(Domingo
XXX – TO – Ciclo B – 2015)
En este Evangelio, un ciego llamado Bartimeo, al escuchar
que es Jesús el que pasa, se pone a llamarlo a los gritos. A pesar de que
muchos le dicen que se calle, Bartimeo, grita cada vez más fuerte, para que
Jesús lo escuche. Efectivamente, Jesús lo escucha, lo hace llamar y le pregunta
si qué quiere que haga por él. Bartimeo, que es ciego, le pide ver: “Maestro,
que yo pueda ver”. Jesús le concede lo que le pide y Bartimeo se pone a
seguirlo a Jesús.
Tenemos mucho que aprender de Bartimeo, sobre todo, la fe
que tiene en Jesús: sabe que Jesús es Dios, porque ha escuchado hablar de los
otros milagros que hizo Jesús –multiplicó panes y peces, resucitó muertos,
calmó la tormenta- y como sabe que esos milagros sólo los puede hacer Dios,
entonces, si Jesús los hizo, Jesús es Dios; Bartimeo sabe que Jesús es Dios y
que tiene el poder de curarle su ceguera y por eso lo llama a los gritos. Esta fe Bartimeo, es la fe que tenemos que tener nosotros: Jesús es Dios.
No se desanima, ni porque él mismo es ciego –y esto es una
gran prueba para él, porque es una de las cosas más difíciles para todo
hombre-, ni tampoco porque muchos de los discípulos de Jesús le dicen que se
calle. Bartimeo grita todavía más fuerte, hasta que Jesús lo escucha, y así nos
da ejemplo de cómo tiene que ser nuestra oración: perseverante y confiada,
porque aunque Jesús tarde en responder, siempre responderá. Bartimero nos enseña a no desanimarnos frente a las dificultades y a rezar siempre a Jesús, seguros de que, tarde o temprano, Jesús escuchará nuestras peticiones, si son convenientes para nuestra salvación.
Cuando Bartimeo está frente a Jesús, aunque Jesús sabe qué
es lo que le va a pedir Bartimeo, lo mismo le pregunta: “¿Qué quieres que haga
por ti?”, y así nos enseña que también a nosotros, cuando llamamos a Jesús por
la fe, Jesús nos pregunta, en lo más profundo del alma: “¿Qué quieres que haga
por ti?”, y esto porque Jesús nos ama y quiere darnos aquello que nos conviene
para nuestra salvación. Bartimeo nos enseña a tener confianza en el amor misericordioso de Jesús.
Por último, Bartimeo era ciego de los ojos del cuerpo, pero
no ciego del alma, porque la vista del alma es la fe: por la fe, podemos ver
que Jesús es Dios. Nosotros, muchas veces vemos con los ojos del cuerpo, pero
somos ciegos con los ojos del alma, porque o no tenemos fe, o tenemos una fe
muy débil. Entonces, cuando Jesús nos pregunte: “¿Qué quieres que haga por ti?”,
le tenemos que pedir la luz de la fe, para poder verlo en la cruz y en la
Eucaristía.
Cuando Jesús nos pregunte: “¿Qué quieres que haga por ti?”,
le digamos así: “Jesús, Maestro, que yo te pueda ver en la cruz, porque allí me
das tu Sangre, que es la vida para mi alma; Jesús, Maestro, que yo te pueda ver
en la Eucaristía, porque allí eres el Pan del cielo que me da una nueva vida”.
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