Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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sábado, 28 de abril de 2012

La Santa Misa para Niños (VII) La oración colecta


Oración colecta.

La palabra “colecta” nos suena a "recolectar”, como cuando alguien recoge algo que está desparramado, como cuando alguien levanta del suelo algo muy valioso, que está caído, o como cuando un jardinero corta con mucho cuidado las flores más hermosas de su jardín, y forma con ellas un ramo.
Esta tarea, de “recolectar”, o de “recoger”, es lo que hace el sacerdote en este momento: “recoge”, “colecta”, “recolecta”, espiritualmente, por supuesto, las oraciones de cada uno de todos los que asisten a Misa, y también las de toda la Iglesia, para presentarlas a Dios Padre[1].
Esto es muy necesario hacerlo, porque cuando venimos a Misa, todos traemos nuestras oraciones, que pueden ser peticiones y acciones de gracias, para presentarlas a Dios Padre, pero si no está el sacerdote, que representa al Sacerdote Eterno, el más grande de todos, Jesucristo, las oraciones no suben hasta Dios, y Dios es como que “no sabe” qué es lo que necesitamos de Él. Si no está el sacerdote, y si no se reza esta oración de la Misa, las oraciones de acción de gracias y de peticiones quedan en la tierra, sin subir hasta el trono de Dios, como cuando las hojas de los árboles caen en otoño, y nadie las levanta, o como cuando una flor termina por secarse, porque no hay ningún jardinero para cortarla y ponerla en un florero.
En este momento entonces aprovechamos para pedir a Dios[2] -en silencio- por todas nuestras necesidades: por la conversión propia y la de nuestros seres queridos, por la salud de alguien que esté enfermo, por las almas del Purgatorio, por alguna necesidad particular y personal, etc. Pero también es un momento para elevar acciones de gracias por la cantidad enorme de favores y regalos que nos hace Dios, comenzando, por ejemplo, desde el sol que se levanta a la mañana, hasta la comida que comemos, pasando por el regalo que son los padres, los hermanos, los amigos, e incluso hasta los enemigos, a quienes Dios los pone para que aprendamos a amar como Él nos amó: hasta la muerte de Cruz.
La otra cosa que tenemos que tener en cuenta en esta parte de la Misa es que quien lleva nuestras oraciones, desde nuestros corazones, que están aquí abajo en la tierra, hasta las alturas infinitas del Cielo, donde está el trono de Dios Trino, es Jesús, el Hombre-Dios, y por eso tenemos que pedir, con confianza y con la seguridad de que seremos escuchados, porque así es como nos dicen los santos, como San Felipe Neri: “Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda”. Y verdaderamente lo comprometemos a Dios para que nos conceda las gracias que le pedimos, porque es Jesús quien pide por nosotros. No es lo mismo que pidamos nosotros, por nosotros mismos, a que lo hagamos por medio de Jesús, ya que Él es el Hijo de Dios en Persona.
En la Misa debemos pedir y pedir mucho porque Jesús nos anima a ello en el Evangelio: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mc 7, 7). ¿Y qué cosas podemos pedir y buscar y a qué puertas debemos llamar, sabiendo que lo que pidamos se nos dará, que lo que busquemos lo encontraremos, y que la puerta a la que toquemos nos será abierta?
Debemos pedir la gracia de la contrición del corazón, para nosotros y para nuestros seres queridos, y para todo el mundo; debemos buscar a Dios Trino para hacer su Voluntad, y debemos llamar a las puertas del Sagrado Corazón de Jesús, para pedir que nos dejen entrar en Él. Y todo esto con la seguridad de que seremos escuchados, porque el que lleva nuestras oraciones a Dios Padre es Dios Hijo, Jesucristo.
Pero hay algo más que tenemos que saber para esta parte de la Misa: además de pedir, buscar y llamar, y de elevar nuestras oraciones para pedir, en este momento ofrecemos algo a Dios, y lo que ofrecemos es nada más y nada menos que el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, quien se hará presente en la Divina Eucaristía. Y junto con Él, nos ofrecemos nosotros también como víctimas, como dice San Gregorio el Grande: “El sacrificio del altar será a nuestro favor verdaderamente aceptable como nuestro sacrificio a Dios, cuando nos presentamos como víctimas”.
Debido a que en la Misa le ofrecemos a Dios el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, la Misa tiene para nosotros un valor infinito, porque todo lo que hace Jesús en la cruz y en la Misa –adoración, acción de gracias, expiación, petición-, lo hace por nosotros y para nosotros, como si los méritos fueran nuestros, personales, de cada asistente a la asamblea.
Esto quiere decir, en otras palabras, que por la Misa ofrecemos a Dios un don de valor inestimable, una ofrenda preciosísima, agradabilísima a Dios, una Víctima purísima y perfectísima, capaz no solo de aplacar la ira divina que se enciende ante los pecados de los hombres, sino de abrir las compuertas del Amor divino, para que este se derrame, junto con la Sangre del Cordero, incontenible, desde las profundidades del Sagrado Corazón de Jesús abierto por la lanza (cfr. Jn 19, 34), recogido por el cáliz del sacerdote ministerial y dado luego como alimento celestial para las almas.

Sacerdote: Oremos.
El sacerdote recita la oración colecta.

Todos: Amén.


[1] Cfr. OGMR, 54.
[2] Cfr. OGMR, 54.

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