristía, porque la Eucaristía es Dios Hijo en Persona, que viene a nuestra alma para darnos el Amor de su Sagrado Corazón. ¡Cuán errados están aquellos que, habiendo recibido el don del Bautismo y el don de la Eucaristía, una vez que recibieron la Primera Comunión, abandonan la Iglesia y dejan de comulgar! Quienes esto hacen, no saben lo que hacen, porque están perdiendo a Dios Hijo, Presente en Persona en la Eucaristía, por unos bienes mundanos y perecederos. Muchos católicos tienen estos dones, recibidos gratuitamente del cielo, y sin embargo, lo desprecian y lo desaprovechan, porque prefieren las cosas de la tierra antes que la Eucaristía. Hay muchos que el Domingo, en vez de acudir a la Iglesia para recibir el don de la Eucaristía, prefieren el fútbol, el paseo, la diversión, sin darse cuenta de la grandeza infinita y del inmenso valor de lo que pierden, al dejar de lado la Eucaristía.
         Para que nos demos cuenta del inmenso valor de la Eucaristía, consideremos lo siguiente: en las Escrituras se narra que San Pablo fue llevado a los cielos, estando aún en vida y quedó tan maravillado por las hermosura del cielo, que dijo que “ningún ojo vio” lo que Dios tiene preparado para los que lo aman., Nosotros no somos llevados al cielo y sin embargo podemos decir que comulgar la Eucaristía es un don inmensamente más grande que ser llevado al cielo, porque viene a nuestro corazón no el cielo con sus hermosuras, sino Dios en Persona, que es la Belleza y la Hermosura Increada y por quien es bello y hermoso todo lo que es bello y hermoso.
San Pablo fue llevado a los cielos, pero no recibió a Dios en su corazón, sino que vio las maravillas de Dios; cuando comulgamos, no somos llevados al cielo, sino que es el Dios de los cielos, el Dios ante el cual los cielos son nada, el que viene a nuestros corazones. Es decir, en vez de nosotros subir al cielo, Dios baja desde el cielo para quedarse en nuestros corazones y así convertir nuestros corazones en un cielo, porque allí se encuentra Dios en Persona. Pero todo esto sucede cuando el alma comulga y comulga en gracia; no sucede cuando el alma, por pereza, deja de asistir a Misa, o cuando comulga en estado de pecado mortal. Recibir la Sagrada Comunión es un don infinitamente más valioso que ser transportado a los cielos en esta vida mortal, porque es recibir al mismo Hijo de Dios en Persona; no dejemos la Comunión por las cosas del mundo y acudamos, con el corazón limpio por la gracia y convertido en trono de Jesús Eucaristía, a recibir la Eucaristía cada Domingo. No cometamos el error de muchos niños y jóvenes, para quienes la Primera Comunión se convierte en la última. Que nuestra Primera Comunión sea la Primera de muchas que, por la gracia de Dios, recibiremos en esta vida, para que así nuestros corazones queden colmados con el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Tomar la Primera Comunión es comenzar a vivir una vida nueva en Cristo



(Homilía en ocasión de la Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Hasta antes de tomar la Primera Comunión, solo habíamos oído hablar de Jesús: su vida, sus milagros, sus enseñanzas. Sólo lo conocíamos de oídas y a causa de tener que aprender las lecciones para aprobar las pruebas de Catecismo. Una vez que finalizamos el estudio, estamos en condiciones de tomar la Primera Comunión. Pero eso no significa que haya terminado nuestra tarea: ahora comienza una nueva etapa en nuestras vidas. Si antes conocíamos a Jesús sólo de oídas, ahora, por la Comunión Eucarística, lo vamos a conocer de otra manera: personalmente. Es decir, vamos a comenzar a entablar una relación de vida y de amor con Cristo Jesús, Dios Hijo hecho hombre, porque cada vez que yo comulgue, Jesús va a venir a mi corazón y yo voy a poder conocerlo y amarlo personalmente, no sólo de oídas. Por la Comunión Eucarística, Jesús entra en mi corazón y entra para darme todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Eso quiere decir que yo, al comulgar, debo estar muy atento, para escuchar los latidos del Corazón de Jesús y para eso, debo permanecer en silencio y recoger mis sentidos, de manera tal que sólo piense en Jesús y sólo escuche no los latidos de mi corazón, sino los latidos del Corazón de Jesús. Tomar la Primera Comunión quiere decir comenzar la mejor etapa de nuestras vidas, porque quiere decir que Dios vendrá a mi corazón y me hablará al oído y de lo que Dios me quiere hablar, es sólo del Amor que Él siente por mí, un Amor tan pero tan grande, que lo llevó a dar su vida por mí en la cruz, en el Calvario, hace dos mil años y lo lleva a renovar cada vez, en la Santa Misa, el don de su vida divina, por la Eucaristía. Comulgar quiere decir que voy a comenzar a conocer en Persona a Jesús, porque Jesús en Persona va a venir a mi corazón. Si amo a Jesús, entonces voy a tratar de comulgar todas las veces que pueda y cuando no pueda hacerlo sacramentalmente, entonces haré una comunión espiritual. Cuando dos personas se aman, quieren verse y esto es lo que Jesús quiere hacer conmigo: me ama tanto, pero tanto, que baja desde el cielo, invisible, en cada Santa Misa, para quedarse en la Eucaristía y así poder entrar en mi corazón. Quien ame a Jesús, se va a diferenciar de quien no lo ame, por la Comunión Eucarística: quien no ame a Jesús, no le importará no venir a Misa y no recibir la Comunión; en cambio, el que ame a Jesús, hará todo lo posible para venir a Misa y comulgar en gracia, no solo el Domingo, sino todos los días, si fuera posible. En esto se diferencian aquellos que no aman a Jesús y aquellos que sí lo aman: quienes sí lo aman, desean recibirlo en sus corazones por la Eucaristía y por eso acuden a la Santa Misa, no por obligación, sino por amor, para recibir el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Que esta Primera Comunión sea la primera de muchas y que por la Comunión comencemos la mejor etapa de nuestras vidas: el conocimiento personal de Jesús y la comunión de vida y amor con Él, Presente en la Eucaristía.
Le vamos a pedir a Nuestra Señora de la Eucaristía que nuestros corazones sean como la madera seca o como el pasto seco, para que al contacto con ese Carbón encendido en el Fuego del Amor de Dios, que es la Eucaristía, ardan al instante con las llamas del Espíritu Santo.