(Ciclo C - 2016)
En Pentecostés, Jesús envía el Espíritu Santo sobre su
Iglesia, la Virgen y los Apóstoles, reunidos en oración, como dice la Biblia, y también lo envía sobre nosotros: la diferencia es que en la Biblia aparece como lenguas de fuego, en cambio a nosotros, lo envía también, pero invisible, es decir, no se nos va a aparecer como lenguas de fuego; no lo vamos a ver, aunque sí lo vamos a recibir. ¿Y qué va a hacer el Espíritu Santo en nosotros? Para saberlo, tenemos que acordarnos lo que dice San Pablo: "¿No saben que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?" (cfr. 1 Cor 6, 19). Es decir, el Espíritu Santo, sin que sintamos nada, convertirá nuestros cuerpos en su templo cuando venga a nuestras almas y convertirá también nuestros
corazones en altares en donde se adora a Jesús Eucaristía. Entonces, quiere decir que tenemos que pensar que
nuestros cuerpos son como este templo en el que estamos celebrando la Santa
Misa. Esto quiere decir que lo que podemos hacer en el templo, podemos hacerlo con el cuerpo, y lo que no podemos hacer en el templo, no podemos hacerlo con el cuerpo. Pensemos un poco: ¿estando en Misa, podemos estar hablando de fútbol, de moda, de
deportes, de cosas sin importancia? No, entonces, tampoco tenemos que tener
pensamientos que nos distraen, en ese templo que es nuestro cuerpo, sobre todo cuando estamos en Misa.
¿Entonaríamos cantos de fútbol, o de cantantes conocidos, dentro del templo?
No, entonces, en la Santa Misa, en nuestro cuerpo que es el templo del Espíritu, solo se tienen que escuchar cantos de adoración y de alabanza a
Dios. ¿Proyectaríamos en las paredes del templo imágenes de nuestros programas
preferidos? No, entonces, solo tenemos que pensar en Jesús y en su sacrificio
en la cruz. Si el altar es una parte del cielo, ¿pondríamos sobre el altar algo
que no sea la Eucaristía? No, entonces, en ese altar interior que es nuestro
corazón, no tenemos que amar y adorar a nadie más que no sea Jesús en la
Eucaristía.
Otra cosa que tenemos que saber es que cuando el Espíritu Santo viene a nuestras almas, quiere
encontrarlo todo limpio, luminoso, con mucho amor, y esto sucede cuando estamos
en gracia de Dios; así, Jesús Eucaristía puede entrar en nuestras almas, para
que Él pueda tener nuestros corazones como su trono real, en donde sea amado,
alabado y adorado. Para eso envía Jesús al Espíritu Santo, para convertir nuestros
corazones en altares de Jesús Eucaristía y nuestros cuerpos en su templo.
¿Con qué más podemos comparar la venida del Espíritu Santo? El
Espíritu Santo viene en Pentecostés como fuego, porque es el Fuego del Amor de
Dios. Para saber qué hace el Espíritu Santo en nosotros, pensemos que nuestros
corazones, sin el Espíritu Santo, son como carbones. ¿Cómo es un carbón? Es negro,
frío, y está endurecido. Así son nuestros corazones, sin el Amor de Dios:
oscuros, porque no tienen la luz de Dios; fríos y endurecidos, porque no tienen
el Amor de Dios y no se compadecen de sus hermanos más necesitados. ¿Qué hace el Espíritu Santo en nuestros corazones? Hace lo
mismo que hace el fuego con los carbones: así como el fuego los convierte en
brasas incadescentes, que tienen luz, y calor (y también hace lo mismo que hace con el hierro incandescente, que se vuelve blando cuando el fuego lo penetra); así el
Espíritu Santo, penetrando con su fuego en nuestros corazones, los transforma
en carbones incadescentes, que arden en el Amor de Dios: nuestros corazones se
vuelven luminosos, porque tienen la luz de Dios; cálidos, porque tienen el Amor
de Dios, y, como el hierro que puede moldearse porque el fuego lo hace blando, así nuestros corazones, cuando están penetrados por el Fuego del Amor de Dios, que es el Espíritu Santo, se vuelve compasivo y misericordioso y se apiada de las miserias y
dificultades de nuestros hermanos.
Otra imagen que podemos recordar es la de una paloma, porque el
Espíritu Santo es representado con la imagen de una paloma en el Evangelio. Cuando nuestro
corazón está en gracia, se vuelve como un nido de luz y de amor, y entonces la
Dulce Paloma del Espíritu Santo va a posarse allí, y desde allí nos da sus
dones, sobre todo, el Amor de Dios: cuando una persona ama a todos, incluidos a
sus enemigos, cuando pide perdón y perdona, cuando busca la paz y la concordia,
cuando busca socorrer a los demás en sus necesidades, entonces en esa persona
habita el Espíritu Santo. Pero cuando el corazón no está en gracia, el corazón
se vuelve oscuro, como una cueva y, en una cueva, ¿puede hacer nido la Dulce
Paloma del Espíritu Santo? No. El Espíritu Santo se va de un corazón así. Y en
una cueva, oscura, fría, húmeda, ¿quiénes viven? Las alimañas –arañas,
serpientes, alacranes- y animales salvajes, como el oso y el lobo. ¿Cómo
queremos que sea nuestro corazón, como un nido de luz y amor, en donde vaya a
posarse la Dulce Paloma del Espíritu Santo? ¿O queremos que sea como una cueva
oscura y fría, habitada por alimañas y bestias salvajes? Por supuesto que
queremos que sea como un nido de luz y de amor; para ello, tenemos que vivir
siempre en gracia, confesándonos con frecuencia, perdonando a los que nos hacen
mal, y hacer el bien a los más necesitados. Si hacemos así, el Espíritu Santo,
como Dulce Paloma, reposará en nuestros corazones, y no se irá nunca de ahí. Para eso envía Jesús al Espíritu Santo en Pentecostés, para que nuestros corazones sean como nidos de luz y de amor en donde repose siempre la Dulce Paloma del Espíritu Santo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario