(Domingo V - TC – Ciclo
C – 2014)
Jesús tenía unos amigos a los cuales quería mucho: Lázaro,
Marta y María. Un día, Lázaro se enfermó gravemente, y entonces sus hermanas
Marta y María lo mandaron a llamar para que lo fuera a sanar. Pero resulta que Jesús,
en vez de ir en el mismo momento, esperó dos días antes de ir a casa de Lázaro
y cuando llegó, Lázaro ya había fallecido.
Muchos
se preguntaban por qué Jesús se demoró tanto en ir a la casa de Lázaro, porque Jesús
haber subido a un caballo o a un carro e ir a todo galope y así podía llegar
rápidamente para hacer un milagro y salvar a Lázaro. O incluso ni siquiera tenía
necesidad de viajar hasta donde estaba Lázaro: Jesús era Dios, y podía hacer el
milagro a distancia, como lo había hecho en otras oportunidades. Pero Jesús
dejó que Lázaro muriera, y muchos se preguntaban por qué Jesús hizo eso. Y otra
cosa que se preguntaban muchos era que si Lázaro había muerto ya hacía cuatro
días, ¿dónde estaba su alma? ¿Adónde fue el alma de su amigo Lázaro esos cuatro
días en que estuvo muerto?
Para
la primera pregunta, de porqué Jesús dejó que Lázaro muriera, la respuesta es que
Jesús dejó que Lázaro muriera para que todos fueran testigos de que Él era Dios
en Persona y de que Él tenía el poder de resucitar y de dar la vida, algo que sólo
puede hacer Dios y nadie más que Dios, y eso es lo que Jesús hace cuando le
dice a Lázaro parado fuera de la tumba: “Lázaro, sal fuera”.
Para
la segunda pregunta, la respuesta es que Lázaro fue al infierno, pero no al
infierno de los condenados, sino al infierno de los justos, a ese infierno al
que bajó Jesús, el que nosotros rezamos en el Credo, cuando decimos: “Descendió
a los infiernos” (cfr. IV Concilio Lateranense, 1215), porque ahí iban todos los
justos del Antiguo Testamento antes de la Resurrección de Cristo. ¿Cuándo bajó
Jesús a los infiernos? Cuando murió en la cruz el Viernes Santo. En ese
momento, su Alma gloriosa se desprendió de su Cuerpo glorioso y bajó al
Infierno –no al infierno de los condenados, sino al Seno de Abraham, donde
estaban todos los justos del Antiguo Testamento, y donde había ido el alma de
Lázaro-, y allí estaban Adán y Eva y todas las almas buenas que habían muerto
en paz con Dios y con el prójimo pero que no podían entrar en el cielo. Entonces
Jesús bajó con su Alma gloriosa para llevar a todas esas almas justas al cielo,
y eso es lo que nosotros creemos y repetimos en cada Domingo, y cada vez que
rezamos el Credo cuando decimos: “Descendió a los infiernos”. A ese infierno,
que no es el de los condenados –porque los condenados en el infierno donde está
el Diablo ya no pueden salir nunca más- es
adonde fue Lázaro. Y como Cristo es Dios, cuando Jesús llegó a casa de
Lázaro y le dijo: “Lázaro, sal fuera”, con esa sola orden, le ordenó a su alma
que regresara de la región del infierno, del Hades, y que su alma se uniera a
su cuerpo y volviera a vivir.
En
este Evangelio, entonces, Jesús nos muestra que Él es Dios y que es la Resurrección
y la Vida y que así como resucitó a Lázaro, así nos va a resucitar a nosotros. Imaginemos
el asombro de los que veían a Lázaro que estaba muerto y empezaba a caminar
porque Jesús le había hecho el milagro de resucitarlo. Pero nosotros en la Misa,
en la comunión, recibimos un milagro muchísimo más grande que ser vueltos a la
vida, porque recibimos el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús y
eso vale mucho más que el don de la vida terrena que recibió Lázaro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario