A la izquierda, la muerte del justo;
a la derecha, la muerte del pecador.
Doctrina
¿Qué son los “Novísimos”?
Se llama así a lo que acontece al final de la vida terrena y al inicio de la
vida eterna: Muerte, Juicio, Purgatorio, Cielo, Infierno.
¿Qué es la muerte?
Es la separación del alma y del cuerpo.
¿Qué sucede con el
cuerpo luego de la muerte? Comienza a descomponerse hasta convertirse en
polvo. Es por esta razón que los cuerpos deben ser velados y luego sepultados
(la incineración sólo se permite en casos excepcionales, como por ejemplo, que
el cuerpo deba ser trasladado de un país a otro).
¿Qué sucede con el
alma luego de la muerte? Mientras el cuerpo queda en la tierra para ser
velado y sepultado, el alma es conducida inmediatamente ante la Presencia de
Dios, para recibir un juicio divino que el Catecismo llama: “Juicio
Particular”.
¿Dónde irá nuestra
alma después del Juicio Particular? Nuestra alma después del Juicio
Particular irá al Infierno o al Purgatorio (“antesala” del Cielo) o al Cielo. Tanto
el Cielo como el Infierno son para siempre, eternos, y no se puede pasar de un
lugar a otro (ni del Cielo al Infierno ni del Infierno al Cielo). Hay que saber
que cualquiera sea nuestro destino final, es un destino que nos merecemos
libremente, con nuestras obras buenas –Cielo- o malas –Infierno- realizadas
libremente. Es decir, Dios destina a las almas al lugar eterno que esa misma
alma se mereció con sus obras, por eso Dios es un Dios infinitamente Justo; si
fuera injusto, no sería Dios.
¿Por qué deben morir
todos los hombres? La muerte entró para los hombres a causa del pecado
original de Adán y Eva. Sin embargo, los cristianos tenemos la esperanza puesta
en Jesús, Muerto y Resucitado, porque Él venció a la muerte en la cruz y nos
concedió la vida eterna, la vida gloriosa de la Resurrección.
Explicación
En
esta lámina vemos lo que se denomina “la muerte del justo”. Se trata de una
casa cristiana. El justo, que está por morir, sostiene una cruz a la cual da un
beso, como señal de amor y gratitud a Jesucristo Salvador. A su lado, su Ángel
de la Guarda le señala hacia arriba, hacia el cielo, en donde el buen cristiano
ve a la Santísima Trinidad que lo está esperando, para darle el premio eterno
obtenido para él por el sacrificio de Jesús en la cruz. Vemos un sacerdote, que
administra los santos sacramentos, concediéndole la gracia de Jesucristo por
última vez en la vida y abriendo así para él el Reino de los cielos. Vemos a su
familia que, aunque está triste, se encuentra sin embargo serena, porque todos
esperan el reencuentro, en Cristo, en el Reino de los cielos. Vemos también a
un Ángel de luz que echa fuera de la habitación al Demonio, que se encuentra
vencido y desesperado porque se le ha escapado un alma, que ha sido ganada para
el cielo por la Sangre de Jesús derramada en la cruz.
En
esta otra lámina vemos lo que se denomina “la muerte del pecador que no se
arrepiente”. Un sacerdote, al lado de su lecho, trata en vano de que el pecador
se arrepienta y confiese sus pecados, que es lo único que debe hacer para que
Jesús lo perdone y lo conduzca al cielo. El pecador impenitente no quiere
arrepentirse ni confesar sus pecados y la razón la vemos en la bolsa de dinero,
rodeada por una serpiente, que está en el suelo: representa el apego y el amor al dinero y a las cosas bajas de la
tierra, que hacen que el corazón del hombre se quede fijo a ellas, sin
posibilidad alguna de desapegarse: “Donde esté tu tesoro, ahí estará tu
corazón” (Mt 6, 21). El tesoro del pecador impenitente son los tesoros de la
tierra y no los tesoros del cielo, por lo que su corazón no puede, de ninguna
manera, elevarse al cielo. Mientras su Ángel de la Guarda se retira,
entristecido, porque el pecador se condena, tres demonios están esperando el
momento mismo de la muerte para arrastrarlo al infierno. Uno de ellos le
muestra la imagen de un espejo en donde se ve su propio rostro, para simbolizar
el orgullo, la soberbia y la vanagloria. Hacia el fondo y sentado en un trono
de fuego, con un tridente, se ve a Demonio, el “Padre de la mentira” (Jn 8, 44)
esperando la muerte del pecador impenitente para recibirlo en su Reino, el
Reino en donde nos enseña Jesús que “el gusano no muere y el fuego no se apaga”
(Mt 9, 48).
Práctica: la
Biblia nos enseña que en todo momento debemos estar preparados para morir:
“Acuérdate que la muerte no tarda y no sabes cuándo vendrá” (Eclo 14, 12). Además, en la segunda
parte del Ave María, le pedimos a la Virgen que ruegue por nosotros “en el
momento de nuestra muerte”: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Palabra de Dios:
“Está decretado que los hombres mueran una vez” (Heb 9, 27). “Bienaventurados los muertos en el Señor, pues sus
obras los acompañan” (Ap 14, 13). “La
muerte de los pecadores es pésima” (Eclo 34, 22) y “es preciosa a los ojos de
Dios la muerte de los justos” (Sal
115, 15).
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