(Domingo
XXXI – TO – Ciclo C – 2013)
En este Evangelio (Lc
19, 1-10), Jesús le dice a Zaqueo, que
era un señor que tenía mucha plata pero que también era muy pecador, que quiere
ir a alojarse a su casa.
¿Cómo
era Zaqueo? Tenemos que saber cómo era, porque se ve que Jesús lo quería mucho,
porque le pide alojarse en su casa. Bueno,
Zaqueo era rico, lo cual no nos ayuda para entrar en el cielo, porque en el
cielo no hay dinero, ni oro, ni plata, ni cosas materiales de ninguna clase,
porque no hacen falta, porque todo lo que hay en el cielo es muchísimo más
lindo que todo lo que hay acá, y no hay necesidad ni de comprar ni de vender
nada. Pero además de rico, Zaqueo también era “publicano”, lo cual quiere
decir, que era conocido como pecador por todos y como sabemos, el pecado es
algo malo, muy malo, y es tan malo, que nadie con pecado puede entrar en el
cielo, y es por esta razón que los que tienen pecado mortal, van al infierno, y
los que tienen pecado venial, van al Purgatorio. Resulta entonces que Zaqueo
tenía su corazón apegado a la tierra, y también era pecador, pero a pesar de
eso, Jesús lo ama y lo ama tanto, que quiere entrar en su casa para comer con
él y llevarle la salvación.
Lo
que tenemos que saber es que todos somos un poco como Zaqueo, porque todos
tenemos el corazón pegado a los bienes materiales –y si no, hagamos la prueba
de no pedir nada a nuestros papás, o de regalar a nuestros hermanos o amigos
los juguetes y las cosas que más queremos, y ahí nos daremos cuenta de cuánto
están apegados nuestros corazones a las cosas de la tierra, y esto es lo que
quiere decir ser “rico” como Zaqueo; además, todos somos pecadores, porque “el
justo peca siete veces al día”, dice la Escritura, y si bien nos confesamos,
volvemos luego a pecar, y seguiremos siendo pecadores hasta el día de nuestra
muerte. Pero también, al igual que Zaqueo, Jesús nos ama, y nos ama tanto pero
tanto pero tanto, que a Él no le importa que nuestro corazón esté lejos de Él,
ni tampoco le importa que seamos pecadores; o también podemos decir que nos ama
justamente porque somos débiles y pecadores para darnos su Amor y Misericordia y,
todavía más, cuantos más pecados tenga un alma, más Amor y Misericordia
recibirá de Jesús. Al igual que con Zaqueo, Jesús también quiere entrar en
nuestra casa, pero no a nuestra casa material, sino a nuestra casa espiritual,
que es nuestra alma. ¿Cómo quiere entrar Jesús? Lo quiere hacer a través de la
Comunión Eucarística: cada vez que comulgamos, Jesús golpea a las puertas de
nuestro corazón y nos dice, igual que le dijo a Zaqueo: “Quiero alojarme en tu
casa” y también, al igual que Zaqueo, nosotros tenemos que abrirle presurosos
las puertas de nuestros corazones, con mucha fe y amor, para que Jesús entre y
convierta a nuestros pobres corazones en su morada. Y para que Jesús esté a
gusto en esa casa que es nuestro corazón, le prometeremos que compartiremos
nuestras cosas con los hermanos y amigos, que nunca haremos mal a nadie y que
trataremos de crecer en la santidad todos los días”. Si hacemos así,
escucharemos la dulce voz de Jesús que, desde el fondo de nuestro corazón, nos
dirá: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
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