Una vez Jesús le dijo a una monjita, que se llamaba Sor
Faustina y que ahora está en el cielo para siempre, que Él quería que en la
Iglesia se hiciera una fiesta muy grande y muy linda y que Él quería que se llame “Fiesta de la
Divina Misericordia”.
Esa fiesta –que no era una fiesta como las de cumpleaños,
con globos, tortas, y todas esas cosas, pero era una fiesta más linda que la
más linda fiesta de cumpleaños- se tenía que hacer un día muy especial: el
domingo después de su Resurrección.
Jesús también le dijo a Sor Faustina que pintara un cuadro así como lo veía y que pusiera abajo un cartel que decía: “Jesús en Vos confío”.
Jesús quería que Sor Faustina hiciera un cuadro igual a como Él estaba cuando
se le apareció en el convento. ¿Cómo estaba Jesús? Jesús estaba muy hermoso, con ojos que
reflejaban amor y paz, los mismos ojos con los que nos mira desde la Cruz; su mano izquierda estaba en su Corazón, y su mano derecha
estaba en alto, como cuando el sacerdote da la bendición. Llevaba puesta una
túnica blanca, con un cinturón dorado, y estaba descalzo. De su Corazón salía una
luz blanca y una luz roja: la luz blanca quiere decir el Agua que limpia al
alma del pecado que la ensucia; la luz roja, quiere decir su Sangre, que cuando
cae sobre el alma, le da la vida que tiene Dios, que es vida eterna.
Jesús prometió además que ese día, el día de la Fiesta de la
Divina Misericordia, si alguien se confesaba, iba a quedar con su alma sin pecados. Y un alma sin pecados, es muy parecida
al alma de la Virgen. ¿Cómo era el alma de la Virgen? Era más que limpia,
limpidísima, porque cuando Ella comenzó a existir en la panza de su mamá, Santa
Ana, desde ese entonces, tuvo siempre a su alma limpita de pecados; además, como
la Virgen era tan Hermosa y Pura, Dios la amaba tanto a la Virgen, que le envió
al Espíritu Santo para que viviera en su Corazón. Por eso es que la Virgen se
llama “Inmaculada Concepción” y “Llena de gracia”, porque está sin pecados, y
porque el Espíritu Santo, que se aparece como una paloma, vive en Ella, y le
gusta tanto estar con la Virgen, que hizo del Corazón de la Virgen su nido de
luz y de amor.
Bueno, Jesús quiere que para esta fiesta, nosotros seamos
como la Virgen, es decir, que nuestras almas estén limpias de pecado y llenas de la
gracia de Dios, y esto se consigue con la Confesión sacramental y con la Comunión
eucarística: con la Confesión se limpian los pecados; con la comunión, el alma
se llena de gracia –que es como decir la luz, la vida y el Amor de Dios-,
porque viene al alma Jesús, que es la Gracia Increada.
Si nos confesamos y comulgamos, recibiendo a Jesús con Amor
en el corazón, entonces vamos a disfrutar mucho de esta gran fiesta del cielo,
la Fiesta de la Divina Misericordia.
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