(Ciclo A - 2014)
Jesús ingresa en
Jerusalén montado en un borrico. Cuando los habitantes de Jerusalén se dan
cuenta de que Jesús está por pasar bajo las puertas de Jerusalén, todos, niños,
jóvenes, adultos, ancianos, hombres y mujeres, salen a su encuentro, cantando
hosannas y aleluyas. Todos están muy contentos con Jesús, porque se acuerdan de
los milagros que hizo. Ahí están los que se habían alimentado el día que Jesús
multiplicó los panes y los peces; están los que habían bebido el vino milagroso
de las Bodas de Caná; está el hijo de la viuda de Naím, que volvió
milagrosamente a la vida; están los que se alimentaron con los peces de las
pescas milagrosas; están los que habían sido liberados de los demonios; están
los que habían vuelto a ver, a oír y hablar, y los que habían sido sanados de
toda clase de enfermedades, y están también los que recibieron muchísimos otros
milagros, que no están relatados en los Evangelios porque si no habría lugar en
el mundo para poner tantos libros, pero que sí sucedieron y fueron realidad. Todos
los habitantes de Jerusalén, movidos por el Espíritu Santo, llenos de alegría,
reconocieron en Jesús al Hombre-Dios, al Rey de los cielos, al Rey de hombres y
ángeles, y por eso le cantaban: "Viva Jesús, el Rey de Israel", y al
pasar Jesús, montado en un burrito, agitaban hojas de palma y lo aclamaban muy
contentos.
Esto es lo que
sucedió el Domingo de Ramos. Pero algo debió pasar entre el Domingo de Ramos y
el Viernes Santo, porque esa misma gente, que el Domingo de Ramos tenía al
Espíritu Santo en sus corazones y por eso aclamaba llena de alegría a Jesús
como a su Rey y le cantaba hosannas y aleluyas dejándolo entrar en la ciudad de
Jerusalén, símbolo del corazón del hombre, el Viernes Santo, ya no lo reconoce
más como a su Rey, lo acusa de mentiroso, no se acuerda más de sus milagros, le
hace un juicio injusto con testigos falsos y mentiroso porque todo lo que dicen
es mentira, lo condena a muerte, lo insulta, lo flagela, le coloca una corona
de espinas, le carga una cruz de madera, lo expulsa de la ciudad de Jerusalén,
que es símbolo del corazón -entonces, si el Domingo lo había dejado entrar en
el corazón, ahora lo expulsa del corazón-, le hace subir por el Camino del
Calvario y, finalmente, una vez llegado a la Cima del Monte Calvario, lo
crucifica.
¿Qué pasó en el
corazón de los habitantes de Jerusalén, entre el Domingo de Ramos y el Viernes
Santo?
Lo que pasó es lo que
San Pablo llama el "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7)y es
cuando el corazón humano deja de adorar al Dios Verdadero y da lugar al diablo,
es decir, cuando hace el mal, cuando comete el pecado, y eso es lo que les pasó
a los habitantes de Jerusalén.
¿Cómo sucedió?
Sucedió que el Domingo de Ramos, sus corazones estaban llenos del Espíritu
Santo y por eso todos estaban alegres y contentos con Jesús y todos le cantaban
hosannas y aleluyas y lo aclamaban como a su Rey y Señor, pero el Viernes
Santo, como habían expulsado de sus corazones al Espíritu Santo, en sus
corazones reinaba el Príncipe de las tinieblas, Satanás, y por eso desconocían
a Jesús y preferían a Barrabás, que era un ladrón, y al no reconocer a Jesús,
que era el Cordero de Dios, creyeron que Jesús era un impostor y lo condenaron
a muerte. Estaban engañados por el Diablo. Una santa, Ana Catalina Emmerich,
vio en una visión, que los que insultaban y crucificaban a Jesús, estaban
rodeados de muchos ángeles caídos, de formas horribles, que los animaban a que
insultaran y golpearan y crucificaran a Jesús. Dice así la santa: "El aspecto de todo esto era tanto más espantoso para mí, cuanto que veía figuras horrorosas de demonios que parecían ayudar a estos hombres crueles, y una infinidad de horribles visiones bajo la forma de sapos, de serpientes, de dragones, de insectos venenosos de toda especie que oscurecían el cielo. Entraban en la boca y en el corazón de los circunstantes y se ponían sobre sus hombros, y estos sentían el alma llena de pensamientos abominables o proferían horribles imprecaciones" (cfr. Pasión y Resurrección de Jesús. Visiones y Revelaciones, Editorial Guadalupe, Ágape Libros, Buenos Aires 2007, 138). Esto es lo que hace el pecado en
el alma: expulsar a Jesús del corazón, como les pasó a los habitantes de
Jerusalén: primero lo recibieron con palmas, y eso es el estado de gracia,
cuando Jesús entra en Jerusalén; pero cuando el alma peca y Jesús es expulsado,
eso es el pecado mortal, y en ese corazón, Jesús ya no es más el rey de ese
corazón, sino que en esa ciudad, en ese corazón, reina el Príncipe de las
tinieblas, porque Jesús ha sido expulsado.
Pero no todos los
habitantes de Jerusalén rechazaron a Jesús; el Viernes Santo había un pequeño
grupo, los Hijos de María, que estaba junto con la Virgen, orando, que amaba
mucho a Jesús y nunca renegó de Él y este grupo, muy pequeño, estaba junto con la
Virgen, alrededor suyo, y como la Virgen irradiaba mucha luz, también ellos,
aunque había mucha oscuridad alrededor, los alcanzaba la luz que salía de la
Virgen, que estaba cerca la cruz. Los que formaban este grupo mariano sí tenían
al Espíritu Santo en sus corazones y por eso sus corazones estaban iluminados y
radiantes, porque nunca habían expulsado a Jesús de sus corazones y junto con
la Virgen, daban mucho consuelo a Jesús con sus oraciones en el Viernes Santo,
en el Calvario, en medio de tantos sufrimientos. La Beata Ana Catalina veía muchos ángeles alrededor de Jesús, de la Virgen y de los amigos de Jesús: "Veía con frecuencia sobre Jesús figuras de ángeles llorando o rayos donde no distinguía más que cabecitas. También veía ángeles compasivos y consoladores sobre la Virgen y sobre todos los amigos de Jesús" (cfr. Pasión y Resurrección, ibidem).
Nosotros somos los Hijos
de María; no nos comportemos como la multitud del Domingo de Ramos, que un día
aclama a Jesús y al otro día lo expulsa de su corazón; como la Virgen, permanezcamos
junto a la cruz, y arrepentidos de nuestros pecados, nos arrodillemos para
besar los pies ensangrentados de Jesús.
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