Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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viernes, 15 de julio de 2011

El Escapulario de la Virgen del Carmen y la devoción a las almas del Purgatorio



Imaginemos que vamos caminando por la orilla de un río, y que de pronto, vemos la siguiente escena: un cachorrito, muy pequeñito, aunque el agua no es muy profunda, está a punto de ahogarse, porque a pesar de que lucha por nadar con todas sus fuerzas, el agua está demasiado fría, y él no consigue hacer pie, por lo que, a cada minuto que pasa, sus fuerzas se agotan cada vez más. Si vemos esta situación, ¿no acudiríamos en su auxilio, para sacarlo del agua y ponerlo a salvo? Por supuesto que sí.

Imaginemos otra escena: supongamos que estamos de vacaciones en un hotel de la montaña, y que vemos un bebé recién nacido, cuyos papás, confiados en que está todo bien, se han alejado a dar un paseo. Supongamos que, cerca del bebé, que está en una silla alta, como las que se usan para sentar a los niños pequeños, la mascota de la familia, que es un perro muy grande, ha derramado sobre el piso una lámpara de querosene, que empieza a prender fuego a la alfombra y a la madera sobre la que está el bebé, amenazando con prender fuego a la silla del bebé. Supongamos también que, junto a nosotros, providencialmente, se encuentra un balde con agua, así que lo único que tenemos que hacer, es tomar el balde y echar encima del fuego el agua, para apagarlo, porque todavía no es un fuego muy grande. ¿Tomaríamos el balde de agua para apagar el fuego y así salvar al bebé? Por supuesto que sí.

Todo esto, no es más que ejercicio de la imaginación, porque es muy difícil que se de en la vida real; es decir, es muy poco probable que tengamos oportunidad de actuar así en la vida real, ayudando y evitando el sufrimiento. Sin embargo, esto que no podemos hacer porque sucede en la imaginación, sí lo podemos hacer en la vida real, cuando rezamos por las almas del Purgatorio. En el Purgatorio, las almas sufren mucho, porque deben purificarse de su falta de amor a Dios, y nosotros podemos aliviar sus sufrimientos con oraciones y obras buenas.

En el Purgatorio se encuentran almas que sufren mucho a causa del fuego, que es real, y que es igual al del infierno, solo que, a diferencia del fuego del infierno, el del Purgatorio se va a apagar algún día, porque quienes se encuentran allí, van al cielo cuando termina su tiempo de purificación. En el Purgatorio se sufre igual que en el infierno, porque hay fuego, pero se está alegre y esperanzado, porque el alma que está en el Purgatorio sabe que algún día va a salir de él, mientras que el que está en el infierno, sufre con dolor y desesperación, porque sabe que nunca va a poder salir, ya que el infierno es un lugar real y para siempre.

El Purgatorio es un estado real del alma, y hay muchos testimonios de almas que han venido desde allí para pedir oraciones, misas, rosarios, para ayudarlas a salir. Incluso hasta la misma Virgen María, reveló la existencia del Purgatorio en una de sus apariciones en Fátima. Allí, cuando Sor Lucía le preguntó por dos amigas suyas que habían fallecido, la Virgen le dijo que una, la más chica, ya estaba en el cielo, mientras que la otra, que tenía dieciocho años cuando murió, iba a estar en el Purgatorio hasta el fin de los tiempos.

A una señora, que se llama María Simma, se le aparecen muchas almas del purgatorio, pidiéndole también oraciones y misas para ayudarlas a salir. Ella contó el caso de una niña de cuatro años, que estaba en el Purgatorio, porque en Navidad, había recibido una muñeca de regalo, al igual que su hermana melliza, y como se le había roto la suya, se la cambió a su hermana, sin que esta se diera cuenta, sabiendo que eso era injusto y que le iba a provocar dolor a su hermana; se daba cuenta de que eso era un engaño y una injusticia, por esta razón pasó al Purgatorio[1].

Nosotros, con nuestras oraciones, con nuestras buenas obras, podemos ayudarlas, porque cada vez que rezamos por las almas del Purgatorio, o cada vez que hacemos una obra buena por ellas, o cada vez que ofrecemos una mortificación, con paciencia, con amor, sin enojarnos, la Sangre de Jesús cae sobre ellas y apaga las llamas, dándoles alivio. Y muchas de estas almas, se ven liberadas por nuestras oraciones, y cuando ya están en el cielo, se muestran muy agradecidas con aquél que rezó por ella, e intercede por esa persona, por sus asuntos en la tierra.

En el Purgatorio se encuentran las almas que, en el momento de morir, amaban a Dios, pero con un amor pequeño y muy egoísta. Al morir, en sus corazones hay muchas manchas oscuras que alternan con zonas de más claridad: esas manchas oscuras son los pecados, los cuales impiden que el alma entre al cielo. Para poder entrar, deben ser quitados con el fuego purificador del Purgatorio, y sólo cuando ha desaparecido la última, y el corazón está transparente como un cristal, y todo lleno del Amor de Dios, entonces sale del Purgatorio, y va al cielo. El Purgatorio es donde el alma aprende a amar a Dios con todas sus fuerzas. Tal vez aquí en la tierra lo amaba, pero no demasiado, y por eso, para crecer en el Amor de Dios, debe purificarse en el Purgatorio.

Hay muchas almas que, en vez de estar en el Purgatorio, deberían estar en el infierno, pero se salvaron del infierno, por usar el escapulario de la Virgen del Carmen, porque Ella prometió que el que muriera con su escapulario puesto, no se condenaría y, si iba al Purgatorio, Ella lo iba a sacar el próximo sábado después de su muerte.

¿Qué es el escapulario, que tiene tanta fuerza como para evitar que caigamos en el infierno?

El escapulario es un sacramental, es decir, es un objeto religioso aprobado como signo por la Iglesia que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción. Los sacramentales mueven nuestros corazones a renunciar a todo pecado, incluso al venial.

El escapulario, al ser un sacramental, no nos comunica gracias como hacen los sacramentos sino que nos disponen al amor a Dios y a la verdadera contrición del pecado si los recibimos con devoción. Es como si fuera un imán que atrae al Amor de Dios, porque Dios ve que la persona tiene puesto el manto de su Hija predilecta, la Virgen, y entonces piensa que como los hijos son parecidos a los padres, entonces esa alma debe ser tan buena como es su Hija María.

Hay que saber, sin embargo, que no es una cosa “mágica”, ya que se debe ser fiel a la Virgen, observar la castidad y la pureza de cuerpo y alma, según el estado de vida, y se debe rezarle a la Virgen oraciones como el Rosario, todos los días.

Hay alguien que odia el escapulario, y es el demonio. Un día al Venerable Francisco Yepes se le cayó el escapulario. Mientras se lo ponía, el demonio aulló: “¡Quítate el hábito que nos arrebata tantas almas!”.

Una vez se produjo un milagro con el escapulario, porque evitó que una casa se incendiara, y fue así: en mayo de 1957, un sacerdote Carmelita en Alemania publicó una historia extraordinaria de cómo el Escapulario había librado un hogar del fuego. Una hilera completa de casas se había incendiado en Westboden, Alemania. Los piadosos residentes de una casa de dos familias, al ver el fuego, inmediatamente colgaron un Escapulario a la puerta de la entrada principal. Centellas volaron sobre ella y alrededor de ella, pero la casa permaneció intacta. En 5 horas, 22 hogares habían sido reducidos a cenizas. La única construcción que permaneció intacta, en medio de la destrucción, fue aquella que tenía el Escapulario adherido a su puerta. Los cientos de personas que vinieron a ver el lugar que Nuestra Señora había salvado son testigos oculares del poder del Escapulario y de la intercesión de la Santísima Virgen María.

Este milagro nos recuerda que el escapulario salva del fuego eterno del infierno: así como la casa de esas familias en donde fue colgado el escapulario no fue arrasada por el fuego, así el alma que usa el escapulario, no va al fuego eterno del infierno.

Llevemos el escapulario como quien lleva el hábito de la Virgen para que, al momento de nuestra muerte, nos salvemos del infierno y seamos llevados al cielo.

[1] Cfr. Sor Emmanuel y María Sima, El maravilloso secreto de las Almas del Purgatorio, Editorial Shalom, 46.

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