(Domingo
XVI - TO – Ciclo C – 2013)
Una vez Jesús fue a la casa de unos amigos muy queridos de Él,
que vivían en un pueblito que se llamaba Betania. Sus amigos eran tres
hermanos, un varón, Lázaro, y dos mujeres, Marta y María. Jesús los quería
mucho, y ellos lo querían mucho a Jesús, y por eso Jesús iba con frecuencia a
su casa, a visitarlos. Sucedió que una vez que Jesús estuvo en la casa, Marta
se puso a limpiar todo y a preparar cosas ricas para comer, porque quería así
demostrarle su amor a Jesús. Pero mientras Marta estaba toda apresurada
trabajando, María en cambio se quedó a los pies de Jesús, mirándolo y
adorándolo, porque era el Hombre-Dios.
Las dos hermanas amaban a Jesús, y las dos demostraban su
amor de modo distinto: Marta, a través del trabajo, porque trabajaba para
Jesús, para que Jesús tuviera una rica comida y para que todo estuviera limpio
en su honor, y esta forma de amar a Jesús a través del trabajo, se llama “apostolado”;
María, a su vez, también amaba a Jesús, pero su modo de demostrar el amor, era
mirarlo y amarlo, amarlo y mirarlo, en el silencio del corazón, y esa forma de mirar
y de amar a Dios, en el silencio y con el corazón, se llama “contemplación”. Estas dos formas de amar a Jesús
existen en la Iglesia, y se llaman “vida apostólica” y “vida contemplativa”. La
vida apostólica es la que lleva el sacerdote de la parroquia, por ejemplo; la
vida contemplativa, es la de los monjes y monjas que viven en los monasterios.
Las dos son formas de amar a Dios, y es Dios en Persona el que llama a una o a
otra. ¿Cómo te gustaría amar a Jesús? ¿Con el trabajo apostólico, como Marta,
llevando al mundo a Dios? ¿O por la contemplación, como María, amando a Jesús
día y noche en el convento?
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