Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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jueves, 25 de noviembre de 2010

La Navidad no es esperar a Papá Noel; no es recibir regalos; no es comer cosas ricas


Hoy entramos en la Iglesia en una parte que se llama “Adviento”, una palabra rara que quiere decir que alguien “viene”. ¿Y quién viene, y adónde? El que viene, es Jesús, y viene a nacer en el altar, y en nuestro corazón. Por eso el “Adviento” es el tiempo en el que nos preparamos para festejar la Navidad, que es el Nacimiento del Hijo de Dios, Jesús.

En este tiempo, tenemos que empezar a pensar mucho, cada vez más, en el Niño Dios, que está por nacer: nos tenemos que preparar para la Navidad, para su Nacimiento.

Hace mucho, cuando Jesús iba a nacer en Belén, habían muchos judíos buenos que lo esperaban, porque habían leído las Escrituras, que decían que iba a nacer el Mesías. Y como ellos eran buenos y amaban a Dios y a sus prójimos, esperaban muy contentos que naciera el Niño Jesús.

Nosotros en Adviento tenemos que ser como esos judíos buenos: esperar la Navidad, que es el momento en el que va a nacer el Niño Dios, y para esperarlo, tenemos que prometerle a Jesús que vamos a tratar de ser cada día más buenos. Y no puede ser de otra manera, porque Jesús, que es muy bueno, que tiene un corazón puro y lleno de amor, no puede ser recibido por los que se portan mal. Entonces a todo este tiempo de Adviento, tenemos que vivirlo en la espera del Niño Dios, y para eso, preparamos nuestro corazón con obras buenas, con penitencia, y con mucha oración.

Cuando llegó el Niño Jesús, hace mucho tiempo, los pastores lo recibieron con alegría, y los Reyes Magos, le regalaron oro, incienso y mirra, que son perfumes muy ricos y muy caros. Nosotros también tenemos que hacer como los pastores: estar muy contentos y muy alegres, no por los regalos, sino porque el Niño Dios va a nacer, y tenemos que hacer como los Reyes Magos, y darles el oro de las buenas obras, el incienso de la oración, y la mirra de la pureza del cuerpo y del alma.

Pero también hay algo que tenemos que saber, porque puede ser que por la televisión y en la calle la gente nos diga que la Navidad no es esperar al Niño Dios, sino esperar a Papá Noel, y recibir regalos y comer cosas ricas.

Muchos nos quieren hacer creer que la Navidad es esperar que baje por la chimenea un señor vestido de rojo, que viene volando por los cielos, en un trineo tirado por renos, para que ese señor, al que le llaman “Papá Noel”, nos dé regalos de su bolsa; la Navidad es esperar al Niño Dios, que viene del cielo, y entra en este mundo a través de su Madre, la Virgen, para hacernos el regalo de su Amor de Dios; muchos quieren hacernos creer que la Navidad es recibir regalos, como juguetes, ropa, perfumes, o cosas lindas, pero la Navidad es recibir el regalo del Amor de Dios, que es invisible, y que llega al corazón; muchos nos quieren hacer creer que la Navidad es comer cosas ricas, como pavo asado o pollo al horno, seguido después de turrones, almendras, y muchas otras cosas ricas, pero nosotros sabemos que la comida más rica es la Eucaristía que se da en la Misa, porque ahí está la carne del Cordero de Dios, Jesús resucitado. Muchos quieren hacernos creer que la Navidad es salir a bailar, y a festejar, pero nosotros sabemos que la Fiesta principal y única, es la Santa Misa, en donde viene, invisible, el Niño Dios sobre el altar.

Si muchos quieren hacernos creer que la Navidad es esperar a Papá Noel, o comer cosas ricas, o recibir regalos y festejar mucho, nosotros tenemos que saber que eso no es la Navidad: la Navidad no es Papá Noel; la Navidad no es comer cosas ricas; la Navidad no es recibir regalos; la Navidad no es salir a festejar: la Navidad es esperar el Nacimiento del Niño Dios, en la Santa Misa, con un corazón puro, con obras de amor a los papás, a los hermanos y amigos, y con oración, todos los días.

De todos estos regalos que le podemos dar al Niño Dios, el más importante de todos, y el principal, es el amor de nuestro corazón: si falta el amor, nada de lo otro tiene valor. Y al revés, si hay amor, todo lo otro se agiganta, y todos nuestros regalitos que le hagamos al Niño Dios, si se los damos con amor, se vuelven más grandes.

Y como el amor a Dios se muestra en el amor a los papás, a los hermanos, a los amigos, y a todos, entonces tengo que demostrar ese amor con obras buenas, comenzando en la casa, y luego en la escuela, en el barrio, en cualquier lugar.

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