(Domingo VIII – TO –
Ciclo A – 2014)
Jesús nos dice que “no se puede servir a Dios y al dinero”.
O, dicho de otra manera, “sí se puede servir a Dios”, pero “no se puede servir
al dinero”. ¿Por qué? Porque Dios nos creó y cuando nos creó, nos puso como un
sello en el alma, en el corazón, imborrable, un sello que lleva la marca de
Dios, un sello que dice que somos de Dios, hechos por Dios y para Dios, un
sello que dice: “Hecho por Dios y para Dios, de propiedad exclusiva del Señor
Dios Uno y Trino. No puede ser usado por nadie más que Él”. Es por esto que lo
más normal para nosotros, es servir a Dios. Lo más normal y natural, por
ejemplo, es ser monaguillos, para los varones, y para las nenas, lo más normal
y natural, es ayudar en la sacristía. Y cuando sean grandes, lo más normal y
natural, es servir a Dios en la vida consagrada, siendo sacerdotes, si son
varones, o religiosas, si son mujeres, si es que tienen vocación a la vida
consagrada, o casándose, si es que tienen vocación para la vida matrimonial,
porque la vida matrimonial también es un servicio a Dios, porque así se dan
hijos para Dios.
Es decir, como hemos sido creados por Dios, lo más normal
para nosotros, es servir a Dios, ya sea en el sacerdocio o en la vida
consagrada, o en el matrimonio, porque lo llevamos impreso en el alma.
Lo
que nos quiere hacer ver Jesús, es que no se puede servir al dinero porque no
hemos sido creados para servir al dinero, por eso es que Jesús nos dice: “no se
puede servir a Dios y al dinero”, porque fuimos creados para servir, amar y
honrar a Dios, pero no al dinero. El que pretende servir al dinero, se hace
sumamente infeliz, porque el dinero puede dar algunas cosas, que aparentan dar
felicidad, pero esa felicidad se termina muy rápido, y luego empieza la
tristeza, y el alma se queda al final sin Dios, que es el único que puede dar
una felicidad que no termina nunca, una felicidad que dura para siempre, la
felicidad del cielo.
“No se puede servir a Dios y al dinero”. El
que quiera servir a Dios, tiene que acercarse a la cruz y a la Eucaristía, y
renunciar al dinero, y prepararse para la prueba y la tribulación; el que
quiera servir al dinero y al demonio, tiene que alejarse de la cruz y de la
Eucaristía, y acercarse al dinero y al demonio, y gozar de sus vanidades y
renunciar al cielo para siempre.
Que
la Virgen María siempre nos ayude a servir a Dios, y solo a Dios, en el tiempo
y en la eternidad.
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