(Domingo
III – TP – Ciclo C – 2013)
En el Evangelio de hoy (Jn 21, 1-14), Jesús se les aparece a
Pedro, a Juan y a otros amigos de Jesús, que estaban pescando a la orilla del
mar. Primero, ellos no se dieron cuenta que era Jesús; lo veían a la distancia,
desde la barca, y pensaban que era “un hombre que estaba en la playa”. Todavía Jesús
no les había dado el Espíritu Santo, y por eso no lo podían reconocer. El Espíritu
Santo es fuego, y el fuego ilumina, da mucha luz; sin el fuego y la luz del Espíritu
Santo, las personas están como envueltas por una nube negra, como esas de las
tormentas, y no puede ver a Jesús. En cambio, cuando recibe el Espíritu Santo,
ahí sí puede verlo, y eso es lo que le pasó a Juan primero y a Pedro y los
otros amigos de Jesús, después: ellos no sabían que era Jesús, porque no podían
verlo, a causa de esta oscuridad que los envolvía, pero cuando Jesús les sopló
su Espíritu en el alma, ellos fueron capaces de darse cuenta que ese hombre que
estaba en la playa, era el mismo Jesús que había muerto el Viernes Santo, pero que
ahora estaba resucitado, vivo, lleno de la gloria y de la luz de Dios, y que ya
no iba a morir más.
Al darse cuenta que era Jesús, Juan se llenó de mucha
alegría y de mucho amor, porque amaba mucho a Jesús –él era el discípulo que se
recostó en el pecho de Jesús en la Última Cena, y escuchó los latidos de su
Sagrado Corazón, latidos que eran de Amor y de dolor, por los pecados de los
hombres-, y por eso dijo, casi gritando: “¡Es el Señor!”. Y después que dijo
esto, Pedro se tiró al agua, mientras Juan y los demás se iban a la orilla con
la barca y los peces, porque esto es otra cosa que pasó: Jesús les dio un gran regalo,
les dio el milagro de la pesca abundante porque ellos habían pasado toda la
noche sin poder pescar nada. ¡Cuando aparece, Jesús siempre trae regalos, pero el
más importante de todos, es el regalo que hace de su propio Corazón en la
Eucaristía!
Lo que le pasó a Juan, también nos puede pasar a nosotros:
si no tenemos la luz del Espíritu Santo, no podemos saber que Jesús resucitó y
no podemos verlo, con los ojos del alma, en la Eucaristía.
Hay muchos en el mundo que no tienen la luz del Espíritu
Santo, y no saben que Jesús resucitó y está en la Eucaristía; al no tener la
luz del Espíritu Santo, no ven a Jesús en la Eucaristía y creen en un Jesús que
no es el verdadero Jesús: por ejemplo, piensan que Jesús es un extraterrestre,
que está en una nave espacial; o piensan que es como una corriente eléctrica
que anda en medio de las estrellas, o piensan que es sólo un hombre. Sin la luz
del Espíritu Santo, nunca vamos a saber que Jesús resucitó y que está en la
Eucaristía.
El Evangelio nos enseña entonces que debemos rezar al
Espíritu Santo para que nos ilumine y seamos capaces de “ver” a Jesús resucitado
en la Eucaristía. Entonces, vamos a poder decir, llenos de alegría y de amor, igual
que Juan: “¡Es Jesús!”.
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