Como todos sabemos, porque así lo enseña el Catecismo, en el
Sacramento de la Confirmación se recibe el don del Espíritu Santo. Es decir, el
Espíritu Santo “entra” en nosotros, por así decirlo, cuando recibimos el Sacramento
de la Confirmación. Por eso tenemos que preguntarnos qué obra hace el Espíritu
Santo cuando está dentro de nosotros. Y la respuesta a esta pregunta está en la
Biblia: el Espíritu Santo convierte nuestros cuerpos –y nuestras almas- en
templos de Él, en templos del Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 6).
¿Qué imagen podemos tomar para darnos cuenta de la obra del
Espíritu Santo? Podemos tomar un templo cualquiera de nuestra Iglesia Católica,
como este en el que estamos aquí: el templo es nuestro cuerpo y el altar es
nuestro corazón. Así como está el templo, iluminado, limpio, perfumado, con
flores que adornan el altar y el sagrario, así está nuestra alma cuando está en
gracia: iluminada por la luz de Dios, limpia con la santidad divina, perfumada
con el buen olor de Cristo Jesús. Pero las paredes siguen siendo paredes,
formadas por ladrillos y es aquí donde obra el Espíritu Santo: cuando entra el
Espíritu Santo en un alma, por medio del Sacramento de la Confirmación, es como
si convirtiera a los ladrillos en ladrillos de oro puro; es como si las puertas
y las ventanas estuvieran hechas con diamantes, rubíes, y piedras preciosas de
todo tipo; es como si altar fuera hecho de oro puro y no de cemento; es como si
el techo fuera todo de oro; es como si los candelabros y las columnas fueran de
plata. Así de hermoso, y mucho más todavía, quedan nuestros cuerpos y nuestras
almas cuando recibimos al Espíritu Santo por el Sacramento de la Confirmación.
Pero también hay algo más: a partir de que el Espíritu Santo
entra en mi cuerpo, ya deja de ser mío, para ser DEL Espíritu Santo: es como si
en el plano civil, se firmara la escritura de una casa a nombre de otra
persona; hasta este momento, podemos decir que el cuerpo es nuestro, pero
cuando recibamos el Sacramento de la Confirmación, será propiedad exclusiva del
Espíritu Santo y eso es lo más hermoso que nos pueda pasar en esta vida, además
de recibir a Jesús en la Eucaristía.
Ahora bien, el hecho de que mi cuerpo sea propiedad del
Espíritu Santo, quiere decir muchas cosas: por un lado, que tengo en mi alma un
Huésped Divino, porque el Espíritu Santo no es una paloma, aunque aparezca como
paloma, sino una Persona, la Tercera Persona de la Trinidad y como toda
Persona, mira, escucha, observa. Esto es importante a tenerlo en cuenta, porque
a partir de ahora, todo pensamiento que yo tenga, bueno o malo, será escuchado
por el Espíritu Santo, porque será como si pusiéramos parlantes aquí en el
templo y dijéramos en voz alta lo que estamos pensando; todo lo que yo vea, con
mis ojos corporales, será visto por el Espíritu Santo, porque será como si
proyectáramos, en las paredes, nuestros pensamientos, como si fueran imágenes
de una película. Por esto, tenemos que tener mucha precaución en pedir la
gracia de tener pensamientos y sentimientos santos y puros como los tienen
Jesús, coronado de espinas, y la Virgen, Nuestra Reina y Señora de los Dolores.
Todo lo bueno o malo que pensemos, hagamos o digamos, será pensado, dicho o
hecho en Presencia del Espíritu Santo.
Otra cosa a tener en cuenta es que si tenemos la desgracia
de cometer un pecado mortal, a partir de ahora un pecado mortal será como
quemar el templo desde sus cimientos; dejar de recibir a Jesús Eucaristía y creer
en otras cosas, como los ídolos paganos, será como poner en el altar a esos
ídolos paganos y eso no le gusta a Jesús para nada. En nuestro corazón, que es
el altar interior nuestro, debe estar sólo Jesús Eucaristía y nadie más que
Jesús Eucaristía, para ser amado, adorado y alabado por nosotros.
Que el cuerpo no sea ya más nuestro, quiere decir que hay
cosas que no podemos hacer con el cuerpo, como por ejemplo, tatuarnos, porque
eso no le agrada al Espíritu Santo; tampoco podemos escuchar música indecente o
indecorosa, porque eso ofende al Espíritu Santo. Además, así como en el templo
se hace silencio para poder escuchar la voz de Dios, así también tenemos que
apreciar el silencio, interior y exterior, para poder escuchar al Espíritu Santo,
que quiere decirnos, de parte de Dios, cuánto nos ama Dios.
Entonces, como vemos, recibir el Sacramento de la
Confirmación no es algo sin importancia, o una simple costumbre religiosa:
convierte nuestros cuerpos en templos del Espíritu Santo y nuestros corazones
en altares de Jesús Eucaristía. Pidamos la gracia de nunca olvidar el día de
nuestra Confirmación, el día en el que nuestros cuerpos se convirtieron en propiedad
exclusiva del Espíritu Santo.
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