(Domingo
XV – TO – Ciclo C – 2013)
En este Evangelio, un señor que sabía mucho de religión –y por
eso lo llamaban “doctor de la ley”- le pregunta a Jesús qué es lo que hay que
hacer para entrar en la vida eterna. Jesús le responde con una parábola, la
parábola del Buen Samaritano. En esta parábola, un hombre que va caminando un
día por ahí, es golpeado por unos ladrones, que lo dejan tirado en el suelo. Al
rato, pasa un levita –era de los que estaban encargados de la sacristía,
podríamos decir-; lo mira, pero no lo ayuda y sigue de largo; después, pasó un
sacerdote, que también lo miró, pero tampoco lo ayudó, y lo dejó tirado. Finalmente,
pasó un samaritano, y éste sí lo ayudó: le lavó las heridas, le puso aceite –porque
el aceite calma el dolor-, lo cargó sobre sus hombros, lo puso en su caballo, y
lo llevó a una posada, donde lo siguió curando. Al otro día, le pagó por
adelantado al posadero y le dijo que lo atendiera, le diera de comer y que le
prepare una habitación, que él iba a pagar toda la cuenta cuando volviera.
Con esta parábola, Jesús le responde al doctor de la ley su
pregunta acerca de qué cosas había que hacer para ganar la vida eterna: Jesús
nos enseña que no hay que ir a la luna, ni subir una montaña, ni caminar miles
de kilómetros: hay que ayudar a nuestros hermanos más necesitados, así como el
Buen Samaritano lo hizo con el hombre herido del camino.
En
la parábola, los personajes representan las cosas del cielo: el Buen Samaritano
es Jesús, que con su sacrificio en Cruz nos cura nuestras heridas del alma con
el aceite de su gracia y con su Amor; el hombre herido somos nosotros, caídos
por el pecado original; los asaltantes del camino son los demonios, que pueden
golpear a los hombres, como le pasaba al Padre Pío: el demonio lo atacaba y le
daba muchos golpes, porque estaba muy enojado con él, porque le tendía muchas
trampas, pero no podía nunca hacerlo pecar; los que pasan de largo y no ayudan,
son los que en la Iglesia rezan pero son malos con sus hermanos; el posadero y
la posada, son la Iglesia, que nos cura con los sacramentos.
En
la parábola, Jesús le dice al doctor de la ley que para ganar la vida eterna,
tiene que tener compasión de su prójimo más necesitado. Si nosotros le
preguntamos a Jesús qué tenemos que hacer para ganar la vida eterna, Jesús nos
dice: “Si quieres ganar la vida eterna, si quieres ir al cielo para ser feliz
para siempre, haz lo mismo que el Buen Samaritano: ten compasión de los más
necesitados”.
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