(Domingo XXI - Ciclo C - 2013)
Un señor que sabía mucho de religión, y por eso se llamaba “doctor
de la ley”, le pregunta a Jesús si era verdad lo que decían algunos por ahí, de
que los que se salvaban eran pocos. Jesús le contesta diciéndole la salvación
va a ser como cuando un dueño de casa se levanta y cierra la puerta, dejando a
muchos afuera. Los que se queden afuera, le dirán al dueño de casa: ‘Señor, ábrenos’,
pero el dueño de casa no les va a abrir, porque esos que se quedaron afuera, lo
hicieron porque se portaron mal, y por eso el dueño de casa les dirá: “No sé de
donde son ustedes. ¡Apártense de mí los que obran el mal!”.
Los
que se quedaron afuera conocen al dueño de casa, porque le dicen: ‘Señor’, y también
le recuerdan que ellos “han comido y bebido” con él, y que él “predicó en sus
plazas”. Pero el dueño de casa les dice que no los conoce y que se aparten de
él, porque han obrado el mal, han hecho muchas cosas malas, y por eso él, que
los había hecho ser sus amigos, ahora ya no quiere ser más amigo de ellos,
porque se ha cansado de tanto mal que han hecho. Les cierra la puerta y los
deja afuera, en donde la noche es muy oscura y hace mucho frío y hay bestias
salvajes que los comenzarán a atacar, y por eso “habrá mucho llanto y rechinar
de dientes”.
¿Qué
quiere decir todo esto?
La
casa a la que no pueden entrar los malos, es la Casa del Padre, el Reino de los
cielos: es una casa llena de luz y de alegría, y solo pueden entrar los que
obren el bien, los que no sientan ni odio ni rencor a su prójimo, los que amen
a sus enemigos, los que ayuden a los más necesitados, los que venzan la pereza,
los que sean puros de corazón; el Dueño de casa es Jesús, que es Dios Hijo y
heredero del Reino; los malos, los que no pueden entrar al cielo, son los que
obraron el mal en esta vida y no se arrepintieron –distinto es obrar el mal y arrepentirse-,
y no pueden entrar en la Casa del Padre, porque esta es una casa llena de luz y
de amor, y los que obran el mal y no se arrepienten, tienen el corazón oscuro y
sin amor, y entonces no pueden estar dentro de la Casa, es decir, no pueden ir
al Cielo; esos malos que se quedan afuera son cristianos, e incluso cristianos
que iban a Misa y comulgaban –“Hemos comido y bebido contigo”, y además
escuchaban la Palabra de Dios –“Tú predicabas en nuestras plazas”-, pero serán
cristianos que a pesar de ir a Misa, comulgar y escuchar la Palabra de Dios, se
portarán mal y harán el mal sin arrepentirse; el lugar oscuro, fuera de la
casa, es el infierno y es oscuro porque ahí no está Dios, que es luz, y tampoco
hay amor, porque sólo Dios es Amor; el llanto y rechinar de dientes, es por el
dolor que sienten los que se condenaron; las bestias que atacan a los que
quedan afuera de la casa, son los demonios que hacen sufrir a los que se condenan.
¿Y
la puerta estrecha?
La
puerta estrecha, el único lugar por donde se puede entrar a la casa, es la Cruz
de Jesús: quien no suba a la Cruz, quien no se niegue a sí mismo para seguir a
Jesús por el Camino Real de la Cruz, nunca podrá entrar en el Cielo y se
quedará afuera, es decir, se condenará, en donde quedará a merced de los
espíritus de las tinieblas, los demonios. Por el contrario, el que lleve la Cruz
de todos los días, sin quejarse, y camine detrás de Jesús, ése llegará al
cielo. En la tierra serán los últimos, porque el mundo ignora a los que aman a
Jesús, pero en el Cielo serán los primeros, porque Dios ama a los que aman a su
Hijo y quieren parecerse a Él.
Entonces, ¿son muchos o pocos los que se salvan? Más importante que saber sin son pocos o muchos los que se salvan, es pedirle a
la Virgen que nos ayude a vivir en gracia y a llevar la Cruz todos los días, y
que Ella haga que nuestro corazón sea cada día más parecido al Sagrado Corazón
de Jesús, para que así algún día podamos entrar a la luminosa y alegre Casa del Padre.
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