(Domingo
XX – TO – Ciclo C – 2016)
Jesús dice en este Evangelio que Él “ha venido a traer un
fuego sobre la tierra y que ya quiere verlo ardiendo” (Lc 12, 49-53). El fuego que trae Jesús es un fuego muy especial,
distinto al fuego que todos conocemos. ¿Qué diferencia hay con el fuego que
conocemos? Recordemos qué pasa con el fuego que conocemos, que es el fuego de
la tierra, para que después veamos cómo es el fuego que nos trae Jesús: el
fuego de la tierra sirve para cocinar, para calentar la casa cuando hace frío,
para hacer una fogata si estamos en un campamento. El fuego ilumina con su
resplandor y calienta con sus llamas y por eso es muy útil cuando, por ejemplo,
tenemos frío y estamos en un lugar oscuro, como en un bosque. Y en estos casos,
además de iluminarnos y calentarnos en una noche oscura y fría, el fuego sirve
también para alejar a los animales salvajes. Pero además de ser útil, el fuego
es también un poco peligroso porque todos sabemos que el fuego quema y cuando
quema, provocar ardor y mucho dolor, por eso, si somos pequeños, debemos
siempre alejarnos del fuego y, cuando ya somos más grandes, debemos manejarlo
con mucha prudencia. Así es el fuego que conocemos, el fuego de la tierra.
¿Y cómo es el fuego que viene a traer Jesús? El fuego que
viene a traer Jesús no provoca dolor y tampoco quema; es un fuego que viene del
cielo, y es el Espíritu Santo. Al igual que el fuego de la tierra, ilumina y da
calor, pero ilumina con la luz de Dios y da el Amor de Dios, y a diferencia del
fuego de la tierra, no solo no provoca dolor, sino que el que recibe este fuego
que trae Jesús, experimenta solo la dulzura del Amor de Dios, y recibe de Dios
su alegría, su paz y su amor.
¿Y dónde está el fuego que trae Jesús? Está en su Sagrado Corazón,
porque así se apareció Él a Santa Margarita, y está también en la Eucaristía,
porque aunque no lo veamos, el Corazón de Jesús está en la Eucaristía, latiendo
con la fuerza y el Amor de Dios. Y ese fuego, que arde en su Sagrado Corazón
Eucarístico, que es el Espíritu Santo, es el fuego con el cual Jesús quiere
incendiar nuestros corazones. Le pidamos a la Mamá de Jesús, la Virgen, que sea
Ella la que prepare nuestros corazones, que son oscuros y fríos -como un bosque
de noche, cuando no tenemos a Dios en nosotros y que, al igual que en un
bosque, nos acechan ángeles oscuros-, para que cuando comulguemos y Jesús nos
dé el Fuego de su Amor, nuestros corazones se vuelvan se iluminen y
resplandezcan como una brasa ardiente, que con su brillo y ardor ahuyente a
todos nuestros enemigos del alma y que nos ilumine y dé el calor del Amor de
Dios.
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